Vallejo & Co. reproduce el texto leído por la narradora Fortunata Barrios con motivo de la presentación de la novela Interruptus (2018), del narrador Leonardo Aguirre.
Por Fortunata Barrios*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) Ed. Planeta
Sobre Interruptus (2018),
de Leonardo Aguirre**
Les confieso que no me ha sido fácil preparar el corto texto que les leeré esta noche: desde que me sumergí en Interruptus, sentí que me adentraba en aguas tormentosas y desconocidas, pues no es el tipo de literatura que frecuento ni que escribo. Creo que las razones de mis dificultades quedarán más o menos claras al cabo de esta corta presentación y espero que ellas terminen por motivarlos a leer este libro.
Para empezar, quienes no han tenido la oportunidad de leerlo tienen que saber que en él conviven –ya veremos de qué manera– dos discursos: el texto del manuscrito de la novela Jirón Soledad, escrita en primera persona, y el de los comentarios que la editora hace sobre él, interrumpiendo con ellos, por momentos, nuestra lectura de la novela en cuestión (de ahí, en parte, el título del libro que nos ocupa esta noche: Interruptus).
Sé por Leonardo que su idea original no contemplaba la presencia de este personaje, “la editora”, que fue sugerida por los editores (los editores de verdad) de la novela. Él imaginaba más bien este libro como un discurso continuo, como una larga sábana. La decisión tomada finalmente parece acertada, por varias razones. La intención era que las intervenciones de esta editora aligeraran la lectura (cosa que se logra, de hecho) y que su estilo (que Leonardo califica como “estándar, correcto, plano, sencillo, soso, insípido, desangelado, propio del que demandan comúnmente las grandes editoriales”), que este estilo, digo, contribuyera a resaltar las peculiaridades del otro, el de la novela que ella –la editora– comenta y corrige; el propósito de hacer incursionar a esta mujer también era que se hiciera evidente la tensión entre las imposiciones del mercado y la libertad artística; este cometido también se cumple ampliamente, a mi parecer.
Aunque los propósitos mencionados me parecen logrados, discrepo con Leonardo en una cosa: el discurso de la editora no me parece ni soso, ni insípido, ni desangelado. Leonardo ha creado, sin darse cuenta (esto lo supe después de conversar con él), un tremendo personaje que no es ni descolorido ni desangelado.
Con el discurso de esta mujer se abre el libro y ella, de arranque, se dirige al escritor (confianzuda y huachafamente) como “muñecón”. Eso ya dice bastante de su estilacho. Desde el comienzo, ella se pinta como una mujer de palabra fácil, desfachatada, irrespetuosa, burlona, pedante, aguda, frívola, que puede terminar haciendo bastante gracia aunque sus comentarios (no solo desde el punto de vista literario o de la corrección de estilo) sean muchas veces muy idiotas; una mujer que puede resultar chistosa aunque (o porque) haga, en algunas ocasiones, gala de una ignorancia supina; una mujer que termina resultando divertida justamente porque, con el tonito de la típica pituquita limeña salida del Villa María (por lo menos así la leo yo), le sugiere al autor una y otra vez cambios absurdos o hace reiteradamente anotaciones estúpidas. Leonardo califica de “aguafiestas” y de “espesas” sus intervenciones, pero ella me ha hecho reír, y confieso que me he alegrado cada vez que su aparición se anunciaba en una página del libro. Repito: Leonardo, sin querer, ha creado todo un personaje, personaje que yo no he querido pasar por alto esta noche.
Al hablarles del discurso de la editora he empezado por lo más fácil y, quizá, por lo que menos interesa al autor. Intentaré ahora referirme al otro plano, al de la novela que ella anota, titulada Jirón Soledad. Según el propio Leonardo, la novela constituye un inventario de polvos y también un itinerario. Lo primero (lo de “inventario de polvos”), es evidente y no lo tengo que explicar; con lo de “itinerario” se refiere al hecho de que en la novela la presencia de la ciudad de Lima es fundamental: ella es, según el autor, quien habla en el libro a través del protagonista; de hecho, la novela está plagada de referencias a sus calles, que terminamos recorriendo nosotros también.
Cuando uno comienza a leer una novela sabiendo que está escrita, básicamente, en jerga, se imagina que le espera un recorrido fácil, rápido, ligero; esto no ha sido así para mí: el abuso de la jerga en Jirón Soledad no aliviana la lectura, sino que casi atenta (y esto lo admite el propio autor) contra la comprensión del texto. Ciertas jergas pueden resultar fascinantes y arrancar carcajadas, pero de pronto uno se encuentra, por momentos, como si estuviera leyendo un libro escrito en una lengua desconocida. Y, entonces, hay que animarse a seguir.
Leonardo afirma en una entrevista que le parece incongruente hablar de excesos y de cochinadas y de una ciudad excesiva (como Lima) por medio de un lenguaje simple, parco, contenido; según él, para hablar de estas cosas, el lenguaje debía ser excesivo también. Esto me llevó a preguntarle si acaso cree que esta es la única forma adecuada de hablar de cochinadas y de excesos, quizá porque sentí aludido (involuntariamente, por supuesto) el estilo con que yo he escrito mis libros, que también hablan de cochinadas y de excesos pero en un tono radicalmente opuesto al de Leonardo. Me tranquilizó saber que no, que él no considera que esta sea la única forma posible de aproximarnos a estos cochinos asuntos, sino que optó por ella porque era la que le provocaba a él, la que le daba la gana, la que le salía del forro y, también, porque eso era aquello de lo que él era capaz. Entonces me hizo pensar en que muchas veces los escritores creemos que hacemos a propósito cosas que, en verdad, solo hacemos por razones (o sinrazones) que desconocemos, o porque no nos queda otra.
Ya desde las primeras páginas uno se percata de que el abuso de la jerga y la estructura de la novela obedecen a una construcción muy pensada, muy elaborada. Incluso, diría yo que se percibe de inmediato una obsesión exacerbada del autor por la corrección formal. No me sorprende, pues, que Leonardo afirme que lo único que le quita el sueño es una coma mal puesta. Le creo, porque se nota, y comparto con él esta causal de algunos desvelos.
Una vez que uno ha terminado de leer la novela, ya no cabe la menor duda de que ha sido construida según una rigurosa estructura. El final (y lo digo sin riesgo de espoilear nada) denota cierto carácter circular muy bien pensado y casi nos convierte a nosotros mismos, a quienes estamos aquí sentados, en los propios personajes del libro.
La escritura de Leonardo también tiene un ritmo muy preciso. Por eso, él puede decir, con razón, que es como un “sonsonete”, algo así como un rap; que su novela se puede “cantar”. Cuando le pregunté al respecto, me sorprendió (no pensé que la cosa fuera para tanto) contándome que intentó siempre escribir frases de entre 5 y 6 sílabas. Hay, pues, en Interruptus una métrica (me refiero al arte que trata de la medida de los versos y de las distintas combinaciones entre ellos); hay una métrica aquí muy deliberadamente establecida: hay, aquí, una poética. Esto, quizá, tampoco facilita las cosas, aunque, de hecho, las enriquece.
Otro elemento que hace o que puede hacer de Interruptus una lectura de ingestión y digestión lentas es que el relato está conformado por una serie de historias que se suceden unas a otras abruptamente, sin que se anuncie el final de la que da paso a la siguiente; como cada historia se une a la sucesiva mediante una especie de cocido invisible, el lector puede encontrarse de pronto desconcertantemente perdido. Me ha pasado varias veces. Pero no importa; de eso se trata y ahí está la gracia; es cuestión de agarrarla. Se podría acusar a Leonardo, por todo esto, de zurrarse en el lector al momento de escribir y, de hecho, pareciera hacerlo.
Lo interesante y lo valioso (y también lo divertido), creo yo, es que nada de esto (que podría otorgarle un tono frío, cerebral, intelectual a su literatura) atenta contra un rasgo fundamental suyo: un carácter lúdico y marcado por el sentido del humor. Su escritura que es medida, cuidado y rigor es, también, libertad, juego, burla, risa. Leonardo se las ha arreglado para darle lugar a esta inusual convivencia. Todo esto resulta sorprendente, pero también lo es el innegable magistral dominio del lenguaje en general (no me refiero a la jerga en particular) de que el autor hace gala en esta novela.
Conozco de primera mano la manía, la obsesión (no sé cómo llamarla) de muchos lectores, entrevistadores y hasta de algunos críticos por descubrir qué es ficción y qué es autobiografía en un libro escrito en primera persona, sobre todo si en él se relatan polvos. En el Perú, la pacatería se manifiesta frecuentemente bajo la forma del morbo. Creo que esto debe tenernos sin cuidado, pues quienes pierden el tiempo en este tipo de averiguaciones desconocen o desprecian la naturaleza misma de un relato literario.
Y hablando de pacaterías… No descarto que Interruptus sea calificada por algunos (que hoy llevan la voz cantante) como una novela machista, racista, sexista, etc. La misma personaje-editora lo acusa así en varios pasajes, con lo que quizá Leonardo se anticipa a esta posible reacción por parte de ciertos lectores. La novela es, en efecto, descaradamente irreverente y provocadora, y yo celebro eso; lo celebro, y esto no tiene nada que ver con que el libro –que afortunadamente siento desprovisto de toda ideología expresa– me guste o no. Lo celebro porque coincido fervientemente con el autor en que una novela no puede ni tiene por qué ser políticamente correcta. Es más: creo que ninguna expresión artística (sea literaria, audiovisual o plástica) tiene por qué ser políticamente correcta. Si permitimos que fundamentalismos ideológicos se apoderen también del ámbito de la creación artística, donde la libertad es lo que salva, si permitimos eso, entonces terminaremos, ahí sí, irremediablemente pervertidos.
*(Lima-Perú, 1965). Escritora, periodista y editora. Estudió Filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido columnista en Gourmet Latino, Deco: revista de diseño, arquitectura y decoración, Umbral: revista del conocimiento y la ignorancia, El idiota ilustrado, y en el suplemento El Dominical del diario El Comercio. A partir de su colaboración en la revista Fausto, publicó una trilogía de novelas eróticas bajo el sello Alfaguara Romina (2011), Secretamente tuya (2013) y Antes de que el tiempo muera (2015).