Réquiem por Efraín Jara Idrovo. Breve selección de poemas

 

Vallejo & Co. publica una breve selección de 7 poemas de Efraín Jara Idrovo (1926-2018), reconocido poeta ecuatoriano, como homenaje al autor tras su lamentable partida. Creemos que releer sus textos es el mejor homenaje a una vida dedicada a la poesía.

 

 

Por Efraín Jara Idrovo*

Crédito de la foto Fernando Machado /

www.eltelegrafo.com.ec

 

Réquiem por Efraín Jara Idrovo.

Breve selección de poemas

 

 

Tres designios en intensidades agudas

 

su pasión
su posición
(¿suposición?)

………mi posesión

su pasión
su presión
su precisión

………mi supresión

su pasión
su misión
sin remisión

………mi sumisión

 

 

 

Amarga condición

 

El mar está ahí.

El agua de por sí es evidente:

elástica y compacta,

se deja estar, indiferente, en su volumen.

El caballo está ahí.

¡Indeleble presencia!

Tiembla el bosque en sus ojos,

cuando huele a la yegua…

 

¿Qué sucede contigo?

Sólo menguas en vez de acrecentarte,

como un río,

cuyo caudal exiguo,

lo hará languidescer en las arenas.

 

Crees fijar la espléndica

diadema de los astros

y ya es otro quien se obstina en la imagen:

el que, sí es, no es el mismo,

el que al brillar se extingue

para recomenzarse.

 

 

 

Círculo fatal

 

del fuerte es la suerte
la suerte del fuerte
la muerte es la suerte
la muerte del fuerte
la muerte muerde
muerde la muerte
muerde la suerte
la suerte muerde
fuerte muerde la muerte
la muerte muerde la suerte
la muerte muerde fuerte
suerte es la muerte del fuerte
la suerte de la muerte del fuerte
la muerte es la suerte del fuerte
la muerte de la suerte del fuerte
la muerte muerde la suerte del fuerte
la muerte del fuerte muerde la suerte
suerte de la muerte
muerte de la suerte
¡coño!
y no hay etcétera
no hay etcétera

 

 

 

Invocación a la vida

 

¡Ven a mí, agitación universal,

inmunda Vida amada!

¡Envuélveme en la velocidad de tus llameantes torbellinos,

quebrántame con terrores y relámpagos,

mis huesos pon a sonar

con el sonido demente del festín de las moscas,

ábreme en llaga y abandóname en un pozo de sal!

 

¡Amor, que los buitres perciban mi poderosa hedentina!

¡Que el perro muerto ola flor pisoteada

me pongan a llorar!

¡Qué en los barrancos calcinados de mis ojos se frustre

la frescura insidiosa de las semillas de las apariencias!

¡Que se agriete mi corazón

igual que los labios del sediento

y mi sexo despierte con un alarido,

como si un enorme cangrejo lo aprisionara entre sus pinzas!

 

Hiende los muros, ¡Amor,

puta Vida adorada!

Arrásalos con tu cola de planetas enloquecidos;

piedra a piedra demuele

las construcciones del conocimiento.

Dame la sabiduría del puñal,

que sólo cree en la sangre;

la seguridad de la serpiente,

que únicamente fía del veneno;

la libertad del viento que se persigue a sí mismo,

como el alucinado.

 

Rompe los candados de la locura

y entrégame sus cofres de mariposas aturdidas;

redímeme las gotas corrosivas del antes y el después,

de las esperas

y sus vientres ahítos de relojes congelados;

permite que las relaciones

entre la muerte y yo, sean, apenas,

las del hombre solitario que acaricia su gato.

 

Y, sobre todo, concédeme que nada me sea indiferente,

que cuanto se desnude en mi ojo

remonte al mundo con nitidez de lámpara o espada;

que todo deje un reguero de vísceras en la conciencia:

la agonía del escorpión dentro del círculo de fuego,

el paladar del prójimo

azotado por las espinas del hambre,

el pequeño fragmento de madera roído por el océano…

Porque si nada de esto

me tritura los testículos, Amor,

es porque hay sitios de mi alma que no conozco todavía…

 

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Desnudez más primor suman pureza

 

Lo mismo que la antorcha, estás desnuda:

perfección de la llama es tu belleza.

Desnudez, perfección, abastractas, hablan

no a los sentidos, a la inteligencia.

 

Desnudez más primor suman belleza:

auroral inocencia de las formas,

serenidad de las constelaciones,

glacial incandescencia del diamante…

 

En la alfombra, sentada, estás desnuda;

pliegas las piernas contra el pecho: entregas

al ojo tu esplendor, sin ofrendarte.

 

Ausente, me sonríes, como en sueños.

Desnuda eres irreal, de tan perfecta,

¡no veo el cuerpo, miro tu hermosura!

 

 

 

Ulises y las sirenas

 

¿Hacia dónde navega,

Ulises, tu tirreme

con sus remos de sangre y velas de delirio?

 

¿Vas al centro de tu alma?

¿Buscas amor? ¿Certeza?

El viento de ti nace y hacia ti te conduce.

 

Navegando, viviendo,

el puerto que te espera

es tu rostro perdido el día en que zarpaste.

 

Fuera de ti no hay puerto.

Tu viaje es un retorno.

La espuma de la orilla sólo en ti se prosterna.

 

Tú no miras, Ulises.

Cuando miras, sorprendes

tu soledad volviendo a su propia constancia.

 

Formas vanas, reflejos:

olas, rocas, gaviotas.

Mundo es lo que te sobra y escapa por tus ojos.

 

¡Pon cera en tus oídos!

Las sirenas te llaman.

Fuera de ti no hay muelles, ni arena, ni evidencia.

 

Fanales insidiosos

— materia, sexo, tiempo—

apresuran tu nave contra las escolleras.

 

Mar adentro, alma adentro,

la gran fosforescencia

de tu conciencia engendra la luz del universo.

 

Cuando al mirar las nubes

veas que no son nubes,

sino tu alma que escapa, Ulises, ¡suelta el ancla! . . .

 

 

 

Destellos de una infancia solitaria

 

¿Dónde guardas el rostro, que nunca he conocido,

y del que sólo quedan sus círculos de música?

Veo a mi madre erguida al borde de mi alma,

como álamo, temblando. Unas monjas recuerdo:

como amapolas secas, surgen entre la niebla . . .

El sol brilla en los sauces. Columbro una carreta

cargada de hojarasca. Al peso del arado,

crujían las oscuras costillas de la tierra . . .

 

Era un cuando sin cuando. Era un espejo, en donde

nunca inscribió el relámpago su helecho fulminante.

Días, años, en la ascua del espacio infinito,

viendo volver el mismo colibrí a los rosales.

El mismo río, idéntico fragor de terciopelos

del viento enardeciendo tejados y arboledas.

Un niño de ojos tristes eleva una cometa.

Y siempre son los mismos: cometa, niño y cielo.

 

¿En dónde confundiste, infancia, mis facciones,

el ser que nunca he sido y me remuerde siempre?

Empapada de sueño y de melancolía.

mi imagen se adelanta y no la reconozco.

Con un muñón de estrella golpeo en el pasado.

Me responde un camino de flores amarillas,

un zumbido de moscas, un aroma de bueyes.

Hay una casa lóbrega y un hombre solitario.

«¡No tengas miedo, Hipólito! Dicen que ama los niños.»

 

Pero mi rostro, infancia; el que labró mi sangre,

cuando el tiempo medía tan sólo por distancias;

aquel que vacilaba al fondo de las charcas,

camino de la escuela, antes de que un cuchillo

de soledad separe mi corazón del mundo,

¿en qué insondable pliegue de la sangre me llora?

Mi abuela fuma y teje sentada en la terraza.

Alguien riega la tinta y mancha los cuadernos.

Toman mi desamparo como signo de culpa . . .

 

La soledad, ahora, me hace dos efraínes.

Su hostilidad comprendo. ¡Sólo uno es verdadero!

El otro sustituye al que jamás he sido.

¡Ay diamante extraviado al iniciar el tránsito,

tus destellos persisten en torno a mi cadáver.

Un callejón recuerdo, con sombra y madreselvas.

Apoyado en el puente, miro las golondrinas.

El agua, entre las piedras, daba traspiés de espuma.

Nubes y gavilanes duermen tras las colinas . . .

 

Entonces no existían la mirada ni el pájaro:

la paloma era el ojo que al alma regresaba.

¿Cuándo advertí que el mundo estaba al otro lado?

¿Cuándo noté que el árbol no me necesitaba?

¿Cuándo supe que mi ansia no hace brotar la hierba?

Mamá lloraba mucho si es que llegaba tarde.

La rueda del molino se ha cubierto de musgo.

Hago memoria. Caigo al fondo del olvido.

¿Soy yo quien allí sueña que he de soñar todo esto?

 

Identidad perdida, laberinto de espejos

donde mi faz su lámpara, sin cesar, repetía.

Igual que para el pez, absorto tras el vidrio

frío de la redoma, no había dentro o fuera.

Hoy en la duración contienden sangre y mundo.

Ahora instala el rayo su imperio fugitivo.

Todo se va y no vuelve. Nada es ya, todo fluye;

como flecha transcurre y se hunde en el crepúsculo . . .

 

Infancia, vieja amiga, devuélveme los ojos

que inventaron los pájaros y las constelaciones.

Devuélveme los nombres con que fundé el espacio,

las huellas de los pasos sin residuo de tiempo.

Devuélveme el canario y su jaula de alambre,

los bolsillos colmados de vidrios de colores.

¡Restitúyeme el rostro del ser que nunca he sido!

 

 

 

 

*(Cuenca – Ecuador, 1926 – Cuenca – Ecuador, 2018). Poeta y doctor en Jurisprudencia. Obtuvo el Premio Eugenio Espejo (1999) del Gobierno Ecuatoriano en reconocimiento a su trabajo literario. Publicó en poesía Tránsito en la ceniza (1947), Rostro de la ausencia (1948), Carta de Navidad (1956), Poema del regreso (1956), Añoranza (1972), Acto de amor (1972), Dos poemas (1973), Sollozo por Pedro Jara (1976), In memoriam (1980), El mundo de las evidencias (1980), Alguien dispone de su muerte (1988), Los rostros de Eros (1997), entre otros.

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