Por Martín Cinzano*
Crédito de la foto Ed. Descontexto
Música de Kerouac.
Sobre Dharma Pops, antología de haikús (2022),
de Jack Kerouac**
“No deja de sorprender que un escritor como Kerouac, que en su narrativa se consagra a la incontinencia verbal, se haya encontrado a sus anchas con la síntesis minimalista de estos breves poemas”, escribe Alan Meller, traductor, editor, prologuista y anotador de esta antología bilingüe de haikús. Y si bien matiza que “ambas formas escriturales debían estar exentas de artificios”, de cualquier manera “la velocidad anfetamínica de sus confesiones narrativas se transforma, en sus haikús, en una serena contemplación del entorno”.
Sin duda Jack Kerouac, siempre más conocido y mejor valorado como autor de las novelas En el camino o Los subterráneos, sorprendería por el tono de mesura solitaria con que explora el paisaje exterior, aunque se advierta, palpitando, cierta desmesura contenida en algunos de estos haikús, minúsculas piezas de un sujeto aislado, lejano, pero que cada tanto sale a echar un ojo por alguna esquina donde brilla la luz de un pub. “Muy lejos/ de la generación Beat/ en el bosque lluvioso”, anota Kerouac, huyendo, tal cual lo haría desesperadamente en Big Sur, del lugar donde (todavía) se lo espera.
Meller traduce al hemisferio Sur las cuatro estaciones del hemisferio Norte (de modo que, por ejemplo, un poema otoñal de octubre se encuentra en abril); Kerouac, por su parte, como el mismo Meller explica, trasladó la estricta reglamentación silábica del haikú japonés hacia estas libres “apariciones o destellos del presente”: los pops. Con esa misma libertad, con la libertad propia de leer poesía, la lectura, a su vez, podría aventurarse por trechos o internarse por pequeñas series a lo largo de la antología: la serie de las ranas, la serie de la nieve, la serie de los gatos, la serie de la luna: aparecen de a tres o de a cuatro haikús para luego sumergirse y reaparecer más allá en otro ramillete; pero, en realidad, por donde se lo abra este libro suelta cosas así: “La luna nueva/ es la uña del pie/ de Dios”.
“Sólo un verdadero alcohólico podía alcanzar esa sobriedad”, decía Gilles Deleuze de Kerouac, hipnotizado por las líneas de fuga, según él, desparramadas en la tradición de la literatura angloamericana: una “relación con el exterior” ciertamente demoledora para quien la vive, pero muy lejos, según Deleuze, de la introspección hermética, sin riesgos, de la literatura francesa, tan histórica, recapituladora, y, por tanto, arbórea. Aquí tendríamos, pues, forzando un poco las cosas, la expresión más nítida de dicha sobriedad, en el destello ebrio y descentrado -y en cierto modo purificador- de los pops.
Kerouac pretendía ser identificado como “poeta del jazz” en los coros de México City Blues. Durante la posguerra presenció la rebelión del bop, comparó a Bird con Buda y escribió: “Qué dulce se vuelve la historia/ cuando sabes que Charlie Parker la cuenta”. En Dharma Pops, sin embargo, la improvisación libre aparece rodeada por un silencio que da paso a las tres breves notas del haikú. El artista, el músico nihilista que siempre quiso ser Kerouac (el antijipi, el anti-beat, asqueado ante cualquier manifestación masiva de rebeldía, aunque ésta fuera provocada por él mismo) echa a andar con sus pops las posibilidades de una escala propia cuya sonoridad se halla quizá más cerca de la de Monk, otro extraño que antes de silenciarse los últimos diez años de su vida se forjó un lenguaje de balbuceos, de tanteos que con cada una de sus notas abrían un vacío.
Resulta difícil agregar algo más sobre este libro; el prólogo y las anotaciones de Meller entregan interpretaciones convincentes y suficientes datos biográficos como para dimensionar el peso de los haikús en la trayectoria vital de Kerouac, especialmente en cuanto a sus relaciones con el budismo zen y sus insolubles conflictos religiosos. Por esta y otra razón, tal vez más importante, Dharma Pops es el título de una selección extraordinaria; sin duda contribuye a ampliar el registro de un escritor a quien en algún punto de nuestras vidas hemos comenzado a admirar, pero, más allá de eso, obviando cualquier tradición, se trata simplemente de un conjunto de breves poemas de amplio alcance, como gotas que caen y se expanden sobre el lago.
Cuernavaca, octubre de 2023
*(Guayaquil-Ecuador, 1977). Poeta, novelista, ensayista y cronista. Residió veinte años en Santiago de Chile y, en la actualidad, reside hace más de una década en Ciudad de México. Obtuvo el Premio del Concurso Nacional de Crónica de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (2008). Ha publicado en crónica Perdido (2011); en novela En pana (2016); en cuento La concentración (2020); en ensayo ¿Un escritor? (Pesquisas en torno a “la muerte del autor”) (2020); y en poesía Peatonal, Yo ya, Temblor de párpado (2021).
**(Massachusetts, EE.UU., 1922 – Florida, EE.UU., 1969). Novelista y poeta. Pionero de la Generación Beat estadounidense, junto con sus amigos William S. Burroughs y Allen Ginsberg. En su obra literaria retrató a los marginados y desplazados de una sociedad aborregada en sus convenciones, lo que produjo un quiebre en la literatura estadounidense. Su obra fue incomprendida y rechazada por las editoriales por largas décadas, incluso por los intelectuales y críticos literarios. Publicó en novela En la carretera (1957), Los vagabundos del Dharma (1958), Los subterráneos (1958), Maggie Cassidy (1959), Doctor Sax (1959), Gran Sur (1962) y Ángeles de la desolación (1965); y en poesía Mexico City Blues (1959) o El libro de los sueños (1961).