Por: Gaby Vallejo Canedo
Somos camino, somos lo caminado.
Pequeña travesía por el libro “Diario de los caminos”
Para alguien como yo que eligió el tema de los viajes para construir su discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, la lectura de Diario de los caminos, de Homero Carvalho Oliva, fue una dádiva maravillosa, porque me poblaba de infinitos caminos que yo no recorrí.
Escribir un prólogo sobre este libro, tarea brava. Y Homero Carvalho me lo ha pedido. Porque ingresar a Diario de los caminos, es como verse de pronto al medio de una polifonía mayúscula donde hablan los caminos. Cada poema, cada prosa poética, resuena musicalmente como si fuesen interpretados por distintos instrumentos, que de pronto ascienden al cielo del amor, bajan a lo profundo de la congoja, lloran, convocan a los otros instrumentos, para el viaje espectacular: en los caminos del alma y por los caminos de la tierra. Es el poder de las palabras que suenan como una orquesta excelsa, conmovedora –íntima e universal al mismo tiempo– siempre empujada por la flecha de los caminos. Epifanía que golpea el alma.
No encuentro la brújula para ingresar a los caminos de este libro donde Antonio Machado, Borges, Rilke, León Felipe, Paul Valery y otros poetas acompañan a Homero Carvalho. Es un libro que ha crecido de una manera extraña, por los caminos recorridos años de años, desde la niñez pensativa hasta la vuelta a la sagrada morada de los hijos y la compañera. Es un libro que ha crecido en los lugares reales, donde el poeta ha tomado la lección de los colores, de las voces, de las cosas, del cielo, el mar, la tierra y donde ha luchado, sufrido, amado, aprendido, meditado.
Es un filósofo profundo el que escribe y habla de lo esencial y lo esencial está vinculado con los caminos. Somos camino, somos lo caminado. Y el poeta devela los caminos, los extrae del recuerdo con las palabras, una a una, hasta formar este libro.
Diario de los Caminos es una afortunada elección de centenares de palabras que están unidas al eje mayor: el viaje. Palabras que se reparten, como un poliedro infinito, por los más variados espacios visitados: el agua, el origen, la madre, los otros poetas, el padre, los Reinos Dorados, el hombre citadino, el primitivo, la piedra, el cosmos, la noche, la luz, los artistas, los pueblos, los cafés. Al nombrarlas, las minimizo. Son apenas palabras. Al leer el texto de Homero, ellas, cobran la naturaleza de una eufonía.
La intención de seleccionar poemas, párrafos, para tentar a los futuros lectores del Diario de los Caminos –como lo hacemos siempre los analistas que lanzamos libros a los otros– me muestra otra vez, la tarea brava a la que me he metido. Es muy difícil. La mayoría, son textos redondos, completos, de alta belleza. Sería mutilarlos. Así que prefiero copiar algunos:
“Epifanía
Mi alma, que ya estaba despierta antes de mi primer llanto, me aconsejó que no partiera cargado de zozobra, que meditara y que me asegurara de llevar el equipaje necesario, que dejara espacio para la poesía que por los caminos se iría revelando, y que no olvidara las buenas palabras del sabio Jamioy, poeta de la nación Kamsá del valle de Sibundoy, en el Putumayo colombiano, quien aconseja que en el camino “debes tener los pies en la cabeza para que tus pasos nunca sean ciegos”.
Otro que nos acerca a la figura mítica del alma de Homero Carvalho, Antonio Carvalho:
“Mi padre
Mi padre abrió la brecha
y sus palabras empedraron el camino.
Cuando su ausencia ensombrece mis versos
evoco su nombre como si fuera un encantamiento
un salmo mágico para alejar a la tristeza.
Mi padre es el camino y yo soy el caminante”
Y finalmente, un tercer texto, breve, denso:
“Los caminos y los libros
Los caminos, como los libros, deben ser encontrados primero para luego dejar que ellos nos encuentren a nosotros y ser andados sin prisa, hoja por hoja, paso a paso, descifrando y poseyendo cada palabra sin apurar el final.”
Y cuánta frase alta, conmovedora, inserta a cada paso el poeta. Veamos algunas:
“Mis hijos, que vi crecer fuera de mí, en la distancia crecerán en mi interior y serán las raíces de la casa que la Amada construyó en mi alma.”
Otra que sobre Antonio Carvalho, el padre elemental, que está de pronto con el poeta anunciando su destino:
“… conjugará los verbos para que todo vuelva a existir, susurró Antonio, mi padre, que vive en mi cielo interior, y su voz se fue apagando…”
Y finalmente, un párrafo exquisito:
“He aprendido que se vive para caminar y que escribiendo se conjura el camino.
De todos los caminos, aquel que va hacia uno mismo es el más difícil de ser hallado porque no existe cartografía alguna, la poesía nos ayuda a encontrarlo”.
Y así, yo, estoy repitiendo al poeta. Me siento puente, soy otra caminante que invita a pisar con emoción y respeto los caminos del poeta. Tal vez, por haber viajado tanto y haber elegido gastar muchos días de mi vida pisando los caminos laberínticos de mi propia geografía, tal vez por eso leo a Homero, como a un par, a un alma gemela. Pero, encuentro que él tomó de los caminos, la sabiduría y la humildad que tal vez no tomé yo.
Los viajes han transformado a los pueblos, a las culturas, a las personas. Las travesías son lámparas iluminadoras que nos transforman en seres habitados por los caminos. Por eso, este libro, es un camino hacia el alma, hacia la posesión y descubrimiento de uno mismo.
En esta travesía recomendamos textos intensos como: “Ciudades reveladas”, “Santa Cruz de la Sierra”, “Los tres cielos”, “El ave Fénix”, “Takesi”, “Autobiografía”. Leer estos textos es ingresar por la puerta ancha de la poética de Homero Carvalho. Como también es un reencuentro con el primer libro Seres de palabras, con los otros libros que están en medio del camino –templos personales del autor– Memoria de los Espejos, La ciudad de los Inmortales, Los Reinos Dorados. Los reconocemos en este libro. Es una ida y vuelta a sus antiguas palabras, como para certificar que cada libro que se escribe es una parte del gran libro personal.
Hay una muchacha, Carmen, que inició al viajero por la aventura de la vida. Y que condenó al Ulises de los “Reinos Dorados” a volver a la patria de sus senos. Ella pasea triunfadora en expresiones como:
“Para Carmen Sandoval
Nadie conoce los caminos
si no ha recorrido los del amor.
Y me siento más tuyo y te siento más mía
cuando cuento de nuestro amor en los caminos”
Y en otra estrofa:
“una muchacha
que nos eligió para acompañarnos en el camino
una muchacha sobre cuya órbita aún giramos”
… Porque el amor, camina con uno por los oscuros abismos y las pequeñas sendas y porque sin lo esencial, sin la partida y el regreso, no hay escritura.
El poliedro del que nacieron todos los caminos y al que vuelve el poeta, sereno, sabio, está concluido. Así nos dice al final:
“El que cree que ha llegado el tiempo de habitarse a sí mismo
para mirarse de frente y reconocer sus bigotes blancos
su cabellera cana y sus patas de gallo
como cicatrices de una guerra
que ha dejado sus huellas en los más íntimos caminos”
Así los vemos ahora, de regreso de la travesía, con los bigotes blancos y con un nuevo libro.