Por María José Bruña Bragado*
Crédito de la foto Ed. Juglar
Sobre decir bóveda (2022),
de Inmaculada Lara Bonilla**
Dice Walter Benjamin que “buscar en vano es tan importante como encontrar y por eso el recuerdo no puede avanzar como una construcción narrativa, mucho menos como un informe, sino que debe, en el sentido épico y rapsódico más estricto, hundir la pala en sitios nuevos y, en los antiguos, cavar aún más profundo”. La poesía llega, en efecto, a lugares inesperados, abre brecha, huecos s o grietas, resquicios en los muros de la realidad que ni la historia ni la ciencia política, ni teoría o disciplina alguna pueden resquebrajar, alcanzar o intuir. Ahonda, a través de un logos desconcertante o turbador, del ritmo y la cadencia, de la vibración inédita, de la emoción o asombro que suscita un decir de otro modo, en lo antiguo y en lo nuevo.
Acercarme en Grecia, entre Lefkada —isla en que se suicidó Safo—, Cefalonia e Ítaca a decir bóveda —“ese arco del cosmos”— imprimió sin duda una estela de mar y cielo, entre las olas y los planetas; de esfera protectora, de firmamento mítico, a mi lectura. Selló la huella de lo ancestral, del viaje y de las vidas pasadas que lo atraviesan. El cielo, que todo lo cuida y ve, da conocimiento, da aventura, da inquietud, como afirma Pedro Olalla en ese espléndido ensayo publicado en Acantilado Palabras del Egeo. El mar, la lengua griega y los albores de la civilización. Y en decir bóveda está también, junto a la luz, lo ominoso y lo secreto; junto al afuera, el adentro de la cueva protectora, de la caverna con sus sombras inevitables.
Bóveda es ‘cubierta o techo de forma arqueada’, es ‘cripta’ y ‘sepultura’, es ‘cámara para guardar objetos valiosos’ en México o Guatemala; es, sobre todo, ‘cielo’. Apertura y cobijo, amplitud y abrigo, belleza y oscuridad, altura y muerte. Todo lo es y resignifica, simultánea y paradójicamente, en este libro.
Dividido en tres secciones, “Non sequitur”, “Solar” y “Arco del cosmos”, el poemario de Inmaculada Lara Bonilla imanta porque, partiendo de esa marca ineludible de la tradición literaria clásica que la autora conoce y maneja —“pájaro nocturno, ¿se detendrá este azul desgarrador?”—, renueva el lenguaje que puede estirarse, desencajarse, ordenarse alternativamente, colocarse como escalera visual, caligramática, por ejemplo, para luego descomponerse de nuevo. O hibridarse, felizmente, con el inglés en un bilingüismo casi inconsciente, natural. El trabajo con el espacio y la disposición visual de las palabras, de las grafías en la página, incluso el “collage” como técnica, nunca es gratuito, sino que busca decir algo, es siempre elocuente y evocador —léase “Espiral” o “Nave”, en el que pasamos de una imagen sustancial a otra sin tregua. Busca, entonces, en forma y fondo, decir de otro modo, como adelantábamos, a partir también de una respiración del verso nueva, de un léxico original, a veces vanguardista, chocante en su adjetivación, aliterado y cercano a la hipálage (“pan anochecido”), onírico, extraño (“elefanta rosada junto al faro / y sin copa de alquitrán”), pero también de unos cortes o incisiones precisas en el verbo, hechas en el lugar justo (“suspensivos en punto y coma/ suspensivos, pasajes/ de vidrio suspendido”) y una cadencia salmódica en la que las palabras, vegetales, marinas, protegen, resguardan, cálidas, como el bosque arrulla el amor de Tristán e Iseo (“ramas” en que la naturaleza “teje” “el laberinto de la noche”).
Junto a ese espíritu visionario, surreal, de enorme lucidez y alcance se puede señalar un aliento social que impregna unos poemas en los que el campo semántico de la muerte acecha y está presente de forma constante, especialmente en la primera sección: “cadáveres esclavos” en esa fosa común que es el Mediterráneo, en esta frontera con África que nos duele en España o tal vez en otros mares, otros océanos posibles (“muerte del canto del cardenal/ muerte por caída/ por desgarro/ por delicia, por orgasmo/ y muerte calladita, brutal, delicada/ pequeñita a todas horas”). Cautiverio, esclavitud, viaje esforzado son palabras y expresiones que recorren el libro, de la misma manera que límite, orilla, borde, frontera son vocablos recurrente en el mismo (“Desde el otro lado/ me pregunto/ si las muertes y los vivos de ambos/ lados se encontrarán un día”) porque el sujeto poético trata precisamente de quebrar lo que nos separa para encontrar un soplo, un encuentro en y con los demás, una empatía o mirada interrogante, que interpela, pero es también compasiva, sensible hacia la otredad, lo que nos hace pensar en la ética de Lévinas —“En cada tierra de cruces/ florece ancho un cerezo”. Siempre hay un hogar, siempre hay un refugio ante la intemperie, como muestra también el poema “Azulejo de la muerte I”, donde hay armas, gemidos y llanto, pero también el recuerdo del pan y manos tendidas. Ante el imaginario de lo violento —puño, rifle—, el contrapunto de la calidez, la mirada, la lengua, el deseo, el amor. Se mira de frente, se pone una en el lugar de la subalterna, del migrante, del olvidado. La poesía permite aquello sobre lo que Spivak tenía reticencias y que Lorca ya intentara en Poeta en Nueva York, libro que resuena con fuerza en este por su experimentación osada y su empatía hacia los que quedan fuera, en los márgenes: “Una cadena candente/ atraviesa el aire/ fresco/ roza los labios/ de océanos/ sin linde:/ dos naufragios/ cuatro niños” o “ojos negros/ sobre mejillas radiantes/ dos latidos/ seis tambores”.
También se infiltra, sin embargo, en los momentos más inesperados, el humor y lo prosaico incluso para contar la pérdida o la carencia (“Broadway”) y lo puramente cotidiano —acogedor, cálido—, una realidad —también naturaleza esplendorosa— que se basta a sí misma y hace innecesarias las palabras y que va tomando espacio y cuerpo a medida que avanza el libro: “cuando la palabra aterriza/ sobre un cerezo” o las “iglesias y pájaros” de “Harlem”. Y lo sensorial a través del tema del deseo plasmado en versos sinestésicos, de erotismo directo, material, que se sustenta en metonimias anatómicas: párpado, labio, piel. Lo submarino, la muerte, el deseo es una triada fundamental aquí y se perciben resonancias sáficas, de la poesía homoerótica palpitante y física de Adrienne Rich, Cristina Peri Rossi y otras tantas autoras que dicen en primera persona la sed de amar.
Finalmente, la tercera parte es disyunción y nuevo principio, apertura hacia el enigma y lo desconocido; es una pregunta al cosmos que tendrá configuración futura y que no se queda en lo unívoco.
En definitiva, este libro convoca, reúne, conmueve por su mirada múltiple a la fragilidad de lo contemporáneo y a la memoria del pasado reciente y trata también de recuperar el asombro de las primeras veces, el sentido de las cosas, pues somos seres que buscan siempre eso: sentido, asombro, protección ante la vulnerabilidad. Y somos, también, seres deseantes, interrogantes, compasivos bajo, cito de nuevo a Olalla, la “silente bóveda estrellada”.
Decir bóveda, en minúscula, es tener una humilde vocación de altura hacia lo humano y hacia lo ignoto; es decir refugio, aunque sea al raso, calidez y hermandad ante la intemperie; es, también, decir lo visto, viajado, recorrido, deseado, decir lo otro, lo posible, lo potencial de manera más honda, profunda, de manera nueva e inquietante, como bien sabe Benjamin que hace la poesía.
*(Zamora-España, 1976). Doctora en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca (España). Se desempeña como profesora en la misma universidad y coordinadora de la Cátedra de Literatura venezolana “José Antonio Ramos Sucre”. Ha publicado en ensayo Delmira Agustini. Dandismo, género y reescritura del imaginario modernista (2005), Cómo leer a Delmira Agustini: algunas claves críticas (2008), Austero desorden. Voces de la poesía uruguaya reciente (junto a Valentina Litvan, 2011); la edición crítica con estudio Todo de pronto es nada (2015) de la poesía de Ida Vitale, coordinado el volumen Vértigo y desvelo: Dimensiones de la creación de Ida Vitale (2017). Coeditó, junto a Ana Pellicer Vázquez, Cuando ellas cuentan: Narradoras hispánicas de ambas orillas (2019), editó y prologó Peregrinaciones de una paria, de la franco-peruana Flora Tristán (2019) y Manca y más poemas, de la mexicana Juana Adcock (2021). Ha coordinado y editado Ida Vitale. La escritura como morada (en prensa); y ha traducido y efectuado un estudio crítico de Este pobre cuerpo, de Giuliana Tedeschi.
**Escritora, académica, poeta y ensayista. Autora de decir bóveda (2022). Su poesía, escrita en inglés y español, ha sido publicada en revistas como Stone Canoe, Literal Magazine, ViceVersa, Enclave, Híbrido literario, o Nueva York Poetry Review, e incluida en antologías como Luna y panorama en los rascacielos (Nueva York 2019, Madrid 2021), Viento del norte. Antología de poetas hispanos en Nueva York (Madrid, 2021), From The Inside: NYC Through The Eyes Of The Poets Who Live Here (San Francisco, 2022), o Poetry Fighters (Sevilla & México, 2022). Sus cuentos, ensayos personales y crónicas aparecen en Zenda Libros, ViceVersa Magazine, Enclave, y Mantis. Es profesora titular e investigadora de literatura latinoamericana y latina de Estados Unidos en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, donde también dirige el Instituto de Escritores Latinoamericanos de Hostos College (LAWI) y es editora su revista literaria bilingüe Hostos Review / Revista Hostosiana. Sus ensayos de investigación han sido publicados en revistas académicas como Latino Studies, Public, New York History, Cuadernos de ALDEEU, Chicana / Latina Studies, Humanística: Revista de estudios literarios y en volúmenes editados como American Secrets: The Politics and Poetics of Secrecy in the Literature and Culture of the United States (2011) y en un libro de próxima publicacieon sobre el poeta Tino Villanueva (Trinity University Press, 2022). Lara Bonilla ha escrito, enseñado, o investigado también en Syracuse University, Harvard University, Oberlin College y la Universidad Complutense de Madrid. Ahora reside junto al río Hudson, clara frontera navegable.