Vallejo & Co. presenta un adelanto de la antología que el traductor, Hugo García Manríquez, publicará próximamente a través de la ed. Matadero de la obra poética del fallecido escritor británico Sean Bonney.
Cartas por Sean Bonney*
Traducción por Hugo García Manríquez**
Crédito de la foto www.thelondonmagazine.org
Sobre el silencio, la poética y demás.
3 cartas de Sean Bonney
Nota del traductor
Las traducciones del libro Baudelaire in English (2011) hechas por el poeta inglés Sean Bonney conservan, apenas como una pátina, los títulos originales en francés. Cada poema sobrevive entre palabras fragmentadas, letras y signos ortográficos; incluso las manchas dejadas por la máquina de escribir interfieren con la legibilidad, pero configuran constelaciones visuales.
Transhistórica, la poética de la traducción de Bonney sacude el pedestal del original, y como en los pilares del célebre poema “Correspondencias”, que ahora figuran como indicadores de la vigilancia total: “ellos NOS VEN como satélites, cámaras & Ojos.” Tal como el lastimado espacio de lo social, esta poética de la traducción no puede sino ser una arquitectura precaria, un detrito ortográfico e histórico, pero siempre atravesado por una feroz voluntad emancipatoria.
Además de las traducciones, ofrecemos dos de las numerosas cartas que Bonney incluyó en sus varios poemarios, y cuyo destinatario pareciera ser el poeta mismo. En ellas, la voz se rebela contra lo que el poeta ha llamado el “realismo policiaco”: el lenguaje que organiza una realidad militarizada y depredadora.
Guiado por la convicción de que “el lenguaje es conservador”, el yo lírico en Bonney parece luchar por deshacerse y reconstituirse constantemente, como vehículo de una colectividad al mismo tiempo fantasmática y sólida, que busca traer de vuelta al presente la energía de luchas pasadas.
Sus traducciones, sus ensayos, cartas y su poesía representan una de las críticas contemporáneas más incisivas contra la inmensa jaula en la que el realismo policiaco busca —y en parte ha logrado ya— reducir nuestra existencia más material y la más subjetiva.
3 cartas de Sean Bonney
Carta sobre el silencio
Es difícil hablar de poemas en estas circunstancias. Londres es una navaja, una calma inflamada se ha aposentado, y estamos atrapados afuera de su circunferencia. He estado trabajando en un ensayo sobre Amiri Baraka, tratando de explicar la idea de que si tomas la imagen surrealista —definida por Aimé Césaire como «un medio para alcanzar el infinito»— y la pones de cabeza lo que encuentras es la frase de Baraka: “las palabras mágicas son contra la pared hijo de la chingada”». Avanzo muy lentamente —difícil concentrarse con todas la redadas policiacas, las golpizas punitivas, los incendios en represalia. Sería demasiado decir que la geometría de la ciudad ha cambiado, pero comienza a colapsarse de manera desenfrenada. Ha ganado dimensión, es imposible reconocer ciertas cosas, otras son muy nítidas. Ojalá supiera yo más de matemáticas o de álgebra, para poder explicarte exactamente lo que quiero decir. Así que en lugar de eso te ofrezco una breve tesis sobre la naturaleza del ritmo: (1) Habían azotado su cabeza contra el piso y le daban puñetazos. (2) Ya estaba esposado y había sido sometido cuando lo vi. (3) Gritaba, “Ayúdame, ayúdame”. (4) Hablaba de manera incoherente. (5) Fui a hablar con su mamá. (6) Ya no podía ponerse de pie después de que lo golpearon con los garrotes. (7) Tocaron a su puerta tres horas después y le dijeron “su hijo ha muerto”. No recuerdo exactamente dónde leí eso. Estoy seguro de que no fue en una revista literaria, pero creo que estarás de acuerdo que lo que ofrece es un sistema métrico bastante convencional. La poesía se transforma dialécticamente en la voz de la multitud —René Menil declaró esto por ahí de 1944. Pero qué tal si no es cierto. Qué tal si todo lo que puede hacer es transformarse en los interminables golpes de los garrotes de policía –sin duda eso pasa en la poesía oficial, ya sea Kenny Goldsmith o, bueno, quien sea. Sus aullidos conformistas van más allá, de hecho, mientras los garrotazos de la policía a su vez se transforman en el silencio denso y horripilante dentro del cual ahora mismo vivimos, causando que los ojos se cierren de inmediato, la respiración se dificulte, que la nariz moquee y tos. Porque, créeme, la violencia policiaca es el contenido de todo arte oficialmente autorizado. ¿Cómo podría ser de otra manera, enterrado como está profundamente dentro de los sistemas de puertas de nuestra cultura. Una vez Larry Neal describió los disturbios como el proceso de agarrar, de tomar control de nuestra historia colectiva. A inicios de semana comencé a pensar que nuestra versión de eso, nuestra historia, ha estado cautiva y retenida justo en el centro de la ciudad como una fuerza de gravedad negativa que a nosotros nos mantiene fuera y a sus sistemas funcionando. Obviamente me equivocaba. No es nuestra historia la que tienen ahí guardada: es una bala, así de simple, como en el contenido verdadero de la idea colectiva bajo la cual tenemos que vivir. Ellos incrustaron esa idea en el centro del rostro de Mark Duggan o Dale Burns, o Jacob Michael o Philip Hulmes. Cientos de rostros invisibles. Y todos esos rostros han estallado. Etcétera. En fin, esta es la última carta que recibirás de mí, sé que has alquilado un cuarto justo en el centro de esas balas oficiales. Es por eso que tienes que pasar tanto tiempo viendo el espejo, hablando sin parar sobre la prosodia. No hay prosodia, todo lo que hay es una herida abierta: vivimos en su interior como ratas fosilizadas y viviseccionadas. De cabeza, atormentados hasta ser irreconocibles. Tan difícil hablar de poesía ahora. Ya me voy. Nuestras heridas por arma blanca no fueron auto infligidas.
30 de agosto, 2011
[Sin título]
Te agradezco tu carta. ¿Entonces te parece que paso mucho tiempo yéndome contra “objetivos fáciles”? Te confieso que me has hecho reír. Hace algún tiempo, te acordarás, acepté, enfrente de ti, que convierto en fetiche a la forma del disturbio callejero, y esa admisión supuso una consciencia plena de los riesgos que conlleva, que toda poética convincente estallaría en pedazos, como el escaparate de tienda, brillante y astillada, con los cables expuestos y provocando agudas contorsiones y sobresaltos reversibles en todo lo que yo intentaba explicar o hablar. Piénsalo así: imagina tu disturbio callejero favorito, uno que de verdad quieres. Tottenham. Millbank. Chingford. Walthamstow. El último me gusta, pero por razones sentimentales. Es una razón estúpida, pero tal vez te ayude entender lo que quiero decir con la palabra “poética” o “poesía”. ¿De qué hablaba Marx cuando hablaba de la “poesía del futuro”, por ejemplo? ¿Y de qué nos sirve al pensar en la prosodia? En fin. Mucha gente ha hecho mapas agrupando los disturbios callejeros, deseando arribar a alguna explicación a partir de la locación y la frecuencia. Y con mucha razón. Piensa en los micro-vectores esbozados en las acciones de cualquier participante individual en los disturbios, en cómo se relacionan esos vectores y acciones con los otros en las inmediaciones del grupo físico, y por tanto, el ser espacial-físico del grupo en relación con su pueblo/ciudad específico y finalmente al superpuestas estas relaciones en todas sus direcciones e implicaciones encima del mapeo igualmente detallado de la masa continental entera entendida como cronología e interpretación. Incluso puedes incluir información sobre el clima en Neptuno si quisieras. Qué ocurriría con este mapa, me pregunto, si superponemos las posiciones de los disturbios del pasado, y hasta el futuro si quieres hacerte el ingenioso, sobre las complejidades que ya enfrentamos. Una repentina aparición de los Disturbios de Baltimore de 1968, para tomar un ejemplo al azar. O los Disturbio del Cobre de 1662. El Disturbio de la Ópera, de 1830 en Bélgica. El Disturbio de Ocupantes de terrenos, en California, en 1850. Personalmente, me gustan los Disturbios de la Peste de Moscú de 1771, sus dos medidas de poesía y analogía, y pensarlas como parte del extraordinariamente menor disturbio de Walthamstow del 7 de agosto de 2011. La peste es una mala metáfora, pero esa es su precisión, se refiere a ambos lados, a todos los lados, de formas cuantitativamente distintas. Pero sobre todo es totalmente simple. Avanza en ambas direcciones. Significa nosotros dos y ellos. O sea, la metáfora como lucha de clase, también. Como decoración de alguna inmundicia indecible, por un lado, o como una metáfora básica, por el otro. Un desgarre cruzando todos los pronombres. El temblor del mundo, un sacudimiento, una turbina. Desesperación cíclica, muros agrupados. Las primeras señales de la peste azotaron a Moscú en 1770, como en un obligatorio sistema de cuarentena y destrucción de hogares contaminados. Al paso de algunos meses, un reloj de heridas inmensas, pavor y odio. El 15 de septiembre invadieron el Kremlin, destrozan el monasterio. Al día siguiente asesinaron al arzobispo, ese hijo de puta, Ambrosius, lo mataron y luego prendieron fuego a las zonas bajo cuarentena. Mucho fuego, sí, muchos disparos y el vacío. Y sin antídoto, sin suero. Murieron casi 200,000 personas, sin contar a quienes fueron ejecutados. Un mapa espeluznante. La enfermedad como interpretación y anonimato. La peste misma como inyección en ciertos subconjuntos de opinión. Gente rica. La peste aumenta de forma galopante, cada basílica abiertas a la mitad para varias canciones populares, calendarios plegados en su interior, un registro de crepitaciones corre por las casas cerradas a la fuerza, en medio de luces de LED y metanfetaminas. Surrealismo básico. Aimé Césaire escribió hace años que «el conocimiento poético nace en el vasto silencio del conocimiento científico». Y la ciencia misma el vasto silencio al centro del conocimiento corporativo, su urdimbre dialéctica y su negación sináptica. Como en un solo nódulo de extracción hecho, por ejemplo, del porcentaje exacto de la población mundial que nunca será llamada por su nombre otra vez, excepto policías y verdugos. Cada uno de esos nombres –y los desconocemos todos– es la metáfora predominante empleada en la cultura entera, una red de esquirlas sintomáticas que producen dolor abdominal y dificultad al respirar, lo que a su vez lleva al incremento del número de arrestos en los municipios más sombríos de enormes ciudades elegidas. OK? Ahora escribe un “poema”. Inmediatamente después de los disturbios de agosto asistí a una de esas grandes reuniones públicas, no sé por qué, a lo mejor estaba un poco confundido. O tal vez solo aburrido. Los participantes eran terribles, condescendientes, profesionales, ya te los imaginarás. Pero había una mujer que habló, no tenía vínculos con la organización, la pusieron ahí por razones obvias, sí, y vivía en departamento en alguna parte y su hijo se había tirado del piso 16 de la ventada de una torre de departamentos. Él había estado bajo toque de queda y los policías aparecieron, sin anunciarse, en su departamento. En fin, la cosa es que saltó 16 pisos, y a ella le informaron que él se había suicidado, “y yo conozco a mi hijo”, dijo su madre desde la mesa, “y él no no hubiera saltado, no se hubiera matado, ni por ellos, ni por nadie, menos por los policías”, y su voz se quebró un poco y luego dijo “y sobre los disturbios yo creo que estuvieron muy bien, y creo que debería haber más, más y más”, y entonces guardó silencio y se oyeron algunos aplausos. Pero no muchos. Ella no había seguido el guion. Algunos de nosotros levantamos nuestros puños al aire, pese a todo. En fin. Aquí te va una estadística, una metáfora de clase, un elegante y diminuto pie métrico: ni un solo policía ha sido declarado culpable por muertes en detención, desde 1969. ¿Te das cuenta? Es el mismo tiempo que llevo vivo. ¿Te das cuenta? Y creo que de eso hablaba ella en la reunión: todo policía, vivo o muerto, es la peste andante misma. Y eso incluye a los que son buena onda, con bicicletas y sus pinches manzanitas. Como cierta clase de partículas de moho. Todos son Simon Harwood. Todos son Kevin Hutchinson-Foster. Y corren, con palancas de hierro y ruedas, año con año, estrato a estrato, de regreso a lo que, bueno, a eso que antes llamaban el profundo abismo o quizá la metamorfosis de mercancías. La unión de opuestos, anti-constelaciones cortando la cronología, una inyección de tres gotas del clima en Neptuno dentro de cada unidad de tiempo que centellea malévola. Espectros; carniceros. “La poesía”, acuérdate, “nace en el vasto silencio del conocimiento científico”. ¿Qué crees que querrá decir eso de “el vasto silencio”? Pregunto porque no estoy muy seguro. Hölderlin en sus “Notas sobre Edipo”, habla sobre el momento de “fe”, que, según él, “nos traslada trágicamente de la órbita de nuestra vida, el exacto punto meridiano de nuestra vida interior, hacia otro mundo, nos arranca y coloca en la órbita excéntrica de los muertos”. Pero él no está hablando de “fe” como en un mito, o el número de decesos que ocurren año con año en las celdas de detención y en los territorios ocupados en todo el mundo, o de hecho, la casa de todo aquel que solicite algún subsidio en esta ciudad. Él habla de la prosodia, de las estrías que dejan las fallas tectónicas que atraviesan por el centro de esa prosodia, y de cómo la estría de la falla tectónica es donde lo “poético” será encontrado, si es que es encontrado. Un momento de interrupción, una “interrupción contra-rítmica”, así le llama él, donde el lenguaje se pliega y tropieza por un momento, como esquirla cardiaca o sacudida tectónica. De nuevo, una metáfora agrietada, una abstracción o una contra-tierra. De hecho, es todo un racimo de metáforas, y cada una de las metáforas se sacude en incontables direcciones, para que esa “interrupción contra-rítmica” se refiera, al mismo tiempo, a un grupo de participantes enmascarados corriendo sobre Oxford Street y a la repentina interrupción infligida por el garrote de policía, una celda de la policía y la sintaxis malévola en una frase del juez. Vivimos en estas grietas, las estrías de fallas tectónicas. Quién era, creo que Raoul Vaneigem, el que escribió algo así como que estamos atrapados entre dos mundos, uno que no aceptamos y uno que no existe. Eso es justamente. Lo he pensado así: el calendario, como mapa, ha sido partido justo a la mitad, en dos cronologías, dos órbitas atrapadas en una relación que gira antagónica y eterna, donde los muertos son los que tienden hacia la vida, y los vivos son, bueno ya te imaginarás. Obviamente solo una de estas órbitas es visible en un momento dado y, obvio igualmente, lo opuesto es también verdad. Es como si existieran dos vías temporales paralelas, y quizá no tanto paralelas sino superpuestas de hecho una sobre la otra. Tienes una vía, llamémoslo el tiempo antagonista, tiempo revolucionario, tiempo de los muertos, o como tú quieras, y está repleta de eventos inconclusos: la Comuna de París, Orgreave, la rebelión de Mau Mau. Hay cualquier cantidad de ejemplos, contratierras, racimos de ideas y energías y metáforas que se niegan a morir, y están vivas precisamente en ningún lugar. Y después está el tiempo estándar, el tiempo normativo, una cadena de triunfos completos, una red de monumentos, trabajo muerto, capital. Horarios de tv, básicamente. Y cuando una sacudida sub-rítmica, dile como quieras, planetas desalineados, catástrofes radioactivas, incluso una propuesta de ley especialmente brutal, genera un alineamiento inesperado del tiempo revolucionario y normativo, es decir todas las metáforas, como el escorbuto, vuelven a la puta vida creando un colapso en la metáfora base fundamental de la cultura entera, de ahí que la metáfora, para abusar de nuevo de Hölderlin, se convierta en una articulación de fuerzas, planos de intersección, lugares de divergencia, momentos cuando todo está en el aire. Bueno, esa es la teoría. Disturbio, peste, cualquier cantidad de potencialidades no empleadas que no podemos ni empezar a enumerar. Dios mío, ya no aguanto. Llevo días despierto. Mis manos tiemblan. La peste. Lo opuesto de la solidaridad. O más bien, la solidaridad misma: la solidaridad del aislamiento y la cuarentena, o la zona-bomba del gueto. El enorme silencio está cargado de ruidos. Y a eso me refiero cuando hablo de poética. Un mapa, un contra-mapa, de hecho, una cartografía de ritmos espacio-temporales de la forma del disturbio, su prosodia y señal de frecuencia. Un mapa capaz de indicar las sendas no tomadas. Y dónde encontrarlas, esas sendas, esos antídotos, esas contra-pestes. En fin, espero que esto responde a tu pregunta. Una versión muy parcial, sin duda. Existen cientos de puntos de acceso al racimo metafórico vinculado con la forma del disturbio piensa en el Disturbio del Ron en Portland, 1855, por ejemplo. O en los Disturbios delos Zoot Suit de 1943. Sus trayectorias surcan las intensidades variables de la cronología oficial y no oficial, la música del pasado vuelve a emerger como un muro de ginebra en llamas avanzando por Chingford. Como aquella vez que marchamos en el Parlamento, y lo hicimos cenizas. ¿Te acuerdas? Fue una maravilla.
Carta sobre poética
Veo que ya eres maestro de nuevo. El 10 de noviembre fue un fiasco, nos tomaron por sorpresa. Y ese “nosotros” es el mismo “nosotros”» de estos poemas: tan opuesto al “ellos” y quizá tan opuesto al “tú”, en tanto que colectivizar la subjetividad implica inmediatamente portones atrancados, barricadas, autodefinición vía el antagonismo etc. Si no estuviste ahí simplemente no lo entenderás. Pero, en fin, meses después, o antes, ya no recuerdo, me senté a escribir un ensayo sobre Rimbaud. Fui a oír una charla a la Marx House y me quedé atónito porque la gente sólo puede hablar empleando los mismos mitos: que si Verlaine, etc. que si era un huevón bueno para nada etc., que si el tráfico de armas etc., que si el colonialismo etc. Poco menos sobre el último punto. Como si nada hubiera que decir sobre lo que está presente en la obra de Rimbaud (o la poesía de vanguardia, en general) que no pueda ser leído en correspondencia con las convulsiones objetivas de todo momento revolucionario. De qué manera aquello que experimentábamos podía, me preguntaba, ser delineado de forma tal que nosotros mismos pudiéramos reconocernos ahí. La forma sería monstruosa. Eso está en la Estética de la resistencia, en alguna parte. O sea, obviamente despotricar contra el gobierno, vía un ladrillo por la ventana, está lejos de ser suficiente. Me puse a pensar que la razón por la que el movimiento estudiantil fracasó tuvo que ver directamente con los pinches slogans. Eran espantosos. Flojos como poemas. Es cierto, yo también fui a leer poemas a las ocupaciones estudiantiles y, francamente, me la hubiera pasado mejor bebiendo. Me sentía como un imbécil parado ahí, después de que otro hablara sobre qué hacer si te asaltan, y cosas por el estilo, pararse ahí y leer poesía. No puedo engañarme. No me hago ilusiones pensando que mi poesía de alguna manera había “pasado la prueba”, sólo porque les gustó a algunos. Tú lo sabes bien, al alcanzar un entendimiento de la política, nuestro odio se hizo más intenso, empezamos a luchar guiados por un frío repudio homicida, y pocas veces pudimos encontrar esa sensación articulada en el arte, en la literatura. Ese es Peter Weiss de nuevo. Me preguntaba, somos capaces, de alguna manera, somos capaces de escribir un poema que (1) identifique el preciso momento en la presente coyuntura, (2) nombre la tarea específica del momento, i.e. un poema que nos haga capaces de nombrar ese momento decisivo y (3) ejerza su fuerza hasta el punto como si hubiéramos condensado y encarnado el análisis concreto de la situación concreta. No me refiero al poema como pensamiento mágico, nada de eso, sino como análisis y como claridad. No he visto a nadie hacer eso. Pero, aún así, es imposible comprender plenamente la obra de Rimbaud, y sobre todo Une Saison en Enfer, si no has estudiado y entendido cabalmente la totalidad de El capital de Marx. Y es por esta razón que ningún poeta que escriba en inglés ha entendido jamás a Rimbaud. La poesía es estúpida, pero, de nuevo, la estupidez no es la ausencia de capacidad intelectual, sino la cicatriz de su mutilación. Rimbaud fraguó su programa poético en mayo de 1871, una semana antes de que los miembros de la Comuna de París fueran masacrados. Él quería estar ahí, lo dijo muchas veces. En su “largo y sistemático desarreglo de los sentidos”, su “Yo es otro”, está hablando de la destrucción de la subjetividad burguesa, ¿no? Eso es claro, ¿no? Así es como plantea a la imaginación poética, esa es su noción de lo que constituye la labor poética. Obviamente puedes leer esto como una mera receta para excesos personales, pero sólo desde la perspectiva de la realidad policiaca. Como, acabo de tomar anfetaminas, fumar mota, y ahora me voy a tomar una Pepsi, pero no es por eso que escribo esto, y no se trata de eso. El “sistemático desarreglo de los sentidos” son los sentidos sociales, ok, y el “Yo es otro”, como en la transformación del individuo en colectividad, cuando todo da inicio. Es sólo en el mundo de habla inglesa, donde lo único que sabemos es cómo matar, donde tienes que señalar chingaderas tan simples como esas. En la lengua enemiga es necesario mentir & ver cómo el lenguaje es probablemente el principal de los sentidos sociales, eso debe ser desorganizado. Pero cómo lo logramos sin convertirnos en uno de esos incompetentes poetas conceptuales que andan de calenturientos con sus estudiantes. Tú sabes qué y quién. Para la mayoría de las personas, incluida la clase trabajadora, los trabajadores y estudiantes politizados son simplemente incomprensibles. Acuérdate de esto cuando hables del nauseabundo lenguaje vanguardista. O esto: la simple anti-comunicación tomada hoy del Dadaísmo, a manos de los más reaccionarios defensores de las farsas que han sido establecidas, carece de valor en una época en que la tarea más urgente es crear una comunicación nueva, en todos los niveles de práctica, desde la más simple a la más compleja. O esto: en las luchas de liberación, los pueblos que fueron relegados al reino de la imaginación, víctimas de terrores indescriptibles, pero felices de entregarse a sueños alucinantes, son lanzados al desorden, re-forma, y entre sangre y lágrimas dan luz a las cuestiones más reales y urgentes. Es simple, el ser social determina al contenido, el contenido desarregla la forma etc. Lee los últimos poemas de Rimbaud. Son vehementemente alucinatorios, tan frágiles, el sonido de la mente cuando no puede más y está en proceso de desintegración, el sonido del retorno al business-as-usual tras la intensa insurrección, el sonido del yo colectivo al ser empujado de regreso hacia su individualidad, el sonido de quien se ha congelado hasta morir. Hielo polar, es de todo lo que él habla. OK, ya sé, eso sólo nos lleva de vuelta al romanticismo del fracaso, y al poète maudit, ese conformismo más bien jodido. En todo caso, está lejos de ser nuestra coyuntura. Nunca hemos tomado el control de una ciudad. Pero, no sé, todavía podemos entender el pensamiento poético, tal como yo, y como tú, espero, nos dedicamos a esa tarea: como algo que se desplaza en sentido contrario a la anticomunicación burguesa. Como todo eso. La totalidad de lo dicho. Podemos conversar con ideas que han sido borradas de la versión oficial. Si te resulta incomprensible, bueno, lee lo anterior. Piensa en una época donde no sólo es, digamos, imposible la revolución, sino incluso pensar en la revolución. Pienso específicamente en occidente, claro. Pero recuerda que la mayor parte de la poesía es la mímesis de aquello que un reaccionario percibirá como incomprensible, en vez de un diálogo con eso. Ahí la frase fue más allá del contenido, aquí el contenido va más allá de la frase. No sé, me gustaría escribir una poesía que acelere una continuidad dialéctica en la discontinuidad & que torne visible entonces todo lo que el realismo policiaco condena a la invisibilidad, donde el yo lírico, sí, esa cosa, pueda ser (1) un interruptor y (2) un colectivo, donde el habla directa y la incompresibilidad son sólo posibles como la síntesis que curve a las ideas por adentro y por afuera de los límites del insurreccionismo y el ilegalismo. El único riesgo evidente sería que las ideas desaparecidas broten “muertas”, o reanimadas como zombis: terroristas como utopistas dañados para quienes todos los elementos, incluso aquellos eclipsados por el pensamiento burgués, continúan siendo absolutamente dominados por esa misma burguesía. Sé que esto poco tiene que ver con la “poesía”, hasta donde esa palabra ha sido entendida, pero bueno, ni yo lo logro, no de esa manera. Mira, no creas que te estoy mintiendo. Así están las cosas. A mí se me acabó la “vida normal” hace unos veinte años. Desde entonces he permanecido encerrado en esta ciudad ridícula, me he mantenido al margen, inmerso por completo en mi trabajo. A cada pregunta he respondido con silencio. He mantenido un perfil bajo, tal como hay que hacer en posiciones contra-legales como la mía. Pero hoy, los millonarios lanzan su ataque sorpresa. Todo asciende a la superficie. Ya no me siento como yo mismo. Estoy hecho pedazos. Apenas puedo respirar. Mi cuerpo se ha convertido en algo distinto, se ha fugado a su dimensión más diminuta, diseminada hasta ser nada. Pero después de eso, respiró profundo, por fin pudo hacerlo, había llegado al otro lado, pudo observar sus funciones indeterminadas al interior de la totalidad. ¿No? Eso no es Rimbaud es Brecht, pero tú me entiendes. Como cuando el 24 de noviembre, estábamos afuera de la estación Charing Cross, recargados contra la pared etc. cuando de la nada unos 300 adolescentes pasaron corriendo frente a nosotros irrumpiendo por Strand, todos gritaban: “DE QUIÉN SON LAS CALLES SON NUESTRAS”. Nos hizo reír a carajadas. Sólo un maldito policía sería incapaz de responder.
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(textos en su idioma original, inglés)
3 letters from Sean Bonney
Letter on silence
It’s difficult to talk about poems in these circumstances. London is a razor, an inflamed calm has settled, we’re trapped outside on its rim. I’ve been working on an essay about Amiri Baraka, trying to explain the idea that if you turn the surrealist image – defined by Aimé Césaire as a “means of reaching the infinite” – if you turn that inside out what you will find is that phrase from Baraka: “the magic words are up against the wall motherfucker”. Its going very slowly – hard to concentrate what with all the police raids, the punishment beatings, the retaliatory fires. It’d be too much to say the city’s geometry has changed, but its getting into some fairly wild buckling. Its gained in dimension, certain things are impossible to recognize, others are all too clear. I wish I knew more about maths, or algebra, so I could explain to you exactly what I mean. So instead of that I’ll give you a small thesis on the nature of rhythm – (1) They had banged his head on the floor and they were giving him punches. (2) He was already handcuffed and he was restrained when I saw him. (3) He was shouting, “Help me, help me”. (4) He wasn’t coherent. (5) I went to speak to his mum. (6) He couldn’t even stand up after they hit him with the batons. (7) They knocked on her door three hours later and told her “your son’s died”. I can’t remember exactly where I read that. I’m pretty sure it wasn’t in a literary magazine, but I guess you’ll have to agree it outlines a fairly conventional metrical system. Poetry transforms itself dialectically into the voice of the crowd – René Ménil made that claim way back in 1944 or something. But what if that’s not true. What if all it can do is transform into the endless whacks of police clubs – certainly you get that in official poetry, be it Kenny Goldsmith or Todd Swift. Their conformist yelps go further than that, actually, as the police whacks in their turn transform into the dense hideous silence we’re living inside right now, causing immediate closing of the eyes, difficulty breathing, runny nose and coughing. Because believe me, police violence is the content of all officially sanctioned art. How could it be otherwise, buried as it is so deeply within the gate systems of our culture. Larry Neal once described riots as the process of grabbing hold of, taking control of, our collective history. Earlier this week, I started thinking that our version of that, our history, had been taken captive and was being held right in the centre of the city as a force of negative gravity keeping us out, and keeping their systems in place. Obviously I was wrong. Its not our history they’ve got stashed there – its a bullet, pure and simple, as in the actual content of the collective idea we have to live beneath. They’ve got that idea lodged in the centre of Mark Duggan’s face – or Dale Burns, or Jacob Michael, or Philip Hulmes. Hundred of invisible faces. And those faces have all exploded. Etcetera. Anyway, this is the last letter you’ll be getting from me, I know you’ve rented a room right at the centre of those official bullets. Its why you have to spend so much time gazing into your mirror, talking endlessly about prosody. There is no prosody, there is only a scraped wound – we live inside it like fossilised, vivisected mice. Turned inside out, tormented beyond recognition. So difficult to think about poems right now. I’m out of here. Our stab-wounds were not self inflicted.
[Untitled]
Thanks for your letter. You think I spend too much time going after ‘easy targets’, do you? Got to admit I chuckled over that one. A while ago, you recall, I admitted to you I make a fetish of the riot form, and in that admission implied I was fully aware of the risks involved, that any plausible poetics would be shattered, like a shop window, flickering and jagged, all of the wire exposed and sending sharp twists and reversible jolts into whatever it was I was trying to explain or talk about. Think about it this way. Imagine that you had a favourite riot, one that you loved. Tottenham. Millbank. Chingford. Walthamstow. I like the last one, but only for sentimental reasons. It’s a silly question, but maybe will help you to see what I mean when I use the word “poetics”, or “poetry”. What was Marx referring to when he was talking about the “poetry of the future”, for example? And what use is that in thinking about prosody? Anyway. Loads of people have made maps of clusters of riots, trying to come up with some kind of exegesis based on location and frequency. And quite right too. Think of the micro- vectors sketched out within the actions of any individual rioter, of how those vectors and actions relate to those shared among her or his immediate physical group, and thus the spatiophysical being of that group in relation to their particular town / city, and finally, the superimposition of all of those relations in all of their directions and implications onto an equally detailed charting of the entire landmass understood as chronology and interpretation. Christ, you could include data about the weather-systems on Neptune if you wanted to. What would happen to this map, I’ve been asking myself, if we went on to superimpose the positions of riots of the past, the future too if you want to be facetious, onto the complexities we’re already faced with. Sudden appearance of the Baltimore Riots of 1968, to take a random example. Or the Copper Riots of 1662. The Opera Riot, Belgium, 1830. The 1850 Squatters Riot, California. Personally, I like the Moscow Plague Riots of 1771, both for their measures of poetry and analogy, and for the thought of them as an element of the extraordinarily minor Walthamstow Riot of 7th August 2011. Plague is a bad metaphor, that’s its accuracy, it refers to both sides, all sides, in quantitively different ways. But primarily, it’s dirt simple. It runs in both directions. Means both us and them. As in, metaphor as class struggle, also. As decoration for some unspeakable filth, on the one hand, or as working hypothesis on the other. A jagged rip through all pronouns. The thunder of the world, a trembling, a turbine. Cyclical desperation, clusters of walls. The first signs of plague hit Moscow in late 1770, as in a sudden system of forced quarantine and destruction of contaminated houses. Within a few months, a clock of vast scratching, fear and anger. September 15th they invaded the Kremlin, smashed up the monastery there. The following day they murdered the Archbishop, that wormfucker, Ambrosius, they killed him, and then torched the quarantined zones. Much burning, yeh, much gunshot and vacuum. And no antidote, no serum. Around 200,000 people died, not including those who were executed. It’s a grisly map. Disease as interpretation and anonymity. The plague itself as injection into certain subsets of opinion. Rich people. Plague sores, each basilica split open to various popular songs, calendars folded within them, recorded crackles through forcibly locked houses, through LEDs and meth. Basic surrealism. Aimé Césaire wrote years ago that “poetic knowledge is born in the great silence of scientific knowledge”. And science itself the great silence at the centre of corporate knowledge, its dialectical warp and synaptic negation. As in a single node of extraction made up, for example, of the precise percentage of the world’s population who will never again be called by name, except by cops and executioners. Each one of those names – and we know none of them – is the predominant running metaphor of the entire culture, a net of symptom splinters producing abdominal pain and difficulty breathing, which in turn leads to a sharp increase in arrest numbers throughout the more opaque boroughs of selected major cities. OK? Now write a “poem”. Directly after the August Riots I went to one of the big public meetings, don’t know why, guess I was feeling a bit confused. Or maybe just bored. The speakers were awful, patronising, professional, you know the type. But there was one woman who spoke, she had nothing to do with the organisation, they’d got her up there for obvious reasons, yeh, and she lived on an estate somewhere and her son had leapt 16 floors from a tower block window. He’d been on curfew and the cops had turned up, without warning, at his flat. To check up or something. Anyway, he leapt 16 floors down, and they told her he’d killed himself, “and I know my boy”, his mother said from top table, “and he wouldn’t have jumped, he wouldn’t have killed himself, not for them, not for anyone, not for the cops”, and her voice cracked a little and then she said “and as for the riots, I thought they were fair enough, and I think there should be more of them, and more, and more”, and then she stopped and there was some applause. Not much. She was off script. A few of us had our fists in the air, nonetheless. Anyway. Here’s a statistic for you, a class metaphor, an elegant little metric foot: not one police officer in the UK has been convicted for a death in police custody since 1969. Get that? Thats how long I’ve been fucking alive. You get that? And I think that’s what she was getting at, at the meeting: every cop, living or dead, is a walking plague-pit. And that includes the nice ones with their bicycles and nasty little apples. Like some kind of particle mould. They are all Simon Harwood. They are all Kevin Hutchinson-Foster. And are running, with crowbars and wheels, year by year, strata by strata, backwards into, well, what they used to call the deep abyss, or perhaps the metamorphosis of commodities. The unity of opposites, anti-constellations cutting through chronology, an injection of three droplets of the weather on Neptune into each malevolently flashing unit of time. Spectrums, butchers. “Poetry”, remember, “is born in the great silence of scientific knowledge”. What do you think that means, “the great silence”. I ask because I’m not quite sure. Hölderlin, in his “Notes on Oedipus”, talks about the moment of “fate”, which, he says, “tragically removes us from our orbit of life, the very-mid point of inner life, to another world, tears us off into the eccentric orbit of the dead”. But he’s not talking about “fate” as in myth, or the number of fatalities taking place every year in police cells and occupied territories worldwide, or indeed the home of every benefit claimant in this town. He’s talking about prosody, about the fault-line that runs through the centre of that prosody, and how that fault-line is where the “poetic” will be found, if its going to be found anywhere. The moment of interruption, a “counter rhythmic interruption”, he calls it, where the language folds and stumbles for a second, like a cardiac splinter or a tectonic shake. Again, a cracked metaphor, an abstraction or a counter-earth. Actually it’s an entire cluster of metaphors, and each one of those metaphors twist in any number of directions, so that “counter-rhythmic interruption” refers, at the same time, to a band of masked-up rioters ripping up Oxford St., and to the sudden interruption inflicted by a cop’s baton, a police cell and the malevolent syntax of a judge’s sentence. We live in these cracks, these fault- lines. Who was it, maybe Raoul Vaneigem, who wrote something about how we are trapped between two worlds, one that we do not accept, and one that does not exist. It’s exactly right. One way I’ve been thinking about it is this: the calendar, as map, has been split down the middle, into two chronologies, two orbits, and they are locked in an endless spinning antagonism, where the dead are what tend to come to life, and the living are, well you get the picture. Obviously, only one of these orbits is visible at any one time and, equally obviously, the opposite is also true. It’s as if there were two parallel time tracks, or maybe not so much parallel as actually superimposed on each other. You’ve got one track, call it antagonistic time, revolutionary time, the time of the dead, whatever, and it’s packed with unfinished events: the Paris Commune, Orgreave, the Mau Mau rebellion. There are any number of examples, counter-earths, clusters of ideas and energies and metaphors that refuse to die, but are alive precisely nowhere. And then there is standard time, normative time, a chain of completed triumphs, a net of monuments, dead labour, capital. The TV schedules, basically. And when a subrhythmic jolt, call it anything, misalignment of the planets, radioactive catastrophe, even a particularly brutal piece of legislation, brings about a sudden alignment of revolutionary and normative time, meaning that all metaphors – like scurvy – come back to fucking life, creating a buckling in the basic grounding metaphor of the entire culture, wherein that metaphor, to again misuse Hölderlin, becomes a network of forces, places of intersection, places of divergence, moments when everything is up for grabs. Well, that’s the theory. Riot, plague, any number of un-used potentialities we can’t even begin to list. Christ, I can’t take it. I’ve been awake for days. My hands are trembling. Plague. The opposite of solidarity. Or rather, solidarity itself: the solidarity of isolation and quarantine, of the bomb-zone or the ghetto. The great silence is full of noises. And that’s what I mean when I talk about poetics. A map, a counter- map, actually, a chart of the spatio-temporal rhythm of the riot-form, its prosody and signal-frequency. A map that could show the paths not taken. And where to find them, those paths, those antidotes, those counter- plagues. Anyway, I hope that answers your question. It’s a very partial account, for sure. There are hundred of other points of access to the metaphor cluster engaged within the riot form: think about the Portland Rum Riots of 1855, for example. Or the Zoot Suit Riots of 1943. Their trajectories through the varying intensities of official and unofficial chronology, the music of the past re-emerging as a sheet of blazing gin flowing through Chingford. Like that time we marched on Parliament, burned it to the ground. Remember that? It was fantastic.
Letter on poetics
So I see you’re a teacher again. November 10th was ridiculous, we were all caught unawares. And that “we” is the same as the “we” in these poems, as against “them”, and maybe against “you”, in that a rapid collectivising of subjectivity equally rapidly involves locked doors, barricades, self-definition through antagonism etc. If you weren’t there, you just won’t get it. But anyway, a few months later, or was it before, I can’t remember anymore, I sat down to write an essay on Rimbaud. I’d been to a talk at Marx House and was amazed that people could still only talk through all the myths: Verlaine etc nasty-assed punk bitch etc gun running, colonialism, etc. Slightly less about that last one. As if there was nothing to say about what it was in Rimbaud’s work – or in avant-garde poetry in general – that could be read as the subjective counterpart to the objective upheavals of any revolutionary moment. How could what we were experiencing, I asked myself, be delineated in such a way that we could recognise ourselves in it. The form would be monstrous. That kinda romanticism doesn’t help much either. I mean, obviously a rant against the government, even delivered via a brick through the window, is not nearly enough. I started thinking the reason the student movement failed was down to the fucking slogans. They were awful. As feeble as poems. Yeh, I turned up and did readings in the student occupations and, frankly, I’d have been better off just drinking. It felt stupid to stand up, after someone had been doing a talk on what to do if you got nicked, or whatever, to stand up and read poetry. I can’t kid myself otherwise. I can’t delude myself that my poetry had somehow been “tested” because they kinda liked it. Because, you know, after we achieved political understanding our hatred grew more intense, we began fighting, we were guided by a cold, homicidal repulsion, and very seldom did we find that sensation articulated in art, in literature. That last is from Peter Weiss. I wondered could we, somehow, could we write a poem that (1) could identify the precise moment in the present conjuncture, (2) name the task specific to that moment, ie a poem that would enable us to name that decisive moment and (3) exert force inasmuch as we would have condensed and embodied the concrete analysis of the concrete situation. I’m not talking about the poem as magical thinking, not at all, but as analysis and clarity. I haven’t seen anyone do that. But, still, it is impossible to fully grasp Rimbaud’s work, and especially Une Saison en Enfer, if you have not studied through and understood the whole of Marx’s Capital. And this is why no English speaking poet has ever understood Rimbaud. Poetry is stupid, but then again, stupidity is not the absence of intellectual ability but rather the scar of its mutilation. Rimbaud hammered out his poetic programme in May 1871, the week before the Paris Communards were slaughtered. He wanted to be there, he kept saying it. The “long systematic derangement of the senses”, the “I is an other”, he’s talking about the destruction of bourgeois subjectivity, yeh? That’s clear, yeh? That’s his claim for the poetic imagination, that’s his idea of what poetic labour is. Obviously you could read that as a simple recipe for personal excess, but only from the perspective of police reality. Like, I just took some speed, then smoked a joint and now I’m gonna have a pepsi, but that’s not why I writing this and its not what its about. The “systematic derangement of the senses” is the social senses, ok, and the “I” becomes an “other” as in the transformation of the individual into the collective when it all kicks off. Its only in the English speaking world, where none of us know anything except how to kill, that you have to point simple shit like that out. In the enemy language it is necessary to lie. & seeing as language is probably the chief of the social senses, we have to derange that. But how do we get to that without turning into lame-assed conceptualists trying to get jiggy with their students. You know what, and who, I mean. For the vast majority of people, including the working class, the politicised workers and students are simply incomprehensible. Think about that when you’re going on about rebarbative avant-garde language. Or this: simple anticommunication, borrowed today from Dadaism by the most reactionary champions of the established lies, is worthless in an era when the most urgent question is to create a new communication on all levels of practice, from the most simple to the most complex. Or this: in the liberation struggles, these people who were once relegated to the realm of the imagination, victims of unspeakable terrors, but content to lose themselves in hallucinatory dreams, are thrown into disarray, re-form, and amid blood and tears give birth to very real and urgent issues. Its simple, social being determines content, content deranges form etc. Read Rimbaud’s last poems. They’re so intensely hallucinatory, so fragile, the sound of a mind at the end of its tether and in the process of falling apart, the sound of the return to capitalist business-asusual after the intensity of insurrection, the sound of the collective I being pushed back into its individuality, the sound of being frozen to fucking death. Polar ice, its all he talks about. OK, I know, that just drags us right back to the romanticism of failure, and the poete maudite, that kinda gross conformity. And in any case, its hardly our conjuncture. We’ve never seized control of a city. But, I dunno, we can still understand poetic thought, in the way I, and I hope you, work at it, as something that moves counter-clockwise to bourgeois anti-communication. Like all of it. Everything it says. We can engage with ideas that have been erased from the official account. If its incomprehensible, well, see above. Think of an era where not only is, say, revolution impossible, but even the thought of revolution. I’m thinking specifically of the west, of course. But remember, most poetry is mimetic of what some square thinks is incomprehensible, rather than an engagement with it. There the phrase went beyond the content, here the content goes beyond the phrase. I dunno, I’d like to write a poetry that could speed up a dialectical continuity in discontinuity & thus make visible whatever is forced into invisibility by police realism, where the lyric I – yeh, that thing – can be (1) an interrupter and (2) a collective, where direct speech and incomprehensibility are only possible as a synthesis that can bend ideas into and out of the limits of insurrectionism and illegalism. The obvious danger being that disappeared ideas will only turn up ‘dead’, or reanimated as zombies: the terrorist as a damaged utopian where all of the elements, including those eclipsed by bourgeois thought are still absolutely occupied by that same bourgeoisie. I know this doesn’t have much to do with ‘poetry’, as far as that word is understood, but then again, neither do I, not in that way. Listen, don’t think I’m shitting you. This is the situation. I ran out on ‘normal life’ around twenty years ago. Ever since then I’ve been shut up in this ridiculous city, keeping to myself, completely involved in my work. I’ve answered every enquiry with silence. I’ve kept my head down, as you have to do in a contra-legal position like mine. But now, surprise attack by a government of millionaires. Everything forced to the surface. I don’t feel I’m myself anymore. I’ve fallen to pieces, I can hardly breathe. My body has become something else, has fled into its smallest dimensions, has scattered into zero. And yet, as soon as it got to that, it took a deep breath, it could suddenly do it, it had passed across, it could see its indeterminable function within the whole. Yeh? That wasn’t Rimbaud, that was Brecht, but you get the idea. Like on the 24th November we were standing around, outside Charing Cross, just leaning against the wall etc, when out of nowhere around 300 teenagers ran past us, tearing up the Strand, all yelling “WHOSE STREETS OUR STREETS”. Well it cracked us up. You’d be a pig not to answer.
*(Brighton-Inglaterra, 1969 – Berlín-Alemania, 2019). Poeta. Residió desde el 2015 en Berlín (Alemania), en donde se desempeñó como investigador postdoctoral en el Instituto John F. Kennedy de la Freie Universität. Estuvo casado con la poeta Frances Kruk. Sobre su obra el crítico literario William Rowe escribió: “Emergiendo de los disturbios y protestas en el Reino Unido del 2010-2012, su pensamiento lucha con la dificultad extrema de la acción revolucionaria en un momento de cooptación universal de la resistencia al capitalismo”. Publicó en poesía Our Death (2019), Letters Against the Firmament (2016), The Commons (2011), Baudelaire in English (2007), Blade Pitch Control Unit (2005), Happiness: Poems After Rimbaud (2011), entre otros.
**Doctor en Literatura hispánica por la Universidad de California-Berkeley (EE.UU.), y magíster en Letras inglesas por la Universidad de Buffalo-Nueva York (EE.UU.). Ha traducido dos obras centrales para entender la poesía estadounidense del siglo XX: De ser numerosos, de George Oppen (2017) y Paterson, de William Carlos Williams (2009). Como creador, sus dos libros más recientes son Lo común (2017) y la borradura crítica de lenguaje neoliberal, Anti-Humboldt. Lectura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (2011).