Luego de 23 años de silencio, Lizardo Cruzado* vuelve a la poesía con No he de volver a escribir (2019), después de la presentación en la Feria de Libro Ricardo Palma (2019), nos dio valiosos minutos de su tiempo para conversar sobre su nuevo libro y su mítico primer poemario.
Por Bruno Pólack
Crédito de la foto (izq.) Archivo del poeta /
(der.) Ed. Pesopluma
El regreso de Lizardo.
“No me perdí: me fui”
Bruno Pólack [BP]: La primera pregunta se cae de madura, Lizardo, ¿cómo se siente publicar después de 23 años? Pensamos que te habías perdido en el camino…
Lizardo Cruzado [LC]: Muchas gracias por la entrevista, Bruno. Publicar tras tantos años me ha dado la alegría de encontrar a algunos lectores que me dispensan ―no sé bien por qué― su afectuosa deferencia. Respecto a lo de perderme en el camino, si uno relee los versos finales de Este es mi cuerpo, advertirá que aquel muchachito aprendiz de juglar explícitamente se estaba despidiendo. No proclamaba: “un comercial y regreso”. No se les cree a los adolescentes, pues. Es decir, no me perdí: me fui. No fue un mero arrebato lírico eso que yo anunciaba.
[BP]: ¿Qué cosas recuerdas de aquellos años juveniles y de la publicación de tu primer poemario (Este es mi cuerpo, Camión editores, 1996)?
[LC]: Recuerdo con gratitud a Tomás Ruiz, editor primigenio de Este es mi cuerpo; a don Javier Sologuren, quien me dio al descuido tremendo espaldarazo que hasta ahora me duele el omóplato; y a doña María Ofelia Cerro, del diario La Industria del norte del Perú. A la memoria de ellos dedico “No he de volver a escribir”.
[BP]: Que un poeta y editor tan importe como Javier Sologuren te lea y hable tan bien de tus poemas, cuando eras todavía un niño, es una cosa genial, ¿cómo se dio el contacto con él?
[LC]: Ah, él fue jurado alguna vez de los Concursos Lundero, en el que todos los chibolos letraheridos del norte del país participábamos.
[BP]: También es conocida la historia de tu amistad con Beto Ortiz, que se sorprendió cuando leyó algunos poemas tuyos y te buscó; incluso te hace el prólogo a Este es mi cuerpo donde, entre otras cosas, cuenta que se carteaban con mucha frecuencia, incluso te ayudó en el proceso de “gilear” a una chica en Trujillo…
[LC]: Felizmente los dioses bonancibles decidieron que dicho afán erótico fuese coronado con el fracaso. Nunca acabaré de agradecer a Beto Ortiz haber apadrinado mis textos adolescentes ―las poesías, y aun dichas roñosas epístolas―, y a ese chiquillo solitario como una tenia y con el corazón lleno de acné. Pese a que no nos frecuentamos, guardo un enorme cariño y gratitud a Beto.
[BP]: ¿Todas esas cartas se conservan o se han perdido?
[LC]: Ruego a la providencia que hayan sido cubiertas para siempre con la luz que ilumina lo perdido.
[BP]: ¡Ojalá se conserven! ¿Si una tarde caminando por Jesús María, das la vuelta en una esquina y te encuentras, cara a cara, con Lucho Hernández, qué le dirías?
[LC]: Nada, lo miraría pasar en paz y con simpatía y agradecimiento, pero sin distraerlo de la música de las esferas.
[BP]: Entrando a tu nuevo poemario, No he de volver a escribir, me contaste antes de iniciar la presentación que, al contrario de lo que podemos creer, no lo escribiste en los 23 años de silencio, sino que lo escribiste, casi en su totalidad, recién en estos dos últimos años…
[LC]: Es sencillo: mi reducido talento literario no da más que para escribir desde mi escueta perspectiva vital, lo reconozco. En Este es mi cuerpo dije lo poco que ese chiquillo que yo fui, tenía que decir. Mi yo poético nunca deja ser monótonamente yo mismo. Ahora, en recientes vicisitudes que he atravesado en mi vida adulta, busqué a la poesía y tuve suerte de reencontrarla. Y fui consolado por la poesía. Nunca me propuse una carrera literaria, soy un simple amateur.
[BP]: Lizardo, este es un libro que se siente bastante autobiográfico, desde el vívido recuerdo de tu infancia trujillana hasta ser un hombre adulto viviendo en Lima, casado, con hijos, con síntomas evidentes de vejez; sin duda “el tiempo” es un elemento importante en No he de volver a escribir…
[LC]: Imagínate, yo solo quería escribir de mis pedestres recuerdos, de mis anécdotas de transeúnte, de las cosas cotidianas y de alrededor, e inevitablemente han aparecido, como solemnes figurones, el Tiempo, la Experiencia, la Nostalgia, la Madurez; se metieron por la ventana sin que me percate.
[BP]: ¿Cómo sientes que todos estos elementos han cambiado o incidido en este nuevo libro? ¿Cómo te has sentido enfrentando a la hoja en blanco en este nuevo periodo de tu vida?
[LC]: Cómo habrá pasado el tiempo y cómo pasa hoy en día, tan escandaloso, que si el otro conjunto de poemas fue escrito a mano y en papel, estos nuevos aparecieron en la pantalla de la computadora: se ahorra papel y muchos borrones, de hecho. Y me sentí contento, sin duda, después de tantas lunas resucitando un poco de ese adolescente alunado. Escribiendo otra vez, verifiqué esa frase de Carlyle que cita Borges: “Toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de esta obra es importante”.
[BP]: Me ha sorprendido la tercera parte del libro (“el libro de los años”) que has planteado como un poema-río, al que tú le llamas poema-acequia…
[LC]: Es la parte que más hechiza del librito, te diré. Me propuse escribir algo para cerrar el volumen: ya estaban “Libro de los días” y “Libro de las horas”… y no cabía un “Libro de los minutos”, ¿no? Tenía que tratar de ponerme serio. Yo versificando soy de sprint corto, eyaculador precoz, corro 10 metros y me resulta una maratón. Fue un juego al cuadrado, nomas por ver, y en el camino salió ese tema del agua como símil del tiempo inasible y proteico, asunto desde luego trillado y fatigado en la literatura distrital.
[BP]: Se siente el mar como algo extraño, pero presente, en tus poemas de infancia; y luego, ya en los poemas de adulto en Lima, planteas la idea de río. En general, la idea del agua como fuerza indetenible la asocias con el tiempo…
[LC]: Viviendo cerca del mar, en mi infancia y en familia fuimos a la playa solo una vez. Mis ancestros son serranos, no playeros ni porteños, por tanto eso de ir a Huanchaco era una vivencia carente de atavismo. Ya de adolescente fui al mar, que es otra cosa que ir a la playa, sin viandas ni flotadores ni bronceadores. Fui a ver esa gran masa mugiente y viva: ¿has notado que nadie va a ver el cielo ni al desierto? El mar es esa grandeza pequeña que nos queda. Yo iba a atisbarlo en invierno: roncando, aletargado, interminable.
[BP]: Es cierto, también se me ocurre que, partiendo de tu propia experiencia, en la poesía peruana está muy presente el mar, pero siempre es visto desde la orilla, en pocos poemas el poeta se “hace a la mar”, solo lo contemplamos desde el muelle…
[LC]: Lo más marítimo de la experiencia humana hoy es el naufragio desde la vereda a la pista, sin muertos, pero tampoco sobrevivientes, ¿no? Ya no se viaja en barco por los océanos sino en Ancón, en un botecito, vamos a mirar apenas el mar un poco menos sucio a algunos metros de la orilla.
[BP]: El desierto también es un personaje importante en este libro, sobre todo en la primera parte. Es, además, un tópico recurrente en poetas peruanos costeños como Eielson o Watanabe…
[LC]: Es la última pureza que nos queda: ahora ya solo lo vemos por la ventana de un bus, solo de pasada.
[BP]: ¿Con los años te sigue pareciendo Vallejo un poeta solemne e inexpugnable?
[LC]: Vallejo ha sido presentado usualmente como ese icono, y al común de adolescentes le revientan los iconos. A mi edad, casi la de Vallejo cuando falleció, uno ha conocido ya al hombre detrás del icono: ese amargo dulzor fermentado permanece y se hace más intenso; se agiganta como esos abismos vallejianos ante nuestra puerta, por dentro y fuera de la casa.
[BP]: ¿Esperaremos otros 23 años, o ya no has de volver a escribir?
[LC]: El verso completo de Luchito Hernández dice “No he de volver a escribir/ como lo hice/ cuando el corazón era joven”. Ahí está dicho todo. Muchas gracias por la entrevista, estimado Bruno.