Por Sebastián Miranda Brenes*
Crédito de la foto (izq.) Archivo familia Heraud /
(der.) Biblioteca M.P.
Un volver después de 60 años: Una reseña tardía a El viaje (1961), de Javier Heraud**
No sé ustedes, pero muchas veces uno se encuentra con libros que le hubiera encantado presentar, o al menos reseñar, después de que nos embarga ese desconcierto característico, que nos queda en la boca y en el pecho, al llegar a su final.
Justo esto me pasó después de leer El Viaje, de Javier Heraud, un libro publicado en enero de 1961 en Trujillo, Perú, ganador del concurso “El poeta joven del Perú”, que compartió el primer lugar con el libro Poemas Bajo Tierra, de César Calvo. Sin embargo, en mi caso leí la segunda edición, publicada en 2011 por el Grupo Editorial PEISA.
Cuando acabé este libro, quise imaginarme en la aburrida y típica escena de escritores, sentado a la par de Heraud ante un pequeño público, con unas hojitas sueltas donde había escrito un texto preparado en la tarde previa a la presentación, aún con reseca por la juerga que nos gastamos la noche anterior.
¿Qué hubiera escrito para ese momento? Es lo que se me viene a la cabeza mientras dejaba a un lado el libro de Javier. Qué podría decir sobre aquel que regresó después de un año con nuevas palabras o con una nueva persona, como escribe Edgar O’Hara en el prólogo de la edición mencionada.
Así, en el presente artículo, me daré el gusto de hacer una reseña tardía, aproximadamente sesenta años después de la publicación de uno de los libros de poesía que, a mi parecer, es de los más bellos y genuinos de Latinoamérica.
La reseña tardía: La poesía como retorno al mar, siempre al mar
Siempre podemos empezar pidiendo un deseo, por ejemplo: poder dormir por todo un año o morir tan solo por un tiempo, o simplemente descansar, aunque sea tristemente la cabeza, volviendo los ojos al mar mientras la marea crece y crece como un cauce.
Heraud recurre al agua, siempre el agua, como símbolo de renovación, un elemento capaz de lavar todo (las piedras, la hierba, hasta la sal precipitada en los corazones), un manantial al que podemos entregarnos ante la levedad de la muerte o del sueño, donde ambos representan un viaje con un punto de retorno.
¿De qué quisiéramos descansar? ¿Qué nos ha desgastado tanto para partir sin despedirnos? ¿Las flores creciendo en nuestros ojos o los secretos de una vida que nos amenaza con su dureza? Escapamos, muchas veces, por la sequía de verbo o por las inundaciones de páginas en blanco, donde las metáforas se atascan, como nunca, entre las piedras.
Pero siempre volvemos, aún después de un año de descanso, o de alivio, que puede ser un siglo de olvidos. Un año con la raíz de la garganta casi seca, por el amargo sabor de tierra o por el peso de la duda al encontrar un sauce que reía con el viento, mientras caminamos acompañados por el canto del río, siempre el río, que recibe nuestras lágrimas. Porque volver es despertar de la muerte o del camino que nos conforma, del viaje al que le pusimos pausa recostándonos, como Buda, al pie de un árbol donde nos refugiamos de las estaciones, en busca de un nirvana que ilumine los versos.
Pues, a qué volvemos sino es para evitar que derrumben una casa muerta que llora sus manzanas, que conserva las hojas y a sus niños que han dejado de contar con los dedos. Todo esto, Heraud nos lo presenta para decir que pertenecemos a un ciclo que siempre volvemos a la Poesía como punto de origen y de retorno. Pues, aunque nuestro lenguaje esté en ruinas, como él o con él, podemos gritar: “Hoy regreso con la duda/ y la palabra/ hoy retorno con la dicha en la garganta,…”. Así que volvemos, siempre volvemos como el mar, a sentarnos a leer y a escribir ya sin el miedo de la muerte, ya abriendo los ojos a la luz del amor, ya con la montaña de odio arrancada durante el verano y cicatrizada en el invierno, añorando la hora de la sangre, que hierve durante la ardiente tiranía de la primavera, y que se funde con nuestros labios y con nuestros árboles desnudos dentro de los ríos del otoño.
Porque la Poesía, es como la muerte, nos espera de pie. A veces llegamos a ellas con sed, a veces con preguntas, a veces con pájaros y ramas entre las manos. Sin embargo, a pesar de sus tétricas vestimentas, no nos atrevemos a reírnos de ellas. Por el contrario, buscamos llorar en sus hombros, cuando a veces, nos gana el miedo a la vida.
Así, nos entregan su confianza cuando nuestras lágrimas en sus túnicas y nos dejan levantar nuestro rostro, que no es más que nuestra voz resonando como un racimo de llaves y que hace eco por una calle vacía, cuando intentamos abrir una puerta durante el alba, para emprender, con Heraud, un viaje a través ellas, con el fin de retornar al mar, siempre al mar, cuando al final, como hombres, o mujeres, o poetas tristes, declaramos después de más de uno o de sesenta años de descanso, que se nos han agotado las palabras.
Pequeña invitación
Así retorno al presente, con la certeza de que no hay que llegar hasta Dylan Thomas para reconciliarnos con la muerte, ni hasta Hölderlin para contemplar la poesía como un bosque entre nieblas, pues con Heraud hacemos un recorrido por caminos llanos pero profundos, donde nos internamos en la naturaleza del deseo y de la añoranza de volver, siempre volver a la metáfora, después del cansancio o de la saturación que nos obliga a escapar a tomar un descanso.
Pero también, retorno consciente de lo imposible de compartir la mesa de lectura con uno de los poetas más importantes de Perú, que resulta necesario hacerlo volver a nuestra memoria, más que estamos a punto de cumplir sesenta años de la publicación de uno de los libros más valiosos de nuestra tradición poética latinoamericana, donde la simplicidad, la belleza y uno de los temas universales del arte, la muerte, son abordados con una precisión y una destreza de relojero o neurocirujano.
Aunque, por otra parte, como les dije al inicio de este texto, ¿no sé si a ustedes les ha pasado algo similar? Así que para no sentirme tan freaky les invito a que realicen el ejercicio. Tomen algún libro que los haya marcado o golpeado, uno que les haya generado esta sensación, o si no les ha pasado, pregúntense qué libro les hubiera gustado reseñar o presentar a la par de su autor. No importa de qué siglo sea o si el libro lleva décadas guardando polvo en las bibliotecas. Si se animan, mándeme su texto a smirandabrenes@gmail.com, con gusto lo leeré y así, de paso, no me sentiré tan raro y solitario.
*(San Pedro de Barva Heredia-Costa Rica, 1983). Escritor, gestor ambiental y cultural. Perteneció al Taller Literario Netzahualcóyotl de Heredia. Fue miembro fundador de la Asociación Cultural TanGente, que organizó el Encuentro Arte Comunidad, proyecto del Corredor Cultural TransPoesía (Argentina, México y Costa Rica). Ha publicado en poesía Antimateria (2013 y 2014) y, actualmente, edita Matrices; y El sudor de la morfina (2020), El colibrí dibuja fractales (libro-arte, 2020), Inflexiones (inédito) y El mar cabe en tus ojos (inédito).
**(Lima-Perú, 1942 – Madre de Dios-Perú, 1963). Poeta, docente y guerrillero. Ingresó a estudiar Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú y luego a estudiar Derecho a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), estudios que no concluyó. Se desempeñó como profesor de inglés en el Instituto Industrial y, luego, en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Ganó el Premio Poeta Joven del Perú (1960). Publicó en poesía El río (1960) y El viaje (1961).