Poemas por Claudia Berrueto*
Nota crítica y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto (izq.) Ed. Universidad Autónoma de Nuevo León /
(der.) archivo de la autora
Paisaje lírico de duelo y desamor
en Bajo el mármol lunar (2024),
de Claudia Berrueto
Bajo el mármol lunar apareció en enero 2024, bajo el sello editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México. Es el cuarto libro de poesía que nos entrega a sus lectores Claudia Berrueto, a quien considero una de las voces más relevantes e importantes de la actual poesía mexicana.
El andamiaje de este poemario se concentra y sostiene en 46 poemas repartidos en tres partes: Mármol Creciente, Mármol Lleno y Mármol Negro, sobre las cuerdas del desamor, el miedo, la incertidumbre, el amor, el duelo, la madre y la hija. Contiene magníficas ilustraciones de Verónica Bujeiro, que contribuyen a afianzar la atmósfera blanca de mármol muy pulido, agua cristalina y texturas lunares que el libro alcanza a comunicar en un solo aire. El exquisito diseño y la impresión en blanco de las portadas completan la estética de este poderoso poemario.
Pulido también es el delicado trabajo con el lenguaje y las imágenes que Berrueto alcanza. Como se sabe, el mármol es una roca formada a partir de calizas. Las altas temperaturas y las fuertes presiones geológicas son las que lo convirtieron en mármol dejando de ser una roca caliza. Este proceso de cristalización natural es quizá el que la autora intentó trasladar al paisaje del libro: en sus versos es posible sentir la helada tristeza por la pérdida de la madre; el duelo blanco que llena de rigidez los nervios contraídos por el dolor ante la partida de una amiga o de un amor. El mármol negro es la imagen potente para decir noche, bóveda oscura, manto nocturno, cielo estrellado que abraza a la voz poética dentro de las rupturas.
El poeta y ensayista mexicano Francisco Meza anota sobre Bajo el mármol lunar: “A lo largo de sus libros, Berrueto ha visto en la ruptura de las pasiones una suerte de poética para darle nombre al hallazgo de las pérdidas. Es justamente en ese ajuste de cuentas donde radica la tensión dramática que da unidad tonal a estas páginas. Habrá que apuntar que la figura principal es la orfandad, ya que la muerte de la madre cruza, en condición de sombra o desgarramiento, cada uno de los poemas. Como el lector podrá comprobarlo, es esa ausencia la que dicta al oído de la autora: ‘es largo el camino para llegar al animal que somos’”.
9 poemas de Bajo el mármol lunar (2024),
de Claudia Berrueto
camino a oscuras por mi casa.
hago lo mismo en esta página;
un recinto blanco por el que deambulo,
un muro al que le pido más umbrales
para atravesar su aire
y volver enjoyada con la luz de la luna
a la noche cimarrona.
el viento te llena de abalorios
y la suntuosidad del hielo habita tu casa:
eres un ser del fin del mundo.
cada vez menos asiduo al sol,
sabes que es la noche quien se ha prolongado en ti
como un aceite extraído de las voces que amaste,
por ellas sabes que las siringes
son el punto en donde el cielo se pliega.
te atragantas cuando quieres cantar
el entramado de los nidos.
te asomas a la eternidad en cada siesta
y vuelves descarnado,
sin dedos.
eres un ser del fin del mundo.
los pliegues del cielo están aquí para aplastarte.
vas a tu encuentro,
abres la puerta y el aire te rasguña,
la belleza hoy está sobre tu silla,
bajo la luz de la tarde,
en tu cuarto vacío.
sentada en esa silla
has descubierto que tu corazón es una anémona en distensión.
piensas en su nombre científico,
el nombre para el órgano que te ha arrastrado hasta aquí
y entonces recuerdas lo que aquel doctor dijo sobre el corazón de
/tu madre:
“su corazón es un caballo, no parará”.
a los dos días tenías a tu madre en las manos,
dentro de una urna caliente
y un caballo partía veloz de tus ojos.
sentada en esa silla retomas:
una anémona en donde se refugian peces que suelen limpiarla
hasta dejarla vacía,
una flor de carne que fluctúa desde un abismo de piedra,
algo que se perderá en una urna como la cabeza de un alfiler.
el aire rasguña de nuevo.
y tocas tu pecho:
heteractis magnifica te llamas.
un iceberg se desembaraza de su plataforma y adquiere un
/nuevo nombre
el más reciente dejó la Antártida y ahora se llama A-76
y se ha ido flotando,
con su nueva respiración de isla,
por el plomizo mar de Wedell.
todo lo que deja de ser parte de tierra firme
adquiere un nuevo nombre;
todo lo que es mutilado de un cuerpo también,
lo mismo todo cuanto abandona la vida.
el sonido de ese desprendimiento lo dicta;
una ruptura es también un bautismo.
y preguntas que hieren como el hielo se quedan latiendo en
/la noche:
¿cómo se gana una orilla cuando se nos condena a flotar en aguas
que despiertan extrañadas por nuestra presencia
y va menguando lentamente a la deriva?
¿cuántos centímetros aumentaremos al nivel del olvido
siendo un iceberg deshecho al nivel del mar?
en esta hora en que el insomnio es mi barca
uso mi antifaz hecho con aves que son casi insectos, casi briznas.
ante ti soy madre de lechuzas,
muñón de lo fluvial martillando el silencio.
mi yo Caronte
lleva a la otra orilla de lo que nada toca
el amor que debió despertar desnudo
para chocar con el mundo desde el muelle de mi cuerpo,
y la moneda de ceniza con que su trueno paga
recrudece en el cielo sus húmedas heridas.
oceánida incompleta de la noche,
me inclino ante tus ojos,
que, aun borrados por el cauce de negrura,
prevalecen en el latido de lo líquido,
bajo lo que amanece de lenguaje desprovisto
en el río velado por la carne.
un alambre de púas carda la noche,
circunda un lote baldío
en donde el tratado del incendio aparece
y sale a distender sus músculos sobre la ciudad.
al tropezar contigo
su voz crepitante te grita
lo que tanto habías temido:
“has amado sin acierto”.
y el fuego continúa su infatigable faena.
te ha sosegado con su intratable verdad.
calcar
extiendo un mapa hidrográfico
y veo inmóvil, en el pliego,
lo que fluye constantemente.
los ríos sueñan que nadan, sueñan que flotan,
pero la parte final de un río no es un sueño
para las piedras que son lechos de sí mismas
sumergidas en su cauce,
calmando una fiebre que llamea desde el fondo
como relámpago subacuático.
paso mi lápiz sobre el papel calcante
y con el pulso te olfateo en la bastilla de este atlas líquido.
voy tras tu rastro,
mi caudal huido en los mapas,
mi río perdido en el agua.
mis labios,
muertos para el mundo,
profesaron en el continente de los tuyos
y abandonaron su nombre antiguo
para incendiar la precariedad del pasado.
en mí se han prolongado las bocas de las nubes
para traerte de regreso
y aquí,
bajo las alteradas cicatrices del cielo,
encuentro la etimología de tu voz amanecida
y te doy nombres que resplandecen,
como astros dulcemente abatidos,
sobre tu cuerpo.
mi madre nunca se perdió en el mar
ni en la montaña que talló la noche,
ni en los nudos del viento;
jamás desapareció en el corazón del bosque.
nunca se adentró en las sienes de la madrugada.
ella se extraviaba en una maceta,
en los dobleces de la ropa,
en las edades de sus hijos,
en esta casa que espera su regreso con desesperación.
*(Saltillo-México, 1978). Poeta. Licenciada en Letras españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila (México). Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones, en el área de poesía de Jóvenes creadores; entre 2018 y 2021 fue becaria del Sistema Nacional de Creadores de Arte y, este 2024, obtuvo la Estancia Literaria Octavio Paz. Ha publicado en El Universal; en las revistas Armas y Letras, Este País, Luvina, Letras Libres y en la Revista de la Universidad de México. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tijuana (2009) y el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer (2016). Ha publicado en poesía Polvo doméstico, Costilla flotante, Sesgo el mármol lunar y Bajo el mármol lunar (2024).