Por Camila Albertazzo
Crédito de la foto (izq.) Ed. Hannan Harawi /
(der.) Facebook de la autora
Sobre Abro el miedo (2019),
de Teresa Orbegoso*
Y el hecho es que nadie, hasta ahora,
ha determinado lo que puede el cuerpo.
B. Spinoza
Abro el miedo, es un poemario de cuatro apartados en los que la hablante, de modo autobiográfico, conversa con su cáncer en el proceso de la operación y cirugía. De hecho, estos tres apartados llevan por nombre: cirugía, herida, sutura y cicatriz. Sin embargo, el poemario de Teresa no se supedita solo a una experiencia personal, aunque bien podría y ya sería interesante, sino que superpone su cuerpo físico a su cuerpo experiencial de mujer y al cuerpo del continente que la cobija, todos, por su intrínseca condición de margen y desplazamiento, cuerpos intensamente políticos.
Abro el miedo es un texto que nos sitúa en el dolor, pero también en la esperanza de la sanación. Si pensamos en una de las formas que Spinoza, leído por Deleuze, revela como acceso a la reflexión del cuerpo es la triple denuncia a la conciencia, los valores y las afecciones tristes. El cuerpo y el alma no pueden disociarse, sin embargo, hay potencia cuando el cuerpo se vuelve un objeto mirado desde la distancia, se toma consciencia de su existencia y de sus dolores, sin embargo, incluso en esa distancia, no se puede saber exactamente el potencial. Nos dice Deleuze: “¿qué quiere decir Spinoza cuando nos invita a tomar al cuerpo como modelo?(…). Se trata de mostrar que el cuerpo supera al conocimiento que de él se tiene, y que el pensamiento supera en la misma medida la conciencia que se tiene de él” (1980, 28).
Esta es la idea que evoca el texto de Orbegoso, quien con pluma limpia, va enlazando su diálogo con la poeta dinamarquesa Inger Christensen y sus poemas Eso y Alfabeto. La hablante en Abro el miedo dice liminalmente: “mi cáncer dice, acuérdate de mí ahora que eres adulta” (29), apelando directamente a una infancia que late y, aunque se haya querido olvidar la mente, el cuerpo lo recuerda, “acuérdate de mí ahora” dice el cáncer, y evidencia el pasado que construye en los cuerpos las cicatrices que solo cierran temporalmente. Luego y durante todo el poemario, la discusión se abre entre los flancos del cuerpo y el territorio, el cuerpo herido, el cuerpo mutilado, el cuerpo invisibilizado al verse afecto a los dolores y enfermedades, se integra en círculo concéntrico al cuerpo latinoamericano que también tiene cicatrices territoriales, que también ha sido mutilado por el capitalismo colonialista y que también, como la hablante, ha tenido que lidiar con las afecciones que nublan los estados más puros de conciencia, con la invisibilización y las suturas corporales-territoriales.
Se hace urgente el llamado de la hablante, entonces, al dialogar con Christensen: “si Inger, el agua bendita de Santa Rosa de Lima existe/ la fría herida detenida existe/ con los mechones arrancados existe/ Teresa Orbegoso existe” (31). La hablante de Abro el miedo nos lleva de la mano a un viaje en el que reconoceremos espacios intrínsecamente latinoamericanos como se puede leer en “muertes que en los últimos años han sido numerosas/ en el continente sudamericano/ donde solitarios indígenas de sus múltiples culturas/han perdido la memoria” (43). Otros profundamente femeninos como podemos leer en Abro el miedo. Es una joroba. “Soy la niña que cubre su cabeza con una caja de cartón y pregunta ¿estoy bonita, papá?”. Hay espacios de conciencia propia en que la hablante cuenta la historia de su linaje como una forma de sanarse como la hablante revela en “Mi cáncer dice: cose tu historia a la mía y encontrarás a una madre y una hija y dentro de ellas una palabra como una penitencia que las alumbra” (32).
El texto de Teresa finaliza con “Cicatriz”, un último poema tejido que puede leerse como una sutura que ha permeado los tres cuerpos de la hablante, una cicatriz que han dejado los procesos del cuerpo y el alma, que disociados a la fuerza han debido volver a la esencia que Spinoza reveló y que Teresa Orbegoso, tomando distancia, une para hacerlos procesos reflexivos, sanadores y esperanzadores.
Entrevista
Camila Albertazzo [CA]: Teresa, tomando en cuenta que el cáncer es una enfermedad del cuerpo y que, como tal, afecta físicamente a quien lo sufre ¿Cómo puedes relacionarlo con Latinoamérica? ¿Cuál es el cáncer que afecta al cono sur?
Teresa Orbegoso [TO]: Latinoamérica está enferma y la historia de mi cáncer es una de las tantas historias trágicas de ser latinoamericano hoy. A la mayoría nos ha costado mucho la vida. Estamos hartos de cómo somos tratados por el sistema y, sin embargo, seguimos sirviéndolo. La gente quiere cambios, pero sigue poniendo su vida en manos de otros. La política es corrupta e indolente. En Chile y en Perú se tiene la educación privatizada y uno debe endeudarse con el banco por más de veinte años para poder acceder a ella sin tener asegurado un trabajo; la salud, el seguro social y los servicios básicos también y, aún así, se sigue prefiriendo un gobierno de derecha. Me puedes decir qué es eso.
Hace poco un taxista en Santiago me dijo que se iría a vivir a Perú porque en Chile la situación podía ponerse como en Venezuela y no quería un gobierno como el de Cristina en Argentina. Yo vivo hace más de doce años en Buenos Aires y viví más de 30 años en Lima y reconozco lo mal tratados que hemos sido los peruanos y, especialmente, las peruanas. No hemos podido ser ciudadanos ni ciudadanas plenamente. En el Perú, el año pasado, 168 mujeres fueron asesinadas y el 50% de acusados no tienen sentencia.
En Chile hay un grupo de personas que está luchando y otra que quiere la represión de estas personas, que prefiere irse a vivir a otro lado, que piensa que los manifestantes son unos delincuentes, unos vagos, que las cosas no están tan mal, que son unos exagerados y que si uno trabaja uno puede progresar y que ese es el problema: la gente prefiere poner bombas que ponerse a trabajar. Aníbal Quijano ya ha señalado e insistido en que los fundamentos del capitalismo colonial global como patrón de poder están en crisis. Sin embargo, nosotros insistimos en seguir danzando con él, en seguir negando el miedo.
[CA]: Entendiendo entonces, la distancia que has debido tomar con tu proceso personal de enfermedad al escribir sobre él, como forma de sanación, ¿dudaste alguna vez de publicar? ¿Cómo llevaste a cabo el proceso de edición del texto, con todo lo que implica recordar y pasar en limpio lo que viviste? Si pensamos en tus textos anteriores, como Perú o Yana Wayra, la descolonización como proceso siempre está presente en tu escritura. ¿Cómo afecta, según tu perspectiva, el sistema capitalista y colonialista en la salud tanto mental, cultural como física de los que vivimos en el cono sur?
[TO]: El capitalismo de nuestros países nos abandona a nuestra suerte siempre, pero se pone peor en el momento en que enfermamos. He escuchado decir a la gente que, si uno no puede afrontar un cáncer, ya sea porque no tiene seguro o no le alcanza la plata, es porque uno no ha hecho bien las cosas en la vida, que no ha ahorrado pan para mayo, que has gastado más de lo que podías. Escuchar este tipo de cosas es demoledor cuando estás luchando por salvar tu vida con 400 dólares en el bolsillo. Así de poderoso es nuestro capitalismo en el pensamiento de cierta gente porque reducen el derecho a la vida a un tema de dinero, a un negocio.
Estos son los defensores del status quo, los que quieren que nos jubilemos a los setenta años, los que predican contra la depresión y se ponen a favor de una felicidad sin pensamiento. Pero también y felizmente aún existen la solidaridad, la compasión y el amor. El cultivo de estas virtudes es lo que hace posible que uno trascienda este capitalismo furioso que no te permite parar, que no te da permiso para salir del sistema, que no perdona que te enfermes. Y estos tres sentimientos vienen de la religión y de nuestras culturas. Es la valoración de lo comunitario lo que pone en jaque al capitalismo. Y yo lo he vivido.
Cuando me enfermé y pedí ayuda a mis amigos, ellos no dudaron en apoyarme con donaciones económicas, comprando mis libros, entregándome su tiempo, regalándome medicamentos y haciendo misas de sanación para que yo me sintiera cuidada y segura. Y esa experiencia me quitó el miedo a la muerte, me ayudó muchísimo a reconocer que mi existencia era valiosa. Porque eso nos hace el capitalismo cuando dejas de producir, te genera una inseguridad enorme sobre tu valor como ser humano y este es uno de los golpes más duros. Y mi libro, en ese sentido, es una respuesta frontal a ese sentimiento horrible y lleva consigo un mensaje muy simple: yo afirmo que existo por encima de toda la carga que trae consigo el cáncer y descargo de mi espalda esa mochila que no es mía ni de nadie.
Lo otro es que yo hablo de mi cáncer, no del cáncer del que habla la muchedumbre con un lenguaje que está vacío, porque el lenguaje del capitalismo está vacío. Así que este sistema no solamente hace daño al que está dentro de él, trabajando y produciendo, sino además y en mayor medida al que, por algún motivo de salud, deja de estarlo.
En lo relacionado a la cultura, lo que observo es que nos quita la libertad de producir fuera del canon que el sistema avala en las artes. Esto está ligado a la necesidad de seguir y seguir produciendo para mantener vivo el fuego de la máquina que es el sistema. Entonces, uno se frustra si no puede escribir más y ser escritor se termina convirtiendo en algo que absorbe la mejor parte de todo lo que hacemos: el disfrute. Uno siente que la literatura es una especie de vampiro enorme que vive de la sangre de los escritores que son permanentemente desangrados hasta morir. Y ojo que también está lo de hacer un libro que sea ganador. Porque ganar, ser excelente, es otra de las cosas que te sobrepasan porque implica una exigencia tal que te enfermas. Y me parece a mí que el arte pasa por otro lado: la libertad de darte el tiempo que necesites para crear sin presiones, lo que tampoco quiere decir que no trabajes el texto. Pensar en libertad significa trabajar con las emociones propias y eso es lo que siempre está haciendo un escritor. El escritor es un trabajador de las emociones.
[CA]: Leyéndote podemos observar que hay un correlato de tu sanación con la sanación de tus ancestras. Si pensamos en la violencia que vive a diario la mujer en Latinoamérica, y el mundo en general, ¿crees que es posible sanar, a través de la palabra, a las mujeres de este siglo?
[TO]: Sí, pero antes creo que todas y todos debemos revisar las historias personales y familiares que nos competen. Escribir para mí implica revisar, reflexionar, sentir y pensar nuestras emociones. Nuestras emociones tienen asidero en algo que debe ser revisado. La palabra sin este ejercicio no nos sana, nos convierte en pura queja, y el arte no es sólo grito sino también estilo, forma, como lo decía Seuphor:
“Todo lo que quiere vivir y perdurar debe transformarse en medida, debe adquirir un estilo. Eso se obtiene mediante la fuerza que da origen a la calma, mediante la calma que domina las situaciones”.
El poeta argentino Horacio Castillo, en Apuntes para una gnoseología poética, lo señala claramente cuando cita a Nikos Kazantzakis: “convertir el bosque en árbol y el árbol en columna; pero la columna debe oler a pino, a ciprés, a madera, a resina”. Sanar implica encontrar el origen de ese grito, de esa herida, de ese miedo, de esa calma, de ese canto. A cumplir con esa tarea estamos llamados todos.
[CA]: Como última pregunta quisiera saber cómo has llevado tú el proceso de escritura post enfermedad. ¿Cómo afectó tu visión del cuerpo, del amor, de la estética poética, luego de una enfermedad tan dura? ¿Cómo cambió tu escritura y que proyecciones tienes en los próximos años?
[TO]: Bueno, la enfermedad sigue. Recuerda que este es mi segundo cáncer y recién voy haciendo la primera parte del camino que es la operación, faltan los demás tratamientos.
Escribir hoy no es fácil. Estos tiempos de pandemia han golpeado mi mente muy fuerte y he tenido que asumir que tengo serios problemas de salud mental. La medicación hace que no entienda muy bien lo que leo y que siempre tenga sueño, lo que no me permite escribir demasiado.
Mi cuerpo después del cáncer, no lo he visto. Me cuesta verme al espejo con esa enorme cicatriz que va de un lado del pecho izquierdo a la axila. Se ha ido toda la libido y a veces me siento un poco monstruo. Encontrar belleza en mi cuerpo cuesta y mucho, pero pienso que aún sigo viva y eso es lo importante.
Mi escritura hoy es una escritura que surge de la tristeza. Tristeza por no poder estar en tu país, con los tuyos. Ver de lejos toda la desgracia que ocurre con esta enfermedad en el Perú y en el mundo. La impotencia, el miedo, el dolor. Pero siempre tratando de tomar la distancia necesaria para que la forma surja.
*(Lima-Perú, 1976). Poeta e investigadora social. Licenciada en Periodismo y master en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Argentina). Ha publicado en poesía Yana wayra (2011), Mestiza (2012), La mujer de la bestia (2014), el álbum ilustrado Yuyachkani (junto a la artista plástica Zenaida Cajahuaringa, 2015), Perú y Abro el miedo (2019).