Por Martha L Canfield*
Crédito de la foto la autora en Argentario-Toscana
(Italia)
Sobre el borde roto de las rocas.
17 poemas de Martha Canfield
Aguaviva
Con un tiempo madurado por diversos cielos
vuelvo los ojos hacia atrás y dejo
al alma sola andar
hacerse su camino entre recuerdos
casi igual al cachorro que ha venido a endulzar
mi soledad en estos días
husmeando aquí y allá la imagen
de los amigos que están lejos
halando a mordiscones los fantasmas
tantos de múltiples ayeres
girar dar vueltas en redondo para por fin
echarse en un lugar cualquiera
que sin embargo fue muy elegido
donde tu cara me sonríe veinte años atrás
y a lo mejor también a vos te queda este recuerdo
te llevo de la mano por la playa
porque queremos ver las aguavivas
son muchas y forman un montón cerca del agua
vieja fotografía de familia
esta figura ha perdido un poco los colores
pero yo puedo ver tu cara que sonríe
y tus dos trenzas rubias que a vos no convencían
tu sorpresa ante el mundo
que entre las dos gozosamente hurgábamos
y con ligera vehemencia descubríamos
lleno de azoramientos y de risas
Susana la lejana
si ahora en este cuarto gris de día
en medio de Florencia ya desencantada
sobre mi corazón enfermo de dolores
viene a volcarse en mil figuras
el mundo que perdimos
que a un pueblo entero le fuera arrebatado
has de saber así muy llanamente
que tu rostro sonriendo con veinte años menos
es la estación dulcísima adonde me detengo
porque en la calle llueve y mi cachorro duerme
porque me pesa el aire y quiero detenerme
porque me niego a revisar los días de la furia
a resentir la humillación las penas o el fracaso
me niego a los adioses
quiero sólo tu risa una mañana el mar
y cuarenta aguavivas
casi todas respiran
te llevo de la mano
desvelo un continente
te hago pisar prodigios en lo nuevo
fresquísima orgullosa ayer nacida
te enseño aquello que conozco apenas
y me detengo aquí
Susana
hermana
lejana
y me detengo aquí
husmeo el sol y el agua que rompe en esta arena
husmeo el aire cálido de enero que comienza
giro un poco y me echo
cansada de este viaje que dura veinte años
sobre la playa ingrávida
de una imagen pasada que viene a consolarme.
(de Anunciaciones)
Mar
rama quebrada
fruto de agua escondido
mar enramada.
Mar
colinas hacia abajo
silencio de la memoria
en marcha.
Mar
enredo de verde y luz
centelleo de una ola
u otra ola.
Playa desnuda y dura
huella vibrante de un pie
que el viento que vuela
no cancela.
Costa aquí
escollera allá
mirada sobre la costa
y miedo de navegar.
Alto mar
y cubierta de una nave.
Llueven semillas
como estrellas.
Al mar
amar
como nombrar
y errar
inevitable.
Martes de primavera
y el mar frío
la cesta de la merienda
indisturbada.
Mar de sangre no
mar de la sangre
donde tú navegas
con los objetos del cielo
de la infancia.
Viento de arena
y mar embravecido
turbulencia escondida
sostenida.
Ramalazos de viento
con arena
también la desazón
es hoy melancolía.
Ramalazos de mar
mágica rama
de un árbol inventado
a la deriva.
El mar
baña la arena
borra la costa
reconstruye huellas
de antiguos caminantes.
Barca
entre la onda y la luna
mece
deseo de hundir
o de ascender.
Silencio como un eco
el mar una llanura
solo en el cielo un vuelo
todo lo equilibra.
(de Mar/Mare)
Caricia de la tierra
Fragancia de la tarde
lento vuelo
sobre la tierra inmóvil
o caricia soplada desde lejos.
Lenta caricia suspendida
sobre el relieve erguido de los montes.
La transparencia de la noche arroja
su luz sobre los días.
El aire que recorre territorios
tan vastos como mares
arrastra la fragancia
de una imagen fugaz que fue pasado.
Sobre la lenta tierra
se cierne la caricia
y la distancia al cielo parece recortarse en
la escalada ascensión de los perfumes.
Pasar del tiempo como regresando
volver del tiempo como reinventando
y empezar de nuevo
lo que era anunciado.
Noche profunda de caminos
sólo verticales.
En las exhalaciones de la tierra
se mitiga la espera
del alba que vendrá.
El despertar humano
Cuando el aliento entrelazado
de la fuerza solar
y de la fuerza lunar
dentro del vientre rocoso de la noche
empieza a desatarse
dividiendo el uno por sus unos
y el perfume que embriaga de la noche
se disuelve y se posa
en las formas carnales y visibles
gentiles a la vista
más dulces y frágiles
porque otra vez completas e incompletas
entonces
el aro verde azul
la cima de la curva apenas perceptible
del escondido disco
del sol al horizonte
empieza a distinguirse
y lentamente a subir
despacio despegándose
de la imagen nocturna
donde todo era uno
indistinta madeja
ovillo pleno
huevo dichoso de la noche
silencio más voces sin palabras
futuro del verbo
y pasado del acto de conciencia
feliz realización del regreso al principio
de otro modo inalcanzable
madurando
de a poco y sin embargo
a ojos vistas creciendo
cumpliéndose en dorado
y redondo durazno
de la nueva mañana
alta ofrenda de luz entre las luces
ante las cuales
privada y redimida
pequeño corazón colmado agradeciendo
yo me inclino.
(de El viaje de Orfeo)
Génesis I, 9-10
La superficie entera de las aguas
y el ronco vórtice profundo
canal de piedra
garganta abierta
donde la sangre del océano rebulle
crece
desborda del vaso primitivo
y sobre el borde roto de las rocas
se encuentra
con el misterio del fuego subterráneo.
En el abrazo conclusivo
del agua con el fuego
bajo el silencio liminar
de la masa marina
la tierra que será se anuncia
con la furia
de los volcanes sumergidos.
Grave mugir
de un anunciado toro
sobrehumano.
Convulsiones supremas
parto cósmico
anterior a la Madre de las madres.
Vuelo inicial del corazón de piedra
que busca abrirse paso
para tocar el borde
encantado de la esfera
espacio sin espacio
en donde todo límite se pierde
se funde se diluye se concentra
para lograr al fin la gracia nueva
de la caricia ingrávida
del aire.
(de Caza de altura)
Contra Damasco
Suponte que ese llamado fuera
–y por qué no–
de la voz misteriosa sibilina y ambigua
de la diosa.
Suponte. Que la sabiduría de los antiguos
no hubiera perdido vigencia
en nuestro mundo de frenesí, de números,
de idolatrías virtuales y amargas soledades.
Suponte.
El riesgo que se exige es siempre grande
y el abismo detrás de la prueba
fallida o rechazada
es igualmente insondable.
Pero decir que sí al desafío
hubiera sido poner a prueba
las voces escuchadas. Y al fin saber.
Nunca jamás sabrás
si la diosa estaba de tu parte.
Caníbal
Yo quisiera envolverte y protegerte
de las miradas de todos los demás
como adentro de un capullo secreto
en el que tú pudieras
seguir creciendo y palpitando
tu ingenuo corazón
pequeño y niño
seguiría latiendo
setenta veces por minuto
y mi mano sería para él
pantalla escudo estuche
yo quisiera guardarte en un calor seguro
quisiera acariciarte y devorarte
sentirte descender en la tiniebla visceral
y percibir tu movimiento rítmico
adentro de mi estómago oculto
ya despedazado por mis dientes
de un amor de la índole del fuego
a nada semejante
transformado en la esencia de ti
y ya sin forma
pura sustancia concentrada y libre
de todo posible movimiento autónomo
que la esencia lo es muy simplemente
en el tiempo sin tiempo
no se mueve no trata de cambiar
dentro de mí cuidada y protegida
incluso de ti mismo
tú me comprendes, ¿cierto?
incluso de tu falta de amor
de tu insensata pretensión
de encontrar el placer en otra parte
quién sabe dónde, luego,
habráse visto!
(de Orillas como mares)
Lunáticos dolores
La luna me miraba
en lo alto del cielo
y hasta donde mi vista lo alcanzaba
nadie más que yo recibía
su luz agria y perversa.
La noche me rodeaba
como el interior protectivo
algodonoso
mudo
de un vientre carcelero.
Y todas mis heridas
se calmaban en ese contacto anulador
hipnótico.
Sólo la luna me hería con su lanza,
con esa mueca suya alguna vez
cubierta por las nubes.
Sólo la luna me arrojaba
su melancólica lluvia de luz
turbia y culpable.
Y entre las muchas heridas que la madre noche
amorosamente me cerraba,
una volvía a abrirse empecinada,
rastro sangriento de un sendero absurdo,
regreso o evasión,
fuga del sol y fuga de la noche,
persecución obtusa de un objeto soñado,
lunático fantasma
formado en el delirio
por secuestrar un alma
que amando la vida y complaciendo el sueño
es arrojada injustamente afuera
de la vida y del sueño,
atravesada al fin
por la daga lunar
que la clava en la tierra,
burlada por su mueca feroz
nublada y persistente…
El lago de Chinchero[1]
I
El lago azul es el ojo certero
de ese valle
pupila siempre abierta
donde está renovándose
una antigua memoria
un dorado reflejo
de claves imprecisas
que rueda por sus aguas
da música al silencio de su aire
mas llegando a la orilla
otra vez se sumerge
regresa hacia su centro
y cumple
quedamente
un incesante ciclo
de atónitos olvidos.
II
De lejos llegan notas de un pinkuyllu
los silbos de una quena.
Como reflejos de agua
que salta y se sumerge
la melodía dobla
por un declive de tristeza rueda
y en un gemido agudo se sostiene.
Los ecos de la fiesta se han perdido.
Atrás quedaron los vistosos trajes
las máscaras pintadas.
Y en la luz de la tarde el sol no cuenta.
El pasado está cerca.
El alma de la fiesta está muy lejos.
Basta volver atrás, dejar el lago,
subir esa escalera de granito
que lleva hasta la plaza de la aldea.
Los silbos de la quena no se apagan
las cuerdas de un charango
una risa perdida…
El pasado está cerca.
¡El alma de la fiesta está tan lejos!
(de El cuerpo de los sueños)
Estrellas como nudos
Para Jorge Eduardo Eielson, in memoriam
Eran olas gigantes
y cuando rompían
contra la arena ingrávida
blanca, sutil y rutilante
se levantaba una nube
de estrellas diminutas.
Estrellas como nudos
enlazando el agua con la tierra
la tierra con la luz
el silencio de tu voz añorada
con la música que vive en el recuerdo.
Estrellas enormes como grandes nudos
como las olas
como la fuerza del estallido
en medio del espacio.
Estrellas diminutas
como nudos pequeños y apretados
minúsculos como granos de ceniza
que viajan por el aire
llevando su mensaje
de amor y de deseo.
La potencia de un sentimiento
que no sabe rendirse
y desafía por siempre y para siempre
la incomprensible y terca
amenaza de la muerte.
El viento constante del Monte Ventoux
En rêvent un paysage de la Provence…
El intenso perfume de la tarde
con un lento vuelo se difunde
sobre la tierra inmóvil,
acaso suspirado por el monte,
acaso convertido en caricia
por el aire que ya se va agitando.
Caricia que promete y se suspende
a lo mejor por mejorarse
ante la altiva silueta de ese monte
ventoso y blanco hecho de piedra
que no se sabe si invita o si amenaza
o si subyuga el alma y la adormece
con la esperanza de un vuelo poderoso
todo en horizontal
o en vertical
hacia el agua del mar
o hacia los cielos
La transparencia de la noche
va derramando nueva luz
sobre los días venideros.
El monte ventoso espera.
El viento montañoso ya se mueve
mientras con un suspiro va diciendo
que ha recorrido tierras infinitas
y que trae un perfume
con la huella de imágenes fugaces
de un pasado vivido sólo en sueños.
Sobre la tierra despaciosa
mecida por el viento
se cierne una ilusión
y la distancia entre el cielo y la cumbre
parece inexistente
para el alma arrobada en el perfume.
El viento pasa como si volviera
el tiempo vuelve como si inventara
y todo recomienza
como fue anunciado.
Noche profunda de caminos
tan sólo verticales.
Del monte se desprende una esperanza
que define la aurora ya inminente.
(de Sonriendo en el camino)
Tiempo-serpiente
¿Cuántos minutos tienen
las horas de un amable conversar?
Estábamos seguros
que algunos eventos del pasado
formaban la raíz
de ciertas situaciones actuales.
Así, guiados por nuestro razonar
ante los ojos nuestros
los tiempos sucesivos
adquirieron la forma de serpiente
y el aire seguro acogedor
de nuestro cuarto
nos sostenía como si eso fuera
el interregno cálido
de un sueño a ojos abiertos.
Pero de pronto las disquisiciones
encontraron un orden imprevisto
y yo te iba diciendo
y tú me ibas diciendo
y el brazo circular
del tiempo de serpiente
sin fin fue dando vueltas
con amor acunándonos
como madre abrigándonos
dejando abierto solamente un paso
una breve salida ascensional
por donde tu corazón y el mío
en la ebriedad de lo que al mismo tiempo
es nuevo y es antiguo
subían y gozaban
cantaban y volvían
al ingrávido centro
del instante sublime
del tiempo atemporal.
Caracol
Sobre la arena oscura de la orilla
se rompían las olas
con un ruido de remos en el agua.
Yo escuchaba con los ojos cerrados
y en los distintos golpes
más lejos o más cerca
prolongados, con pausas
sonoros, suspendidos
me parecía ir reconociendo
el eco de tu voz atravesando
el dilatado espacio de la ausencia
de un mar inmenso a otro
adivinando mi deseo hondo
repitiendo palabras que adoré
en los días dichosos
abriéndome en el alma
cavernas cuevas grutas
invitándome a entrar en la espiral purísima
en el oculto centro del caracol
aparecido allí
como imprevisto don
que pudiera representar el mundo
precioso inconfesable
que entre los dos nos hemos construido.
Acepto la propuesta
y me dejo guiar por tus palabras.
Entro en el caracol.
Nadie podría ver
el mundo allí escondido.
Sólo aquel que se acerca
con el corazón bueno
podrá sentir la música que sale de su centro.
No es el eco del mar.
No es casual resonancia.
Son tus palabras trenzadas con las mías
son los versos que hemos compuesto juntos
una historia que se ha vuelto armonía
que podrá acariciar el alma que la escucha
sin decir quiénes somos ni cuándo ni en qué modo
tan sólo una canción
tan sólo una esperanza
un pétalo de flor mecido por la brisa
un perfume un consuelo
una idea de dicha que sucumbir no quiere
que no se rinde al golpe de la vida
ni a las devastaciones.
La expulsión
Con las alas en parte desplegadas
inmóvil en el aire
levantaba la espada por encima
de su propia cabeza.
¿Podía quedar algo
detrás de su figura luminosa?
¿Qué secreto guardaba
tras el rostro severo e impenetrable?
No podíamos hablar con ese ángel
pero él en nosotros encendía
el recuerdo imborrable
de los días vividos descubriendo
lugares nuevos y antiguas emociones
(o que más tarde habrían de ser antiguas).
Queríamos descubrir
el exacto sabor de la otra piel.
Queríamos saber de qué manera
se transformaba en vértigo el placer
dejándonos inermes
sobre la orilla de un río de caricias
inertes soñadoras
en fusiones en las que se perdía
la noción del límite del otro.
Habíamos comido muy cerca de las fuentes
habíamos mezclado agua fresca con fruta
nos habíamos pintado el cuerpo un día
con jugos densos de rarísimas plantas.
Habíamos cantado imitando el gorjeo
amable de los pájaros
y en el transcurso lento de los días
fuimos dándole nombre
a todo aquello que alrededor nuestro
empezaba ya a pertenecernos.
Sobre grandes hojas sabías ofrecerme
bocados exquisitos
pequeños cuerpos de animales tiernos
que se nos ofrecían
con entusiasmo heroico
en el giro feliz del ciclo de la vida.
Yo no entendía todas las palabras
y así me abandonaba al sonido hechicero
de notas bajas y altas
cariciosas y graves
sin entender el orden ni las reglas.
En cambio tú sabías lo que estaba prohibido
tratabas de evitar para los dos
la cumbre de la culpa y del remordimiento
querías transmitirme
como unidad imposible para mí
la dicha y el dolor
la obediencia a la ley
y la ebriedad de quien se siente libre.
Tratabas de enseñarme
que el éxtasis fulmina y es fugaz.
Tratabas de enseñarme
el valor del recuerdo,
la lentitud amorosa, la amistad.
Cuando se abrió de par en par la puerta
y fuimos expulsados
de mí salió un grito irreverente.
Me desperté de golpe
y vi mis sueños rotos a pedazos.
Me vi a mí misma polvo
que regresa a ser polvo.
Y a ti te vi arrancado de mis brazos.
Entonces entendí tus enseñanzas.
Y el recuerdo de la dicha pasada
vino a llenarme el corazón herido
uniendo consuelo y pena en la memoria.
Mientras salías te cubriste el rostro
y el Ángel inmutable dejaba su mirada
caer sobre nosotros
como una oración
como el primer reproche
o quizás mejor como la prueba
de la piedad divina dando inicio
a la historia de los seres humanos.
(de Corazón abismo)
Esos lazos cordiales
Para Jorge Eduardo Eielson, siempre presente
Como lazos cordiales
que se anudan
Como nudos de amor
desenlazados
Como amores de cielo
tierra y agua
que llevan el fuego
concentrado
y saben derramarse
sin medida
para nacer de nuevo
al deshacerse
Como confianza sin medida
o certezas al fin indiscutibles
así de esta manera
tus amorosos nudos confortantes
tus estrellas lejanas y cercanas
tus pájaros blancos y amarillos
tus palabras amigas
cruzando por el tiempo del recuerdo
como aviones que pudieran juntar
ayeres dulces y dolores vivos
tu obstinación tu fe
tu irrenunciable habilidad
para negar toda renuncia
tu milagrosa forma de quedarte
cuando ya te fuiste
y de estar con nosotros
aun cuando no estás
Wild – Alma salvaje
Yo buscaba una forma
una imagen gemela
que me dijera al fin
quién soy y quién seré
pero encontré tu historia
de soledad y abusos
de formas sin sentido
de autodestrucción
hasta que un día
tú misma viste lo absurdo
y el error.
Y te fuiste a vivir
a la vida salvaje.
Tú sola en medio del desierto
caminaste cientos de quilómetros.
Querías encontrarte en medio
de todo lo que es todo.
Pero no estabas preparada.
Esa zorra se vino
muy cerca de tu tienda.
Tal vez quería comer.
El olor de tu carne
cocinada en el fuego
la atrajo sin remedio.
Pero tú no entendiste.
La llamaste angustiada.
“No te vayas, regresa.
¡Ven aquí, por favor!”.
Pero la zorra astuta
– eso al menos se dice –
la lengua de los hombres
nunca pudo aprenderla.
Ella quería un gesto,
deseaba un alimento.
Pero tú no entendiste.
Le ofreciste palabras,
gritos llenos de angustia.
¿Cómo hubiera podido
entender tu llamada?
La zorra solitaria
tal vez con sus cachorros
adentro de la cueva,
buscándoles bocados,
pensando solo en ellos.
Y tú en medio del monte
buscando y no encontrando
la raíz de tu vida.
Tu vida fracasada
tu madre fallecida
tus amores frustrados
por culpa de quién sabe…
Qué dolor tan profundo
qué vacío, qué ausencia.
Y sin embargo un día,
en medio de tus sombras
que el sol iba acortando,
en medio de esa madre
que tú hubieras llamado
con gracia “pachamama”,
cerca del lago abierto
que regala sus aguas
a las rocas erguidas,
un día te llegó
la voz tan esperada.
De dónde no lo sabes
pero hasta ti llegó.
Entró en tu corazón
y te dijo: “No busques.
Ya te has encontrado.
La vida es una sola
sagrada y misteriosa,
que lo sepas o no,
y por encima tuyo
un ala que no ves
agita el aire puro
que ha de llevarte al fin
al punto del encuentro
con la revelación”.
Contigo misma y con él.
El amor de los palomos
«Volar junto contigo»
le dijo la paloma
y desde la muy alta ventana de mi cuarto
al frente de la rama de ese árbol
en el cual los dos se habían apoyado
mi corazón sentía y percibía
los mensajes que ellos se pasaban.
El pico enamorado del palomo
rascaba la cabeza de la palomita
y ella se inclinaba dulce y sometida
gozando en el rendirse a lo que más quería.
El arrullo y el canto, los picos y los besos,
volar y resolverse en danza
mis ojos los seguían en cada movimiento
y en ellos mi propio corazón
arrullaba y trataba de picar
volaba y entendía
por fin como un milagro
el círculo celeste de luz toda amorosa
donde la vida se prepara a rehacerse
para luego celebrar el nuevo inicio
por siempre y desde siempre
ignorando el final
que habrá de repetirse
pero luego otra vez
y otras veces de nuevo y más aún
la luz celeste volverá a brillar
y el cielo será uno
junto con su esplendor.
(inéditos)
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[1] El lago de Chinchero se encuentra en las inmediaciones del valle del Urubamba, Perú.
*(Montevideo-Uruguay, 1949). Poeta, ensayista y traductora. Reside en Italia desde 1977, donde ha enseñado Literatura hispanoamericana en las Universidades de Nápoles, Venecia y Florencia. Escribe en español e italiano. Obtuvo el Premio de traducción de los Institutos Cervantes de Italia por sus versiones de Mario Benedetti (2002); el Premio Orient-Occident for the Arts (2006) y el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde (2015). Ha editado en italiano autores hispanoamericanos como Jorge Arbeleche, Mario Benedetti, Carmen Boullosa, Ernesto Cardenal, Rafael Courtoisie, Jorge Eduardo Eielson, Eugenio Montejo, Álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa, Idea Vilariño; y en español autores italianos como Gesualdo Bufalino, Valerio Magrelli, Pier Paolo Pasolini, Edoardo Sanguineti. Ha publicado estudios sobre López Velarde, Quiroga, Borges, Rulfo, García Márquez, poesía chicana, poesía neoindiana. Desde 1993 dirige la colección “Latinoamericana” de la editorial florentina Le Lettere. En septiembre del 2006 fundó en Florencia el Centro de Estudios Jorge Eielson, para la difusión de la cultura latinoamericana. Es miembro corresponsal de la Academia de Letras del Uruguay. Ha publicado en poesía en italiano, el último, y Luna di giorno (2017); y en español, Anunciaciones (1976 y 2016), Mar/Mare (1989), El viaje de Orfeo (1990), Caza de altura (1994), Orillas como mares (2004), El cuerpo de los sueños (2008), Sonriendo en el camino (2011) y Corazón abismo (2013). E-mail de contacto: canfieldmartha@gmail.com