Por Blanca Morel*
Crédito de la foto (izq.) archivo de la autora /
(der.) Godall eds.
Sobre Dios palpitando entre las tomateras.
Un diálogo con la poética salvaje de Marosa di Giorgio (2023),
de Emilia Conejo
Una ventana abierta a un fabuloso jardín
Durante tres días he contemplado el jardín de Marosa di Giorgio asomada a la ventana que Emilia Conejo nos ofrece en su libro Dios palpitando entre las tomateras. Un diálogo con la poética salvaje de Marosa di Giorgio. El ojo fascinado de la autora madrileña con una lucidez embriagada nos acerca al delirio maravilloso de Los papeles salvajes, tal es el nombre que di Giorgio eligió para reunir su obra poética completa, escasamente conocida en España, pero capital en la poesía latinoamericana. Los papeles comienzan con un apunte transbiográfico: “Vine a la luz en este florido y espejeante Salto del Uruguay; hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora, porque a cada instante estoy naciendo.”
El ensayo de Conejo se abre con una declaración de di Giorgio sobre la importancia simbólica del nombre en la búsqueda de la propia identidad:
Marosa es el nombre de una planta italiana, fantástica; cada tanto da una flor sumamente abrillantada. Parece ser que esta flor fue traída de las Galias, o no: pero formó parte de los rituales druídicos. Así decían siempre en mi casa. A lo mejor inventaron todo. Inventaron el nombre Marosa.
Lo que sucede en este libro es una hermosa danza de pensamientos, ideas, recuerdos y hallazgos poéticos de Marosa di Giorgio y también de Emilia Conejo. Porque la ventana que la madrileña abre al jardín marosiano se abre también a su propia vida. Los recuerdos y sensaciones de la autora se integran como un material valioso dentro de la narración; un acierto, sin duda, no sin riesgos, felizmente superado. Y traigo aquí La Templanza, arcano XIV del Tarot, donde vemos un ángel de aspecto femenino dominar el flujo del agua que es trasladada de una jarra a otra. Así la escritura de Emilia Conejo fluye de un lado a otro al hablar de ella misma en un ensayo dedicado a Marosa di Giorgio y el agua no se desborda ni se pierde en estas idas y venidas.
La ventana abierta al jardín marosiano es también espejo en el que la escritora madrileña se contempla a través de la poeta de la que toma semillas para cultivar su propio jardín. Di Giorgio insemina la mente de Emilia, tan bien abonada, tan fértil, y de ella salen estos tomates entre los que anda Dios. Un Dios que se nutre de la simbología cristiana, aunque di Giorgio se encuentre alejada de la ortodoxia religiosa mediante su personal resignificación poética y vital de lo divino. En cuanto a Emilia parece sentirse cómoda en la búsqueda de la espiritualidad intercambiando la palabra Dios con la idea de “sentido de lo infinito” a la que se refiere Robert Desnos en una cita incluida en el libro: “Yo no creo en Dios, pero tengo el sentido de lo infinito; no hay nadie más religioso que yo”.
Es un disfrute ver este crecimiento vegetal dionisiaco en el fondo y apolíneo en la forma, de un ensayo escrito de manera clara, equilibrada, con rigor pero sin la rigidez de lo académico; espiritual pero no dogmático, en el que el arte es una vía de conocimiento y una manera de ampliar la conciencia.
La inconfundible poesía de Marosa di Giorgio nos sumerge en un jardín legendario de mariposas gigantes, bromelias, azúcar y rocío, hadas, niñas, novias, muchachos hermosos, diablos o bellísimas plantas de erotismo atroz. Su lenguaje embriaga, seduce, martiriza hasta la asfixia. Pero no crean que es necesario haber leído a di Giorgio para que este libro les pueda interesar. La ventana está abierta a cualquiera que desee asomarse al jardín de la sacerdotisa uruguaya de la poesía. Encontrarán citas de entrevistas y versos muy bien escogidos que serán punto de partida para conocer los ejes vertebradores de la obra digiorgiana: el Romanticismo, el surrealismo y la corriente neobarrosa.
Por otro lado, los temas son atractivos y tienen interés por sí mismos, además de estar bien perfilados y expuestos de manera amena, por lo que seguirán con interés el desarrollo en todas las secciones del libro. Nos acercaremos a las beguinas, al misticismo, al mundo onírico, a la experiencia visionaria, a lo salvaje, al arte como vía espiritual, a lo apolíneo y lo dionisiaco, al erotismo (tan fascinante en Marosa), a lo bello y lo siniestro, a lo femenino y lo sagrado, al sentimiento oceánico, al disfieri o al Witz, entre otros. Estos dos últimos términos si no los conocen podrán descubrirlos en el ensayo, para mi han sido un hallazgo. Todos estos aspectos le sirven a la autora no solo para indagar en los papeles marosianos; son a la vez punto de fuga y encuentro con otras mentes creadoras de distintos ámbitos artísticos que conforman una de las secciones del ensayo titulada: “El barrio estético: su vecindad”. Aquí di Giorgio convive con el imaginario estético de pintoras y artistas plásticos como Gina Litherland, Remedios Varo, Leonora Carrington, Dorotea Tanning, Georgia O´Keeffe, El Bosco, Chagall, Arcimboldo o Rousseau; con obras narrativas que comparten la lógica de lo inverosímil maravilloso como Las Hortensias de Felisberto Hernánadez, Aura de Carlos Fuentes o La invención de Morel de Bioy Casares; con poetas y vates como Alejandra Pizarnik, Walt Whitman, Juana de Ibarborou, Silvia Plath, Arthur Rimbaud, Rainer María Rilke o Emily Dickinson.
En Marosa di Giorgio se recupera el sentido ancestral de la palabra poeta. Recordemos que vate remite al vidente o poseído por la divinidad.
Y ahora escuchemos a Marosa, porque ella tiene un jardín. Es voluptuoso y mágico; divino y también terrible.
Como los druidas, ella tiene la sabiduría del árbol.
La noche de la primavera, paseamos, nos enamoramos, nos casamos. Enormes jazmines caían a la fuente, se freían tulipanes, azucenas, conejillos blancos andaban entre los pies.
Surgieron lechos, cocinas, altares.
Los muchachos, los más bellos, de pelo suelto y con guitarras, nos seguían; dulcemente; nos perseguían.
Caminamos toda la noche.
Al alba, dos o tres de ellos, los más bellos, iban a sacrificarse por la belleza, por el amor. En los ciruelos, duraznos o manzanos, fueron crucificados, hincados de pies y manos; en una agonía larga y ·dolorosa, lloraron lágrimas azules y lágrimas granates.
Al morir, una violenta lluvia de flores de durazno veló el mundo.
Los padres sollozaban, los abuelos; doblaban las campanas, vestimos de luto. Y; levemente no era cierto.
*(Madrid-España, 1970). Poeta, narradora y performer. Es integrante de la Asociación feminista de mujeres poetas Genialogías. Imparte talleres de creación literaria en la Red de Bibliotecas Públicas Municipales de Madrid (España). Participa en las antologías poéticas [Ex]centricidad. 11 poetas que abren camino en la poesía española contemporánea (1959-1986) (2022) y en el libro objeto Hypnerotomaquia -batalla en el sueño (2017). Ha publicado en poesía Bóveda (2008), Pájaro sangre (2016), Pan impuro (2017), La ladrona (2018), No hay domingo al oeste de Omaha (2019) y Polvo (2023); y en narrativa el libro de relatos Misión secreta (2019).
**(Madrid-España, 1975) es licenciada en filología inglesa y máster en estudios avanzados en literatura española e hispanoamericana. Ha vivido en Irlanda y en Alemania, donde ha trabajado como traductora y profesora. En la actualidad, reside en España, en donde se dedica a la edición. Ha publicado en poesía Minuscularidades (2015) y De acá (2019); y en ensayo Dios palpitando entre las tomateras. Un diálogo con la poética salvaje de Marosa di Giorgio (2023).