Por José Gregorio Vásquez
Crédito de la foto www.literatura.us/augusto/index.html
Ritual poético de Augusto Roa Bastos*
Un tizón / busco / para encender / la palabra
Susy Delgado
La casa, el poema
Esta es la morada de un poeta. La casa de un poema. El sonido de una palabra, de una palabra no olvidada, de una palabra quizás sembrada en el agua profunda de la tierra. Este es el secreto de la poesía que está en toda una obra que canta al hombre y lo busca y lo sacude, y le rinde homenaje a ese hombre que viene con la tierra, que nace con la tierra, que sueña con la tierra, que duerme con la tierra y muere en ella para volver a nacer con ella. Esta es la casa de Augusto Roa Bastos. Casa que abrimos al conmemorar este año, el centenario de su nacimiento.
Morada
Siempre quiso vivir el errante
no a la sombra sino en la propia intimidad
de un árbol
Silenciario
Qué brilla allá escondido en la obra de este hombre que es a la vez la voz de muchos hombres, la voz de otros pueblos, el grito milenario de nuestros antepasados, el canto mítico de los dioses que siguen anclados en el alma aún danzando sin cesar; quizás lo que brilla esté en el lenguaje que cruza el amanecer o en ese sólo sonido que manifiesta lo íntimo; sonido para decir sin la coherencia que termina amarrando a las palabras; sonido, sólo sonido en el oído secreto de nuestra alma; o quizás lo que brilla sea la imagen primigenia, la palabra inicial, la poesía, el reflejo de voces palpitando en las entrañas de la tierra paraguaya y en la palabra guaraní.
Detrás de este poeta que aún habita en la memoria de esa isla rodeada de tierra, como llamó emblemáticamente al Paraguay, hay una búsqueda interminable por desentrañar con él la esencia del canto de un pueblo; aún más, la necesidad creciente por decir con sus palabras, por descubrir, por hurgar, por no permanecer en ese olvido continuado de la vida solo mitigando el dolor. Hay una búsqueda sin igual desde esa condición apalabrada en sus páginas, desde ese dolor latente de sus años en el exilio. Sus libros son ese secreto de ilusiones y de voces que le permitieron regresar. Su obra poética, poco vista por nosotros en toda la América, es el agua que fluye en las páginas de su insigne obra narrativa. Su obra está atravesada por estos ríos de palabras. Ríos que atraviesan la tierra y la memoria. A través de su poesía nos hizo partícipes de todo aquel sufrimiento, de todo desarraigo, penuria y abandono, pero también de aquel sonido puro de la tierra, del canto maravilloso del alma de los pueblos que crecieron en su Paraguay, de esos sonidos que hoy contagian y conmueven porque son venidos de una lengua nacida de la entraña que sigue desde lo más íntimo abriendo en lo más profundo de su ser el misterio y la palabra.
Del vientre y el corazón de ese pueblo se levantan constantemente voces que nos siguen, voces que nos recuerdan de dónde venimos, voces que siguen iluminando lo que nos queda de camino, voces que escuchamos secretamente en la poesía, en los atardeceres siderales, en las tradiciones, en las arrugas protegidas por los años de las madres, de los ancianos, quienes aún cantan en otras lenguas más sagradas las oraciones íntimas de la tierra. Una de esas voces es la de Roa Bastos, conocido por su singular obra narrativa. Celebrado por la viva expresión que desentrañó en sus obras intentando comprender el alma del pueblo paraguayo. Desconocido por su poesía, por ese afán de decir de otro modo, de cantan de otra forma, de encender de otra manera el fuego secreto de las palabras.
Es hacia este lado de la palabra que quiero dedicar estas líneas en un año singular: el año centenario de su nacimiento. Al dedicarlo a él y con él al Paraguay, a la poesía que es su vida, a la poesía que está guardada también en su obra, entonces celebramos desde lejos su silencio y la fuerza de sus ríos hoy en la poesía que nos ha legado. Roa Bastos se metió en el silencio mismo de la palabra para traer con él esa fuerza telúrica de una tierra mítica que aún nos canta y nos desentraña. Las heridas de las múltiples guerras que destrozaron su pueblo a lo largo de muchos años está en sus páginas haciéndonos partícipes de este dolor. Estas penas en él se hicieron palabra, se hicieron silencio, se hicieron poema, se hicieron poesía. Desde el gran espejo roto, desde el desarraigo, desde el espacio mutilado de su tierra, él fue siempre con la vida creando palabras desterradas para decirse con ellas el valor y el arrojo que siguen palpitando en la tierra de sus ancestros. Con esas palabras volvió cada día al Paraguay, con esas palabras mitigó la pena y el olvido y encendió la noche con ese tizón del alma de un poeta.
Canto de sol
El camino poético que recorre Roa Bastos tiene momentos estelares en la poesía paraguaya. Hubo una generación a la que él estimó y de la que heredó profundamente: la de Julio Correa, Hérib Campos Cervera, Josefina Plá… En sus trabajos “Sobre el sentido ascético de la poesía nueva”, “Anotaciones para la ubicación y deslinde de la poesía actual” y “La poesía actual del Paraguay”, Roa Bastos nos permite vislumbrar la fortaleza poética que lo sostuvo en sus primeros años, el contacto singular con Josefina Plá, quien en algún momento le abrió un camino que le permitiría transitar en esa búsqueda de la palabra, del profundo sentido de la palabra poética. Esa búsqueda no la dejó nunca de lado. Sus reflexiones en los textos mencionados nos dan fe de ello. Su incansable necesidad por decir más allá de la palabra es hoy día uno de los legados más singulares de un autor y una obra que siguen resonando en nuestros oídos y más allá inclusive de los límites sensoriales que nos atrapan.
Al igual que en Venezuela, las vanguardias en el Paraguay llegaron tardíamente. Había pequeños atisbos de la vanguardia latinoamericana latiendo en las literaturas de nuestros países desde unos años antes, sin embargo, en cada uno de ellos se presentó en distintos momentos. La influencia de las generaciones anteriores en el Paraguay a la década de los 50 tenía muy marcada la tradición, las estructuras rítmicas, la bien llamada “poesía popular”. En Roa Bastos hubo una cercanía, como también sucedió en otros países de Latinoamérica con la lectura de los poetas de otros países; poetas que marcaron profundamente esos años como los reconocidos poetas de la generación del 27 español (Lorca, Alberti, Cernuda, Hernández, Aleixandre, Prados, Gerardo Diego, Pedro Salinas…), Perú (Vallejo), Chile (Huidobro, Neruda), Argentina (Borges, Girondo)… En el Paraguay es ya luego del 50 que comienza a introducirse con Ida Talavera el verso libre dándole otro ritmo a la poesía del Paraguay, despegándose de esos elementos formales de la poesía sin perder el profundo sentido de sonoridad que la ha caracterizado.
Hombre y poema
Roa Bastos comienza su vida literaria en la poesía y en sus últimos textos vuelve a la poesía. El ritual poético de Roa Bastos nos dejó un legado de poemas reunidos en distintos momentos desde 1934 hasta el año 1983 cuando se editan los poemas de Silenciario. Hay libros reunidos con sus Primeros poemas (1934-1942), Poemas (1942-1947), El naranjal ardiente, o como los poemas reunidos en Homenajes, pero también los libros Yñipyru, Ñane ñe´eme, o Conversación con el hijo. Nos detendremos lentamente en Silenciario, que justamente comienza con lo que sería el arte poética de este no decir, de este acallar, de este volver al origen de la palabra: su silencio.
Por qué tal necesidad. Por qué detenerse ante el silencio. El exilio, la vida desprendida de su tierra, la vida desprendida de su Paraguay de cada día quizás sean parte de esa necesidad.
Silenciario
a la sombra del silencio
se oye el susurro de los orígenes
la curvatura del anhelo
como el sonido del humo
se oye en la neblina
la gárrula mudez de los muertos
retornan sin ruido los ausentes
doblan la esquina de los vientos
aparecen cubiertos de polvo
con la potencia de la hierba
crecen bajo el suelo de piedra
bajo suelas de piedra
El silencio como metáfora nos muestra varios horizontes: uno de ellos nos permite ver cómo a través de ese silencio vemos detenida la palabra. El poeta no huye de la palabra, busca en la palabra encontrar silencios. Pareciera un artilugio. Y es sin duda alguna una paradoja, paradoja que nos permite saber que el poeta no tiene más remedio que valerse de las palabras. El poeta camina por las palabras buscando encontrarse en ellas. Los dioses permitieron que el hombre fuera más allá del lenguaje. Prometeo encendió el fuego en el corazón de la humanidad. El lenguaje fue sonido entre los mares, fue sonido entre los dioses. El poeta crea mundos a través del lenguaje. Los mundos no imaginados, no dichos, no manifestados, los negados, todos aparecen por medio del lenguaje. La poesía también es silencio en el alma. Reposo y nostalgia. Al poeta que se enamora del silencio no le queda más remedio que hablar, que escribir, pero la escritura que nace de lo inefable guarda en sí misma esa extraordinaria cualidad.
En Silenciario vemos admitida esta extraordinaria aventura hacia el no decir, hacia el decir a través del silencio tatuado en el verso. En Roa Bastos además vemos como vida y obra poética no son sino un intenso callar que se hace metáfora en la palabra poética. Los años de la dictadura, los años en el destierro, dejaron huellas en el hacer poético de Roa Bastos. A pesar de su distancia volvía a su patria cada día a través del lenguaje: sus obras son el testimonio de un hombre que se fue hacia adentro del mismo lenguaje para volverse conciencia de un pueblo, ese es el destino de este poeta que es Roa Bastos. Ese es el lado que queremos celebrar hoy a través de la lectura mínima que ofrecemos.
Destino
cada uno cría su íntimo cuervo
en las entrañas de los ojos
así alguno que otro al final
puede contemplar el lado oculto
de las cosas
cada uno lleva pegado
a la sed inmemorial de los labios
el trémulo colibrí
de la materia alma
su río de rocío inagotable
cada uno está hecho de tierra
de agua de aire de fuego de anhelo
de estiércol
de nada
sólo entre tantos no es tan triste
nacer ni vivir
las catástrofes hacen felices
a los profetas
cada uno tiene la suya
muere en su día cada uno
más la persona-muchedumbre
lázaramente se levanta
después de cada cataclismo
cien años más joven
sin ningún artilugio alegórico