Por Pedro Mármol Ávila
Crédito de la foto (izq.) el autor /
(der.) Chaman Eds.
Sobre El imposible lenguaje de la noche (2020),
de Joaquín Fabrellas
El imposible lenguaje de la noche (2020), de Joaquín Fabrellas*, representa su primera novela. Hasta la fecha, el autor ha publicado una serie de libros de poemas —Estertor en las piedras (2003), Oficio de silencio (2003), Animal de humo (2005), No hay nada que huya (2014), República del aire (2015) y Metal (2017)—, amén de la plaquette Clara incertidumbre (2017). Su labor creadora se complementa con la actividad crítica ejercida en torno a la producción de escritores como Agustín Delgado, Francisco Ferrer Lerín, Francisco Gálvez o Manuel Lombardo Duro.
La obra en cuestión está vertebrada a través de una narración en fragmentos que se unen para conformar una trama múltiple. En esta se integra Paul Demut —«miembro de la Generación Beat, cronista de la noche de Nueva York. (1933-1985)» (p. 199)—, cuya identidad encierra uno de los aspectos centrales de la novela. Dentro hay cartas, entrevistas, crónicas y otros documentos que desencadenan, gracias a su yuxtaposición, el avance de la narración. Se hace necesaria la estrecha colaboración del lector para descifrar el todo, quien puede apoyarse en las secciones en que este se organiza: tres centrales —«El manuscrito imposible de una noche (1955-1965)», «Vidas salvajes. Halcones de la noche (1965-1975)» y «Enterrad la ceniza (1975-1985)»—, un pasaje introductorio de Demut y una nota final. Esta depara una de las sorpresas más importantes del volumen, dotando de una lógica concreta a todo lo anterior.
Los documentos que se suceden articulan un vivo retrato de toda una generación, la de Demut. Por ejemplo, se hace al lector partícipe del contenido de una carta de Jack Kerouac al propio Demut o de detalles íntimos de Allen Ginsberg. También se reproducen entrevistas a Thelonious Monk, Bill Evans, Lou Reed o Johnny Cash, o están presentes Charlie Parker, Lee Krasner, Miles Davis, Andy Warhol o Norma Jean-Marilyn Monroe. Así como Gary Snyder o Dylan Thomas que conversan con Demut. O Andy Warhol y Jonas Mekas en una fiesta de las vanidades de la Nueva York más canalla y sofisticada. No pocos personajes de la realidad histórica penetran en la novela, donde coinciden con los enteramente ficticios.
Todo ello se entrevera con otras abundantes referencias culturales, que ya evocan los nombres anteriores, pero a este fin sirven, asimismo, las citas literales (de Kerouac, Barthes, etc.) colocadas en lugares estratégicos, así como las alusiones al cine, la pintura o la música, muy en particular al jazz, fundamental dentro de la obra. Por ejemplo, mediante notas al pie se explican las menciones concretas que, a propósito de este género musical, manifiestan los títulos de algunos de los textos que se entrelazan. Se pone el acento, de esta forma, en discos como «Bitches Brew», «Kind of Blue», «So What» o «In a Silent Way». La novela es un concierto de hardbop, mezclado con cool y bebop. Prosa beat, entrevistas al límite entre un chute y otro.
La prosa, de relieves singulares, muestra un estilo pensado que busca de manera predominante la espontaneidad, entendida como una posibilidad estética. Los textos, en general, recuerdan así a una especie de interpretación musical, a modo de improvisación jazzística, que Fabrellas realiza con personal pulso y movido por un interés hacia el lenguaje, visible en toda la novela, que emana, en gran medida, de su formación como poeta. Pero, además, su atención por la historia que cuenta y por la conexión de los componentes del relato inciden en las coordenadas de una aportación sugerente en la órbita de la narrativa.