SERGIO RAIMONDI: IDEADO PARA CAPITALIZAR EL MÁXIMO ESPACIO PERMITIDO

“Al leer la obra de este poeta argentino –desde Poesía civil hasta el proyecto, en elaboración, Para un diccionario crítico de la lengua–  da la impresión de que el meollo de la escritura en Raimondi es poner en disputa los campos en relieve del lenguaje. Y para ello, todo lo que toca se convierte en procedimiento, hallando en sus combinaciones un poder secreto: que la poesía, muy profundamente, es inversamente proporcional a la industria que la aniquila. La máquina de desmentir proposiciones, en Raimondi, enseña un relato cuya prosodia es el afán de recortar, casi en fotograma, la progresión de una forma de intervenir en los géneros, y en definitiva, en el discurso poético mismo.

 

Raimondi define a la lengua como una zona de conflicto, un capital a la que se involucra entre fugas y cruces permanentes, como una manera de trabar comercio con los materiales que expulsa la poesía: el lenguaje forense, notarial y cientificista, que consigue en Raimondi el efecto de tener entre manos un ensayo sobre la utilidad de las “cosas”, mientras su  trabajo corta vínculos con posibles referentes.

 

En tal sentido su escritura representa una renovación del lenguaje. Renovar el lenguaje no significa ser un vanguardista per sé, o un poeta experimental, de ruptura, sino reconocer en la propia escritura el funcionamiento de todo un sistema de creencias literarias. Comunicar e informar están en el orden del posicionamiento de una verdad relativa; y la verdad y la poesía son inversamente proporcionales. Existe toda una confusión al respecto. Durante años se sostuvo la idea de que la poesía es un acto de revelación, y aquello que es rescatado de la oscuridad es, justamente, la verdad. Más bien parece ser un tópico religioso, y sobre todo un concepto atávico del trabajo poético. Renovar la lengua es trabajarla desde la desproporción, empezando por lo formal y culminando con el mismo significado.”

 

(Arteca, Mario, Del Pliego, Benito y Medo, Maurizio. Fragmento de “A manera de prólogo. Un país imaginario. Escrituras y transtextos, 1960-1979”. Amargord. Colección ONCE)

 

 

 

 

 

Poética y revolución industrial

  Materia de disputa la poesía, delicadísima cuestión

para asumir la cual sería necesario un diagnóstico

de los criterios del público lector, ya sean estos

débiles o robustos en su enajenación o conciencia,

un análisis de los modos según los cuales hábitos

y lenguaje reaccionan entre sí y un buen estudio

de los diversos vaivenes entre literatura y sociedad.

De hecho se dice que estos poemas fueron escritos

para iluminar la percepción de quienes pierden,

de a miles congregados en ingentes ciudades,

la sutileza del propio pensar en la uniformidad

de sus ocupaciones e incapaces son ya de reacción

ante lo que no sean estímulos groseros o violentos.

Por eso es curioso que la métrica, considerada

por el poeta como el elemento similar y constante

que organiza todo un nuevo modo de componer,

actúe tal como el regulador que por ese tiempo

Watt introdujo en la máquina a vapor para darle

velocidad de funcionamiento estable y promover

todas las automatizaciones que habrían de venir,

máquinas capaces de efectuar tareas ayer realizadas

por hombres y de controlarlas sin su intervención;

por otro lado, Wordsworth presentó a su lector

ideas asociadas en estado de excitación en nombre

de un mecanismo preciso que recupera la emoción

en estado de tranquilidad hasta que la tranquilidad

desaparece y la emoción se renueva. Y yo digo: eso

es energía del vapor de agua que se expande expande

y vuelve a enfriar para explotar y producir, más.

 

 

Meditación sobre las estadísticas de embarque

 Lo que cae antes de la descarga en la terminal

cuando se destraba la boquilla para que caiga

la pastilla interdicta de la purga del gorgojo

más lo que cae entre los listones mal ajustados

de la madera de la caja cuando salta el camión

a causa de una mala maniobra del conductor

o de los pliegues irregulares hechos por el sol

y el pasar regular de las ruedas sobre el asfalto

es nada si se tiene en cuenta que la carga final

en los buques destinados a Brasil, China o Irán

es más de dos millones quinientas mil toneladas,

pero los chanchos y gallinas del lugar no cavilan

igual, tampoco quienes pernoctan en las casillas

con bloques y chapas levantadas junto a la ruta:

luz alta para los anteojos de Moisés S. Rodríguez

que barre de lado a lado banquina y alquitrán

y con la pala junta tosca, tierra, trigo y embolsa.

Eso no es un elástico doble de cama apoyado

sobre un tronco; es la zaranda con que distingue

lo útil de lo que también es útil pero menos.

Qué piensa mientras con hilo grueso y la aguja

pasando a milímetros de su ojo clava y cose

otra bolsa de cuarenta kilos ya llena, la levanta

y apoya en el montón de la puerta de entrada

bajo el cartel en tiza VENDO TRIGO, desconozco.

 

(de Poesía civil, Vox, 2001)

 

 

 

 

 

 

FOUCAULT, MICHEL

Filósofo e historiador a ver ¿a qué no adivinan?

francés cuyas obras en torno a los dispositivos

e instituciones de normalización fueron leídas

de este lado del orbe con los regímenes militares

en mente o mejor inscriptos en las coyunturas

óseas y las terminales deterioradas y nerviosas

sin alcanzar a reconocer cómo esa perspectiva

sobre un poder estatal y total (reticulado panóptico

disciplinario etc.) fue elaborada desde el seminario

de un colegio nacional anteayer imperial sostenido

por políticas públicas no paradójicamente potentes;

lo paradójico fue tal vez demorarse en los planos

arquitectónicos de Bentham y sus correspondencias

subjetivas mientras el Estado local era evacuado

sin advertir una no muy sutil diferencia cualitativa:

que acá el infante sea conducido a una escuela

donde se le corrija el hábito malsano de pretender

escribir en un pupitre normal con la mano siniestra

y efectivamente encuentre en principio un pupitre,

un cuaderno y una escuela además de, por supuesto,

el docente coercitivo y más o menos mal pago

tal vez no sea un hecho tan merecedor de desprecio.

 

 

 

ZAFRA

El concepto a plantear en la plenaria de Camagüey

era la relación dialéctica entre conciencia y trabajo.

Por eso antes del discurso se subió a la cortadora

 

y en unos días cortó cuarenta y cinco mil arrobas.

Ya era una declaración, al menos la base empírica

donde sostener unas cuarenta y cinco mil palabras.

 

El ministro veía en los macheteros a la vanguardia

de los pueblos oprimidos de Asia, Africa y América.

El machetero veía un cogollo, otro y después otro.

 

¿Cómo explicar que eso no era un cañaveral más

sino las reservas en potencia de las que dependía

la guerra contra la fuerza más grande de la historia?

 

Arriba sobre la máquina para revisar cómo funciona.

Mal. Lógico, si es nueva. Hay que saber por qué.

¡Son demasiadas cuchillas! Listo. Ahora otro tema.

 

La diferencia entre cortar para la empresa y cortar

para la revolución es que la revolución exige doble:

quiere un músculo con capacidad de abstracción.

 

Eso no es un surco, es la central, es purificación

y eficiencia en las calderas, divisas y tractor ruso,

diversificación e inminencia de una vida socialista.

 

Pero en la cooperativa las cuentas no daban bien.

Y aunque algunos se iban pensando cómo inventar

un reemplazo autóctono para los cardanes rotos

 

que por cuánto tiempo ya no se podrían comprar,

otros no entendían bien por qué trabajar tanto

para que llegue el día en que no se trabaje más.

 

(De Para un diccionario crítico de la lengua, en elaboración)

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