Por Martín Rodríguez-Gaona
Crédito de la foto (izq.) Ed. Visor /
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Enormes naves caídas cuando nada es para nadie. Sobre Grandes galeones bajo la luz lunar (2015-2019), de Luis Antonio de Villena*
Señor de los Ejércitos,
déjame partir, quieto y benévolo.
L.A.V., “Oración que pide salir”.
Impudoroso con respecto a los límites de los géneros literarios, Luis Antonio de Villena en Grandes galeones bajo la luz lunar entrega un libro cuya escritura posee, simultáneamente, algo de memoria, crónica y fábula, sin apartarse de la poesía, su fuente magmática irrenunciable. Setenta y un poemas con un ritmo marcado, en los que prima, no obstante, el relato frente al verso. El poeta busca el cambio y los violentos contrastes, sin renunciar a fugaces incursiones en el culturalismo, invocando a los habituales personajes excéntricos y marginales, esos otrora llamados aristócratas del espíritu, que transitan toda su ya extensa obra.
Poema a poema Villena expresa una inusual confianza en el lenguaje, rastreable desde su temprana admiración por Rubén Darío y el Modernismo, con la convicción de que la escritura siempre lleva más lejos. En concordancia, los textos de Grandes galeones bajo la luz lunar reconstruyen escenas a partir de un torrente verbal, estableciendo obsesivamente un recorrido. Dicho virtuoso dominio, desde el origen de su proyecto, le permitió tener un cuerpo y, a partir del mismo, construir una identidad (su particularidad entre aquellos poetas que fueron llamados venecianos). Pero la base de dicho anhelo era legitimar una existencia poética, proclive a la sensualidad y al mito. Esa indisociable amalgama entre vida y literatura, pese a todas sus etapas y mutaciones, sigue siendo una marca de su escritura, en concordancia con aquella fusión mítica estudiada por Antonio Prieto.
Entonces, aceptando el transcurso y el desgaste del tiempo, aunque el cuerpo ineludiblemente remita o ceda, el lenguaje todavía es fiel y expresa a cabalidad la exuberancia de una imaginación: el poeta será siempre único a través de la voz y de la máscara. No obstante, el aparente repliegue hacia una vida mental, inherente a la madurez, en su caso no lo aleja de la materia y la sensualidad, pues Villena nunca renuncia al tacto y al cuerpo, lo cual lo conduce a la búsqueda de nuevas aventuras y experiencias en territorios antes desconocidos (Veracruz, Medellín o Barranquilla). Esto es lo que explica su continua perseverancia sobre viejos temas: vuelve a ellos para recuperarlos o convencerse (“Albricias y constantes agonías de quien en su vida sólo/ pretendió belleza y más belleza”, dice en el poema “La vía del esteta”). La escritura, en su dinámica entre duelo y reacción, lo descentra y reafirma.
Así, personas reales, paisajes y evocaciones, el pasado y el presente, cobran vida gracias a una descripción enárgeica, por la que la palabra encendida edifica un mundo ante nuestros ojos. Atenuados, en cierto modo, el canto y la sensualidad simbolista, la mezcla de vitalismo, rebeldía y elocuencia hacen que la madurez del autor de Hymnica coincida con curiosos e insospechados precedentes como León Felipe y Jesús Lizano: la contundencia de voces crepusculares. Por consiguiente, imponiéndose a la sensatez, a lo político correcto o a una convencional sabiduría, cierta indómita vitalidad es el signo de esta inquebrantable rebeldía. En otros términos, en la poesía de Villena es más fuerte siempre el deseo de capturar instantes y crear una vida paralela: la intensidad se impone rotundamente, incluso, ante cualquier pretensión de hondura o mayor sentido.
Pero el anhelo de aventura e intensidad, aquella incesante persecución del deseo, resulta siempre inalcanzable o imposible. Sin embargo, el poeta ha decidido ser fiel a la vida misma como pulsión, sin temor a lo que lo que otros puedan considerar decadencia personal, como sucediera con Tennessee Williams. Es por este motivo que, en simultáneo al deseo y la melancolía, los versos dejan ocasionalmente surgir la extrañeza y lo onírico. De esa forma, con la frustración propia del idealista, el poeta, herido por el tiempo, busca incesantemente el vuelo (y, por lo mismo, asume el relato de su fracaso). Si rotundamente platónico en su concepción erótica, es su propia pulsión –humana, demasiado humana- la que lo obliga a negarse a culminar la escala. Mas este malestar también se proyecta y coincide por completo con un periodo de crisis histórica, encontrando aquel un espacio significativo entre sus versos. Sin ser Villena un poeta social, poemas como “Democracia basura” y “Exilio” establecen una crítica plural y radical, un rechazo abierto a una época de confusión y clausura. De este modo, la nostalgia y la ira ante un mundo finiquitado, en paralelo al envejecimiento y la muerte propios como posibilidad real, tienen una raíz doble, tanto íntima como colectiva.
Entre tanto desbarajuste y desamparo, el único amor deseado, correspondido y pleno, sigue estando representado por el amor materno, aunque ahora sólo sea un recuerdo, una energía o una invocación poética, protectora y personal (la madre del poeta, Ángela García Arteaga, que murió poco antes del inicio de este libro, vuelve en un conmovedor poema como “Breve visita”). Mas la desolación no impide la reflexión lúcida sobre lo perdido. Es más, en cierto sentido incita, alimenta y fortalece al escritor a nivel artístico. Contra todos los indicios, un afán unificador guía su impulso creativo, llevándolo a recuperar fragmentos de una vida verbal única y multiforme: marginados, ancianas bondadosas y jóvenes estropiciados. Experiencias sin sentido más allá de la expresión de la propia experiencia.
Otra importante constatación de su idealismo quebrado estaría en el ideal de la patria, traicionado, desvirtuado e instrumentalizado. En una paradoja aparente, el poeta se indigna por la precariedad material tanto como por la moral: se manifiesta así contra los valores de la burguesía, declarándose profundamente elitista. En realidad, el desprecio se centra en el caos y la incompetencia, en ese afán homogenizador que destruye la excelencia.
No puede sorprender, entonces, que los distintos aspectos de esta honda crisis lo lleven a ciertos atisbos metafísicos (que aparecen no por primera vez en su escritura), pero ya sin ningún tinte idealista. Corrige, de este modo, el viejo afán platónico que marcara el idealismo erótico de su primera etapa (señalado con precisión por José Olivio Jiménez). El poeta Luis Antonio de Villena ha aceptado que vive en el mundo sublunar aristótelico, pleno de cambio e imperfección. Y su poesía hace suyo el brillo nocturno de galeones encallados en la arena, con los ecos y los gritos de sus amados fantasmas.
Subvirtiendo la frondosidad verbal que oculta al autor, consciente de sus contradicciones, Luis Antonio de Villena abraza las numerosas paradojas que lo conforman y fortalecen. Su propósito, complementado en todos los géneros que transita, sería dejar registro exhaustivo de todas las circunstancias de una vida que, fiel a la insatisfacción y a la belleza, ha alcanzado a ser excepcional. Sin secretos: un hombre con todas sus luces y sombras, sueños y pesadillas. En Villena vive aquel viejo ideal quevediano, que Borges reconociera: el anhelo de ser toda una literatura.
*(Madrid-España, 1951). Poeta, narrador, ensayista, crítico literario y traductor. Licenciado en Filología románica, con estudios en Lenguas clásicas y orientales. Pertenece a los Novísimos de la poesía española contemporánea. Obtuvo el Premio Nacional de la Crítica (poesía, 1981), el Premio Azorín (novela, 1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla (poesía, 1997), el Premio Sonrisa Vertical (narrativa erótica, 1999) y el Premio Generación del 27 (poesía, 2004). Ha publicado en poesía Sublime Solarium (1971), El viaje a Bizancio (1976), Huir del Invierno (1981), Poesía 1970-1982 (1983), La muerte únicamente (1984), Como a lugar extraño (1990), Celebración del libertino (1998), Las herejías privadas (2001), Honor de los vencidos (2008), Imágenes en fuga de esplendor y tristeza (2020), entre muchos otros; en narrativa Fuera del mundo (1992), El burdel de Lord Byron (1995), El charlatán crepuscular (1997), Oro y locura sobre Baviera (1998), Madrid ha muerto (1999) y Pensamientos mortales de una dama (2000), entre otros; y en ensayo El libro de las perversiones (1992), Leonardo da Vinci. Una biografía (1993), Carne y tiempo. Lectura e inquisiciones sobre Constantino Kavafis (1995), El mal mundo (1999), Caravaggio, exquisito y violento (2000), Wilde total (2001).