Sobre «Ausencias» (2024), de Kamelia Panayótova

 

Por Ángel Padilla

Crédito de la foto (izq.) Ed. La Tortuga Búlgara /

(der.) Yana Lozeva

 

 

Sobre Ausencias (2024),

de Kamelia Panayótova*

 

 

Confirman: ha sido lanzado un misil contra la infancia

 

Entre la Prehistoria y la Historia hay un continuum que los libros de texto

convencionales ocultan, porque normalmente colocamos ahí un muro enorme,

haciendo que la Prehistoria sólo le interese a los especialistas y a gente curiosa. […]

Tras la visita a Atapuerca sentí que ellos estaban en mí, y también, tras ver pinturas

rupestres, que el pintor de Altamira de hace 15.000 años estaba en mí.

Juan José Millás

 

El poemario Ausencias, de Kamelia Panayótova, publicado por La Tortuga Búlgara en 2024, en la colección Bulgaria poesía actual (traducido del búlgaro al castellano por Marco Vidal), trae bajo el brazo una patente de corso de bastante fuste: el poemario resultó ganador del I Concurso para poetas búlgaros Aleksandar Vutimski 2023.

Leído el libro, no me sorprende que ganase el concurso, pues contiene innumerables valías, desde el decir poético que, a mi entender, es el idioma más profundo y a la vez más directo que poseemos los humanos (la poesía es nuestro idioma más primitivo y universal). A saber [Ausencias contiene]: a) tensión dramática, el poemario se lee de seguida como quien lee una novela, porque (se agradece) está contando algo, contando algo visto desde diferentes prismas; b) belleza poética, con verso libre la poeta nos muestra ese mundo del que habla, con brillantes descripciones que suscitan imágenes que ora tranquilizan, deliciosamente, como quien admira el fluir de un río, ora espantan, como si viendo ese río se fuera la luz de pronto en el día, y ante el ruido del río pensásemos: ahora el ruido del río es otra cosa; en suma la facilidad que tiene la poeta para, mediante la sencillez, llevarnos de la mano por su paseo vivencial para que veamos tanto situaciones (re)conocidas como el extrañamiento y lo feo, y no nos marchemos de su paso en un camino lleno de entidades descarnadas y fantasmas del inconsciente o del inframundo, manifiesta una indudable maestría.

Porque es difícil tratar un tema como el que aborda Ausencias y hacerlo con la franqueza con que se despliega y a la vez que no nos expulse, sino todo lo contrario, del tremendo drama que las páginas destilan, el tema, el argumento de Ausencias es el que hace al libro —en paralelo a la belleza formal de sus poemas—, tan interesante. Ausencias detalla, mediante recuerdos de una mujer adulta, los abusos, de diferente índole, que sufrió de pequeña.

El tema, de absoluta actualidad, viene a ser un asunto que nos persigue como un ectoplasma informe y muy pegajoso e incansable, desde que salimos de las cuevas: el abuso, las forjas al rojo, los infiernos que uno puede padecer en el lugar que se considera más a salvo de que disponemos: la propia familia, por extensión, el clan. Kamelia ella misma se descarna en el poemario para desde un salvajismo primigenio nombrar su prehistoria (su infancia, esa nuestra edad bruta y vulnerable del cromañón), interroga: “¿Dónde estuviste tantos años?/ lejos, muy lejos,/ ¿y quién te cuidó?” (en un trasvase de voces espectral). Nos cuenta de su madre, de la presencia hostil de su madre, que “influyes en el clima”, porque una vez “Inhalé tu aroma”, y la poeta, ya de adulta, en retórica increpa a su madre: “dime, mamá, ¿cómo es/ que aún no lo he exhalado?”.

 

 

El padre también aterra en su memoria la razón adulta de la poeta, cuando evoca de él que “A ti, al que recuerdo entre la hierba aplastada, encogiéndose tu cuerpo, más apagado […] ¿Qué me hiciste/ y por qué me aterró tanto?”. Y reconoce de su padre que lo observa en todo: “en el olor a óxido de las estaciones/ en el grifo roto del baño”, no obstante, desangelada, apocalípticamente: “En la palabra padre/ no estás”.

La autora escribe Ausencias porque de tripa le es necesario. A la vez, indagando en esa experiencia y en cómo ha afectado en su vida toda, se interroga, en un poema en el que se evoca de muy pequeña, se vive en tercera persona: “recuerdas el árbol/ del patio/ que te parecía enorme/ donde aprendiste a volar”, la niña sube a la copa del árbol y “el miedo alarga la distancia al suelo”. Entonces Kamelia le pregunta a su yo adulto—desdoblado en escritora y en espíritu humano desnudo en aventura indagatoria—: “¿Recibes a esa niña con los brazos abiertos,/ o es hora de dejarla?”.

La experiencia particular se convierte en universal. Lo que ocurre, vivimos, en la infancia, es decisivo para lo que ocurre, vivimos, de mayores. Kamelia es como esta Tierra nuestra, que ha sido tan agredida, tan violada por millones, tan ninguneada, vituperada y destruida hasta el punto de vernos todos por ello sumidos en las consecuencias de una terrible crisis climática, el Calentamiento global es consecuencia del maltrato del homo sapiens a la tierra, la llegada de la sexta gran extinción tiene un origen en la actividad humana. Se han atropellado descarnada, ciegamente, los árboles que nos soplan verdemente aire limpio, las olas que entre su raíz y copa garantizaban veranos soportables, se ha dañado como con mil millones de lanzas el núcleo del Ser que habitamos, donde pensamos, que nos piensa, ahora los trasgos y ánimas chillonas resultantes sobrevuelan los cielos.

No es este un planeta estable (no un sistema estelar comprensible y amistoso), pero las situaciones críticas a nivel global sólo han ocurrido cinco veces (en los millones y millones de años que sobrevive aquí esta tierra, con su pelo de hierba y aguas y criaturas distintas cantando o gritando sobre ella), y han tenido origen natural. Se dice de la primera gran extinción (la primera de las grandes muertes masivas, el primer gran disparadero de ausencias) sucedió durante una primavera de hace 66 millones de años (en el creático-terciario), un dinosaurio alzó la vista al cielo, preocupado porque el punto brillante que había aparecido unos minutos antes era cada vez más grande: se trataba del meteorito Chicxulub, que con sus 14 kilómetros de diámetro se acercaba a La Tierra a una velocidad pasmosa. En 20 segundos la gigantesca roca atravesó la atmósfera e impactó en las costas de la península de Yucatán. La energía liberada del impacto creó una onda de choque que barrió a cualquier ser vivo que encontró a su paso en cientos de kilómetros a la redonda, generó tsunamis y vaporizó toneladas de rocas sulfurosas, que acidificaron los océanos y bloquearon el sol durante años. Se calcula que tal desastre hizo desaparecer casi el 50 % de la fauna marina y el 18 % de los dinosaurios. La segunda gran extinción ocurrió en el Triásico, que vino con vulcanismo o cambio climático, la tercera en el periodo Pérnico, llegó quizá con vulcanismo, o con cambio climático barriendo el 70 % de las especies terrestres; la cuarta en el Devónico, que sobrevino con causas desconocidas y la quinta hace 439 millones de años en el periodo Ordovícico-Silúrico, generó cambios en el nivel del mar.

Hoy, los humanos somos solo un 0,01% de todas las formas de vida en la Tierra. Desde los años 70 hasta la fecha la humanidad ha destruido el 83% de los mamíferos salvajes y la mitad de las especies de plantas. La mayoría de los cambios, muchos relacionados con la transformación del medio ambiente y la crisis climática resultante, han ocurrido durante los últimos 50 años. Sólo cinco décadas le han bastado al humano con su mejor ingeniería industrial contaminante y destructiva creada por el voraz capitalismo, para destruir los ecosistemas y colocarnos al borde del barranco a todos, al resto de las especies y a la nuestra.

Esto es un erial, un paisaje aparentemente bucólico a punto de estallar. Kamelia advierte: “Corre por el valle del verano,/ cae su oscuro pelo,/ aviso de que donde crezcas —/ creces hacia abajo.”

Lo más inocente, en este mundo, ha sido vulnerado repetidamente: “Confirman -/ Ha sido lanzado un misil contra la infancia”.

 

La poeta Kamelia Panayótova.
Crédito de la foto: Yana Lozeva

 

Durante los 36 poemas que contiene Ausencias podemos asistir al origen del dolor (el dolor que se lleva lo bonito, o no lo deja ser, generando las ausencias, que nos desvelan con su mano fría pidiendo ser flor, secuoya, catarata o madre humana); también a cómo paliarlo, repararlo y, quizá, sanarlo.

Hay que resistir: “Entre monstruos/ seguir siendo humano:/ esa es la victoria”.

Diría que el poemario funciona, como se ha sugerido más arriba, como un artilugio emocional y reflexivo de lo particular a lo colectivo: “Muéstrame, amor,/ a lo herido./ No tengo nada más/ que recordar”.

Con esa angustia y espinosa frondosidad de los versos antes citados comienza el poemario. Sin embargo, el texto va evolucionando hacia otros entornos narrativos e incluso sugiere respuestas. La imagen de este poema resumiría el universo recordado de la poeta y describe nuestro mundo, despiadado:

Sobre los tejados anochece,

se esparce la oscuridad.

 

El crepúsculo engaña al sol

consolándolo,

la luz se encoge

como niño

sin afecto.

 

Pero todo, como la imagen del test de Rorschach tiene su envés (y en él, la esperanza y la puerta de salida —aquí la mayor grandeza de Ausencias, el yo presente que se levanta y proclama—):

Quisiera contarte que esas no soy yo,

que mis rojas manos lo están

por las fresas del estío,

que no es sangre lo que besas,

entera sigo, indemne

[…]

quedé prisionera en el contorno de un fruto,

arrancado y arrojado por ahí,

nunca antes lo había pensado:

si me recogen, sanaré.

 

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*(Bulgaria). Poeta. Obtuvo el Primer Concurso para poetas búlgaros Aleksandar Vutimski (2023).

 

 

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