Por Elga Reátegui*
Curadoría por Alonso Belaunde Degregori
Crédito de la foto www.puntoedu.pucp.edu.pe
Ricardo González Vigil:
“Me fastidia el crítico venenoso, malévolo y pedante”
En su vida se dio aquello de que cuando está listo el alumno aparece el maestro. Eso le ocurrió a Ricardo González Vigil, quien una vez descubierto sus dones con ayuda de varios guías y mentores, se decantó por la Literatura contraviniendo la postura de sus padres que se empeñaban en meterle por los ojos las Ciencias. Lo cierto era que no querían verle pasando penurias con una actividad que consideraban tan solo un juego. Pero él soñaba con pasarse la vida escribiendo poesía y hasta quizá publicando algún libro de su autoría. Para su fortuna, las oportunidades se le presentaron sin buscarlas, y al poco tiempo, se vio ejerciendo la docencia y redactando reseñas. Esta es la historia del poeta peruano González Vigil, autoridad en César Vallejo y el Inca Garcilaso de la Vega, prestigioso antologador y considerado el crítico de los críticos, aunque él no lo crea así.
Entrevista
Elga Reátegui [ER]: ¿Cómo se gesta un apasionado de la literatura dentro de una familia de provincianos, donde el padre recita poemas y reside de niño en el otrora tradicional Centro de Lima? Había muchos elementos a favor de su vocación literaria, sin duda.
Ricardo González Vigil [RGV]: Yo creo que es la parte que tiene que ver con la oralidad. Porque lo que viene a ser la canción, los relatos y las creencias son un sedimento para que me encante. Esta nutrió mi imaginación que luego se manifestó en literatura. Nací en el Centro de Lima y viví hasta los 15 años en una casa enorme, el segundo piso albergaba más de 20 habitaciones. Había momentos en que venía mucha familia, por ejemplo, para la procesión del Señor de los Milagros. La gente que nos frecuentaba contaba diversas creencias populares, toda la tradición oral. Mi familia es del norte, sobre todo de Cajamarca, de la provincia de Chota. Entonces creo que mi entusiasmo por todas esas historias se gestó entre ellos. Mi madre y mis hermanas mayores contaban historias, y a mi papá le gustaba la poesía. No había muchos libros, no existía una gran biblioteca, ni mucho menos. Pero todos mis hermanos han sido estudiosos. Somos cinco hermanos, yo soy el menor. Ellos me estimulaban en los estudios. Además, tengo un hermano, se llama Fernando, que me lleva tres o cuatro años, que ahora es también un catedrático universitario. Enseña en la Universidad del Pacífico. Tiene varios libros publicados de Economía. De niño poseía una voz de tenor. Es el más cercano a mí, no por edad, sino por el gusto al arte y la música. Aunque leía tanto como yo, él dedicaba más tiempo a la música. Luego, en la universidad, se entregó a la lectura por completo. Creo que todos esos factores prepararon mi futuro como lector. Cuando aprendí a leer y escribir, no tan pronto porque lo hice a los cinco años, en lo que llamaban transición, me pareció fabuloso. Ya no tenía que estar escuchando y dependiendo de otros. Inmediatamente iba a buscar los pocos libros que había en casa, a pedir cuentos de regalo y a juntar mis propinas para comprarlos. Yo soy un lector desde que sé leer, y toda la vida ha sido juntar la actividad que amo- descontando los lazos personales-con la familia y los seres queridos. La actividad vinculada con el mundo de la cultura es la que más me ha llenado y entusiasmado.
[ER]: ¿Es verdad que comenzó a descubrir su camino poético y, por ende, de escritor, al conocer la obra de Jorge Manrique y Fray Luis de León mientras cursaba la secundaria? Y que ese convencimiento de estar en la ruta correcta se vio reforzada al leer a Bécquer, Darío y Vallejo, ¿de qué manera transformaron su mente y sentimientos?
[RGV]: A pesar que digo que siempre me ha gustado el canto, la canción y la poesía, cuando comencé a leer, leí poca poesía, aunque la escuchaba en la casa, a mis papás y a mis hermanos mayores. Sin embargo, al principio más me atrajo el cuento, tipo Las mil y una noches, de terror y de lid. Después me interesé por la novela. Insisto, en ese entonces, no me llamaba la atención la poesía. La escuchaba, pero no la leía. Todo cambió cuando cursaba tercero de media -yo casi cumplía los 14 años, entraba en la pubertad- y coincidió que en una asignatura comenzaron a darnos nociones de cómo era el verso con metro. Nos daban ejemplos de tipos de poesía, cosas que había escuchado antes, pero que ahora al leerlas, no sé si por la edad o el contexto, me impactaron mucho. Las coplas de Manrique, las décimas de La vida es sueño, el Monólogo de Segismundo, entre otros, a la par de cómo nos enseñaban, fue lo que me hizo ver la lírica con otros ojos. Hubo unos compañeros que también comenzaron a escribir poemas para el periódico mural del colegio. Y en la radio se escuchaba con gran entusiasmo a Nicomedes Santa Cruz, que recitaba décimas y luego pasó a la televisión. Siempre me impactó. De ahí que me salió una décima, entre Segismundo y Santa. Cruz, pero el contenido inspirado en Jorge Manrique, de cómo íbamos a morir. Fueron los primeros poemas que escribí próximo a los 14 años. Al término de ese período escolar, durante las vacaciones, me cogió la necesidad de escribir una poesía más íntima: la idealización amorosa, las tribulaciones del amor; uno está enamorado del amor todavía a esas edades. Aquí fue muy importante Bécquer y Rubén Darío. También leía a Vallejo. Era un autor que escuchaba junto a mi hermano mayor. “Este es el gran poeta”, me decía. Sin embargo, el encuentro fuerte con Vallejo es un poco después. No entendía Trilce. Y buscar en el diccionario, en esa maravilla que es Vallejo, uno comprende las palabras. Vallejo fue muy superior a todo lo anterior. Por esa razón quedó como el poeta más importante para mí. Si no lo trabajé en mi tesis universitaria fue porque me creía joven. Había mucha obra de Vallejo que me era muy difícil de comprender. Tenía que ir lentamente conociendo todo lo que se había hecho sobre él.
[ER]: Imagino que también tener vivencias para entenderlo a profundidad…
[RGV]: Yo creo que sí. Ahora lo comprendo. A través de mi familia me ha venido mucho de la penalidad andina. Muchos de esos elementos han sido clave. La imagen del hogar, el vínculo. También cuando uno desarrolla lecturas contemporáneas que establecen algunas dudas respecto a tus creencias religiosas. Tal como le pasó a Vallejo, que yo resolví muy rápido. Pero entiendo la duda, la preocupación.
[ER]: ¿Por qué sus padres le empujaban a estudiar ciencias cuando veían clara su inclinación por las letras? ¿Cuándo cambiaron de opinión y le apoyaron?
[RGV]: Nuestra sociedad aún ahora posee valores burgueses, es pragmática. Aunque yo tenía buenas notas en todo, incluido Ciencias -mi única nota mediocre era educación física- mis padres acariciaban la idea, que como mi hermano estudiaba economía y a mí me gustaban las matemáticas, yo iba a seguir por ese camino. La vocación por el libro era como algo de juego, hobby o algo secundario. Yo quería letras, pero ellos me dijeron que eso era fácil, por lo que me inscribí en Ciencias. Por aquel entonces, nos daban 15 días de prueba, pero no pude soportarlo, me sentía falso, lo mío era la poesía. Ellos sintieron malestar y se preocuparon por mi interés en Letras. E incluso en mi colegio, La recoleta, también dieron cuenta de mi estado, tanto que un sacerdote se acercó a mi casa para preguntar sobre lo que me sucedía, pensaron que me pasaba algo, pues me hallaba en la pubertad. “¿Qué pasa, Ricardo? ¿Por qué quieres Letras? Tú no eres un alumno flojo”, me preguntó el cura sorprendido al enterarse de la verdad. De risa. Había mucho prejuicio.
Estudié Letras junto a Gonzalo Portocarrero, que hoy se dedica a la sociología. En cuarto de media lo tenía claro, no podía estudiar Ciencias. Luego fue una lucha convencerme para que estudiase Derecho, ya que estaba en Letras, lo más práctico era eso. Nunca acepté. Me negué. Intentaron con la Diplomacia. Tampoco me interesó. Era un buen alumno, pero sé que ellos vivieron preocupados por mí. No me impidieron que ingresara a la Católica y que optara por Letras, pero no era lo que querían. Al terminar el primer año de estudios, ya era profesor de una academia de ingresos (preparación preuniversitaria), que formamos con gente de la universidad, de la talla de Marcial Rubio y Javier de Belaúnde. A mí me llamaron, era un chiquillo como para enseñar Lengua y Lógica. Luego dictaba prácticas, a los 17 o 18 años, en el Instituto Riva Agüero, y me codeaba con grandes maestros. Mis padres comenzaron a ver que tenía posibilidades de trabajo, y era más de lo que esperaban. Por mi parte, no tenía claro mi futuro. Creía que solo me iba dedicar a escribir poesía y a leer libros, e incluso publicar un libro de vez en cuando. Pero jamás pensé en enseñar ni dedicarme a la crítica literaria.
[ER]: Juan Canal guía sus primeros pasos por el mundo literario y siembra en usted un interés por el ámbito académico, ¿qué obras le recomendó su maestro y amigo que le abrieron los ojos hacia otros autores y temas?
[RGV]: En el colegio había un profesor, Juan Canal, discípulo de Alberto Escobar y Armando Zubizarreta, que no era de Lengua y Literatura, que me gustaba y tenía una biblioteca magnífica. Recuerdo que me prestó un trabajo sobre Borges que él había hecho en la universidad. Eso que leí sobre él era brillante. Se trataba de una monografía. A través de esa obra y otras que me proporcionó, comenzó a emerger mi espíritu crítico sin darme cuenta. Qué interesante es cuando uno profundiza en un autor y lo que aprende lo trasmite a los demás; para que todo el mundo goce con la lectura. Creo que todas esas cosas, pero por sobre todo lo que me aconsejó Juan Canal me ayudaron mucho. Me dijo trata de conocer a Alberto Escobar que es de San Marcos para adquirir conocimientos, pero lo que te va a formar más es tu aprendizaje en la Católica.
Efectivamente cuando entré en dicha universidad, antes de enfrentarme a don Luis Jaime Cisneros -que me daba un poco de temor por su fama- tuve la suerte de tener un profesor, Carlos Gatti, que me llevaba 7 años y había estudiado en La Recoleta. Era un profesor auxiliar del curso de Literatura, porque era muy joven, pero él me hizo perder el temor a hablar en público. Yo era muy tímido. Me hacía intervenir en clase. Sudaba al comienzo. Después me convertí en una persona que mientras más auditorio le escuchaba menos temor sentía. Me sirvió. Esto me preparó para enfrentarme a don Jaime. Alberto Flores Galindo, que era mi compañero de estudios, a quien también le encantaba la Historia, me propuso ir a un seminario en el Instituto Riva Agüero. Tras un examen, el propio don Jaime pidió hablar conmigo. En nuestro encuentro me preguntó: “¿Qué es lo que te gusta más?” “La Literatura”, contesté. A lo que él respondió: “Entonces, ¿qué haces en Historia?”. Así caí en manos de don Jaime. Con la ayuda de Carlos Gatti. He aprendido muchísimo de los dos. Don Jaime era un maestro. Me daba listas de lecturas. Treinta libros para leer.
[ER]: ¿Y los leyó todos?
[RGV]: No debería contraatacar diciendo que los he leído todos, porque para ese entonces, ya era crítico de cine. Experimenté muchos cambios.
[ER]: Su paso por la Universidad Católica fue brillante, y sin duda, dejó huellas, a los 18 años era jefe de prácticas y a los 21 dictaba cursos de su especialidad, como dicen algunos chicos de esta generación: » ¿En qué momento se divertía?».
[RGV]: Yo me divierto leyendo y escribiendo. Disfruto con la poesía. Por aquel entonces, teníamos un grupo literario llamado Cirle. Entre el 69-70 hacíamos murales y recitales. Por allí pasó gente mayor como Luis Hernández, por ejemplo. También invitábamos a Abelardo Sánchez León, Luis La Hoz, Nicolás Yerovi. A mí me encantaba ese ambiente. A parte, en el barrio -me había mudado a Lince-, los fines de semana me iba a bailar. Me encantan Los Beatles. Fue el gran momento de la invasión británica. Yo he bailado mucho, pero recién en la universidad, antes no.
[ER]: ¿Todos los ritmos?
[RGV]: No tanto. Siempre más el estilo soft The Beatles, pero también me gustaba el rocanrol y el viejo twister.
[ER]: Y ¿también cantaba?
[RGV]: Claro, claro también cantaba. No tenía la voz de mi hermano, que era tenor, pero había sido integrante del coro del colegio. No he cantado en un grupo, pero sí en el coro del colegio. De mi clase salió una banda de rock muy conocida: Los Shains. He estado cerca, pero nunca llegué a ese nivel.
[ER]: ¿Le gusta la música actual?
[RGV]: A mí me han gustado Los Beatles siempre. Son lo más perdurable. Pero sin duda los que más me gustan son Beethoven, Mozart y Bach. Luego mi hermano me introdujo en la zarzuela y en casa se cantaba tango, música criolla y boleros. Pero en las fiestas de mi época se bailaba rock, y cumbia colombiana. E incluso he sido nuevaolero. Asistía a los matinales donde cantaban, por ejemplo, Los Saicos, de los que se dice ahora son precursores del punk. He gozado de las fiestas. Era un muchacho divertido. Me gustaban muchas cosas, pero por falta de tiempo tuve que dejarlas, dar prioridad a otras.
[ER]: ¿Qué me dice de su participación en el grupo Hablemos de cine junto a Chacho León?
[RGV]: Cuando estaba en quinto de media, descubrí los cineclubes. Concurrí a uno de ellos, al del Champagnat, allí conocí la revista, comenzaban a venderla, estamos hablando del año 1965. Compraba esta revista. Los que hacían esta publicación me llevaban cuatro o cinco años. Me convertí en asiduo de los cineclubes, luego en la universidad, conocí a mucha gente que le encantaba el cine y lo veía como una manera de arte o un medio de cultura. Uno de ellos me presentó a Juan Bullita, uno de los creadores de la revista, que también era poeta. Se hizo amigo mío y reparó en que me encantaba el cine. Además, se dio cuenta que me había visto muchas veces en los cineclubes. Luego me presentó a Chacho León y al resto del grupo. A Federico de Cárdenas, ya lo conocía, porque había estudiado con mi hermano. Pero fue Bullita quien me invitó a participar. Acepté de inmediato. Escribía con entusiasmo. Iba al cine todos los días, de lunes a viernes. Los sábados a sesión doble y los domingos a triple, pero hacia los años 73 y 74, el tiempo se me hacía corto. Uno de los motivos fue la redacción de mi tesis, entre otras tareas. Tuve que dejarlo. Realmente desde ese entonces, me quejo de la falta de tiempo para hacer todo lo que me apasiona.
[ER]: A los 24 años sale a la luz Llego hacia ti, su primer poemario, ¿cómo era su voz poética en ese momento y cuánto ha cambiado hasta el día de hoy?
[RGV]: En realidad ese libro ya estaba acabado hacía dos años, pero como suele pasar, uno lo va aparcando, no se decide a publicarlo. Entonces, Antonio Orozco, el historiador, era muy amigo de la Editorial Arica, y me escuchó en un recital y me preguntó: “¿No quieres publicar tu libro? Y así salió. He tenido la suerte de que no me ha costado. Editaron mi libro de 250 páginas. Tiene fotogramas de películas. ¿Por qué lo iba a ilustrar con grabados o pinturas si a mí el cine me decía más? Es un libro que recoge poemas desde los 15 hasta los 22 años. Es una especie de libro de aprendizaje de la vida. En distintos planos. De la soledad a la comunicación. A los primeros intentos de amor. La búsqueda de Dios. Es libro muy variado. Cada parte tiene un tono distinto. Con el tiempo, veo que había asimilado muchas cosas. Un poeta que me influye mucho en esa época es Octavio Paz, su ideario, sus ensayos. También me atraía mucho la poesía china y japonesa. No solo el haiku, también el tanka. Lo mismo que la poesía simbolista francesa, la mística y el silencio. Hay mucho de todo esto en aquella primera obra. Es un típico primer libro de variedad temática. Basado en mi propia experiencia. Es como una autobiografía íntima. A partir de ahí, he ido juntando todo en un solo proyecto, tal como lo hicieron Walt Whitman o Jorge Guillén. Aquí, en Perú, admiraba mucho a mi gran amigo Javier Sologuren. Fue muy importante conocerlo en esa etapa.
[ER]: A los 30 años asume a conciencia su estudio sobre la poética de César Vallejo y ha continuado religiosamente año tras año, nunca termina de aprender sobre él, sin embargo, la mayoría solo le conoce a nivel superficial y para colmo mal, ¿llegaremos un día a hacerle justicia en su exacta dimensión?
[RGV]: Creo que sí, eso depende de la enseñanza, de ver la parte didáctica que ha de tener su estudio. Ocurre con grandes escritores que son mucho más antiguos. Alrededor de ellos hay cosas esquemáticas. Recuerdo a Giovanni Papini que dice: “Nadie se imagina a Dante riendo”. La mayoría de gente suele decir dantesco para referirse a algo infernal, pavoroso. ¿Y el resto? ¿El amor y el paraíso? Es muy parecido con lo que ocurre con Vallejo. Todos se fijan en el poeta triste, doloroso, pero no se fijan en la vida, la esperanza, no en la resurrección producto del amor humano. Todo es afirmativo. Muy parecido al caso de Dante. Eso no ha cambiado. En el habla popular, dantesco sigue siendo algo esquemático y encasillante. Es preocupante. Lo vamos a escuchar siempre. La gente maneja estigmas.
[ER]: Luego ha investigado sobre Abraham Valdelomar, José María Arguedas y el Inca Garcilaso de la Vega, que también muchos ubican por nombre pero que poco o nada saben de su trascendencia en las letras peruanas, mucho menos, sobre su dimensión universal. Usted ha cumplido con su parte en ese aspecto, pero qué hay de los órganos pertinentes en acercar la literatura a todos los niveles de la población, y ya no digo más allá de las fronteras y pasando el charco.
[RGV]: Yo cuando empecé a estudiar en el Instituto Riva Agüero con Luis Jaime Cisneros y Gatti me di cuenta que iba que seguir escribiendo poesía porque me gustaba. Es una necesidad mía. Mi poesía, tenga valor o no, la necesitaba y la necesito, pero me daba cuenta que la sociedad necesitaba de alguien que investigara. Había mucho que trabajar para descubrir la cultura peruana, pero al comienzo yo me había propuesto modelos como Menéndez Pidal, Menéndez Pelayo o Dámaso Alonso. Pensaba escribir para académicos y conocedores. Que el resto dijera: ¡Qué bárbaro! ¡Vaya nivel! Sin embargo, la gente de cine me hizo descubrir algo muy interesante: al ser un arte más actual, la gente habla con un apasionamiento de las grandes películas, lo que no ocurre cuando los académicos se refieren, por ejemplo, de Shakespeare o Homero, con mucha seriedad y solemnidad.
Los críticos de cine son conscientes de que van a sacrificar la película con tal de que vayan a verla. Frente a lo académico comprender la labor de difusión y orientación. Los críticos de cine le meten entusiasmo y pasión. Porque a la gente que le gusta el cine ve todas las películas que llegan a Lima y se pasan la voz; en cambio, veía a los escritores emborrachándose y sin preocuparse por la actualidad literaria. Leen muy poco, se leen así mismos y leen a sus amigos. Tienen una información muy limitada de los grandes autores y a veces esquemática nomás. Entonces, lo malo en el mundo literario es que no tienes esa pasión por saber qué está apareciendo, que sí tiene la gente de cine. Ellos están al día.
En 1974, el profesor Jaime Mavila de Literatura, me dijo: “¿No quieres comentar libros en el diario El Comercio? Acepté y empecé a colaborar. Me inspiré en Alfonso Reyes, quien a la vez que podía hacer cosas eruditas, comentaba libros de actualidad en el Correo de Monterrey. Nuestro país necesita orientación cultural y labor docente. No se puede dejar los medios en manos de gente que no tiene preparación, porque muchas veces al carecer de formación profesional, no poseen una visión global de la literatura, se dejan llevar por los apasionamientos y caen en los ataques personales. Entonces aparecen los amiguismos y enemiguismos.
[ER]: Está considerado «el crítico de los críticos» en su país, la máxima autoridad en esta materia en Perú, pero como era de esperarse, tiene detractores y ellos manifiestan que es ‘contemplativo’,’ demasiado generoso’, e incluso que ‘no le gusta mojarse’, ¿cómo se ve a la hora de hacer autocrítica de su labor? ¿Cómo se definiría en este plano?
[RGV]: Es muy difícil lograr el punto medio. A mí me molesta la crítica del crítico que pontifica. Por ejemplo, me hizo mucho daño saber que cuando Eguren publicó su novísima obra Poesías, dijeron que solo los dos anteriores habían sido buenos y que no escribía poesía. Hasta su prosa fue linda, y dejó de hacerla cuando Estuardo Núñez en su tesis afirmó que no era prosista. ¡Caramba! Por su parte, Arguedas se sintió morir cuando se burlaron de su Todas las sangres. Arguedas vale más que todos esos críticos. ¡Quién se creen que son! Cuando veo la suficiencia con la cual algunos vallejistas le corrigen la ortografía, porque dicen que la tiene vacilante. Pobre cholito, ¿no es cierto? ¿Tú crees que lo harían con Borges? No pues. ¿Y a Joyce? No, claro. Pero a este sí. Me fastidia esa suficiencia. El argot literario tiene una capacidad para manejar el lenguaje y la cultura que el crítico debe respetar. Una cosa es que tú valores, otra muy distinta que hagas agravios o seas tajante. Aunque no lo he buscado, me ha pasado -pocas veces-, que alguna frase o calificativo mío, ha hecho mucho daño y eso que yo trato de no hacerlo. Y aún así ha ocurrido. He decepcionado sin quererlo. Me fastidia el crítico venenoso, malévolo y pedante. Ese que se cree mejor que los poetas y creadores.
Hay otra razón que es más profunda, si yo escribo en periódicos y revistas, tengo que comentar libros que me parezcan buenos, porque la gente no tiene tiempo de leer mucho. Quien va a la librería o entra en Internet y pide un libro, tiene que saber que es bueno, pues aparecen tantas obras por semana, que ni siquiera los críticos podemos leerlos todos. Te soy sincero, estas cosas que me llegan (libros) no me parecen buenas. Más bien, son malas. Pero escoger un libro para decir que es malo cuando el lector está esperando que le diga: “Lee este” y “No leas esto”, no me parece serio. Doy una imagen curiosa, porque prácticamente en el 99 por cien de mis críticas digo que el libro es bueno, excelente o notable. Pero es porque ha pasado una selección. Es muy raro que sea negativo con un libro. Por eso doy la impresión de perdonavidas. Eso me pasó con Manuel Scorza cuando publicó Redoble por Rancas (al final acabamos siendo amigos). Acá le hicieron leña. Sánchez habló pestes. ¡Qué mala la novela! Pero en España tuvo éxito. Había mucha gente que no le gustaba la gitanería de Scorza (se había quedado con el dinero de festivales literarios y por su accionar político). Era simpático, pero muy vividor. Frecuentaba gente loquísima como César Calvo, que me parecía más talentoso que él. Se le juzgó por razones extraliterarias. Aprovecharon la salida de su libro para caerle encima. Yo hice una crítica ponderada del libro. No era un García Márquez, como él se pensaba, pero llegó a ser un escritor importante.
[ER]: Internet ha fomentado la aparición de nuevas figuras en la crítica literaria y a la vez, puesto en escaparate virtual a muchos autores hasta entonces ignorados o ninguneados por los llamados especializados, esto ha mejorado el panorama en cuanto a nuevas figuras y propuestas, ¿no le parece?
[RGV]: Creo que sí, pero también se ha prestado para insultos. El mundo de Internet puede ser un albañal. Peor que los periódicos. Sin embargo, la ventaja es que permite una diversidad mayor de opiniones. Y aunque uno no quiera el mundo editorial crea grupitos, argollas. Como dicen en México, grillas. Hay padrinos. Tratan de llegar con mentiras. En España es peor que acá, porque hay más torta que repartir. Se necesita Internet, pero lo malo es que se ingresa muy rápido al improperio, al insulto. El grupito ya no puede tapar todo. Nunca ha podido por completo copar el medio impreso. Sin embargo, sí logran apoderarse de la televisión, festivales, etc. Por eso han aparecido editoriales independientes y grupos alternativos. De allí que no he tratado de convertirme en el crítico que manda. E incluso me han nombrado como crítico oficial. Y yo he contestado: “No, soy un escritor peruano”.
Tras publicar mis dos tomos de antología poética con Petroperú, titulada Poesía peruana del siglo XX, un grupo, como un año después, editó una publicación similar a la mía, pero con otro título, en cuyo prólogo se decía algo así “este es el tercer tomo con los poetas que González Vigil no consideró”. No me molestó. Me gustó que hubiese diversidad.
[ER]: Usted que enseña literatura en la universidad está en condiciones de contarnos sobre lo que buscan las nuevas generaciones en los escritores y libros, ¿cómo ven la narrativa y sobre todo la poesía?
[RGV]: Son diferentes. La gente que lee poesía está fuera del mercado. Es la menos contaminada. Y casi todo lo que lee es poesía. Son personas más genuinas. Al margen de que tengan talento o no. El problema de la narrativa es que entra más fácil al mercado. Se fijan en las cosas que se están haciendo. Se hallan al tanto del circuito. De las tendencias. Que está de moda la novela negra, hiperrealismo, realismo sucio. No sé qué. Que ahora hay que atacar el realismo mágico. En la universidad a la gente que le gusta la narrativa es más proclive a seguir las modas. Eso es bueno porque uno como lector corre el riesgo de perder esa renovación juvenil. Yo siempre he tratado de contrapesar.
Parafraseando a Fernando Pessoa sostengo que cuando lees a un buen poeta, debe sentirse que ha existido Homero dentro del poema. Eso deben comprender. Que sin Homero no hay presente. Sin la tragedia griega tampoco. Como aquí con el Manuscrito de Huarochiri. Tienen que conocer la Cultura Quechua. El Ollanta. Sin Vallejo no son nada. Evitar caer en lo que solo está de moda. Esto funciona. En estos años, he puesto mi granito de arena para que conozcan otros autores. Como Gamaliel Churata, que cuando murió era un desconocido. Ahora cada día lo estudian más. He querido que se le dé más importancia a la poesía de Vanguardia. Cuando yo estudiaba se decía que había sido una poesía arbitraria, efímera. He luchado para que se difunda. Es una de las cosas en las que he colaborado.
[ER]: ¿Hay lugar para los poetas y la poesía en estos tiempos actuales? ¿Qué le espera a este género en los próximos años?
[RGV]: La poesía es lo menos contaminado por la sociedad de consumo. Hasta la música se contamina. Es más marketera…
[ER]: ¿Por qué?
[RGV]: Vivimos en una sociedad que no incita a la contemplación del mundo interno. Que no invita a la comprensión de la lectura que va lo de lo literal a lo simbólico. La gente lee poco y mal. Y obligarle a leer un poema de Trilce es forzarle a profundizar en un montón de lecturas posibles. Es demandarle un tipo de atención o concentración que ahora el chateo no deja. Debes tener una gran riqueza verbal, una acumulación de vida. Porque un poema “es la resaca de todo lo vivido”, como decía Vallejo. El poema se mueve demasiado. Es un concentrado. Es un festín sacarlo. Estamos en una época en la cual no se induce a ese tipo de lectura, de audición. La gente busca entre-tenerse. ¿Entre qué? (Ríe) Yo no pongo música de fondo, cuando lo hago la escucho. Y en esa atención pongo todo: mis neuronas, mis hormonas, mi bilis. Es una experiencia que me transfigura. Salgo como alguien que ha sido exprimido, pero al mismo tiempo me he llenado como haría una esponja. Eso lo logra todo gran libro. Especialmente los de poesía. O cuando se trata de un autor como Joyce o Arguedas, porque también son poetas.
[ER]: ¿Por qué es poeta?
[RGV]: Probablemente porque siento que el habla es lo más humano que tengo. No hay cosa que constituya más que el lenguaje. Estamos hechos de él. Como dice Arguedas es sangre, es vida. No son los signos arbitrarios de Ferdinand de Saussure. Para mí es significante, ritmo, sonido, paladeo, no solamente contenido. Y la poesía es eso. Yo soy una persona que cuando cree es bien intuitiva y poco racional. Entonces me sale la lírica. En cambio la otra parte mía, la de lector y crítico, es racional. Es decir que como emisor, me sale poesía y como receptor, hago crítica.
Nota aclaratoria: Esta entrevista es producto de una ardua labor de escucha y transcripción del audio que corresponde al vídeo de la charla que sostuvo esta servidora con el Dr. González Vigil para el programa Momentos en enero de 2017, pero que por razones técnicas (exceso de ruido) no se pudo emitir.