Sobre «El Annapurna» (2012), de Diego Maquieira

 

Vallejo & Co. reproduce esta nota/entrevista que se le hiciera al poeta Diego Maquieira, uno de los principales referentes poéticos de habla hispana en la actualidad, con motivo de la aparición de su libro El Annapurna, uno de los poemarios de artes mixtas más interesantes que han aparecido en los últimos años. Se trata de más de 200 fotocopias de fotografías que son intervenidas por Maquieira a través de breves textos vinculados a las mismas, componiendo así poemas visuales. El trabajo fue presentado, originalmente, en la 30ª Bienal de São Paulo, en 2012. Esta nota fue publicada originalmente en el portal de noticias web El Mostrador.

 

 

Por: Patricio González Ríos

Crédito de la foto: Youtube/Laboratorio de

Hipermedios Letras UC

 

 

Sobre El Annapurna (2012),

de Diego Maquieira

 

 

El libro fue expuesto en la Bienal de Sao Paulo el año pasado. No es un poemario en sentido estricto sino más bien se aproxima al libro álbum. En éste, el autor las oficia más de director de cine y compositor que de escritor. No está dirigido a un lector sino a un observador y sus imágenes funcionan como notas musicales según el principio de similitud de Stravinsky. Propone aquí un nuevo registro, ya que el lenguaje está saturado y lo que queda es sólo un repertorio. De ahí su alusión a Nicanor.

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Diego Maquieira inscribió su nombre en la larga tradición poética de Chile con una obra breve pero potente —alejada eso sí de la contingencia política y social—, cargada de imágenes que reinventan el espacio y sonoridades que ponen de cabeza al lenguaje para estrujarle hasta su última gota de sentido. Hay en su escritura un desparpajo vivificante, una celebración de la vida por sobre la barbarie humana y un humor lúcido que se emparenta con Matta, el pintor-poeta o viceversa. Sus libros consagratorios fueron La Tirana (1983) y especialmente Los Sea Harrier (1993), el primer poemario en formato de compact disc).

Hoy por hoy Diego Maquieira se toma las cosas con tiempo, sin apuro. “Para hablar de poesía no hay apuro”, comenta, antes de darnos esta entrevista. Afirma que ésta se justifica sólo seis meses o un año después, cuando ha habido interés en el libro o ha generado interrogantes, antes no le ve mayor asunto. Tras salir de una convalecencia –tiempo en que dice no trabajarle más a Dionisio sino ahora sólo a Apolo–, ha estado retirado del ruido y del ruedo (aunque se asomó al mundo en una inauguración del domo de Filsa junto a otros poetas).

Por ahora está abocado a crear (“la creación tiene que estar lo más lejos del poder posible”, comenta) y requería de silencio, paz y soledad. En fin, espacio mental para trabajar, pues dice necesitar concentración, si no se “rompe un campo magnético y la poesía desaparece”.

 

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Imagen de «El Annapurna» (2012) de Diego Maquieira

 

Afirma que precisaba limpiarse y hacer ciertas renuncias que la gente no entiende. Algunos cercanos se preocupan de que se aísle mucho, que se esté quedando solo. Cosas en que él prefiere no involucrarlos y justifica esa soledad en la disposición que requiere para captar las señales, una suerte de estado místico, pero que explica que no excluye el ruido de la aspiradora. Es así que se declara un “nómade sedentario”, “un solitario sociable”.

“Estoy siempre en proceso creativo, no estoy trabajando en forma convencional de sacar un producto, en que la obra de arte se convierta en un producto. Se trata de mostrar lo que yo llamo una sustancia en sumo espiritual que no alcanza a constituirse en un producto de consumo cultural”. Además confiesa que “tenía una necesidad exploratoria de ir hacia adelante”, independiente de si tenía por delante “el cielo o el abismo. La condición de la vida es el avance”, dice el poeta, a propósito de una frase de Emily Dickinson.

Sostiene que no es un escritor en el sentido estricto de la palabra, pero que necesita hacer uso de la escritura. Le sucede que ve cosas y eso lo lleva a cuestionarse con qué material trabajar lo que ve. Si hay algo que en este último tiempo le estimuló, que le dio “ese calor energético” y le impulsó para seguir trabajando fue una frase de Matta: “La poesía da las respuestas a las preguntas que no nos hacemos”.

Desde la publicación de su último poemario Los Sea Harrier han pasado ya 20 años y justamente lo que convoca este encuentro con Maquieira es su nuevo libro, El Annapurna (D21, 2012), aunque de libro de poesía en su formato clásico tiene bien poco.

 

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Imagen de «El Annapurna» (2012) de Diego Maquieira

 

¿Por dónde comenzar a explicar este libro que hasta su autor declara que “no tiene nada que ver con la literatura” y más que escritor las oficia de director de cine y compositor? Libro que además no está dirigido a un lector sino a un observador –con una instrucción muy particular en los créditos: “tiempo de observación de lectura indefinido”, y otra, graciosa: “banda sonora no incluida agregada a elección del observador”–. Libro que ni siquiera está concluso, pues según el poeta “está sujeto a observación”.

En la portada se observa un portaavión, que en lugar de transportar a un telescopio, un faro (el faro del principio de incertidumbre) y una torre de control (la torre de soltura de los controles) los “saca a pasear”. Advierte eso sí que es un portaavión sin ningún arma a bordo. Es como si en su construcción se hubiera juntado “el Pentágono con la Casa Blanca, Fort Knox y la Nasa”, ironiza, aunque “si lo hicieran no les serviría para nada”.

A simple vista El Annapurna es un libro álbum, de gran tamaño, que en su interior contiene una secuencia de fotos intervenidas a puño y letra de Maquieira con fragmentos poéticos o ideas poéticas de su creación. Originalmente el libro está pensado para ser visto, leído y comprendido como un libro abierto, con ambas páginas contrastadas, donde la de la derecha completa el sentido, visual o gráfico, de la de la izquierda. Incluso hay secuencias largas que establecen un continuum, como donde se lee: “Porque sin haber un antes—hubo un mientras quieto—que nunca apareció durante—y que sin la sustancia del tiempo—se adelantó al después soltando—tumba de las nebulosas de contornos imprecisos”.

 

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Imagen de «El Annapurna» (2012) de Diego Maquieira

Maquieira comenzó el libro en 2007, a partir de un viaje por el canal de Beagle, invitación del pintor Benito Rojo. En ese recorrido, al llegar a Isla Magdalena, vio un faro. La isla le pareció un portaaviones y ahí se le vino a la mente la idea de sacar a navegar a la isla por el Atlántico.

Escribió entonces un poema que le salió muy parecido a una fábula que no le gustó y lo abandonó. Quería algo verosímil. Estando en un período de convalecencia se puso a mirar libros de naves hasta que encontró la fotografía de un portaaviones y entonces se le ocurrió ponerle el faro y montarle el telescopio para sacarlos a navegar, porque “éste es un país de faros y telescopios” dice.

Ahí empezó a recortar imágenes, tarea con la que se divirtió mucho pensando que era verano y que él iba a hacer “un trabajo para presentarlo el primer día de colegio para ser eximido de asistir durante todo el año o que lo presentaba a final de año como tributo por no haber estudiado”.

En 2011 el proyecto tomó más cuerpo y se lo mostró a Ronald Kay, quien se lo llevó a Pedro Montes de la Galería D21. Fue éste quien se propuso hacer algo con el texto y justo coincidió con la venida del curador de la bienal de Sao Paulo, Luis Pérez-Oramas, a quien le interesó e invitó a Maquieira a exponerlo en Brasil. Algo que nunca se le pasó por la cabeza. El libro terminó siendo una edición privada para la galería D21 de Montes y ahora será publicado por Charles Cosac, el mismo editor de El poeta anónimo de J.L. Martínez.

El título proviene de una palabra que le resonaba desde muchos años atrás y que se la proporcionó el físico francés Étienne Klein en una entrevista de Warnken en la TV. Alude al conjunto de montañas de los 8 mil que están el Himalaya, Nepal, Katmandú, donde hay desiertos y bosques en altura.

 

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Cómo entender El Annapurna

Maquieira cuenta que las visiones que a veces tiene no sabe cómo describirlas. El lenguaje del que dispone le es muy insuficiente. Se preguntó entonces: “¿Con qué puedo ponerle palabras a esto que veo”. Cuenta que “necesitaba crear espacios para poder desarrollar una poesía, entonces El Annapurna en “el fondo es un poema que explota para crear espacios, para ver qué se puede empezar a escribir a partir de aquí.

Explica que si bien La Tirana es un tríptico, Los Sea Harrier un díptico, ahora El Annapurna es un “continuum, una banda sonora, una banda visual. Puede ser un palimpsesto, poesía y grafía; parece un poema chino porque está hasta la mitad, no hay literatura; está presente y ausente al mismo tiempo; está cerca y está lejos, y además tiene esta cosa de ser y no ser laotsiana. Y para completarse tampoco se puede leer”. No puede hacer un recital de poesía con este libro, sino sólo exhibirlo como un libro abierto, tal como se exhibió en la Bienal.

“Es una película, es cuadro a cuadro, además tiene un orden-secuencia que hay que seguir” y que ésta “tiene cierta progresión dramática”. Funciona a su vez con conexiones espacio-temporales y se basa en la filosofía de “a buen entendedor pocas palabras”. Concibe su obra como un “viaducto, como un poemaducto, como un poema fractal. Es como un colisionador de partículas”, afirma.

Hacia el final del libro se lee la “salida está por dentro, ándate sin nada”, para luego ofrecernos una imagen de hojas que alguien lanza, que según Maquieira sugiere un “bótalo, desaparece. No queda ni una palabra y se vuela en el viento. Esto representa el espíritu. Por eso este libro es eminentemente espiritual”.

 

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Imagen de «El Annapurna» (2012) de Diego Maquieira

 

Además de estar dedicado a la fotografía: “A todas aquellas mentes preciosas y de primer orden que inventaron la escritura con luz y develaron la transfiguración del tiempo a través del ojo de la aguja”, las imágenes funcionan como notas musicales.

“Algo que recorre toda esta obra es el sentido de unidad según el principio de similitud de Stravinsky por sobre el principio de contraste: la búsqueda de la unidad a través de la multiplicidad, en contra del contraste que da un efecto inmediato, pero efímero, que dispersa la atención. En cambio el principio de similitud es constante y va avanzando en el tiempo. Eliminar para elegir y distinguir para unir. Está Parménides y Heráclito en juego”, señala el poeta.

Finalmente, comenta que este libro se inscribe en la tradición de la poesía visual chilena, en la que se cuentan los poemas pintados de Huidobro, los artefactos de Parra, los poemas en el cielo de Zurita, el Quebrantahuesos, la obra de J.L. Martínez, los dibujos de Zeller, Bertoni y jóvenes que desconoce. Referentes internacionales para él son la poesía concreta, el Atlas de Warbug, Richter, Malevich, Benjamin y Warhol.

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El poeta Diego Maquieira.
Cortesía: Laboratorio de Hipermedios Letras UC

 

No al binominal poesía y antipoesía de Parra

Maquieira considera que “el lenguaje está saturado y lo que hay es un repertorio, pero no hay un nuevo registro”. Con este trabajo busca precisamente un nuevo registro que siente como “una necesidad interna de hacerlo. Porque si yo descubro una fórmula para hacer algo, no me interesa repetirla porque resultó”.

“No me puedo quedar atrapado como Parra que se quedó atrapado en la antipoesía… adoro a Parra, pero se quedó atrapado en su propio sistema binominal de poesía y antipoesía. Además de alguna manera los artefactos —que son como haikus, que vienen del Mayo del 68 en París— los degradó en chistes y ahora parecen souvenirs. En vez de haber pasado de los artefactos a un aparato complejo, se contentó con eso. Entremedio ha hecho poemas notables, pero en el fondo aumenta su cuerpo de trabajo… su obra ya la tiene hecha y eso lo marcó hace cincuenta años».

 

Si desean ampliar sobre El Annapurna, pueden ver el siguiente video:

Diego Maquieira: El Annapurna

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