Por Ashle Ozuljevic Subaique*
Crédito de la foto (izq.) Eds. Paralelo /
(der.) www.latribu.info
Sobre Diario de ciclos fértiles (2017),
de Esther Pardo Herrero**
Termino de leer Diario de ciclos fértiles de pie, apoyada contra el ventanal de mi comedor, sintiendo cómo el sol de otoño entibia mis piernas. Me he quedado por la calidez, no del sol, sino de los versos de este libro. Mientras mi hija toma una ducha sabatina, larga y distendida, leo y siento que todo lo que pensaba sobre el parto y el embarazo estaba errado, que a todas las historias que me conté les faltaba una parte, la de fluir, la de dejarse ir, sabiduría que Esther Pardo Herrero sabe compartir en este libro.
Este comienza leve, “Autorretrato I”, me permite verla otra vez, sentada en el extremo opuesto de la sala de un taller de escrituras migrantes, rodeadas de personas latinoamericanas con tantas ansias de contar sus historias como nosotras, con tantas ganas de ser escuchadas y abrazadas, comprendidas, en alguna de las muchas calles que hemos de atravesar para hallarnos en la Europa que nos mira de reojo, con distancia. Veo otra vez a Esther ahí, en las palabras con las que ella misma se describe:
Quise la vida simple
el amor simple
el colchón blando de la rutina
pero me desdigo.
Busco mi sonrisa
eso quizá sea todo.
Diario de ciclos fértiles podría girar entorno al tema femenino, a nuestra fertilidad, nosotras que somos y dejamos de ser fértiles según el día que nos marque el calendario y según la voluntad que a veces nos permite decidir sobre nuestro propio cuerpo y los que vayan a salir de él. Podría, pero se quedaría corto. Porque para la autora, la fertilidad no es sólo la biológica, sino la poética, la escritura. Su cuerpo “cultiva bajo lunas impares (…) un nuevo ruedo”, su cuerpo sangra, pero de sus manos nacen poemas, está intoxicada de “una extraña urgencia / de convertirlo / todo / en poesía”. Es grato leerla porque efectivamente esta conversión ocurre. No se trata de hacer poesía, como si eso ocurriera cuando se escriben palabras versificadas sobre una página, transmitiendo sensaciones, sino de convertir la experiencia cotidiana, vital, en algo poético, desautomatizado, vívido, colorido, volver a ponerle los sentidos a las cosas y más aún, mirar a través de un cristal limpio, en el que no haya una sola grieta de temor. Estos poemas nos hablan de eso: del cansancio ante la página en blanco ―no del pavor de estar frente a ella―, de la “demasiada realidad” que se opone al trabajo creativo. La autora comienza hablando de sí desde la búsqueda, pero en los Autorretratos que se suceden, podemos entender que se ha encontrado, justamente en lo poético:
Mi poesía está secuestrada
y me siento ajena.
No soy yo sin mis versos.
A su vez, Diario de ciclos fértiles no habla sólo de la creación en cuanto maternidad y en cuanto escritura. También habla de esa incomodidad o no-pertenencia constante, íntima, que es la migrancia: “un mapa de piel / en donde habita / el país de mi memoria”, enuncia la voz que pasea por una rambla lluviosa, que deambula por plazas y comercios que se antojan anodinos, poco estimulantes, en los que no se identifica, donde le “duele la patria”. Son poemas bellos los que retratan esa no-pertenencia porque no hablan de un dolor que la arrase ni plantean la culpabilidad de las sociedades; son poemas honestos que plantean la guarida y la amistad, ese espacio que es posible crear, pero que no nos salva; plantean el encuentro con otrxs, también llagados, hermanados en esa herida, que, aunque en cuerpos distintos, comienza a doler menos:
“Hoy me duele la patria”
decíamos la mexicana y yo
en nuestra pequeña guarida
entre el desorden y la ilusión.
Nosotras
sudacas europeas
trepadas al carro
de la juventud occidental.
Las que nacimos a destiempo
y escapamos
de un pedazo de tierra
que se nos vino detrás.
He dicho que el libro comienza ligero, con poemas breves en los que acompañamos a su autora por el camino. Asimismo, somos partícipes del crecimiento de los versos y de las emociones, somos compañeras en el galope que se emprende una vez aparece el amor, en toda la magnitud de éste: la mayor magnitud del amor es quizá el cuerpo, pero no el propio ni el otro sino un tercer y cuarto cuerpo, un ser completo que nace, vestido del sentimiento cultivado por dos personas que algún día tendrán la categoría de ancestros, personas que aún no saben que han emprendido una genealogía, un linaje, a partir de que se les enredara “el amor entre los pies”, haciendo desaparecer “todo cuando había sido dicho”.
Esther nos permite ser también partícipes del crecimiento del cuerpo, un vientre que contiene dos corazones, además del que mueve a la mujer que los transporta, y es tremendamente emocionante el momento:
Dicen que en mi cuerpo
está
la existencia infinita
y todos los misterios ocultos
se hacen carne en mí.
(…)
Resurgirá el verbo
hecho carne.
Buscará mi pecho
que le amamante
y yo
estaré ahí
para verlo.
El libro se revitaliza en cuanto lo enuncia. Si durante todo el trayecto hemos recibido verdades de un modo misterioso, con un lenguaje sereno y amplio, los poemas ahora son palpitantes, voluptuosos. El último y extenso poema “Donde la cabeza se rinde”, provoca una cálida conmoción, limpiando, en mi caso, todos los recuerdos traumáticos relativos al momento de mayor indefensión que he pasado en la vida, el parto. Es un poema de una dulzura y una sabiduría tremendas, en el que carne y palabra se trenzan, amorosa y animalmente; en él, Esther es capaz de centrarse en su propia anatomía, en “la intensidad punzante [que] se torna explosiva. [cuando] Ellas van a salir”, se conecta con la respiración, con los sentidos, y enuncia, también, un agradecimiento a su condición de mamífera, sin perder nunca de vista la llegada de esos dos corazones que ahora laten fuera de su cuerpo.
*(Chile). Poeta, ensayista y narradora. Estudió literatura en Santiago de Chile y yoga en Buenos Aires (Argentina). En la actualidad, trasplanta hiedras. Ha publicado en narrativa Vidas robadas (2011) y la novela experimental Anteojos de sal (2013); en ensayo El silencio final: representación y gesto en diario de muerte (2015); y en poesía Tres (2016) y Botánica (2020). Este año se publicarán Cartografía (narrativa) y una reedición ampliada de Tres con ilustraciones de la autora.
**(Bogotá-Colombia, 1985). Poeta. Socióloga y arteterapeuta. Tiene un Posgrado en Intervención y Políticas Sociales en Violencias de Género. Reside en Girona (España). Obtuvo el XV Concurso Literario Bonaventuriano de la Universidad San Buenaventura (Colombia). En la actualidad, trabaja con mujeres, utilizando el arte y el proceso creativo como elementos terapéuticos para la transformación personal y colectiva. Ha publicado en poesía Diario de ciclos fértiles (2017).