Por María Belén Milla Altabás*
Crédito de la foto (izq.) Hanan Harawi Eds. /
(der.) Facebook Festival Caravana de Poesía
“Yo también nací de mi propia herida abierta”:
cuerpo, cicatriz y posibilidad en Canto a la hoja que cae (2021),
de Úrsula Alvarado**
Imaginemos por un momento que la poesía es un cuchillo. Imaginemos rebanarnos con ella. Un corte en la carne. Palabras rojas, mojadas. Calientes. Nos abrimos la carne de un tajo y se cubre todo de una sustancia que sin embargo brilla. Una sustancia que del dolor brota. Y cuánto nos brilla. Esta es la herida de la que habla Úrsula Alvarado en Canto a la hoja que cae.
En este universo habita el dolor. La forma que tiene Úrsula de conducirse en el lenguaje es la misma que utiliza para conducirse en el dolor. Hay un movimiento. Anne Carson dijo una vez que “la vida sucede cuando tu pensamiento se mueve”. El pensamiento es movimiento. La poesía también lo es. El movimiento de Canto a la hoja que cae va siempre hacia la herida. El dolor se tiene que atravesar, cruzar. El dolor se visita, se camina, se corre. La escritura del dolor, y esto es importante, nunca está quieta. No puede estarlo.
En un libro sobre la enfermedad nada es estático. Un cuerpo herido es lo más parecido a un enjambre de abejas alborotadas. Un libro del dolor es la cosa más espasmódica e inquieta que podremos encontrar. La desesperación es lo que impera, pero no una desesperación común, tampoco inútil. No es desbordada, irracional, casi animal: no camina con los ojos cerrados, golpeándose con todo. La desesperación de este libro es diáfana, lúcida, como si la angustia otorgara la capacidad de observar la verdadera naturaleza del mundo. Digo naturaleza en dos sentidos: el mundo natural, por un lado, y el fenómeno, por otro. Este libro, desde el movimiento de la enfermedad, desde la escritura espasmódica del dolor, del trauma ―desde la escritura de la carne herida― establece nuevos contratos y correspondencias con la realidad que nos circunda. Úrsula crea un nuevo sistema de valores. Otra forma de vincularse con el mundo. Y esta es la única verdad que podemos sostener acerca de la poesía: que la poesía es, ante todo, posibilidad. La poesía es promesa. La poesía puede lograr cosas.
Canto a la hoja que cae es un libro poliédrico, de muchas caras. Un libro de una melancolía preciosa, lleno de transustanciaciones, de metamorfosis. Un libro que cuando lo abres parecen salir toda clase de seres, luz, viento, noche. Desde el primer poema, “Visita médica”, se instaura el reino de la enfermedad. El cuerpo, a partir de su herida, reconoce su fragilidad, su condición de sujeto fragmentado. “Sístoles y diástoles se atropellan sin engranarse”, dice el poema, como si no fuera posible la coordinación, la armonía del cuerpo en su funcionamiento vital. “Ha dejado de pertenecerme el corazón”, como si el sujeto se volviera un extraño de su propia constitución. Y es aquí donde ocurre la transformación. El cuerpo muta, transfigura su materia finita, su materia dolorosa, resquebrajada, para desembocar en una nueva criatura. Desde el primer poema, se nos propone la transformación del dolor físico y espiritual, en una especie de simbiosis con el mundo natural, algo que ocurre como un intercambio de la materia, parecido al desborde de los límites corporales, y con ellos, de los límites del dolor. “Me desbordo en cada grieta que nace”, escribe Úrsula, una imagen preciosa que representa la posibilidad que otorga la poesía de enfrentarse. De empuñar, de defenderse. Porque no es un libro sometido al hueco, a la angustia, ni al silencio. Aquí hay esperanza. Aquí se nos dice: “Yo también nací/ de mi propia herida abierta”. La voz enferma se erige como un roble en la cama del hospital. Y nosotros empezamos a creer en la revancha.
Hay también una delicadeza en la mirada. Muy lejos de la debilidad o falta de ímpetu, se nombra con delicadeza aquello que es atroz. Se dice con precisión suficiente aquello que sacude, aquello que tritura, aquello que golpea. No hay que olvidar que el lugar desde el que habla es el lugar de la urgencia, o como dice en el poema “Hadas del tramadol”: “esta habitación que se quema”. Esta urgencia, este hablar/cruzar/conducir el cuerpo enfermo no se acaba en sí misma, sino que tiene una dirección. En el poema “Elogio del hastío”, el desborde y la metamorfosis del cuerpo enfermo ocurre por una razón: el encuentro con el Otro ―el Otro con mayúscula―, esa persona que sea capaz de continuar con la resistencia del yo poético, esa persistencia del cuerpo contra el deterioro, contra la enfermedad, contra la nada, aquel “quien pueda seguir luchando/ con los huesos que me faltan”.
Canto a la hoja que cae es la celebración de la posibilidad, la posibilidad de la metamorfosis, la celebración del desborde. Teje su universo ahí donde una hoja seca se detiene y, convertida en pájaro, empieza a volar. En este lenguaje de cicatrices, desprendimientos, escaras, hay algo que baila. Aquí, donde la naturaleza es cuerpo, y el cuerpo, naturaleza. Aquí, donde palpamos nuestras costillas y encontramos robles. En estos poemas-kintsugi, en esta carpintería de oro, la resistencia nace del cuerpo herido, justo ahí, por donde la luz ingresa. Aquí es donde se defiende lo roto. En el cuerpo lenguaje y el cuerpo evidencia. Aquí el cuerpo afilado, listo para cortar. Aquí la hoja que cae. Un cuerpo mil veces mordido sí nos sirve de metáfora. Y nos guardamos estos versos de guerra, como un emblema: “Es mi cuerpo una herida que cicatriza./ Una flor de carne que abre sus alas/ cuando anochece.”
*(Lima-Perú, 1991). Poeta e investigadora. Licenciada en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú, magíster por la Universidad Complutense de Madrid (España) y doctoranda en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid (España), donde investiga la poesía peruana escrita por mujeres. Ha publicado en poesía Archipiélago y Amplitud del mito (2018; 2019); y en investigación El príncipe travestido. Género, transgresión y violencia en la Tercera Parte del Florisel de Niquea de Feliciano de Silva (2022).
**(Lima-Perú, 1979). Poeta. Licenciada en Administración de Turismo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), gestora cultural e ilustradora. Finalista del concurso de poesía para mujeres Scriptura – PEN (Perú, 2014 y 2015). En la actualidad, dirige la Asociación Cultural Poesía en la Ciudad y trabaja un ensayo sobre patrimonio literario. Ha publicado en poesía Metamorfosis inversa (2015), Canto a la hoja que cae (2021) y tiene inédito Albas a Orfeo.