Conversamos con el narrador Félix Terrones*, quien vive desde hace algunos años en Francia, país en el que escribió su última novela, Ríos de ceniza (2015), publicada en Lima y presentada en la Feria del Libro de Lima, una novela interesante, con la que Terrones vuelve al ruedo narrativo peruano.
Por: Mario Pera
Crédito de la foto: Víctor Zea
Ríos de Ceniza (2015).
Una entrevista a Félix Terrones
1. Ríos de ceniza (2015) es una novela autobiográfica que, no obstante, presumo debe tener elementos de ficción. ¿Por qué decidirte por la autoficción y no por la ficción pura? ¿Tiene que ver con una necesidad por narrar con la mayor verosimilitud posible ficcionalizando sólo lo indispensable?
Antes que nada te felicito, Mario, por la nueva edición de tu poemario Ruido Blanco. Lo leí hace unos meses. Me parecen versos con mucho nervio y un cuidado particular en la palabra. Regresando a tu pregunta, tal vez debamos preguntarnos qué entendemos por novela autobiográfica y en quién estamos pensando cuando hablamos de ella. Autobiografía, y con creces, hay en las ficciones de escritores como Marcel Proust, Honoré de Balzac y Thomas Bernhard. Incluso en autores insospechados hay un fuerte componente biográfico. Pienso en las novelas de Conrad. ¿Esto quiere decir que sus novelas son, a priori, más verosímiles? No lo creo. Yo rechazo esa categoría, Mario, pues cuando escribo ficción (o “ficción pura” como lo llamas) no estoy pensando en mi vida sino en darle forma a una propuesta persuasiva, que se sostenga en las palabras y en su capacidad fabuladora.
Al final, el lector se enfrenta con el texto literario, lo que se cuenta en él. El correlato con la realidad ―o lo que por convención llamamos “realidad”― es algo antes que nada anecdótico, ¿no lo crees? Por ejemplo, no me veo leyendo La tía Julia y el escribidor buscando cuánto hay de Mario Vargas Llosa en esa novela. Al contrario, la voy a leer fascinado por el humor, la alternancia de los episodios y la figura del joven escritor frente al escriba boliviano, anverso y reverso del oficio.
2. ¿Eres un escritor de estructuras? Es decir, ¿escribes como un efluvio sin crear un orden o necesitas un mapa sobre el cual vas creando el cuento o la novela?
No soy un escritor de nada. En mi caso he pasado por todos los estados. Me ha ocurrido escribir sin freno algo que termina siendo una ficción. También tomar mi tiempo, sentirme agobiado por no encontrar la palabra necesaria ni saber cómo continuaré la historia. Ríos de ceniza es una novela que pensé mucho, pues no quería caer en lugares comunes ni tópicos. El riesgo estaba ahí; es decir, en abordar historias amorosas o un relato de viajes, por darte dos ejemplos, desde una perspectiva fácilmente reconocible por el lector. Quería algo novedoso que interpelara la experiencia lectora de quien tuviera mi libro entre las manos. Me di cuenta de que un trabajo en la forma, la estructura de la novela podía acentuar los dobleces, incluso contradicciones de mi narrador. Al final no sé si lo logré, lo que si sé es que fui muy sensible a estos aspectos.
3. En la novela el protagonista menciona a varios escritores como referencias. Sin embargo, uno llama en especial la atención, el poeta judeo-francés Paul Celan, quien vivió como tú en Tours. Celan fue el poeta de la tragedia, de la desventura. ¿Qué significó para ti y tu narrativa la lectura y la presencia de Celan en Tours?
Una feliz coincidencia, Mario. Poco después de haber llegado a Tours mi amigo, el poeta brasileño Paulo de Andrade, gran lector de Paul Celan, me contó que él también había vivido en esta ciudad. Además su paso por Tours con todo y su brevedad fue, en cierta medida, determinante para su trayectoria como poeta.
Después de haber leído su poesía, empecé, varios años después, con su correspondencia. En las cartas que había intercambiado con Gisèle Celan-Lestrange, Nelly Sachs, Ilana Shmueli y, en particular, Ingeborg Bachmann descubrí a un individuo múltiple, con muchas heridas y con una actitud cambiante hacia la poesía. Esa intimidad, llamémoslo así, que llegué a tener con la poesía y el personaje me llevaron, casi de manera natural, a darle un espacio en mi narrativa, quiero decir mi novela. En Ríos de ceniza Paul Celan es a la vez el modelo y el contrapunto del joven narrador. Claro, junto con esa otra figura del escritor que es el inefable Paulo Santa Apolonia Puga…
4. Desde el Boom latinoamericano, y antes, son muchos los narradores latinos y peruanos que partieron a Francia a un autoexilio sea huyendo de las dictaduras o buscando la “Francia propicia para los escritores”. En Ríos de ceniza el autoexilio está muy presente, lo que es tu historia también. ¿Qué le ha dado el autoexilio a tu narrativa? Y, en particular, que te ha dado Francia, un país tan dado a las artes y a su difusión, a ti como escritor?
El “autoexilio” como lo llamas es el último estado del narrador quien pasa de ser un exiliado a ser un expatriado, luego un paria para finalmente reconocer que la verdadera tierra es la de las letras, la de la escritura. Esa es la piedra angular sobre la cual busqué tejer mi relato. En otras palabras, la manera en que se va desplazando la conciencia de pertenecer a alguna parte conforme uno se va adentrando en la “madurez” literaria.
Es difícil disociar lo personal de lo artístico. Considero que en Francia he crecido bastante como individuo, pues es aquí que he vivido las experiencias más intensas de mi adultez. Esto, de un modo o de otro, aunque no sé cuánto, repercute en mi literatura. Asimismo, y ya como lector, aquí fue que me abrí a la experiencia latinoamericana y europea. Creo que el haberme venido me abrió un poco la perspectiva al sacarme del simple ámbito peruano que, ya sabes, puede llegar a ser bastante estrecho. Ahora bien, el vivir en Francia también me ha dado un nuevo interés por lo que ocurre en Perú. No quiero decir que antes no siguiera el acontecer social o político, es más ambos siempre me han interesado, sino que desde Francia estos adquieren una intensidad novedosa. A veces tengo la impresión de que, por más paradójico que esto pueda sonar, la distancia refuerza el vínculo con mi país.
5. En una sección de la novela, el narrador expresa que todas las ciudades son Lima, son grises París, Tours, etc. ¿Es en el lugar, en el espacio en donde se desenvuelve que el escritor aprender a escribir?
El espacio es una inquietud esencial en mis ficciones. Los espacios como las ciudades interactúan constantemente con mis personajes, motivándolos a actuar por acción o negación. Al mismo tiempo siempre hay una memoria de los espacios, las casas, los apartamentos, los establecimientos por donde circulan los personajes. Esa memoria es valiosa porque posee una cualidad paradójica: por un lado nada más tangible que el espacio, aquello que nos rodea; pero, por otro lado, éste nunca es el mismo en el que fuimos felices. De ahí ese vínculo intenso de mis personajes con los espacios; en ocasiones algo parecido al paraíso perdido; en otras, algo cercano a la tierra prometida.
Cuando se trata de la escritura, intento concebir el espacio como una hoja en blanco que, conforme se vive en la ciudad, uno va llenando. Mi narrador y sus pasos por distintas ciudades es esa necesidad de comenzar siempre de nuevo. También el descubrimiento de que cada nueva ciudad es una promesa y nada más que eso. Lo vivido, la experiencia se han ido escribiendo por sí mismos. Hasta que llega el momento en que se debe empezar a escribir, ¿no?
6. El humor están muy presente en el libro. El protagonista y otros personajes como Cécile o Gustave toman con ironía muchas de las situaciones que viven, pese a las adversidades. ¿Cuán importante o necesaria son la ironía y el humor en la narrativa?, pese a la gran dificultad de desplegar este recurso con agrado para el lector y corriendo el riesgo de incomodarlo y perderlo.
El humor es vital cuando no se convierte en mueca, pirueta, cuando no se justifica en sí mismo o cuando no esconde la falta de recursos del autor. El humor bien utilizado puede abrir la válvula de escape al lector así como permitir una perspectiva distinta.
Mira, por ejemplo, en mi novela me apoyo en el humor para entregarle a lo contado cierta forma de ligereza así como para distanciar a mi lector. Por contraste, lo que cuento no cae en lo puramente sentimental, el riesgo que asumía cuando se trataba de contar las relaciones afectivas. Ahora bien, intento abrir el abanico en cuanto a humor: desde el cinismo, pienso en los diccionarios, hasta la ironía o el retrato caricaturesco. No olvides que la novela lleva en su código genético la risa.
7. El amor trasunta prácticamente toda la novela. Los personajes actúan en base a la creatividad del escritor, pero es innegable que el propio autor aprende de sus personajes. ¿Cuánto aprendiste de tus personajes en sus relaciones amorosas?
No lo sé. La verdad, no aprendo de mis personajes. Al menos no en esos términos. Los dejo hacer. Que ellos vivan en sus contactos, anhelos y obsesiones. Yo intento darle coherencia a todo eso, buscar las resonancias en los gestos y actos y también, desde luego, darle una forma. Pero de ahí a esperar que ellos me enseñen algo es como esperar una lección de la creación o la escritura cuando ambas son gratuitas por excelencia. Lo cual no quiere decir, desde luego, que no exista un componente moral en la literatura, sólo que este se manifiesta mediante el tamiz de la ficción.
Tal y como lo veo el amor en mi literatura tiene una doble cualidad. Por un lado es la promesa del encuentro; pero, por otro lado, es la consumación de malentendidos, confusiones que toman forma en el silencio. Una vez que los amantes llegan al silencio entonces ocurren cosas, eventos, circunstancias que me interrogan de manera particular.
8. ¿Qué viene en adelante Félix? ¿Estás escribiendo algo o estás en un periodo sabático?
Te puedo decir que después de la publicación de Ríos de ceniza, con todo lo que esto supuso cuando se trata de acompañar la aparición de un nuevo libro, también después de haber, por fin, cumplido con algunas obligaciones de corte académico ahora podré retomar la escritura de mi novela. Es una novela ya no tanto sobre el hacerse escritor como lo que el ser escritor implica. Hay encuentros y malentendidos, otra vez, pero sobre todo buscaré interrogar la figura del escritor exiliado, su vínculo complejo con el idioma y el país dejado detrás, esa realidad determinante para su formación pero que, por culpa de la distancia, se convierte en una obsesión, acaso un temor.
Creo que será una novela oscura, densa, con algo de cinismo y de humor negro. Con esta novela cerraré el ciclo de la escritura comenzado con Ríos de ceniza. De hecho, ambas ficciones interactuarán como si fuera un dístico. La primera, la del joven que viaja para convertirse en escritor; la segunda, la del hombre que renunció a la escritura, que escogió el silencio como única salida posible.