Por Carla Vanessa*
Crédito de la foto (izq.) www.archivoaudiovisualpoesiaperuana.com /
(der.) Ed. Pesopluma
Sobre Kloaka y los subterráneos: el instinto de vivir (2021),
de Roger Santiváñez
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En la vida de Roger Santiváñez (Piura, 1956), o quizá mejor decir, en su poesía, ya que para su caso ambas expresiones son una simbiosis (“Solo sé que poesía es mi existencia”, reza un verso de su reciente poemario, Argolis [Buenos Aires, 2021]), la escritura de poemas y la música han sido dos elementos indisolubles, una suerte de ying y yang que han convivido en perfecta armonía dentro de su discurso y que se han confabulado para entregarnos trabajos poéticos que han expresado felizmente esa amalgama. Basta tan solo con recordar esas líneas que abren Symbol (1991), uno de sus más sobresalientes y a la vez sobrecogedores poemarios: “Este es mi cuaderno músico”.
Esta expresión fácilmente podría contribuir a la teoría de los espejos que Lucho Chueca desgrana, sobre la poesía de Roger, en el interesante prólogo del libro Kloaka y los subterráneos: el instinto de vivir (2021) que reseñamos ahora, publicación que su autor nos obsequia y que cristaliza precisamente esta unión de hecho sin alianzas, o tratado de amistad y límites sin tratos, y menos aún límites, dentro del contexto histórico de dos fenómenos culturales acaecidos en los años 80: el movimiento o “estado de revuelta poética” (como lo llamaron sus miembros) Kloaka y el rock subterráneo; esos reflejos fragmentados que describe el prologuista, para el caso de la estética de su autor, que proyectan una visión compleja y plurisignificativa, y que resume lo anteriormente expresado, la relación entre la poesía y la música que fue atizada, como un fuego acaso, por los acontecimientos históricos de esa década en que, bajo las bombas de los atentados, la hiperinflación y los sempiternos temas de exclusión, discriminación y demás perlas de nuestra “nación fallida” ―a decir de Chueca― surgió como respuesta contundente expresada en poemas, canciones y expresiones plásticas sobre lienzos, volantes y paredes. Un fogonazo que eligió no seguirle el amén al resto de las expresiones culturales del mainstream, sino ir por la tangente: abajo, allí donde no mira nadie o mira para deshacerse de las sobras, lo que se desprecia. Las cloacas, el sistema excretor de los deshechos de toda urbe, allí estaba ese otro material para sentar a la belleza en el regazo y someterla, aquella estregada para el mundo por el prócer Baudelaire, y luego por Rimbaud, el santo padre de cualquier revuelta anárquica en la historia de la humanidad, y que en estos tiempos y en esta parte del mundo que reseña el presente libro, estos hijos de la exclusión y de la violencia, tomarían como modelo.
Todo lo anteriormente descrito es lo que a primera vista notamos proyectado en esta publicación que reúne un conjunto de artículos, poemas, documentos, fotografías, entrevistas dibujos y volantes: el diseño dark, muy al estilo de toda esa movida contracultural, panfletaria y de subterfugios en el centro de Lima, lugar que atestiguó los primeros pasos de ambas corrientes. El bar Woni, La Catedral, El Averno, las Rejas, el mítico Queirolo y hasta las veredas mismas del jirón Quilca fueron los lugares en donde se gestó este singular grito rebelde y que Roger Santiváñez nos va describiendo a lo largo de sus páginas. El diseño de este libro abraza ese clima fanzinesco y ultracontestatario en donde la marginalidad es la protagonista; es así que, a través de sus páginas navegamos por entre los testimonios de cada época ―es decir cada uno de los artículos del poeta que se compilan en esta publicación y que fueron divulgados desde el año 2002 a la fecha―, junto con el diseño de tipo collage en que se agrupan las notas al pie de página. La tapa misma es un afiche-collage de época, una invitación al túnel del tiempo.
Lo otro y no menos importante que destacamos en esta publicación es, por supuesto, el espíritu de cada uno de estos textos, que pasan de la descripción enumerativa de los hechos al testimonio entrañable sobre viejos camaradas del arte y de la rebelión, y que nos hablan de este lazo de fraternidad dentro de lo que podríamos llamar el instinto de conservación estética, una búsqueda de sentido a la existencia de la especie mediante el arte, que alimentaron los espíritus jóvenes de ambas corrientes. He ahí la razón de la frase que acompaña al título: el instinto de vivir. Ambos movimientos, si bien no compartieron exactamente sincronía cronológica (recuérdese que Kloaka fue fundado en 1982, y el rock subterráneo como movimiento o corriente musical ya consolidada empezó entre 1984-1985 con la aparición del primer álbum de Leuzemia y la recopilación intitulada Volumen 1; para ese tiempo, Kloaka ya se había desintegrado formalmente), ocuparon el espacio temporal correspondiente a la década de los ochenta, ambos tenían la misma inquietud de encarar ese estado de miseria generalizada que era lo que se vivía en ese tiempo. No se podía estar pasivamente produciendo arte, poesía o música, al margen de lo que acontecía, había que romper con todo, de acuerdo con ese instinto vital, rabioso, que fue el caldo de cultivo de ambos movimientos.
Tanto Kloaka como la corriente del rock subterráneo (término felizmente acuñado por el exbajista de Leuzemia, Leo Scoria) pueden ser considerados sin remilgos como los dos fenómenos culturales más arrolladores y potentes de los últimos tiempos, e innovadores en muchos sentidos. Por ejemplo, Kloaka puede jactarse de ser el primer movimiento poético en la historia del Perú que tuvo como uno de sus fundadores a una mujer: la poeta Mariela Dreyfus ―junto a Roger Santiváñez ―; del mismo modo, otro de sus integrantes, la poeta Mary Soto, fue pionera en visibilizar con su trabajo creativo el complejo y sórdido universo de la prostitución en la Lima de los años 80, un tema completamente tabú para ese entonces, fruto de su trabajo de campo en el conocido burdel El Trocadero.
He aquí dos muestrarios de una reivindicación implícita de género que aunque no fue tan notoria en el caso del rock subterráneo, sí tuvo su correlato con la presencia e impacto, por ejemplo, de Patricia Roncal, conocida como María T-Ta y su banda El Empujón Brutal. Justamente a lo largo de las páginas de este libro que nos presenta Roger podemos asistir a relatos muy detallados sobre las historias de esta agrupación y otras de puras mujeres que se atrevieron, en un mundo todavía superpoblado de testosterona, a plantarse en escena y levantar su voz desafiando estereotipos que eran aún difíciles de superar para muchos de los adeptos a esta corriente. La sociedad de ese entonces y sus estamentos prácticamente institucionalizaban no solo la discriminación de género, sino las otras violencias: política, económica, policial, el terrorismo de sendero y el terrorismo de Estado… y dichas violencias fueron su material de trabajo. El “lenguaje lumpen”, como sistema lingüístico de signos paralelo, fue elevado a la categoría de arte para ambos movimientos. Las groserías se convertían en odas, en nombres de bandas de rock. Los tonos oscuros, relacionados con lo negativo, lo maldito y hasta con lo diabólico eran los colores de las representaciones gráficas, y hasta de la ropa; el “pogo” era el lenguaje corporal infaltable de casi todos los conciertos subtes y recitales que muchas veces combinaron ambas expresiones en una coexistencia increíblemente simbiótica. Piénsese, por ejemplo, en las descaradas proclamas de amor libre ―sin importancia de género― de los manifiestos de Kloaka, o los recitales al tiempo que performances escandalosos que como dice Santiváñez provocó para su caso que los académicos, “se jalaran de los pelos cuando se enteraron que me largué hacia el centro a la subversión poética” (p. 226) o en la letra de “Sucio policía”, la canción de Narcosis que ocasionó toda una batalla campal, con balacera incluida.
El movimiento Kloaka, cronológicamente, fue el primer puntal de esta propuesta artística ultracontestataria y el movimiento subte le tomó la posta aunque ya encontraba sus puntos de encuentro, sus vasos comunicantes, desde su coexistencia junto a bandas precursoras tales como Kilowatt y su Kola Rock o Durazno Sangrando; o también desde acontecimientos postKloaka como el antes mencionado primer disco de Leuzemia, que se produjo gracias a los buenos oficios de Roger Santiváñez quien llevó el demo de la banda al gerente de la disquera El Virrey, Wieland Kafka.
Last but not least: imposible no mencionar la alianza de Kloaka con esa otra gran banda, no de carácter subte pero sí revolucionaria en su propuesta de rock-fusión y de activismo que acompaño a este movimiento en innumerables presentaciones: Delpueblo. Para muestra, dos botones: uno de sus miembros, Jorge Acosta fue quien dio vida al mítico bastión subte El Averno. Piero Bustos fue el responsable de eventos clave como “Los Lunes del Sapo”. ¿Más información, más detalles? pues ya saben, queridos lectores, dónde encontrarlos.
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Música y poesía: sería largo narrar el correlato histórico de la relación entre ambas disciplinas, pero viene de la mano con la historia del humanidad misma… o más atrás. Que el universo mismo se mueve gracias a una armonía cósmica, era una verdad de Perogrullo para los astrónomos de Grecia, medio y lejano oriente desde la antigüedad. Los mitos y las leyendas épicas de los primeros aedos se acompañaron de música y es la música esta armonía universal a la que siempre aspiró a llegar la poesía, como forma superior de expresión verbal. Para Georg Steiner: “En la música nuestras vidas ensordecidas pueden obtener de nuevo un sentimiento del movimiento interior y de la coherencia del ser individual, y nuestras sociedades algo de la perdida visión de una concordia humana. Por medio de la música las artes y las ciencias exactas pueden llegar a una sintaxis común” (p. 64). En el tiempo que nos narra Roger, de esta comunión entre el rock subterráneo y el movimiento Kloaka, esta alianza ancestral confirma dicho postulado histórico.
Ha habido ya algunos acercamientos académicos respecto de estos dos fenómenos culturales. Pero sin duda el tema tiene muchísimo más para explorar, estudiar, y analizar, a la luz de su influencia en el corpus literario, musical, plástico y social de aquellos tiempos y su impacto en la actualidad. T. S. Eliot (1957) decía que una poesía es verdadera cuando sobrevive a los cambios de la opinión pública de su momento, a los intereses y correlatos que inspiraron a sus autores en el momento de su creación (p. 10). Y sin duda este es el caso de la poesía producida por el movimiento Kloaka. El autoanálisis que cada uno de sus protagonistas pueda exhibir a la luz del tiempo transcurrido es también importante y esta compilación reunida y diseñada acorde con el espíritu rebelde de aquellos tiempos es lo que trata de mostrar. Ha sido un acierto de los editores el reproducir la atmósfera de aquellos tiempos mediante la presentación de este material, el cual, y como la cereza de un helado, viene con una solapa especial que contiene tres materiales de época a manera de souvenir o “yapa”: una tarjeta-manifiesto Kloaka, un volante de reclamo por una expulsión y un manifiesto de protesta subte.
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Poesía y música: Kloaka y los subterráneos es un viaje en el tiempo y el testimonio de una propuesta de rebelión pan-artística cuya movimiento poético caminó de la mano con la música popular y cuya corriente musical de libertad y protesta subterráneas fue pura manifestación poética individual y a la vez social de super-vivencia, si nos atenemos al primer mandamiento de su autor, de que la poesía es la vida misma. Multiversos felizmente congregados para sus lectores en este otro y recomendado cuaderno músico.
Referencias
Eliot, T. S. (1959). Sobre la poesía y los poetas. Ediciones Sur.
Santiváñez, R. (1991). Symbol. Asaltoalcielo Editores.
Steiner, G. (2003). Lenguaje y silencio. Gedisa.
*(Lima-Perú, 1975). Poeta y crítica literaria. Literata y egresada de la maestría en Escritura creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Ha publicado en poesía Sueños de Carla (2020).