Por Bárbara Alí*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Caleta Olivia /
(der.) archivo de la autora
El lenguaje, ese tercer cuerpo.
Sobre Alguien me espera en casa (2023),
de Paula Giglio
Tuve la alegría de poder arrojar unas primeras luces en la contratapa de Alguien me espera en casa, de Paula Giglio, publicado por la ed. Caleta Olivia (2023), pero siempre quedan cosas por ser dichas. Alguien me espera en casa puede leerse como una ironía ―aunque no por eso un reflejo insensible a “lo amoroso”― sobre lo que implica la “presencia” o la compañía de un otro. Retrata de forma poética un vínculo de amor a distancia frente a dos imposibilidades: la de la lejanía espacial, por un lado, y, por el otro, la de la no disponibilidad. ¿Cuál es el rol de una amante?, e incluso: ¿cuál es el rol de una amante del otro lado de la pantalla? ¿Cómo cuajan o se enmarcan las emociones en dos cuerpos que están separados por 700 kilómetros? Los dos personajes son escritores:
Tu libro está entre los míos. Quiero decir, entre dos libros que escribí. Como dos piernas, abrazan el tuyo.
Él es mayor:
Me lleva veinticinco años. Nació exactamente el día en que nació mi padre, el mismo año, en otra ciudad. Una ciudad pequeña cerca del mar, aunque él diga que el mar queda demasiado lejos, que todo lo que siempre quiso parece estar cerca, pero no es capaz de agarrarlo.
Él está casado:
Bajo a la vereda y esta imagen no me hará trastabillar, pero sí quedar estática, en dos mitades cortadas a cuchillo: un hombre de tu aspecto mete valijas en el baúl de un auto. Al lado, su mujer se abanica con la mano; le pregunta si ya cargó las reposeras. Tenemos todo, dice él. Hay un momento que se llama pozo y yo estoy ahí, hecha un ovillo.
Ambos esperan a que el otro ceda. Entran en juego las demandas propias de un vínculo que se caracteriza sobre todo por la intensidad de las palabras: aquello que los une, a fin de cuentas. Pasan los meses, incluso los años. Aquel primer encuentro en donde el vínculo comienza a partir del tacto se convierte en palabras acerca del tacto; se vuelve discurso con caricias imaginarias y también con las rispideces propias del amor; se torna cada vez más cercano en la lejanía y crece a fuerza de la insistencia del lenguaje.
Estoy a punto de ahogarme y sin embargo hago pie; sostengo. Algo tan grande debería provocar una tormenta. Entonces llueve, no afuera, sino adentro de mi casa. Garúa sobre el escritorio, la biblioteca, la notebook que ya cerré. Todo gotea o se derrite, pero no estoy llorando./ Esta distancia irritante que nos mantiene unidos, porque en el fondo es eso. Me guardo la tristeza en la boca y resisto. No sé si escupir o soltar una bocanada de aire./ Ni que me leyeras la mente, escribís: Cada vez me gustás más. Me guardo tu beso de cigarrillo de vainilla porque me abriga y te dejo otro que se extiende por toda la noche, pero no llega al desayuno. Ahí mandaré uno más largo.
El amor en los tiempos de la virtualidad cruzado por la no disponibilidad:
¿Cuándo vas a venir a Buenos Aires? La pregunta eterna./ Paciencia, my lady./ Nada cambia y entonces nada cambia. El lenguaje con sus trampas, pero detrás de toda lógica hay algo que igual grita. Estamos en marzo. Sentada en un banco del parque, espero.
Un vínculo casi fantasmagórico, pero que cobra forma y se moldea todos los días a través de la voz en el teléfono, la imagen en la pantalla, la cena compartida y el choque de copas que no hace ruido porque “es que nada chocó contra nada”.
Lo invisible, lo intangible, lo vacío que sin embargo está lleno:
Entro y salgo de la conversación solo para ver el emoticón que tira besitos, una y otra vez. Decenas de corazones a lo largo de la pantalla, a lo ancho de mi cuerpo; qué sabe el inconsciente.
Y también, quizás, un engaño compartido:
Lo cierto es que nos parecemos bastante. Yo también me miento. Tu dedo en la pantalla no toca mi cuerpo; apenas palpa una imagen que, de a ratos, se congela. ¿Es tu conexión o es la mía? Qué cobardes, pienso, pero digo: Qué solos estamos, my lord.
Alguien me espera en casa podría inscribirse en la genealogía de libros que hacen del intercambio epistolar una segunda piel, una superficie que se estira para salvar la distancia y encontrarse con el otro en ese espacio virtual y amoroso. Virtual más amoroso da como resultado fantasmagórico. Es que, cuando las palabras no se dicen en presencia, se recubren de un velo, un velo poético, ya que estos amantes son escritores, escritores que hacen de la lengua algo que excede por mucho una herramienta de comunicación. La lengua se expande y contrae, se erotiza, se ensucia, se enoja y enternece.
Asomarse y sumergirse en este libro de Paula Giglio ―no es posible asomarse sin querer entrar y avanzar página a página― es encontrarse con este tercer cuerpo hecho de una lengua intensa y espectral, y también, digámoslo, ser un poco voyeur de una historia amorosa contada con la lucidez de quien transmuta el vacío en belleza.
*(Buenos Aires-Argentina, 1984). Poeta. Licenciada y Profesora en Letras en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Obtuvo el Premio Unicaja de Poesía (2021). Ha publicado en poesía Movimiento de ida (2020), La mancha de los días (2020), Memoria fantasma (2021), Amor animal (2023), Escribir la noche (2023) y El mar dentro del cuerpo (2024); y compiló, junto con Roxana Molinelli, la antología de poesía Otros colores para nosotras.
**(Córdoba-Argentina, 1988). Poeta y narradora. Licenciada en Filosofía por la UNC. Reside de Buenos Aires (Argentina). Obtuvo el Primer Premio de Poesía Joven de la Ed. Liliputienses y la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (Argentina, 2023). Participó en el XII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires y de la 33e edición del Festival International de la Poésie de Trois-Rivières (Canadá-2017). Ha publicado en poesía Ella, naturaleza (2012), En el cuerpo (2016, 2022), Un lugar para mis piernas largas (2018), La risa loca de los ángeles (2018), Hoy llueve en el mundo (2019) y Alguien me espera en casa (2023); y en relato Teoría del equilibrio (2022).