Por John Burns*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Libros de la resistencia /
(der.) www.elcomercio.pe
Sobre Comunión de los santos I:
Poesía reunida (1979-2018) (2023),
de Roger Santiváñez
Comunión de los santos es un libro que recoge la totalidad de la obra poética de Roger Santiváñez publicada entre 1979 y 2018, lo cual nos permite apreciar la larga y variada trayectoria del poeta. Al principio del libro, encontramos los versos de un poeta joven en busca de su propia voz. Esa búsqueda a veces incluye instancias de un lirismo medido, por ejemplo, en “Poema para Lucha Reyes”, dedicada a la famosa cantante de valses criollos:
Vuelvo silenciosamente a los cinemas, al teatro
y lo encuentro manchado con el telón raído, allí te vi
me cantaste así como yo te canto
porque aprendimos que cantar duele, siempre (36).
Otra parte de esa búsqueda inicial es un aparente conversacionalismo, como por ejemplo en estos versos del poema “Escrito en la oficina”: “Para escribir un poema/ sentado en la oficina/ Qué hacer/ revisando archivos, fichas, soledades” (46).
Con El chico que se declaraba con la mirada, el cambio es radical. Llega una explosión poética al estilo de James Joyce con una secuencia de poemas en prosa donde la referencialidad cede protagonismo a varios saltos asociativos vinculados por un ritmo implacable:
Omphalos. He allí la Música. La divina pomada. La quinta esencia.
La última Coca-cola helada en el desierto. Y Cuál es tu proyecto?
Nunca llegarás a nada. Anamaría, tu estrella blanca sobre el fondo
en la fotografía, tenía ese aire nuevo de los vientos en la Av. Grau
junto a la Bombonera, en un tiempo que precedió a la desaparición
de la belleza. Criatura. Dulce Caridad. El sonido de los autos. Oh
Dios. Odios (98).
A partir de ese poemario, que marca un antes y un después en la obra de Santiváñez, Comunión de los santos nos permite apreciar la etapa más reciente y más madura del poeta que consiste en colecciones como Symbol, Lauderdale y Labranda. En esos libros, presenciamos el regreso de un fino lirismo que alterna con unos estallidos de suma intensidad al estilo de El chico que se declaraba con la mirada, un equilibrio delicado entre el control y la experimentación libre, como se puede notar en las últimas dos estrofas del poema corto “Canorum ver novum”:
Herida a las marrones playas verdes pro
Metidas en el débil incipiente florecer
Saludado por el viento anillo dorado
Fui hí fui hí fui hí tuu tuu grck
Chuí-chuí-chuí-chuí tai tai tai
Fui hi fui hi fui hi fui hi fui (346).
Aunque el estilo de Roger Santiváñez varía mucho, desde versos de índole tradicional hasta desvaríos poéticos dignos de los vates más visionarios, los temas centrales y los motivos de los poemas se mantienen más o menos constantes a lo largo de los casi cuarenta años que abarca la colección. Aquí encontramos poemas eróticos en los cuales el poeta busca su musa, las referencias al catolicismo que oscilan entre la devoción y la iconoclasia, y una sensibilidad sutil ante la cultura de masas, en particular la música rock, la música punk y el cine. Y también hay varios poemas que llevan el título “Ars poética” en los que teoriza el papel del poeta y la poesía.
A nivel formal, en las últimas dos décadas predomina el uso los tercetos que son, muy a su manera, una adaptación de la terza rima de Dante Alighieri, un referente recurrente a lo largo de la obra de Santiváñez. Como Derek Walcott en su poema épico caribeño, Omeros, es a través del uso de esa especie de terza rima libremente modificada que el poeta peruano establece un diálogo formal con uno de sus grandes héroes literarios para convertir la experiencia de su Piura natal, el Lima de su adolescencia y el Pennsylvania y New Jersey de los años más recientes en la materia prima de una expresión intensa, particular y a la vez universalizable.
Si para Dante, Daniel Arnault era il miglior fabbro, para Santiváñez es Rodolfo Hinostroza, como señala en la dedicatoria con la cual abre el libro. Las referencias a escritores de renombre, de la tradición anglosajona como Ezra Pound (en una entrevista, Santiváñez confiesa que le hubiera gustado escribir The Cantos), William Blake y T.S. Eliot, de la italiana como Dante y Guido Cavalcanti, de la francesa como Rimbaud y Artaud, y de la peruana, como el ya mencionando Hinostroza o Luis Hernández, abundan a lo largo de esta colección. En el poema titulado “Paisajes”, los versos responden al ritmo del famoso primer verso de “Aullido”, de Allen Ginsberg. Este escribió, “He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicos, histéricos, desnudos”, y Santiváñez contesta:
Yo he comido por las noches
en chifas perdidos del Rímac
vacíos como clientes solitarios
que hablan frases mutiladas
a parejas de muchachas
fatigadas por el trabajo o el amor (46).
Por una parte, leer la obra de Santiváñez en su totalidad significa leer la autobiografía intelectual del poeta. Y por otra, aunque sería un error reducir la obra del poeta a una mera autobiografía lírica, se nota la presencia de diferentes momentos y movimientos importantes en la vida del poeta: el hipismo, el comunismo, el posterior rechazo a la política a favor de la poesía, la militancia en grupos literarios como La sagrada familia en 1977, o en Hora Zero en 1981, o en el Movimiento Kloaka de 1982 a 1986. En más de una ocasión, el poeta ha afirmado que los poetas de su generación fueron marcados profundamente por las circunstancias políticas y económicas del país, y no faltan en esta colección referencias al narcotráfico, a Sendero Luminoso y al neoliberalismo descontrolado de las últimas tres décadas. Para representar la especificidad de la historia peruana, el poeta afirma lo siguiente:
Este libro está escrito en peruano; es decir en el castellano
Hablado en esta parte de América Latina, que se llama el
Perú. Pero, más exactamente, está escrito en el idioma que
Se habla por las calles de Lima, después de la medianoche (157).
Al final, la voz de Santiváñez es una que se nutre no sólo de diversas tradiciones y experiencias, sino también de múltiples lenguas, como sería de esperar en su caso, ya que lleva más de dos décadas viviendo fuera del Perú, concretamente, en Estados Unidos de América. La voz del poeta claramente delata la influencia del inglés, pero también hay ecos del francés, del italiano y del quechua. Santiváñez es capaz de manejar todas estas tradiciones, experiencias y lenguas que de alguna manera u otra se hacen notar en estos poemas, y así logra que su ludismo, su intensidad y su creatividad se puedan apreciar en su máximo esplendor a lo largo del libro. Comunión de los santos nos invita a disfrutar de casi cuarenta años de cacofonías afinadas y lirismos desenfrenados y a recordar, en palabras del poeta, que escribir poesía “constituye el mayor acto de la lucidez humana” (117).
*(Maine, EE.UU., 1977). Poeta, ensayista y traductor. Se desempeña como professor de Literatura y lengua en Bard College (EE.UU.). Ha traducido del español al inglés parte de la obra poética de Jorge Pimentel, Gerardo Beltrán, Raúl Hernández, César Rodríguez Diez y Rubén Medina, entre otros. En colaboración con Medina, compiló y tradujo del inglés al español Una tribu de salvajes improvisando a las puertas del infierno: Antología beat (2012). Además, es autor de artículos de crítica literaria. Ha publicado el ensayo literario Contemporary Hispanic Poets: Cultural Production in the Global, Digital Age (2015) que teoriza el papel de la globalización en la producción poética de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.