Por Maribel Andrés Llamero*
Crédito de la foto la autora
Siempre brota sangre.
11 poemas de Maribel Andrés Llamero
La soledad de la carcoma
Fiquemos assim eternamente como uma figura de homem
em vitral defronte de uma figura de mulher noutro vitral…
[…] Os séculos não tocarão no nosso silêncio vítreo… […]
Nós, ó meu amor viril, teremos sempre o mesmo gesto inútil, a mesma
existência falsa […].
Fernando Pessoa
Hubo un tiempo al fin en que los feligreses
comenzaron a partir en éxodo
uno a uno
sentenciados y en paz
dejando solo en la cueva al Padre
porque envejecido su abrazo
ya no consolaba y su Verbo
apócrifo
no sabía nombrar
los pecados de sus hijos menores.
Más tarde fue Cristo quien resolvió
abandonar su cruz en la Iglesia para llorar
oculto la nostalgia del ganado
extraviado, encontrado,
que cree saber de rumbos y derrotas.
En aquellas capillas consagradas ya no
hay eco que repita el temblor y las angustias
de rosarios doloridos, ya los muros enmudecen
ya los nenúfares flotan
en la pila bautismal.
Por una grieta atraviesa el aire espeso
del anfiteatro desolado, un rayo de luz equivocado
que ilumina la carcoma que devoró
el cuerpo y la sangre.
Siglos después en el vacío de las ruinas
solo silencio,
solo las efigies solitarias
talladas en madera de unos hombres y mujeres
envueltos en seda gélida e impúdico oro
recuerdan
la humanidad huida.
Solo ellos habitan la quietud
de los altares y fijan sus obscenos ojos
esmaltados, cubiertos de polvo,
nunca en la tierra, siempre en el cielo informe
sin divinidad, aguardando.
Aunque lo intentaran
no serían capaces de llorar.
Fueron esperanza
y hoy no son nada.
La noche cae y nadie les reza.
Deus, ora pro illis.
En aquel lugar desierto permanecen
rígidos, desamparados
esas mujeres y hombres enfrentados
sin poderse tocar, mirándose
con pupilas cristalinas, observando
la pureza absurda de sus cuerpos
inertes.
Allá afuera se sucede el mundo
pero ellos no
lo saben
porque dentro nada
quiebra la calma secular, imperturbable,
de esterilidad,
de varones yermos,
de vírgenes infecundas,
resignadas imágenes de esa vida
Oda al Centro Comercial
[…] en él el hombre pasa entre bosques de símbolos
que le observan con mirada familiar.
Charles Baudelaire
Los nuevos adalides erigieron catedrales
repitiendo hasta la náusea formas —y no espacios—
donde proclamar sus glorias
y alabanzas.
Dentro no existe la noche ni el día,
en los templos del consumo
los hermosos artificios, las imágenes lumínicas
sacuden, convulsionan al creyente
cuyas cuencas vacías entrevén
en peregrinación semanal la tierra prometida;
y se arrodillan y rezan al Saint Laurent,
cuya radiante distinción descienda sobre todos nosotros,
mortales.
Los elegantes lebreles adiestrados
ya reconocen cafeterías
y marcas clonadas por todo el planeta,
y eso les hace sentir
muy bien.
Las grandes cadenas repiten
a lo largo y ancho del globo
una misma música y un idéntico orden
de la vestimenta por tonalidades
que hace experimentar a sus clientes
una estabilidad estética feliz.
Caminemos por las grandes superficies
al amparo de los símbolos del Capital
para sentirnos en casa. Sus signos
son
lo reconocible, lo inmutable,
las raíces familiares.
Bienvenidos, recién nacidos, al hogar. Papá y mamá
son dos multinacionales.
Carabelas aéreas vuelven a atravesar los continentes
pero el Mundo Nuevo es el mismo en todas partes.
No podréis huir ya pequeños lebreles
de vuestra casa paterna
para crecer.
Ya no hay viaje posible
ni escapatoria
para vosotros,
eternos pasajeros
en la tierra
de las copias vacías.
Iluminación
Los profetas enseñaban:
En sus residuos
los reconoceréis.
Descrédito del vértigo
Aborrezco la ligereza contra natura de los aviones,
el mundo impaciente, líquido y veloz,
que aquellos han diseñado para nosotros
sin nosotros.
—Abróchense los cinturones, despegamos, traten de no dejar
el alma atrás—. Dicen que no dolerá y sin embargo
siempre brota sangre.
Desnortados los ojos y la brújula atraviesan
meridianos, solsticios y equinoccios.
Ningún sentido comprende el horizonte que vislumbra
y no alcanza; no entienden de firmamento
y constelaciones, no pueden ubicarnos.
Voces desconocidas hablan de llegada, nos dan la bienvenida
e insinúan climas y relojes de otras tierras
y nuestro cuerpo se sabe
incompleto, sabe que nosotros aún
no hemos llegado. Cada rostro carga
desvelos y fangos de otro mundo, y lluvias y brisas
de puntos del planeta del que todavía no
se han alejado.
Los humanos no podemos volar,
el tiempo que nos conforma lo entorpece.
Viajamos por la vida vacilantes e inseguros,
a paso lento,
arrastramos los pies y la sombra y vamos
dejando y sufriendo huellas
y aprendan que es ese
y no otro nuestro caminar.
La perversión de este mundo ya no entiende
que es necesaria la lentitud del viaje a caballo,
ver sucederse el paisaje para sentir la continuidad
de nuestro movimiento, para asumirlo
como se asumen los cambios de estación.
Las ciencias libertinas exigen el sacrificio
de hombres adiestrados,
perfectos cyborgs condenados
a estados absurdos de equilibrio.
Pero existe una imposibilidad natural al vuelo:
A falta de alas seguimos sintiendo
que de todo en la vida uno se va
caminando
poco a poco.
Aprendan que para un uso correcto del alma,
no el laboratorio, sino la precisión de la lengua:
el verbo no es marcharse,
es irse
marchando.
Nos pertenece
Usted es nuestro, le grita el sistema al mendigo.
Los pobres, como usted, nos pertenecen.
Nos dan miedo. El miedo a la similitud.
El miedo es bueno y necesario.
Es justo y necesario.
El miedo los hace bajar la cabeza a todos.
Su existencia, —la de ustedes
y la del miedo—,
nos ayuda al gobierno a mantener la situación social,
a que la clase media esté a gusto
en su piel afeitada.
Acérquense, rócenlos, necesitamos que teman
el contagio de su pobreza
por la desobediencia.
Sigan por aquí, no los atormentaremos,
les ofrecemos nuestros parques comunales,
las esquinas resguardadas, las sucursales bancarias,
o las cloacas
para que se acomoden.
Que sus hijos correteen harapientos y piojosos
asustando a los niños de nuestra población trabajadora
esterilizados, de sonrisa aséptica, alérgicos todos
al alimento natural, al gluten y la lactosa.
Pero ante todo recuerden, no se vayan,
ni se mueran:
ustedes son nuestros,
su miseria
es nuestra
y nos pertenece.
(de La lentitud del liberto)
Campos de tierra
Esto es Castilla,
mi cuerpo tan seco,
esta carne prieta y dura como alpaca,
levantada por leves lomas, colinas
modestas, algún apacible remanso.
Esto es Castilla,
los ojos oscuros color de barro,
la piel y las trenzas recias, pardas.
Vengo de la tierra del pan y del vino,
donde otros antes que yo
escondieron la cebada
que no saciaría su hambre ni su sed.
Soy nieta de emigrantes, carbón humano,
las entrañas unidas con alambre,
mujeres y hombres ceñidos de esparto
y entregados al delito del trabajo
manual. Ellos me levantaron el alma
con golpes de azada que aún retumban
en el amor áspero y tierno que me puebla
los surcos de las severas costillas.
En frágiles pasos de albarcas me han traído
para que un día yo soltara
las hoces de la siega, la esteva del arado
y cantara estos poemas;
me han colmado la boca de trigales,
me han confiado toda la luz,
la digna primavera de la maleza.
Soy de un hogar que se seca y se adhiere
como costra en los codos de la tez morena.
Soy de un hogar compacto hasta la grieta,
donde el roble solo sangra si lo partes.
Ay del agua oculta —dentro siempre dentro—
en nuestro pecho, quién oirá este canto
de labranza que cargo en las espaldas,
quién este ruido de savia entre los huesos.
Esto es Castilla,
y todos los árboles
que me brotan en hilera
señalan que debajo
fluye un río.
Interpretación del entorno
Pienso en mil novecientos noventa y tres
y revivo cómo se encendió la vida
lejos de los padres, en refugio
con botijo y chimenea, con cocina
que en otro tiempo fue cuadra
—extrañará la abuela el calor del animal—.
Atraviesa, pardal, el tranco de la puerta
y se arroja resuelta a los prados,
son los granos de trigo del muelo
amables para el tacto infantil.
Entierra las manos primero, los brazos
detrás, los pies y las piernas
los hunde, se tiende encima,
levanta levemente la camisa
y en aquel gesto descubre
la suavidad.
Regresa, como corzo, excitada y aún más viva
con la aventura, semilla,
prendida en los calcetines.
Sobre el frío azulejo del baño
comprende que allí sola a la simiente
le ha arruinado su valor. La riñen
—cuesta crecer, Castilla, aplastada por el cielo—
sin advertir que no jugaba.
No le digan nada a la niña
que acaba de ver germinar
el placer de los sentidos
y no puede entender el valor de la cosecha
—granza, ceranda, peje, parva y trilla—
sino con el cuerpo.
La nieta del molinero
muele la tierra muele muele
muele el trigo molinero
muele pan
son sus manos morenas
pan pan pan
muelen
pan trigo pan
guarda la maquila o el dinero
de los que vienen de Gema Jambrina y Moraleja
a Casaseca
muele pan pan pan
muele
el hijo del molinero corre y juega
y me sueña dormido
entre sacos calientes
muele
ochava media ochava y fanega
solo muele por el día
si lo hiciera por la noche
la Guardia Civil
pam
muele muele muele muele
pan pan pan y pan
el trigo en la panera
la cebada en el costal
la piedra para el cuerpo
muele
salvado salvadilla
harina harinilla
muele
sonríe la tolva está lista
la piquera con grano
ya muele muelen
sus manos
Castilla
la tierra
muele
el molino que no conocí
la espalda
el alma
Castilla
muele
muele la tierra
muele
a mi abuelo.
De los yugos
Esta vida se les va llenando de vacíos.
Se han limpiado tantas veces de sangre
las almas y la boca, han resistido
la cencellada y los sabañones,
el peso de la pala enferrujada que cava
para sus propios difuntos, saben bien
que no hay lumbre para el niño que agoniza.
Esta vida se les va llenando de vacíos.
Me dice mi padre que en estos campos
mudos aprenda a acallar las palabras
porque todo lo que no es silencio, hija,
Far West
Esta planicie sigue siendo el oeste
y en mí siempre cupo el espanto
de los grandes desiertos,
de la soledad de la encina de Castilla.
Jamás laberinto más terrible
que aquel que no conoce muros.
La noche se cierne aquí sobre nosotros
de una sola vez y por entero
y cuando el sol te inunda
—qué hacer si te calcina—
nadie se puede guardar.
Abandonados somos a la llanura.
Puesta de sol
Solo se yerguen en los campos de Castilla,
apuntando al cielo, los cementerios,
la verticalidad del ciprés y de la cruz.
Cómo no se ha de morir un mundo
ya todo horizontal.
(de Autobús de Fermoselle)
*(Salamanca-España, 1984). Poeta. Licenciada en Filología Portuguesa y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Doctoranda en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca (España) con una tesis sobre el estudio del bilingüismo literario luso-español. En la actualidad, se desempeña como profesora asociada de Literatura en el Departamento de lenguas modernas en la Universidad de Salamanca, y en el máster de Creación Literaria de la misma institución. A su vez, ha representado piezas breves de dramaturgia. Obtuvo el XXXIV Premio Hiperión de Poesía. Ha publicado en poesía La lentitud del liberto (2018) y Autobús de Fermoselle (2019).