Por Laura Giordani*
Crédito de la foto (izq.) www.conlaa.com /
(der.) Ed. Renacimiento
El canto que enhebra la vida y la muerte.
Sobre El aire encendido (2022),
de Teresa Garbí
El lenguaje poético tiene la capacidad de abrir aquellas puertas habitualmente clausuradas a la percepción cotidiana, de traspasar fronteras y esquivar las aduanas del sentido convenido, del lenguaje reducido a su dimensión instrumental. En esta línea, compartiré algunas impresiones surgidas de la lectura de los poemas de El aire encendido (2022) de Teresa Garbí** con el deseo de que esas impresiones operen como trazas de un posible trayecto, una invitación para hacer vuestro propio viaje lector. Los buenos textos poéticos no tienen un único recorrido posible; por el contrario, siguiendo al poeta cubano Lezama Lima, son oscuras praderas que nos convidan a una conciencia intensificada, porosa… abren mundos dentro del propio poema como cortezas de abedul.
Los poemas de este libro nos ponen frente a un tema fronterizo e insoslayable: la muerte. Decía Antonio Gamoneda que es la memoria la que posibilita la existencia física del poema en el sentido de que lo escrito puede hacerse memorable, pero ―y cito― “Tiempo y memoria son activos también a la hora de dotar de contenido al poema”, a lo que añade que la memoria es siempre conciencia de pérdida […]; conciencia, por tanto, de consunción del tiempo correspondiente a nuestra vida y, por esto mismo, conciencia de ir hacia la muerte.
La lectura de El aire encendido nos sitúa en esa perspectiva y corrobora que es la memoria lo que posibilita la existencia del poema. Estamos ante unos textos escritos en la perspectiva de la muerte: una muerte que es tanto la muerte de los otros, como la propia. Pero habría que hacer ciertos matices importantes: no se trata de un canto elegíaco, donde lo omnipresente es la pérdida y el duelo; por el contrario, hay una apertura que constata la fragilidad de todo lo vivo para abrazarlo, la posibilidad de habilitar un presente en el que convergen pasado, presente y también futuro. En definitiva, el poema como lugar donde el tiempo colapsa y se abren puertas temporales, grietas o espacios alternativos para el reencuentro de vivos y muertos.
En nuestras sociedades uterinas, en las que expulsamos bien lejos a los moribundos y nos apartamos de todo lo que nos recuerde nuestra propia caducidad, la poesía es incómoda precisamente porque nos sitúa en la intemperie y nos recuerda que vamos a morir.
Así, el poema se torna la tierra porosa del encuentro: invocación a los que han partido, fisura donde a los muertos pasan de contrabando la frontera.
Dice Teresa:
Venid, padres míos. Has dicho el conjuro para que acudan. La habitación y la noche silenciosas son propicias para el encuentro. Perdonadme que estorbe vuestro apartado sueño; sentaos aquí cerca, donde antes estabais, sin que nadie os mirara.
Ellos, los amados que han partido, y cito los versos de un poema de Mediodía de Víktor Gómez:
son extraños viven otro mundo en esta misma laridad y de tan próximos me traspasan como fantasmas o brisa dulce removiéndome todo tachando lo negociable
Quisiera detenerme ahora en un aspecto angular de El aire encendido. Y aquí se hace necesaria una indagación sobre las formas en las que el espacio físico impacta, ingresa y articula la escritura poética de Teresa Garbí. Necesitamos abordar el modo en que la geografía ―el espacio físico objetivo― se hace presente en la escritura de estos textos rebasando una dimensión meramente descriptiva o paisajista. El espacio exterior logra abrir un nuevo espacio subjetivo, una geografía interiorizada sumamente fecunda que modula el propio pulso poético. En la escritura poética de Teresa Garbí encontramos un espacio inédito de enunciación fruto de la coexistencia de dos espacios poéticos: el interior y el exterior, cuyas fronteras son siempre porosas, así como sus diversas maneras de articularse y encontrar expresión en el cuerpo del poema. El poema como nuevo lugar o espacio inédito. Interfaz donde el encuentro se hace posible.
Encontramos en la escritura poética de Teresa un movimiento de apartarse de la vida ordinaria para entregarse completamente a la densidad del paisaje, o de sí misma en el paisaje. La naturaleza es otro elemento muy presente en el poemario, pero no opera como mero marco paisajístico sino como protagonista, pues al respirar este aire enrarecido, encendido, la montaña, el bosque, la cascada… todo parece a punto de hablarnos, de interpelarnos a un retorno a la fusión con los elementos. Por tanto, no se trata de un enfoque descriptivo de la naturaleza, sino de poner en crisis el “adentro” y el “afuera” en el poema. Algo así como la imposibilidad de establecer una frontera definida entre nuestra percepción y el mundo. Como aquella interrogación rilkeana ¿Dónde hay para este adentro un afuera? O más cercana a la forma de Teresa de decir el paisaje, el poeta argentino Juan L. Ortiz con esos versos:
me atravesaba un río/ me atravesaba un río
La compenetración, la íntima unión con el mundo, se transforma en la reconocida unidad de la criatura y el paisaje está presente en todo caso, como revelación que se abre:
ella ve una luz que se abre, que es más que la luz, que habla, y dice más que cualquier palabra.
Por un instante el fundido ha estado en este lado y se ha entreabierto la puerta.
Son árboles, piedras y manantiales, una faz mudable de cosas que comunican un conocimiento que las palabras sólo pueden representar o evocar remotamente.
Cinco veces podemos escuchar el canto del ruiseñor en distintas secciones del poemario. El canto del ruiseñor se extiende hasta la noche; está asociado con la añoranza, el amor y la muerte. Esta ave canta noche y día, enhebrando con su canto la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. También es el símbolo de la poesía y la lírica. La voz del ruiseñor se alza de una manera penetrante como el canto del gallo, aunque hermosa. El poeta sueco Tomas Tranströmer lo dice mejor en su poema “El ruiseñor de Badelunda”:
El tiempo fluye del sol y de la luna y penetra todos los tictacs de los relojes agradecidos. Pero aquí ya no hay tiempo. Sólo la voz del ruiseñor, las crudas notas resonantes que afilan la guadaña luminosa del cielo nocturno.
Nuestra vida (y su escritura) como sucesión de temas y modulaciones de un solo canto que, como el del ruiseñor, se prolonga, ensancha, intensifica o se vuelve lento en el corazón de una piedra, en cuya piel brillan heridas y desastres.
Dejo algunas miguitas que quizás sean útiles para recorrer este sugerente poemario:
-Presencia de aperturas temporales:
Estoy aquí para morir.
Sabes que morir es ese deslumbramiento breve que te hace ver sin espacios y sin tiempos
-El poema como esquirla de una no-historia:
Ella ha regresado en sueños. Extiende una esquirla de su no historia. Ha contado lo que será tu muerte: otra vez la luz plateada –la palabra prohibida–, las hojas en el suelo del bosque.
Y finalmente, encontramos una promesa, una especie de donación que nos hace la muerte una vez hayamos cruzado la niebla:
La esperan sus padres para ofrecerle los más dulces, los que han picado los pájaros. La muerte la espera, el gran regalo de la vida.
El aire encendido interroga mediante lenguaje poético, a través de las cuarenta y seis variaciones musicales que son sus textos, esa paradoja de la frontera que de manera brillante plantea Ángel López García-Molins en una cita que encabeza el poemario: “Cómo saber, estando dentro, lo que somos y lo que dejaremos”.
Habéis vivido. Seguís viviendo. Lo dicen vuestros ojos, radiantes de deseo, que copian la luz del bosque.
Muy lentamente os abrazáis y os miráis. Lo sabéis todo. Lo poseéis todo. La vida ha sido, al fin, una danza interminable.
*(Argentina, 1964). Poeta. El lenguaje poético y la creatividad como instrumentos de resistencia del espíritu humano frente al arrase sistémico, constituyen el núcleo de su labor como escritora y docente. Ha publicado en poesía Materia Oscura (2010), Noche sin Clausura (2012), Antes de desaparecer (2014), Una lengua impropia (2014), La infancia que nos aguarda (2016), Manca terra (2020) y las plaquettes Celebración del brote (2009), Las varas del zahorí: poemas de la sed (2013) y Monte adentro [imantaciones] (2018).
**(Zaragoza-España, 1950). Poeta. Licenciada en Filología románica. Se desempeña como docente en el Colegio Universitario de Huesca, en Institutos de Enseñanza Media de Lérida y Valencia y en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia. En 2013, fundó la editorial digital Uno y Cero Ediciones. Ha publicado en poesía Cinco (1988 y 2015), La sombra y el pozo (1993), El pájaro solitario anida tras el muro (1997), El bosque de serbal (2001), Sakkara, Espuela de Plata (2015), El aire encendido (2022), entre otros; y en ensayo Mujer y literatura (1997).