El poeta Álvaro Ojeda. Crédito de la foto Leandro Ojeda

“Sin ética no hay arte, por lo tanto, no hay poesía”. Entrevista a Álvaro Ojeda

 

Por Augusto Munaro

Crédito de la foto (izq.) Víctor Cunha /

(der.) Ed. Lisboa

 

 

“Sin ética no hay arte,

por lo tanto, no hay poesía”.

Entrevista a Álvaro Ojeda*

 

 

El poeta uruguayo Álvaro Ojeda acaba de publicar Esta mano podría condenar a Marat (2017), libro que originalmente había aparecido en formato digital hacia finales del siglo pasado. Una colección de poemas que vindican una experiencia escrituraria precisa, meticulosamente equilibrada. Así, el poeta, construye un mundo, un orden de continuidad donde convive la recapitulación del pasado grecolatino con la preocupación del presente. La palabra hecha siempre poesía.

 

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Entrevista

 

Augusto Munaro [AM]: Debo admitir que el título Esta mano podría condenar a Marat, es uno de los más enigmáticos de tu producción. ¿Por qué la figura de Marat atraviesa esta colección de poemas?

Álvaro Ojeda [AO]: Marat es una figura central de la Revolución Francesa, un furioso radical a la vez que un antecedente directo de la república, un periodista de barricada, un movilizador de opiniones,  un catalizador, y un hombre ilustrado, médico para más datos. Marat expresa lo mejor y lo más cuestionable de un proceso revolucionario que, según se dice, y se dice bien, todavía está produciendo consecuencias. Por otra parte, el yo poético que da título al poemario y a su último poema, se plantea la duda, la vacilante duda acerca de eliminar ese radicalismo o no. La mano no es la de Carlota Corday, la asesina de Marat, es una mano que podría condenar a Marat y no sólo a su muerte física, sino a su muerte más paradójica, vigente y peligrosa, la muerte ideológica, la muerte de lo representado que es como decir la muerte de lo simbólico. La mentada mentira de las utopías muertas o más precisamente, las ideologías que pretenden una apuesta por un sistema justo, humano, fraterno. Marat es el límite y el freno, la posibilidad y el tropiezo, y a la vez, la aberración de todo proceso revolucionario. Debo agregar, que, escrito en pleno auge del neoliberalismo triunfante de los 90, este poemario trató de ir y venir por la historia para detenerse a reflexionar sobre bondades de ocasión y supuestas maldades derrotadas por estas bondades de ocasión.

Me gustaría consignar la escena de la película sobre la fuga de Luis XVI durante la Revolución, La Noche de Varennes, de Ettore Scola de 1982, en donde el rey atrapado por una multitud vacilante y todavía sumisa, cambia de estatus con la lectura de El Amigo del Pueblo, el diario de Marat. La escena es magnífica: subido a un carro un ciudadano lee el diario, la tinta fresca, que advierte sobre el rey traidor a su nación y allí, por la mediación de la palabra escrita de Marat, por el influjo de su palabra, es tomado prisionero y devuelto a París. El inicio del fin de la monarquía y la entronización del papel del ciudadano ilustrado. Marat es eso. Fue eso, también fue eso. Somos sus hijos cada vez que vamos a una plaza, que votamos, que discernimos, que tomamos posición.

 

 

[AM]: Tu libro se abre con citas del Conde Volney, Daniel Defoe y Voltaire. Lo cual ya prefigura al lector, un poco el espectro y alcance del poemario, ¿no?

[AO]: Siempre me gusta ver la historia y las artes, que forman parte de esa historia, como una posibilidad, como algo que fue, que es y, sobre todo, que pudo haber sido. La poesía se mueve bien en ese triple campo. Porque no admite, no da por sentado, es vibrátil y versátil, y también, profundamente inteligible. Los autores que coloco son, de alguna manera, la Ilustración, con mayúsculas. El intento de entender para cambiar. La posibilidad que pudo ser y lo que ha sido, y lo que es. Son el tono de la inteligencia, además, la relevancia del intelecto, de la cavilación, de la discriminación, una actitud, la discriminación, que tiene mala prensa porque se la confunde con la segregación, con el prejuicio, que no son lo mismo. El que discrimina, escruta, el que segrega, acepta. Y aceptar es lo peor de todo. En ese paraje, la poesía verdadera suena como algo inaceptable para el pequeño burgués.

 

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El poeta Álvaro Ojeda. Crédito de la foto Leandro Ojeda

 

[AM]: Tu poética aquí está en diálogo permanente con el pasado. En particular la Antigua Roma. Imágenes poderosas sobre Caracalla, la Matronalia… el Hades… aludís a Virgilio en más de una oportunidad. ¿Qué te atrae de ese período en particular de nuestra vieja historia?, y más aún, ¿cómo se construye esa arquitectura poética personal del pasado?

[AO]: La cultura grecolatina, junto con la judeo-cristiana, son la matriz, el ADN de occidente. Me atraen como toda filiación debe atraer a los hijos. Los muertos que nos engendraron. Demos por sentado que hablo o trato de moverme entre las Guerras Púnicas y Bizancio, milenios, si pensamos que, en 1453, ayer de tardecita en términos históricos, el basileus de Bizancio, de Constantinopla, reclamaba la herencia imperial de Julio César, veremos el mundo y su devenir desde otra perspectiva. No desde la omnipresencia de la historia que el posmodernismo  practica para disolver toda idea moral , todo riesgo de reconocer el progreso, porque eso los llevaría a reconocer la magnitud de la infamia que defienden, sino desde la idea de una profunda consubstanciación con nuestro patio interior, nuestra civilización, con nuestros padres.

En cuanto a cómo procedo, poéticamente hablando, bueno, procedo dejando fluir lo que está, que además, está a flor de tierra. Por ejemplo, en el Río de la Plata el concepto de coima está unido a la acción de untar la mano al que debe acelerar algún trámite, conceder alguna prebenda, o lo que fuese. En Roma a esa gente, a esos que daban la coima se los describía por el mismo acato: untar la mano. De allí procede algo tan actual como el nepotismo, la coima, el cohecho. Vivimos en Roma, en la patria de su lengua romana, de su latín que es el castellano.  Pero no como una omnipresencia frívola, no como un acto de erudición boba, como una constitución explicativa profunda.

 

 

[AM]: Con “A la hora señalada”, planteás una idea de David Hume. En “Arte poética”, opera como derivación de un texto lógico de Wittgenstein. Asimismo, Heráclito protagoniza otro poema… ¿Los problemas de la filosofía son también temas de tu poesía?

[AO]: Habría que decir más exactamente, que la filosofía, sus problemas, se han expresado durante mucho tiempo, de manera poética. La poesía aportó la forma, luego derivó hacia un contenido casi similar, análogo, pero manteniendo cierta independencia fónica, o mejor, eufónica, pero la raíz, el estado mental y espiritual que permite filosofar, es el mismo que permite escribir un poema: vigilia atenta ante cualquier desborde verborrágico. Son como esos matrimonios de las estrellas de cine, pienso en Elizabeth Taylor y Richard Burton, casados, divorciados y vueltos a casar y a divorciar, buena parte de sus vidas. Hume y Wittgenstein son maravillosos ejemplos. Dos escritores fantásticos, de calidad superior. El escocés un ateo perseguido en un mundo de creyentes y el austríaco, un constructor de aforismos, de sentencias bellamente expresadas. De todas formas, me quedo con la inquietud, no con el desarrollo expresivo de esa inquietud: la poesía no es filosofía, aunque filosofe y la filosofía no es poesía, aunque la orille.

 

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[AM]: Cuando se lee este libro, se tiene la impresión de estar leyendo a un poeta contemporáneo, a Lucano y, por qué no también, a Virgilio. Esto, más que nada, se da gracias al tono con que trabajás el vocabulario de tus poemas. Sean églogas, elegías, o piezas de respiración más épica. Asimismo, encontramos palabras poco frecuentes como: “erial”, “visivo”, “candeal”, “quilla”; pero por alguna razón, jamás resultan vetustas. Por cierto, ¿un poema puede resultar anacrónico?

[AO]: El idiolecto del poeta, del escritor en general, es su elección y su campo de acción. Su canon también lo es. Sus escritores preferidos, sus maestros poetas, le dan la otra cara de la filiación de la que hablaba antes. Esta es una filiación voluntaria, de la otra, la genética, no se puede escapar, de esta tampoco salvo que se cambie de canon, cosa que ocurre. Yo tengo un enorme aprecio por Virgilio, por su manera de recrear la épica homérica. De sentar las bases de la reubicación de la originalidad en su debido lugar. La originalidad de razones, de objetivos y de procedimientos, no de temas.

De Lucano tomo los tiempos en que escribió, tiempos de tribulación y censura, de los eróticos como Propercio, Catulo u Ovidio, cierta modernidad amatoria urbana, tanguera. Son mis padres putativos, al menos en este libro. Estos poetas son anticuados en el sentido de pasados de moda, su manera no es la nuestra, al menos en apariencia, sus maneras nunca sus temas que son atemporales. Paul Veyne dice que los grandes poetas se desvanecen. Y es verdad. Si leemos a Tibulo sin anotaciones, entendemos poco.  Pero si leemos a Eliot o a Auden, también. Ni hablar de los contemporáneos. Es una consecuencia del  idiolecto propio, porque la fineza de la escritura se pierde por la avalancha de la vida, del mercado, de la derrota, me refiero al rumbo, de la civilización: vertiginosa, aleatoria, cruel, virtual. Pero es casi una ley.

Shakespeare fue ignorado durante siglos y ahora es la referencia del teatro, el desiderátum. Nadie osaría llamarlo anticuado, acaso allí habría que agregar a la noción del paso del tiempo, la noción de clásico, de texto con clase. Capaz de sobrellevar a Saturno con habilidad. Capaz de marcar una lengua cerrada en su uso, no en sus connotaciones. Ahora, sin anotaciones, sin cierta tutoría informativa mínima, coordenadas de época, hasta lo que escribió Gelman resulta raro, difícil, anticuado para muchísima gente. Vivimos de la relectura, así es la poesía.

 

 

[AM]: Álvaro, ¿por qué cada poema genera sus propias reglas?

[AO]: Porque toda obra de arte, no sólo un poema, una novela, una pieza musical, una obra de teatro, una escultura, responden a una alteridad que es la razón de ser del artista, las limitaciones humanas que lo llevaron a crear, las tramas incompletas. Todo eso se filtra en la obra y si el lector o el crítico, son finos, juzgarán la calidad de la obra en relación con el objetivo que se propuso el autor, a su arte poética. Juego aquí y con estas reglas. Te propongo esto, ¿me seguís?, si lo hacés, ¿estás de acuerdo que lo escrito se refiere a esas reglas, las respeta? De no ser así, los caminos se separarán porque el arte no soporta la falsedad, la impostación, la escritura deliberada.

 

 

[AM]: ¿Cómo aparece la idea disparadora en la construcción de un poema?, ¿ella suele anteceder a la imagen?

[AO]: Si bien la inspiración parece a estas alturas una antigualla, el misterio que rodea el acto de la escritura permite casi toda posibilidad. Incluso la más sesuda, la más racional, la más iconoclástica. En verdad, en mi caso, lo que puedo decir, sobre lo que puedo hablar, que corresponde a un análisis introspectivo y por lo tanto vigilante, de vigilia, es que la lectura me induce a la creación, me da ganas de, luego la reflexión con la vida de trasfondo, y a veces en situaciones concretas y duras, aporta el sesgo personal, lo que no significa que uno escriba diarios íntimos. Significa que uno escribe desde lo que es. Por imagen, me gustaría, en relación a la segunda pregunta, ser amplio, amplísimo: desde lo que se ve -y con los otros cuatro sentidos en juego también- a lo que se imagina, aquello que el magín determina. Todo lo demás, como decía Henry James, es la locura del arte y sobre esa locura, no es que no tenga dominio, carezco de conciencia.

 

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[AM]: ¿Considerás que la poesía tiene algo de carácter sagrado?

[AO]: El arte es sagrado, es la carencia humana llevada al cuerpo social. Por extensión, la poesía es sagrada porque, de ser buena poesía, ni siquiera sobresaliente, apenas buena, es arte y empatía con los demás hombres. Habría que prevenir al poeta sobre dos asuntos: él no es sagrado, en todo caso lo será -de serlo- su arte y sagrado no quiere decir caprichoso, arrogante, indolente, vacuo, ininteligible. El poeta no es la Sibila cumana. Tiene la enorme responsabilidad de trabajar con materia sensible, humana, fraterna.

 

 

[AM]: ¿La poesía vive una etapa de crisis? ¿Pensás que habría que alcanzar otro grado de sinceridad?

[AO]: El decir artístico, todo el decir artístico, vive en crisis porque trabaja con ella, inmerso en ella. La lucidez del poeta consiste en saber separarse de esa crisis sin dejar de anunciarla. Esa es su primera sinceridad. Luego está la gambeta a la demagogia. Esa es más brava de eludir porque la guiñada al público da realce. La palabra sinceridad en estos casos lo complica todo. Ser sincero te puede llevar a la auto complacencia, a las delicias de Capua. El arte siempre es una mentira que encubre una verdad. Hay poetas que escriben tiradas de miles de versos por mes. Las cuelgan en Facebook, el algún blog, son poetas arborescentes y generalmente, ripiosos. Se leen con otros iguales y creen que eso significa popularidad, presencia de la poesía, y haciéndose los outsiders quieren vender como los insiders.  Dese ese punto, la sinceridad vendría muy bien.

 

 

[AM]: Tu poema “Cursus Honorum” es admirable por varios motivos. Uno de ellos, porque opera muy bien en un plano narrativo. Describe una acción precisa en torno a la intensa persona que fue Livia, la tercera esposa de Augusto. ¿Qué te atrajo de ella en particular?

[AO]: Antes que nada, agradezco el elogio del poema. Luego debo precisar cierta analogía que establece el título entre la carrera de los honores de las magistraturas romanas, que era algo así como el registro de la importancia de los cargos políticos en la ciudad que llevaban, generalmente, al consulado, o sea, el mando de tropas, el imperio sobre hombres y territorios, y la carrera de los poetas, su popularidad, su reconocimiento público. Todo esto condicionado por el epígrafe de T. S. Eliot acerca del carácter rufianesco de la tarea poética. Luego está la figura de Livia, la mujer de Augusto, que se cree que asesinó e intrigó para que su hijo Tiberio llegara a ser emperador como sucesor de Augusto, para que a la postre, la divinizara por uno de esos decretos romanos en donde se colocaba en un plano divino a ciertos emperadores muertos. Según Robert Graves, poeta él también, esta secuencia de: te coloco en el imperio, luego me divinizás, es el motivo último de Livia.

Así visto me pareció una paradójica e ingenua, pese a los procedimientos realizados, manera de establecer el poder de la palabra, la palabra crea dioses y por otra parte, un buen recurso para explicar tanta torpeza trepadora de los poetas en particular y de los escritores y de la sociedad en general. Tiene connotaciones interesantes este asunto. La palabra da poder, un poder ejercido incluso en el otro mundo; ciertos ejercicios humanos que permiten casi cualquier cosa por parte de sus poetas, la experiencia es larga al respecto, al menos en Uruguay, lo que se lleva de patadas con la función del poema y del poeta en la sociedad, que es conmover, mover desde hacia otra posición para ver las cosas desde otra perspectiva sensible. El poeta se mueve con, o debería moverse con, no moverse para.

Bueno, todo eso, todos los renuncios de los poetas por ese logro mezquino, menor, sean encuentros, festivales, giras gastronómicas, acomodos con el poder político de turno y un largo etcétera. Como siempre ocurre, esta explicación no obliga a nadie ni es pertinente al lector que hará con el poema lo que desee. Otro asunto que sí me interesa, es poner en escena el carácter narrativo que puede tener la poesía, que a lo mejor la salva en parte, de la arborescencia auto referencial permanente de alguna clase se poesía o del juego de lenguaje más o menos eficiente repetido aliterativamente que poco deja porque poco dice.

 

 

El poeta Álvaro Ojeda en una entevista
El poeta Álvaro Ojeda en una entevista

 

[AM]: ¿Qué te seduce de la poesía hoy, a tus 60 años de edad?

[AO]: La reflexión sobre la incompletud humana, sobre su permanente estado de malestar, la exactitud que opera en el poema desde la honestidad con el lector, la precisión de la palabra elegida, el ritmo y la sonoridad musical de esas palabras elegidas. Toda esta enumeración, parcial seguramente, no tiene un orden prioritario, depende del poema, del tema que desarrolle.

 

 

[AM]: “Sobre las cosas en los Hades”, es un poema de dos versos. Y dice así: “Viven legitimados en la victoria/ como un trofeo antiguo repetido en la carne.” ¿La poesía es una percepción del mundo?

[AO]: El arte es una forma de percibir el mundo. Siempre. Esto incluye el ojo interior como dice Richard Rorty. Y es además, una forma de percibir concretamente al ser humano, único objetivo del arte y de la poesía.

 

 

[AM]: ¿Qué influencias o poetas reconocés como maestros?

[AO]: Tuve durante muchos años una tríada de divinidades poéticas: Virgilio, Borges Eliot. Luego fui ampliando el Olimpo: Cernuda, Auden, Larkin. Luego seguí ampliando el Olimpo: González Tuñón, Gelman, Bandeira, Sylvester. Y entre los uruguayos, Tatiana Oroñó, Alfredo Fressia, Circe Maia y cinco poetas fallecidas que resumen casi toda la poesía uruguaya: Amanda Berenguer, Nancy Bacelo, Marosa Di Giorgio, Orfila Bardesio, Idea Vilariño. Debo decir que a Amanda Berenguer la siento como una referencia permanente, es una galaxia poética, “la maestra del género”.

 

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[AM]: Me gustaría te refieras a la construcción de tu largo poema “Doce pedidos de perdón”. Ocupa un tercio del poemario y allí reunís varias ideas interesantes.

[AO]: La construcción del poema se debió a la indignación. La indignación por contemplar la ruina de la historia, y sobre todo, la ruina de toda visión totalizadora de la historia, básicamente el modelo de la Ilustración, con todos sus bemoles, que no ha suido sustituido, ha sido barrido sin suplencias. Dios, esa pared de la que se emite un seudópodo que es la avanzada revolucionaria, el pueblo, el jarrón roto como modelo de una cultura vencida, en fin, la indignación por la obviedad del despojo. El poeta pide perdón. 12, como los apóstoles. El lector, creo, debe dejarse llevar por las pistas que el poeta deja: señalar esas pistas como migas para escapar del ogro. El ogro nos gobierna.

 

 

[AM]: Como poeta, ¿qué te conmueve?

[AO]: La piedad. Los poetas piadosos. Szymborska por ejemplo. La posibilidad de mirar hacia atrás, hacia el costado.

 

 

[AM] ¿Cómo definirías tu propia poesía dentro del contexto de América Latina?

[AO]: En un momento de tanta escritura, de tanto texto, quiero decir que la pregunta es brava, creo que mi poesía ha derivado desde la búsqueda del sonido y de la palabra, hacia la empatía, la naturalidad. Un buen ejemplo es el poeta argentino Santiago Sylvester, me siento bien en esa compañía. Precisión por encima de música.

 

 

[AM]: ¿Qué determina el sentido de la poesía?, ¿la gramática o la ética?

[AO]: La gramática es siempre un instrumento, la ética es una opción, un compromiso con el propio texto, con el mismo poeta y con los lectores. La gramática, su cuidado, da un margen de comunicación, la gramática asegura, al menos en cierta medida, que lo creado llegue a destino. La ética tiene que ver con lo anterior en la medida que me obliga a decir y a comunicar. Pero es opción de cada poeta.

Personalmente, creo que sin ética no hay arte, por lo tanto, no hay poesía. De qué vamos a hablar, de qué no vamos a hablar, allí está lo ético; cómo hablaremos, allí entra la gramática como orden lógico de toda lengua. Para decir cualquier estupidez, de cualquier manera, sin un mínimo sentido de responsabilidad, están los medios masivos.

 

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[AM]: ¿Cuánto de practicidad y de teoría hay en la poesía?

[AO]: Hacia dentro del poema, hacia su creación, debería la lectura de teoría y la lectura de poesía, ocupar un lugar central. Luego, muy luego, vendría la práctica. Cuando digo teoría no digo solamente teóricos, digo poetas, artes poéticas dichas en sus versos, la dicción de los maestros. La práctica, si es excesiva, termina comiéndose todo. Es una etapa adolescente del poeta, hay que superarla, saber callarse a tiempo. Perdón por la auto referencialidad. Hace unos meses leí en un encuentro de poesía en Montevideo, El mundial Poético que organiza Martín Barea Matos. El último poema, que me cayó ante los ojos y que leí de casualidad, terminaba con este verso: aquí se ha dicho demasiado. Nunca fui tan aplaudido. Me sorprendió. Y había pasado media docena o más de poetas, en diferentes lenguas, con diferentes estéticas. Creo que en algún punto, se habla mucho. Se reitera una buena idea y se la estropea. Parece que el poeta no cree en la concisión, en el golpe brutal de la síntesis, de la sentencia, un recurso poético brutal.

 

[AM]: Por último, Álvaro. ¿En poesía, existe lo inexpresable?

[AO]: Si el poema cuaja, no. Si el poema no cuaja, porque no puede escribirse o porque queda contrahecho, tosco, torpe, lo que falló fue el poeta. No es que el poeta tenga una visión tan inefable que el vulgo no pueda acceder a su profecía. No hay un arcano que el poeta devele. Todo puede decirse, y en estos tiempos, todo debe decirse.

 

 

 

 

 

*(Montevideo-Uruguay, 1958). Poeta, periodista, narrador, crítico y letrista. Algunos de sus libros de poesía destacables que lleva editados a través de más de treinta años son Ofrecidos al mago sueño (1987), Alzheimer (1992), Substancias de Calcedonia (2002), Luz de cualquiera de los doce meses (2003), Toda sombra me es grata (2006), Aceptación de la tristeza (2011), Desnudo (2012), Criaturas abandonadas (2012) y Esta mano podría condenar a Marat (2017).

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