Por: Odysseas Elytis
Traducción y notas: Mario Domínguez Parra
Crédito de la foto: Izq. www.almacendeclasicas.blogspot.com
Der. www.chagalov.tumblr.com
Safo, por Odysseas Elytis[1]
La naturaleza crea sus propios parentescos, en otro tiempo mucho más potentes que los que la sangre forja para nosotros.
Dos mil quinientos años atrás, en Mytilini, todavía veo a Safo como una prima lejana con la que jugaba en los mismos jardines, alrededor de los mismos rosales, sobre los mismos aljibes. Un poquito mayor que yo, morena, con flores en el pelo y un álbum escondido repleto de versos que nunca me dejó tocar.
Por supuesto, es porque vivimos en la misma isla. Porque teníamos la misma impresión característica del mundo natural, que persiste inmutable desde aquellos años hasta hoy para observar a los hijos de Eolia. Pero sobre todo, porque trabajamos —cada uno en sus estrofas— con las mismas esencias, por no decir con las mismas palabras más o menos: con el cielo y el mar, el sol y la luna, las plantas y las muchachas[2], la pasión. Una unión, una mitad en el cielo y la otra en la tierra, una mitad en la duda y la otra en la inmortalidad –perceptible, si no algo más. Pido disculpas, entonces, por hablar de Safo como mi contemporánea. En la poesía, como en los sueños, nadie envejece. Lo primero que causa impresión en Safo es la fe que muestra en la idea poética, su percepción de que al escribir se convierte en parte de la inmortalidad. Te aseguro que alguien se acordará de nosotras[3], declara, y esto es algo que Homero, quizás, no había pensado nunca. Como si la poeta lo supiera desde entonces, que incluso si el tiempo hiciese desaparecer el noventa por ciento de su obra, ella, como impresión de vida, sobreviviría. Como de hecho ocurrió. No hay mejor ejemplo de la potencia que la palabra poética puede tener. Estrofas mutiladas, versos a la mitad, palabras rotas, nada; y de esta nada, un milagro: una personalidad completa, con sus características particulares, su mito personal, y toda la decoración natural y humana del espacio cultural en el que se desarrolló. Tan grande, diríase, es el magnetismo que las palabras profieren que basta para que se rompan por el eje de su sometimiento pragmático.
En la ocasión que nos ocupa, incluso su disposición aquí o allá en la totalidad mental que presuponen nos permite recordar una nueva forma de poesía que nació en aquella época, con sus sistemas métricos, su dicción, sus diversos secretos. Y esto es un segundo milagro.
En un momento en el que las bases religiosas de la sociedad son todavía rígidas; en el que la palabra épica ejerce el dominio en la expresión; en el que el elemento heroico es el principio constante y reconocido, un Arquíloco en Paros y una Safo en Lesbos —por referirnos a los más importantes— lo invierten todo, llevan los sentimientos y los sueños al primer plano, se atreven a hablar de su vida personal, a contar sus penas, a cantar, a bailar. Los primeros en el Egeo y los primeros en todo el mundo conocido, quiero decir en la civilización que todavía hoy en día continuamos.
Si ya en los fragmentos que nos quedaron rescatamos expresiones diamantinas, tendremos que suponer, de acuerdo con la ley de las posibilidades, que en los nueve libros poéticos que escribió Safo un verdadero tesoro de palabras lleno de fuerza reflexiva, de audaces comparaciones y de originales imágenes había sido creado allí, en el espacio del Egeo oriental, antes incluso de que comenzara a encumbrarse aquello que, generalmente, consideramos el milagro griego –y me refiero, por supuesto, a la Democracia Ateniense.
Los historiadores han hablado del modo de vida extraordinariamente refinado y a la par rico que se había desarrollado en Lesbos durante los siglos VII y VI a.C. ?una amalgama de comportamientos libres e instituciones basadas en modelos de adoración en los que la naturaleza y la pasión tenían una posición predominante. Si a esto se añade que en la península asiática de enfrente, no tan lejana, se hallaba Lidia, con la famosa Sardis de los afeites y los atuendos femeninos, se entenderá que las mujeres de Mytilini, cerca del París de la época, podían hablar como habla Safo. Su casa seguramente tenía alguna analogía con los «salones literarios» de la Europa de preguerras. Un centro de formación de las muchachas de la buena sociedad, un tipo de escuela superior o de conservatorio, en el que las jóvenes más brillantes de la isla encontraban la ocasión de perfeccionar el baile, la canción, la poesía, los buenos modales. Estaba escrito que algunas de ellas, Atzís[4], Anaktoría, Goguila, Yirino, Mnasidika, llegarían hasta nosotros envueltas en una nube dorada de esplendor y belleza.
En el famoso fragmento preservado (hasta antes de ayer creíamos que se trataba de alguna Célebre[5]) sobre Anaktoría, uno de los fragmentos más hermosos, por no decir el más hermoso, el semblante de la heroína —que se encuentra lejos, en Sardis— emerge, gracias a una original técnica, a partir del estilo único que utiliza la poeta para describírselo a su amiga más querida. Mientras avanzamos, sentimos que el poema se llena del misterio de una forma femenina, que no escuchamos ni vemos, sino que sólo adivinamos en una refracción de sentimientos extraordinariamente tiernos, que se inspiran en la luna de la costa contraria y se evocan de nuevo junto con la voz de la ausente, que la noche, con sus mil oídos, una nix políos[6] (??? p?????), lucha por asir sobre las olas.
Es en un momento semejante donde podemos estimar todo el valor lírico de Safo, y no en Inmortal Afrodita de polícromo trono[7], ni, mucho menos, en los epítetos ornamentales raídos por el uso posterior, los dedos rosados y las sandalias doradas[8]. Ni en éstos, ni en algunas expresiones sentenciosas que hasta hoy no han perdido su visión en la vida y que, quizá, no las esperaría nadie de una mujer:
Me gustaría, pero bien sé que no le es posible
al hombre poseer el máximo bien, sino desear
participar de él.[9]
La vida no nos presenta con frecuencia a una criatura semejante, sensible y atrevida a la vez. Una muchacha menuda, muy morena, una «olla renegrida»[10], como diríamos hoy, que sin embargo mostró que está en posición de someter una rosa, de interpretar una ola y una golondrina, y de decir te quiero, para que la faz de la tierra se conmueva.
*(Creta, Grecia. 1911-1996). Poeta, ensayista y traductor. Premio Nobel de Literatura en 1979. Abandonó los estudios 1de Derecho en la Universidad de Atenas para dedicarse al ejercicio literario; años más tarde, en 1968, estudió Filología y Literatura en La Sorbona de Paris. En la década de los años treinta, influenciado por las tendencias surrealistas europeas, inició una brillante carrera literaria que se extendió hasta el final de su vida, con interrupciones durante la segunda guerra mundial en la que sirvió como teniente en las filas contra la ocupación de italianos y alemanes, y en algunos períodos de la dictadura griega. Fue galardonado con el Premio Mediterráneo de poesía en 1988, y honrado con el Doctorado Honoris Causa de las universidades de La Sorbona, Roma 1987 y Atenas 1987.
[1] Este texto, publicado también en su libro ?? ?e???, es la introducción que Odysseas Elytis escribió para Safo: recomposición y versión (Atenas, Íkaros, 1985, segunda edición), la reconstrucción de los poemas originales de Safo y la versión en griego moderno de Elytis.
[2] De hecho, «Las muchachas» es el título de un texto en prosa de Elytis que forma parte de su libro ?????t? ?a?t??. En español: Las muchachas, traducido por Francisco Torres Córdova, El Tucán de Virginia, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1998.
[3] Safo, Poemas y testimonios, ed. Aurora Luque, El Acantilado, 2004, p. 93.
[4] Para la transcripción de los nombres, se tiene en cuenta la pronunciación del griego moderno. «Atzís» es «Atis» en las traducciones de los poemas y fragmentos de Safo al español.
[5] Elytis utiliza el epíteto «Arígnota», que Safo utiliza en uno de sus fragmentos para referirse a una diosa (vid. Juan Ferraté, Líricos griegos arcaicos, Barcelona, Sirmio, 1991: «diosa revelada»; vid. Lyra Graeca, v.I., tr. J.M. Edmonds, London, William Heinemann LTD, MCMLVIII: «glorious Goddess»).
[6] Puesto que Elytis repite la expresión «noche de mil oídos», primero en griego moderno y después en griego antiguo, he decidido dejar el original antiguo (transcrito según la pronunciación del griego moderno) sin traducir. Esta expresión se incluye en el poema de Safo que comienza de esta manera: «Yes, Atthis, you may be sure / Even in Sardis Anactoria will think often of us»; y concluye así (las cursivas en las dos siguientes citas son mías): «thousand-eared night repeats that cry / across the sea shining between us» (vid. Sappho, tr. Mary Barnard, University of California Press, Berkeley, 1999, Part Three, 40). La expresión mencionada al principio también está traducida en Lyra Graeca, v.I., fragment 86, p. 247: «for flower-tressèd night that hath the many ears calls it to us along all that lies between». Sin embargo, el principio y el final del poema citado no están traducidos (al menos, no los he hallado) ni en la edición de Aurora Luque (fragmento 46, pp. 59 y 61) ni en Lírica griega arcaica: Poemas corales y monódicos, 700-300 a.C. (tr. Francisco Rodríguez Adrados, fragmento 66, pp. 371-372), ni en Líricos griegos arcaicos (fr. 7, p. 247).
[7] Safo (ed. Aurora Luque), p. 15.
[8] Safo (ed. Aurora Luque), fragmento 46: «El mar por medio».
[9] Safo, Antología, Introducción, selección, versión y notas de Manuel Rabanal Álvarez, Madrid, Aguilar, 1968; vid. p. 70, XXV (27), «Lo más bello».
[10] Elytis utiliza aquí una expresión popular griega: «µa???ts???a??».