Por Isabel Marina
Crédito de la foto (izq.) www.todoliteratura.es /
(der.) Lastura Eds.
Huesos que quieren ser poemas.
Sobre Desvestir el cuerpo (2023),
de Jesús Cárdenas
Desvestir el cuerpo, última entrega poética de Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaira, 1973), comienza con una cita de Raymond Carver:
El viento empujaba las nubes/ por el cielo, agitaba las hojas/ que quedaban en las ramas/ al otro lado de la ventana. Unos días más y/ desaparecerían,/ esas hojas. Ahí había un poema.
La poesía de Cárdenas es una expresión de la esencia que siempre se encuentra en la desnudez, en el despojamiento, en el retrato de lo fugaz de la vida, como esas hojas de Carver.
La poesía es una forma de llegar a la verdad, de descubrir esas realidades que muchas veces no vemos, o no queremos ver. Para el poeta, solo la poesía que dice la verdad es auténtica poesía y sirve a su fin primordial. No en vano la primera sección de este libro se titula: “Todos los espejos”. Esta esencia es lo que permanece, lo que no se produce solo una vez y luego deja de existir. Lo dice muy claro Cárdenas en dos versos que son una declaración de intenciones y una expresión de su compromiso con la sinceridad: “Sólo resurge lo que fue verdad/ cuando se mira hacia adentro”.
Se escribe poesía como una necesidad de dar sentido a la propia existencia, a la sucesión de días monótonos, a la reflexión en la noche sobre los días venideros, al impulso de aplacar una sed que nunca cede, una sed que la propia poesía aumenta. “Necesito que grites que es poesía/ si, al doblar la página, aún persiste la sed,/ una sed tan difícil de aplacar,/ la misma sed de los instantes previos”, dice el poeta.
Conmueve la expresión de amor de Cárdenas por las palabras, la identificación con las palabras de su verdadero yo, la autenticidad del poeta que cumple los requisitos a los que se refería Rilke en sus Cartas a un joven poeta, esa necesidad vital de escribir, esa imposibilidad de vivir sin escribir.
La palabra es la expresión del auténtico yo, de la íntima verdad, con una honestidad que conmueve y compromiso con el lector. Así, en un bellísimo poema, Cárdenas dice: “Esto que ves soy yo,/ amor por las palabras,/ esperanza en lo que sucede/ cuando pronuncio o digo”.
Las palabras son el universo, la consolación y el amor del poeta, implican una entrega de su esencia al lector. Sólo el acto comunicativo, la conexión con el lector, logra iluminar esas palabras. Y el poeta, que vive para la literatura, se identifica plenamente con ellas: “Este es mi cuerpo”.
Cárdenas también explica su proceso creativo, un proceso destinado a crear poemas que reflejen su verdad como si fueran un espejo, un proceso arduo, que entraña una gran reflexión, y sólo florecerá en una obra cuando sean las palabras, el poema, capaces de reflejar su íntima verdad: “En secreto he destilado el poema”, expresa.
Pero la vida del ser humano es un collage de imágenes y recuerdos. Es imposible, aunque se escriba, reflejar los años que han pasado, tan rápido, fugitivos, y de esto es muy consciente el poeta, hasta el punto de que nuestra vida parece haber sido un espejismo, hecho de momentos imposibles de retener en la memoria: “Parecen sueños los días que ardieron/ Tal vez algo debiera ser salvado,/ unas cuantas imágenes, al menos”.
Escribir poesía es además una forma de dar más intensidad a la vida del poeta que, como la de todos, está llena de días grises y monótonos. Escribir el poema nos lleva a otro sitio distinto, genera otra luz, la de la revelación y la pasión: “He aquí un nuevo verso/ de fuego. Su emisión se multiplica/ y es otra luz la que su luz emana”. El poeta, desde este punto de vista, es un privilegiado. Posee, como dice Cárdenas, el fuego.
La escritura del poema tiene la cualidad de reflejarnos como un espejo, a través de una introspección que nos lleva a nuestro verdadero rostro. Esto nos hace cuestionarnos muchas cosas, nos cambia. Es bendición y también maldición. Es obsequio y también veredicto.
La segunda sección de la obra tiene un título sugerente: “Cristal ahumado”. Hay atmósferas inquietantes, fantasmagóricas, en algunos poemas que se refieren a la inicial herida del hombre, a la desgarradura original, como diría Alejandra Pizarnik. Aquí, el recuerdo es siempre incompleto, de cristal ahumado: “Marcharon las cigüeñas/ para que supieses que el mundo se hace en otra parte./ Qué extraña resulta la memoria/ en el ventoso vidrio abandonado”.
En esa visión incompleta, en penumbra, de cristal ahumado, se sumerge el poeta, resignándose a ver solo entre la niebla: “Ya no huyo de la niebla/ ni tampoco de los descuidos,/ sino que me adentro/ en su vaho de disimulo,/ en sus lindes inciertas”.
Es en la interpretación de los restos visibles, en ese ambiente de demolición, de derrumbe, donde encuentra el poeta los elementos a los que asir su vida: “Todo estaba, ahí delante,/ esperándonos ante nuestros ojos/ como fruto maduro/ para dar sentido al mundo:/ el deseo, la herida y el poema”.
Vuelve Cárdenas a explicar la finalidad última de la poesía: contar la verdad, descubrir la esencia, porque, si hay un lugar para la libertad y la revelación, es en la escritura del poema: “Mostrar ya no la piel sino los huesos,/ esos huesos que quieren ser poemas”.
A veces, el poeta comprende que debe entonar un “Carpe diem”, abandonar la melancolía, puesto que somos tan vulnerables y fugaces: “Salgamos donde lata el mundo/ y con unas cervezas celebrémoslo/ mientras el viento nos sea favorable./ Estamos de visita”.
La casa familiar abandonada es el lugar donde habitan los recuerdos, en esos restos deslavazados, tras la pérdida de los días lejanos, tras la demolición de lo que fue la infancia, la juventud, la vida de todos. El poeta canta a lo perdido, a los objetos ya sin objeto, como esos vasos de Duralex sin sed, los zócalos agrietados, la madera carcomida, las losas que crujen, todo lo inanimado a lo que el poeta dota de alma, haciendo homenaje a la ceniza.
Con todas las pérdidas, con los días que ardieron, con la demolición continua, en ese ambiente de vulnerabilidad e intemperie, el poeta construye un hogar donde estar protegido:
A pesar de todo, nos reafirmamos/ en la luz de nuestro refugio,/ el silencio de la casa. Encendimos/ el fuego con las manos; amor erguido en llamas./ Con esta firmeza combatiremos/ esta y todas las noches invernales.
Después de reflejar como un espejo la humana verdad, dolorosa y fugaz, con estos versos, Cárdenas proclama un canto universal a la esperanza. Así sea.
*(Sevilla-España, 1973). Poeta y ensayista. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla (España) y magíster en Formación e Investigación Literaria y Teatral en el Contexto Europeo por la UNED (España). Se desempeña como profesor de Lengua castellana y Literatura e imparte talleres de creación poética en bibliotecas, universidades y otras instituciones. Ha obtenido el Premio del XVI Certamen de Poesía José Mª De Los Santos (2005), el Premio del Concurso Internacional de Poesía Latin Heritage Foundation (EEUU, 2011), el Primer Premio de Poesía Juan Sierra (2013), entre otros. Ha publicado en poesía Algunos arraigos me vienen (2005), La luz de entre los cipreses (2012), Mudanzas de lo azul (2013), Después de la música (2014), Sucesión de lunas (2015), Los refugios que olvidamos (2016), Raíz olvido (en colaboración con el artista plástico Jorge Mejías, 2017), Los falsos días (2019), Desvestir el cuerpo (2023).
**(Avilés-España, 1968). Poeta. Periodista por la Universidad de Navarra (España) y máster de Radio Nacional de España. Fue directora de comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid (España) y redactora jefe de su revista institucional (1992-2010). Dirige la revista de poesía Ítaca, editada en papel desde Asturias (España) y coordina el programa “Poeta del mes” con la Asociación de Vecinos La Luz-Avilés. Ha publicado en poesía Acero en los Labios (2016), Un piano entre la nieve (2018, 2022) y Un árbol que tiembla (2022).