La presentación del libro El cristal que me rodea (2021) será este 16 de diciembre a las 19:30 en Tierra Baldía (Av. del Ejército 847, Miraflores).
Por Ximena López Bustamante
Crédito de la foto (izq.) Ed. PanÓptico /
(der.) el autor
«Si hay que arruinarse para romper esas murallas, habrá que hacerlo».
Entrevista a Daniel Escudero*
Las dudas e interrogantes de una voz poética que soporta el suplicio o el alivio que implica reconocerse uno mismo: un intento por mantener viable el puente entre el consciente y el inconsciente y así poder cruzarlo.
Puede que te llegue como hincones en cada minutero del día o quizás no logres ni a sentir el punzón. El compromiso que conlleva cuestionarse a uno mismo no se asume con frecuencia. No me refiero a manejar el cuerpo y entrenar a la mente, apunto al diálogo del yomismo, aceptando y conociendo al ser que nos habita, acaso uno mismo desde otros yoes.
Dan pasadas las once de la noche. En otros lugares ya es mañana. Tocan el timbre. Ingresan un par de botas anchas, cuero negro, caña alta, varoniles, ceñidas, se sienten pesadas, suenan al andar. El jean, negro también, va dentro de ellas. Ingeniero industrial de profesión y cofundador del grupo difusor de poesía Días Circulares desde 2017, Daniel Escudero es autor de El cristal que me rodea (2021), libro compuesto por trece poemas cargados de una solemnidad y sensibilidad estética que se desarrollan dentro y fuera del mundo onírico y la realidad que habitamos.
Se acomoda en el sillón, adiós casaca, solo me pide un vaso con agua. En seguida, empieza el concierto. Una voz que, en definitiva, fue concebida para embellecer la oralidad, solemne, novelesca, crasa de masculinidad, parece atarte una soga en el cuello y darte vuelta, obligarte a que le des toda tu atención. La mano al bolsillo, arruga sutilmente el polo negro que lleva puesto, tiene estampado en el pecho el nombre de una banda estadounidense de doom metal, Windhand. Hizo una pirueta con los dedos, abrió la cajetilla de Marlboro rojo y amablemente preguntó «¿Gustas uno?».
1. Ensueños
Ximena López [XL]: Inicias con un sinsabor, el cristal como prisión, una enfermedad que condena a mirar con lucidez «tan desgraciada inercia», pero ahí yaces. ¿Por qué quedarse en un lugar donde se es prisionero?
Daniel Escudero [DE]: Siempre he pensado que el reconocimiento de uno es un trabajo que te da un peso muy grande. De ahí que diferencio a la gente que simplemente vive, donde «vivir» significa dejarte llevar, despojarte de todos los pesos, permitir que el tiempo transcurra. Pero cuando uno realmente quiere conocer de sí mismo, tiene que detenerse, y cuando lo hace, debe asumir el peso que está dentro de uno. Entonces, sí, uno se sitúa y puede llegar incluso a sentirse estancado. Precisamente, el sujeto del libro comienza así, diciéndose: «En la prisión». Es así, se siente encerrado, rodeado por lo que parece ser una materia líquida, un océano gigantesco, la sensación de inmensidad llega a ser aplastante.
[XL]: Tu relación, digamos consciente, con el mundo onírico empezó desde pequeño…
[DE]: Sí, sí. Tengo marcados esos sueños o pesadillas de que algo pesado me persigue. Una persecución que, a la vez, me llevaba a huir. Porque en el sueño uno huye, huye hasta despertar. Existen personas que sufren de ansiedad y en sus ataques —lo he visto—, se enfrentan a algo muy grande. Incluso, cuando era niño tenía pesadillas que me hacían delirar, y soñaba como que despierto. Salía de mi camita, mi viejo estaba en la sala, por ejemplo, y me preguntaba qué me pasaba, yo seguía dentro del sueño, pero le respondía: «Algo me persigue». Siempre soñaba con imposibles, ya sabes, un sueño. Entonces, siendo un niño pues inevitablemente viene la sensación de pesadez y cuando miro hacia atrás y veo mi infancia, recuerdo muchas cosas que podrían ser dolorosas o pesadas. Si yo quisiese, por decir, avanzar y olvidarme del asunto, lo podría hacer. Pero, en cambio, si yo quiero darle la vuelta al asunto, me detengo y es ahí donde se puede sentir esa sensación de «prisión». El encierro.
[XL]: ¿Crees que en los sueños se manifiesta parte de nuestro inconsciente?
[DE]: Creo y a la vez no creo, porque siempre tengo esta disyuntiva de si las acciones influyen al sueño o si el sueño influye en nuestras acciones. Es casi como un círculo que no se llega a cerrar, son dos puntos que están yendo entre sí. A veces uno sueña y se pregunta por qué he soñado esto, luego se da cuenta que son mensajes con respuestas pequeñas, pero de gran calidad, con buen contenido. Y ahí viene este juego de «¿lo que sueño va a repercutir en mis acciones?» o «¿es que yo hice algo antes que hizo que mi inconsciente me arroje cosas?». Entonces, cuál es primero, no lo sé. Se van a juntar, probablemente no.
De pronto, traemos a colación el gusto por la pintura surrealista y sus simbolismos. Coincido en que existe un reto lúdico que exige abrir bien los ojos e interpretar un cuadro de dicha vanguardia. No solo se puede mirar, darle un simple vistazo, condenarse en la mirada floja. Es necesario detenerse a observar, contemplar lo esencial y conmoverse, analizar el trasfondo y cuestionarse. Como con uno mismo.
2. Decoloración
[XL]: En «Costra sobre costra» se puede encontrar una primera revelación porque «nos muestra finalmente de qué estamos hechos»…
[DE]: «Costra sobre costra» es la parte de la impronta, la etapa de cuando uno es pequeño y se le va adhiriendo todo lo que nos sucede, lo que vemos y vivimos, y esas primeras impresiones suelen venir de los padres. Ellos imprimen una serie de caracteres de ideas, maneras de ser felices o de sufrir que son propias de ellos. Además, hace hincapié a la idea de impresión como esta especie de herida sobre herida, sufrimiento sobre sufrimiento, de costra sobre costra.
[XL]: En «Las sombras» finalizas con «crecemos escondidos para buscar siempre un lugar más grande donde sentirnos pequeños». ¿Cómo explicas esta continua búsqueda por el dolor que padecemos?
[DE]: Por ejemplo, pienso que la niñez es como mantenerse a flote y la adultez es aprender a respirar debajo del agua. La adultez, pues, es un desarrollo que todos tenemos. Las personas se hacen adultos, empiezan a asumir responsabilidades, problemas, una serie de hechos que nos acostumbran a vivir de una manera un tanto sumisa ante las cosas. Aceptamos los problemas, sufrimos, se vuelve un comportamiento mecánico. Es casi una resignación. ¿Por qué no mantenerse a flote siempre como un niño? Sobre todo, en esa etapa que es tan maravillosa o dolorosa, según sea el caso. En la adultez, se vuelve difícil entrar al proceso de reconocimiento porque, ahora, uno simplemente se hace adulto, y ya, pesa más, y ya. De pronto, ya sabes respirar abajo y te adaptas a eso. «¿Por qué no salir a flote nuevamente?» debería ser la pregunta. Pero uno se responde y se dice: «¿Cuándo voy a hacer eso? No puedo volver a ser un niño». Ahí creo que se halla la principal tara. Ese último verso manifiesta la intención del sujeto bajo su condición de adulto y la proyección de esa experiencia.
[XL]: En ese «olvido de algo» que mencionas, el «reflejo perdido», las «plumas caídas», las cenizas. ¿Refieres a un olvido de ti mismo? No tú, sino el que habita dentro de ti. ¿Quién es ese otro yo?
[DE]: Precisamente, este ejercicio de formar el caparazón y la pérdida de color, marca una línea horizontal que nos diferencia entre paralelos horizontales y no verticales, como suele pensarse. Porque la separación vertical, como ahora tú y yo, aplica para protegerse o defenderse del otro o los demás. En cambio, la separación horizontal es la protección frente a uno mismo, a lo que uno fue y pretende dejar atrás. Podría decir que ese otro sujeto está representado por un niño. La fragilidad. Hay una película española que siempre recuerdo, Cría cuervos, de Carlos Saura, la cual comienza con la protagonista siendo adulta porque toda la película se desarrolla en su niñez. Entonces ella empieza diciendo algo así como: «Yo recuerdo mi niñez como algo triste», a pesar de que la gente cree, erróneamente, que la niñez es algo brillante y feliz. Pero, en general, yo recuerdo mi niñez como algo sombrío, gris. Creo que mi niñez fue marcada porque este proceso de perder el color, de ir decolorando la barrera, el caparazón, se dio a temprana edad. Entonces, ese niño envejeció rápido y se la pasa rondando(me).
[XL]: ¿Sientes que te robaron la niñez, pasaste muy rápido a ser adulto?
[DE]: Sí. Siento que me vi obligado a ello, dado que soy el mayor de tres hijos. Tengo dos hermanas y desde pequeño asumí responsabilidad sobre ellas. Cuidarlas, protegerlas. Pero a un niño, creo yo, no se le puede dar tremenda responsabilidad dado que es un peso fuerte. Lo obliga a tomar decisiones de las que quizá, con el tiempo, se va a arrepentir y va a ser determinante para formar su personalidad y envejecer temprano.
[XL]: El caparazón como lo llamas, lugar seguro donde permaneces escondido mientras pierdes color… ¿Cómo interpretas esa pérdida de color que sucede mientras se crece?
[DE]: Esta alusión al caparazón, la muralla, la piedra, la pecera, el bastión, es esta especie de protección. Cuando uno crece, como lo comentábamos, y se es adulto uno tiende a querer protegerse de todo el entorno y encierra esas vivencias pueriles que nos marcan para siempre y creamos ese caparazón que nos protege ante los demás, pero a la vez encierra mucha data nuestra. Ese caparazón, con el paso del tiempo, lo invisibilizamos. Creo que la adultez hace eso, crea un caparazón, pero invisible, lo va decolorando. El adulto, siempre a la defensiva, dice: «¿Barreras, yo? No tengo».
Me resulta inevitable tener mi parcial atención puesta, hace buen rato ya, en el anillo que lleva alrededor del anular derecho y le cubre casi medio dedo. Es ese el mismo anillo que produce un sonido especial al campanear con el Zippo gris que saca de rato en rato para encender uno que otro cigarrillo. Se chocan y cling, tlin, cla. Otro cigarrillo encendido. No me molesta. Hasta le he agarrado un ritmo amical al dúo que son. Sigo con la mirada en esa, parece ser un ónix negro, ovalada piedra encajada en su poleica mano. Nicotínico suceder. De arriba abajo, un sube y baja. De la boca al pecho, único recorrido del tubito abrasador que Daniel fluctúa entre sus dedos con una asombrosa agilidad. La bruma, aunque no es de creerse, me permite verlo mejor.
3. Reflejos
[XL]: En el poema «Destrudo» visibilizas la presencia del psicoanálisis de la mano del italiano Edoardo Weiss, quien acuñó ese término para la corriente. Recordemos la relación siempre estrecha entre poesía y psicología. El mismo Weiss y Umberto Saba. Solo por curiosidad, ¿alguna vez recibiste terapia psicoanalítica? ¿O eres tu propio terapeuta?
[DE]: No, nunca. Pero hasta ahora creo que sí. Soy mi propio terapeuta y por ese motivo considero que tengo mucho que trabajar. Creo que si alguien sabe más que uno mismo, es nuestro reflejo. El reflejo llama al inconsciente y el inconsciente sabe más de unomismo que uno mismo, verás. El inconsciente sabe lo que pasa en el consciente, por ende, su almacenamiento es vasto. La biblioteca es mayor, pues nosotros, a lo largo de la vida, hemos tirado ciertas cosas que queremos olvidar al inconsciente, entonces ese reflejo está lleno de data. De manera que recurrir a este reflejo podría resultar peligroso, porque tendríamos que aceptar cierta información que encontremos que habíamos negado siempre. Es volver a situaciones que quisimos olvidar, esconder, negar. Sería ideal sacar uno mismo esa parte inconsciente y tener un diálogo con unomismo o una terapia, como la llamas.
[XL]: Hay una crítica evidente hacia aquellos que carecen de juicio, que no usan su voz, que no se dan la voluntad de pensar. ¿Cómo hacer para no caer en eso? Es decir, ¿cómo se mantiene viva la llama del cuestionamiento?
[DE]: Por alguna razón no llegué a repetir ciertas cosas que yo viví con otras personas. Si uno vive o sufre algo, generalmente suele repetir estos mismos comportamientos o patrones luego. Por decir, el castigo que recibiste es el mismo que le darás al que viene, el grande castigando al pequeño y así y así. Entonces, el ciclo nunca se termina. Sin embargo, siempre he pensado que yo debí ser distinto, por lo que yo viví debí haber sido distinto, pero por alguna razón que hasta ahora no comprendo, no lo hice. ¿En qué momento empecé yo a cuestionarme? Tampoco lo tengo muy claro. Es por eso que lo reflejé en el libro, con este sujeto, que ya tiene la necesidad y el apetito por cuestionarse, y si tiene que pisar algo que probablemente sea en falso, pues lo va hacer.
[XL]: Por ratos hay un abandono al yo mismo, te declaras «cansado de bracear en lo inestable». ¿Ya pasaste esas aguas inestables? ¿Ya te encuentras en tierra firme?
[DE]: No creo estar en tierra firme todavía. Lo inestable, para mí, es una sensación de no encontrar todas las respuestas que uno espera encontrar. No creo haber llegado todavía a ese punto de madurez. Siento que aún estoy en un trabajo y no sé si termine. Vendrán otras preguntas después.
[XL]: Cuestionas sobre la caída libre que es existir, persistes en tu labor, abres conversaciones contigo mismo, buscas respuestas. «Es la forma en que me visto de preguntas», dices. ¿Algo en particular para esta etapa de transcripción? ¿Cómo es tu proceso al escribir?
[DE]: Creo que la escritura en general es un proceso de traducción de lo que se vive siendo humano. Yo escribo en base a lo que vivo y observo. Carezco de buena memoria, entonces para recurrir a algo que ya pasó y probablemente no recuerdo, lo enlazo a algo en particular, una canción, un sonido, un color, un rostro, una fotografía, algo que indirectamente me permita recordar el suceso que viví. Como si fueran marcadores de un libro que me ayudan a volver al tema del cual escribir. Al ver, por ejemplo, alguna imagen que me retorne a esa sensación pasada, es para mí como entrar en calor, un previo a la escritura. Así como uno antes de correr hace un estiramiento, de la misma manera me pasa con ese calor en el pecho, tener esa sensación ahí, fresca, todos mis músculos se activan. Ya luego me puedo volcar a escribir.
Al sentir el eco relente de su voz, vuelve la impresión de un cuerpo o una piedra que poco a poco se va reconociendo, dejándose. Un desfile de carnes descompuestas, vísceras, cráneos, úlceras, torsos como puertas abiertas. Tras un desmembramiento meritorio de una película gore, las respuestas van hallándose. Las partes se empiezan a encontrar y poco a poco se va traspasando el caparazón.
4. ¿Entrada o salida?
[XL]: Quiero compartirte este término: agorafobia. Sucede cuando tienes pánico de estar en un espacio donde te sientes inseguro y no puedes salir. Quizás eso explique el miedo a permanecer dentro del caparazón, pero aun así no querer dejarlo. ¿Qué crees que haya fuera del cristal? ¿Qué pretendes encontrar ahí afuera?
[DE]: Más bien, creo que es entrar, más que salir. Buscar entrar a ese espacio del yomismo. Esas escenas que están ensombrecidas, ocultas, negadas. Porque se tiende a eso, a negar ciertas partes de nuestros recuerdos para salvaguardar nuestra estabilidad actual y eso es también el proceso de construir ese caparazón, de aprender a respirar debajo del agua, quedarse ahí, sumergido. Por eso, creo que es más romper el cristal para ingresar y con esos pedazos de cristal formar una figura que nos muestre esas partes negadas por uno mismo.
[XL]: Repites la presencia de un temor a una propia devoración, como cuando dices «pretendo incinerar el aire y arruinarme». ¿Qué pulsiones son aquellas que te orillan a querer hacerlo?
[DE]: Me trato de acercar al sentido de impotencia ante el discernimiento de uno mismo como una enfermedad que no mata, pero trae problemas de salud. «Salud» entendida como estabilidad y la «estabilidad» comprendida entre el vivir, sin variaciones, dejar que pase el tiempo. Es que, si hay que arruinarse para romper esas murallas, habrá que hacerlo.
5. En el imaginario…
[XL]: ¿El poema «Lazarino y después» se asocia, quizás, al mito griego de Tiresias y su lazarillo? Ya sabes, ese joven que le decía a Tiresias cómo era el vuelo de los pájaros para adivinar el después. ¿Alguna identificación tuya con alguno de estos dos personajes, quizás?
[DE]: En ese caso, creo que sería ambos personajes. El cristal sería el que divida esa escena, rompiéndose el cristal, pues ya habría una interacción directa entre ambos bandos. Eso, respondiendo a la pregunta. Aunque, el poema está orientado hacia Lázaro, el personaje bíblico, el leproso. Por eso recurro al tema de la carne, el desprendimiento, a lo que queda de ellos.
[XL]: Metamorfoseas por ratos en un animal compuesto de sombras de alivio. ¿Este animal te defiende de ti mismo? ¿Cuál serías si tuvieras que elegir uno?
[DE]: Un perro. Por la lealtad que suelen tener y la personalidad que adoptan. La gente siempre ve a los perros como animales dependientes, hasta tontos, torpes. Pero el perro tiene una personalidad muy parecida a los niños, un amor incondicional, por ejemplo. Una imagen muy clara para mí es cuando uno llega a casa, así como un padre llega a casa y sus niños se abalanzan a él, un perro hace lo mismo, tiene esa misma energía, esa misma alegría.
[XL]: Tengo la sensación de que podrías ser una especie de ingeniero alquímico, la presencia de los elementos es evidente. Desde la montaña que repta (tierra), la sempiterna combustión (fuego), una franca ola (agua), resuellos que luego cesan (aire). Si fuera uno, ¿qué transformarías?
[DE]: Más que transformar, me gustaría personificar al tiempo. Porque, digamos, si el tiempo fuese un dios, tendría un poder de observación muchísimo más amplio que el del ser humano, obviamente. El del ser humano es tocado por la muerte a través del tiempo y desaparece. En cambio, el tiempo puede ver a la humanidad, en su vivir, de inicio a fin. Aunque sea un dios inferior a la muerte, pero está bien. Tengo el apetito de no ser el todopoderoso sino estar por debajo, como el tiempo. Me gustaría tener ese punto de observación del tiempo, para ver las líneas que se forman, si los seres humanos fueran puntos. Las diversas formas que se verían, con las que se podrían sacar muchas conclusiones. Por cierto, no modificaría nada de lo que viví. (Sonríe).
6. Espejismos
[XL]: Y observando tu camino, algo tendrás que decir…
[DE]: Yo creo que si hay algo bueno que rescatar de todo esto, es que no repetí, no reproduje las cosas que yo estaba, entre comillas, destinado a repetir. Se suele decir que el ser humano es malicioso per se, ¿cierto? En mi caso, verás, antes de apretar el botón de castigo, por alguna razón, sentía un pesar parecido a un remordimiento, entonces no lo hacía. Me preguntaba: «¿por qué, si es tan fácil apretar el botón, no lo hago?». También eso me generaba un sin fin de preguntas.
[XL]: En «Desiderátum» siento una solemnidad por llevar con orgullo todo lo vivido. «Todo aquello que guardo sin arrepentimiento. Ignoro si ello me hace más despierto o más dormido». ¿Cómo describirías tú el estar despierto o dormido?
[DE]: Es un poco lo que se manifiesta en la expresión de «báscula del encuentro entre el impulso observador y la autocrítica dormida», estas situaciones opuestas. También evoca al tema del sueño y la consciencia, cuál es primero, cuál es segundo, quién influye al otro.
[XL]: Te cito: «Lluvia que se escupe pero que sopesa la tibieza de no estar aquí». ¿Aún deseas no estar aquí?
[DE]: Sí, en el sentido de que deseo seguir profundizando y eso implica que no esté viviendo, como los demás. Es como cuando alguien se queda en pasmo o ido: estás presente, pero la mente está trabajando en ciertas cosas. Entonces, si he de irme por ello, a buena hora. Seguir ese mundo interior, seguir esa galería.
[XL]: El silencio por fin pasó e hizo su labor de depurar las penas. Ahora que tienes la certeza de estar tanto adentro como afuera, ¿aún hay colores?
[DE]: Las sombras no nos permiten ver los colores y los colores son información. Yo creo que, indagando, en ese sentido, si se rompe el cristal y uno rompe la barrera-muralla-caparazón y va a esa parte que nosotros ocultamos, veremos los colores. Los colores lo relaciono con la parte inicial de la vida, la niñez, pues los colores impresionan al niño, lo maravillan, lo sensibilizan, lo encandilan. Y, bueno, para mí los colores están relacionados con esa parte de mi vida. Como ejercicio, eso ha sido la escritura del libro, como un trabajo de investigación de la parte oscura, interior, la parte que no queremos acordarnos, esas sombras que ocultan colores.
[XL]: ¿Son los mismos pies que recorrieron este largo camino los que ahora te sostienen? ¿Puedes ser acaso el mismo que comenzó a andarlo?
[DE]: No, no son los mismos. He dejado un poco de peso, pero si estoy decidido a seguir trabajando van a venir nuevos pesos a tratar. He resuelto algunos, pero ahora vienen otros. Lo veo como un trabajo constante en ese sentido.
[XL]: ¿Hay algo más que quieras decirle a tu reflejo antes de terminar?
[DE]: Sí, pero no he roto todavía todo el cristal, por lo que hay cosas que aún no tengo el valor de preguntarle a mi inconsciente, no podría afrontarlo. Data que no me atrevo a encarar. Pero, definitivamente, el inconsciente está esperando con las manos ansiosas y con todos sus sentidos listos para ese encuentro.
Recién toma un poco de agua, bebe lento y despreocupado. A pesar de la hora, Daniel parece estar tranquilo. Se levanta del sillón, se asoma al balcón mientras de sus dedos se desprenden pinceladas de humo bailando al ritmo del viento que sacude las alturas de un onceavo piso. Ya no sabré qué sueño lo despierte a media noche. De su costado cae un mechón como una catarata de pardas hebras, sedoso y ondeado, que con cada movimiento le cubre la ceja y a veces el ojo. Todo eso eterniza mientras se coloca nuevamente la casaca observando, creo yo, la sombra de la noche.
*(Lima-Perú, 1987). Poeta. Bachiller en Ingeniería Industrial por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Miembro fundador/gestor de Días Circulares, grupo de difusión de poesía. Ha publicado en poesía El cristal que me rodea (2021).