Por Omar Pinedo*
Crédito de la foto (izq.) Manuscrito de un Soneto de Martín Adán –
www.repositorio.pucp.edu.pe /
(der.) el autor
¿Se puede hoy escribir un soneto?
Poco antes de que España entrara en cuarentena, con el ánimo general un poco enrarecido, un amigo me preguntó: ¿Se puede hoy escribir un soneto? Demoré en responder. Le di un sorbo a mi café, ordené un jugo de naranja e hice largo mi silencio. Tras un par de minutos, di con una fórmula que me pareció satisfactoria: Si alguien puede leer un soneto hoy y disfrutarlo, entonces, se puede escribir un soneto. Puse por ejemplos al “Pianissimo” de Travesía de Extramares de Martín Adán y al “Amor constante, más allá de la muerte” de Francisco de Quevedo. Recitamos ambos poemas.
-Claro, ambos son magníficos poemas, pero hay otros sonetos que son considerados muy buenos y, al día de hoy, suenan bastante anticuados, replicó.
Apenas empezábamos a discutir cuando algo (que no recuerdo bien) sucedió en el café. Cambiamos nuestro foco de atención y continuamos, después, conversando de otros temas. Al llegar a casa me quedé pensando en dos cosas: ¿a qué me refería cuando dije “disfrutar”?, y ¿por qué sería imposible escribir hoy un soneto? He pensado estas preguntas en las últimas semanas y creo tener más claridad en mis ideas.
Cuando digo “disfrute” me refiero a la maravilla, al rapto, a la elevación que uno siente cuando lee un gran poema. Y esto sucede cuando el poema conjuga en sí la pura posibilidad, la comunión y la armonía de las diferencias. Estas tres cualidades paradójicas son los ámbitos del origen: la nada, que posibilita; la unidad, de la que participamos en tanto somos; y lo múltiple, que define límites y fronteras. Por tanto, para poder disfrutar un poema, este tiene que llevarnos al origen. Esta es la originalidad del gran arte: la vuelta al origen. La originalidad del gran arte nada tiene que ver con las ideas de ruptura o novedad, puesto que no importa la ruta empleada, lo que importa es que nos devuelva a la raíz.
La pregunta por la posibilidad del soneto, y de manera general, por la posibilidad de las formas clásicas —sonetos, baladas, rondeles, triolets, tankas, haikus, etc.—, no tiene sentido; sin embargo, la realidad nos muestra que hoy se escribe mayoritariamente en forma orgánica. Esto quiere decir que, aunque son factibles, las formas clásicas no están vigentes. El espíritu del tiempo marca en cierta medida el genio del poeta, y este puede encontrar una correspondencia con la forma del poema. Por tanto, el espíritu del tiempo, al influir en los poetas en conjunto, decidirá qué forma será la más empleada, qué forma tendrá correspondencia con un mayor número de poetas. Es decir, determinará la vigencia, pero de ninguna manera la posibilidad.
Es un error bastante extendido definir a las formas clásicas únicamente por su composición métrica: las formas se definen más por su espíritu propio. Y justamente es el espíritu de la forma el que es susceptible de entrar en consonancia con el genio del poeta. Por ejemplo, el rondel y el triolet me han acogido con su espíritu certero cada vez que he querido hacer sátira de algún amigo. Sin embargo, estas formas parten de un motivo fuerte —los versos iniciales que repetiremos, a modo de estocada y de remate— y de la voluntad de engastar ese motivo en la mente de nuestros lectores. Hacer gran poesía en estas formas requiere que, antes de empezar, uno tenga claro qué quiere decir. El problema es que mi voz propende a hablar más con lo que no fue dicho. En los sonetos tampoco me ha ido bien. El soneto es una forma del aplomo y de la intensidad, y mi naturaleza se inclina más por la ligereza y el sosiego. El haiku, en cambio, ha sido más amable conmigo.
Del otro lado, una de las cualidades más importantes de la forma orgánica es que facilita reducir la coherencia del texto sin afectar su cohesión, y viceversa. Por ejemplo, permite manejar recurrencias (rítmicas y tímbricas) diferenciadas para cada veta de sentido, y permite multiplicar las voces mediante inflexiones del discurso. Por tanto, la forma orgánica —mal llamada verso libre— es muy adecuada para plasmar dudas y giros del pensamiento, así como para abordar un mismo tema desde múltiples puntos de vista.
Es comprensible entonces que, en estos tiempos de neurosis y diversidad exacerbada, la mayoría de poetas optemos por la forma orgánica en desmedro de formas clásicas como el soneto o el rondel. Me alegra; sin embargo, que tenga cada día más vigor en Occidente el haiku (que tiene la feliz suerte de estar más definido por su sabor que por su métrica). Esto podría comprenderse por su espíritu de comunión directa con el medio ambiente, el cual se corresponde con la incipiente conciencia ecologista que se está desarrollando en Occidente.
En resumen, la originalidad del gran arte está en la vuelta al origen. Sí se puede escribir hoy un soneto, sí se puede escribir hoy un rondel. Es cierto que, en la actualidad, el espíritu del tiempo se corresponde más con la forma orgánica y, por ende, es la preponderante; no obstante, vemos que convive con una incipiente tradición occidental del haiku, que crece cada día en vigor y puede convertirse en la forma predilecta de un espíritu que entiende que su historia es la del medio ambiente.