Protagonizada por Vanessa Saba y Giovanni Ciccia, Ella & Él nos convierte en voyeristas de una historia de dos amantes que nació arruinada y cuyos personajes se empecinan en continuar. Aquí una crítica al filme y un análisis a la trayectoria de su director Frank Pérez-Garland.
Por Mimí Bregante*
Crédito de las fotos Frank Pérez-Garland
REGOCIJARSE EN EL HASTÍO
Ella & Él, el reciente largometraje de Frank Pérez-Garland (pero grabado hace dos años) se estrenó en un mes colmado de nuevos títulos nacionales como Magallanes, Hija de la laguna, Avenida Larco, Dos besos (Troika) o NN. A pesar de ello y de la dubitativa expectativa que generaba la filmografía del director entre críticos y espectadores, la película se ha mantenido durante tres semanas en cartelera y con comentarios elogiosos, manteniendo en buena cuenta la valla dejada en salas por sus colegas Salvador del Solar y Héctor Gálvez.
Y es que Ella & Él llegó a hacerse espacio dentro de un torrente de películas de corte histórico a diferentes niveles (biografías, conflictos económicos-sociales, doloroso pasado político), supliendo así el vacío temático que estas dejaban. Antes de continuar, y para no caer en malinterpretaciones, aclaremos que nos parecen necesarios filmes que retraten y dialoguen con nuestra historia. Entender nuestro pasado, sus errores y compromisos irresueltos es fundamental para enfrentar el futuro con mayores y mejores herramientas. Es así como el cine (el arte escénico, en general) colabora en la formación de identidad y construcción de sociedad. Claro que nada nuevo decimos, ¿verdad?
Continuemos, entonces, con otra pregunta, ¿solo desde la representación de hechos históricos puede el cine aportar en los principios supracitados?, ¿no es el hombre el eje primero de la sociedad? Aunque la respuesta es indiscutible (sí lo es), es en el entendimiento de esta obviedad sobre la que Pérez-Garland construye su argumento fílmico: dos seres humanos luchando contra ellos mismos y, por ende, incapaces de ser útiles a su entorno. ¿Acaso se puede iniciar una revolución mayor sin haber satisfecho nuestras carencias personales? No, aunque suene cursi y estereotipado. La revolución inicial empieza desde adentro, con uno, puesto que solo así se comprenderá lo que sucede en nuestro entorno. Eso es en macro Ella & Él.
Una historia que se cuenta entrelíneas
Ella está cumpliendo años. Él no la conoce pero gracias a amigos llegó a la íntima fiesta que la hermana de ella le organizó. Ambos son cercanos a los cuarenta, esquivan miradas, comparten sonrisas, se invitan cigarros y cervezas: se va forjando el vínculo. Hasta aquí el espectador ha sido partícipe de una sorpresa inicial muy bien propuesta por el director, quien en estos primeros minutos también deja desperdigados datos sobre ambos personajes a fin de ir descubriendo sus características identificadoras (¿posee ella algún problema psicológico?, ¿es él un pendejo?). Nada se afirma ni se niega a este punto, manteniendo así un creciente interés. Luego vendrán nuevos encuentros en reuniones comunes, llamadas, él presentándose con frases del grueso: «el divorcio no es un fracaso, es una nueva oportunidad», ella de mejor ánimo, un primer beso y una hermosa escena postsexo filmada bajo las sábanas que pone coto a esta primera etapa de la pareja y sobre la cual se dejan luces sobre sus próximos conflictos. “¿Puedo conocerte?”, le preguntará Ella y él, durante noventa minutos, será incapaz de contestarle/contestarse con verdad.
El tiempo ficción sobre el que se sostiene la historia es confuso y probablemente sea adrede ya que así se sostiene el anacronismo de esta moderna historia de amor: anónimos protagonistas, sin nombre de pila, una ciudad que no busca retratarse específica (más allá de la escena del malecón, pero sobran los malecones en las urbes costeras) o la falta de claridad del inicio de la relación. Y no nos referimos solo al cuándo sino a la imposibilidad de ambos de asumirse como pareja. ¿Será que pasó de moda preguntar “quieres estar conmigo”?
Desde aquí la debacle emocional. Entendemos que ambos cargan rollos familiares donde los de ella pesan más puesto que sus padres están aún vivos. En su incapacidad de amar sanamente, prefiere bloquear todo contacto con ellos siendo su hermana el único puente de comunicación, empalme que en realidad no busca y evita dolorosamente. Es curioso porque entonces se comprende su obsesiva aprehensión hacia él, sin embargo no generamos empatía con ella sino rechazo, ligero, pero rechazo al fin de cuentas ya que casi molesta y exaspera su escasa capacidad para amarse, para prestarle atención a su persona: ella se querrá en tanto él la acepte. Es un ser incompleto que se satisface dando lo poco que posee, sintiéndose necesitada, confundiendo eso con el amor. El vaivén de ella nos trae a la memoria un verso de Blanca Varela que bien podría definir su estadío: “querido mío / adoro todo lo que no es mío / tú por ejemplo”.
Lo de él no viene siendo menos sencillo. Escudado en una falsa independencia, procura poner límites desde el inicio. Nada que no hayamos escuchado en hombres coetáneos: defensa del espacio personal, incapacidad para comprometerse e inseguridad ante la exclusividad sexual. Así con todo, la dupla Saba – Pérez-Garland, autora del guión, consigue que el discurso no suene panfletario sino que sabe sostener estos temores en hechos complejos y, digamos, reales. El problema es que Giovanni Ciccia (Él) no consigue seguir el proceso emocional planteado ni dotar a su personaje del peso escénico que se requería, generando ruidos en la historia, vacíos que se confunden con errores de guión. Ahí sí creemos que a Frank le faltó exigencia en la dirección de su actor.
«El amor es momentáneamente cierto», afirma Él, gestando la incertidumbre en la que vagará su relación. Para este entonces se podría decir que a él solo le quedan dos salidas: terminar la relación que le genera más insatisfacciones que gratitudes o hacer lo posible por enriquecerla y repararla. Pero no, insiste en mantenerla aunque como espectadores busquemos en cada escena razones que se nos escapan ante cada grito, ante cada pleito, ante cada nuevo reclamo.
Pero Él, incluso antes de iniciar su relación con Ella, sostiene una aventura infiel con Mariana (Gianella Neyra), mujer de su mejor amigo Daniel (Lucho Cáceres). Y es que el personaje de Ciccia posee una particular teoría sobre la infidelidad. Afirma que esta es necesaria para mantener en el tiempo el interés por el otro dentro de una relación que se proyecta “para toda la vida”, que desde el intercambio y enriquecimiento personal que proporciona ese tercero (el cual se sabe pasajero puesto que ninguno de los dos buscará nada serio de ese encuentro extramarital), la relación formal se verá renovada y la pasión nutrida. Sin embargo, es curioso ver en la pantalla solo a Mariana disfrutando de esos momentos de escape. ¿Qué oculta él, culpa?, ¿o su insatisfacción personal lo sobrepasa, convirtiéndola en su inconsciente leitmotiv?
Sucede que Él en absoluto tiene claro lo que desea para sí ni para su vida. Hacia el final se nos deja entrever que la posibilidad de forjar familia le genera alguna ilusión, ilusión que rápidamente es fumigada por las inseguridades de ella. ¿Pero cómo conseguirlo si a pesar del tiempo ni se conocen? La escena de la playa con Cáceres, aunque distiende momentáneamente el conflicto, devela lo que ocultan, que ninguno conoce el pasado del otro y que las mentiras (“blancas”) siguen siendo necesarias para mantener las apariencias. Parecen haber hallado una fórmula que les calza: regocijarse en su infelicidad aunque no entendamos por qué.
Mariana: No puedes terminarme, este es nuestro refugio.
Él: Ya no lo necesito.
Mariana: Pero yo sí.
El principal mérito de la película es retratar las naturales contradicciones que poseen el amor y el sexo pero sin juzgarlas.
Factura técnica
El trabajo actoral de Vanessa Saba (Ella) es poderoso por la minuciosidad con la que procesa emociones y las dibuja detalladamente sobre su rostro, sobresaliente porque constantemente sorprende con gestos particulares e inesperados, en completo dominio de su corporalidad. No se repite (logro harto difícil de conseguir), demostrando que domina su oficio. Hasta nos apresuraríamos a afirmar que es su mejor personaje en el cine hasta hoy. No sabríamos decir si influyó el hecho que su esposo la dirija y que, al ser la guionista, conozca a la perfección los reveses de una historia que su imaginación creó, lo cual no desmerita los logros conseguidos en pantalla. Con este personaje, Frank nos entrega a una Vanessa atípica, alejada de los papeles en que la televisión la encasilló: elegante y malvada, gélida y soberbia. Por el contrario, seguimos viendo a una mujer hermosa porque se muestra sin maquillaje ni fastuosos vestuarios. Sí es impenetrable pero su coraza se cimenta en su naturalidad no en una característica de antemano impuesta.
El trabajo de Vanessa es potenciado por el de Gianella Neyra y Claudia Berninzón, quienes con personajes concretos saben dotar de frescura y naturalidad la historia. Pero no es el caso de Alejandra Saba (Andrea), hermana menor de la protagonista en la vida real y ficcional, quien arruina una escena que pude haberse proyectado como la mejor de la película: la pelea durante el almuerzo. Es el momento álgido del filme, donde explosiona transformada en ira toda la tristeza que Ella guardaba, develándole al espectador sus sospechas. La construcción de Andrea es endeble y se tira abajo un ritmo que con esfuerzo se había alcanzado hasta ese entonces en el ecran.
También resaltamos el trabajo de edición a cargo de Ángela Vera, nombre nuevo para nosotros en la floreciente industria cinematográfica peruana y que esperamos ver en próximos créditos. Y esta es también una característica positiva que podemos resaltar dentro del trabajo del director: suele darle oportunidad de empleo a talentos pocos conocidos. Tal fue el caso de Carolina Cano en Un día sin sexo o casi todo el cast de La cara del diablo (Vania Accinelli, Alexa Centurión, María Fernanda Valera, Carla Arriola, Nicolás Galindo). Suponemos ―aunque ejemplos nos sobran― que para muchos directores en cine, teatro y TV es un riesgo optar por quienes recién empiezan o por aquellos que vienen construyéndose una carrera desde los circuitos no oficiales, convirtiendo al medio endogámico y predecible. Creemos que en este caso fue un completo acierto dejar el montaje final a nuevas manos, a una nueva sensibilidad, ya que en buena medida Ángela ha sido responsable de ese ritmo apaciblemente ansioso que posee la película.
A ello se suman los recursos visuales que dotaron de intimidad la historia: planos muy cerrados (contamos pocos planos generales, la mayoría eran planos medios a menos), cámara en movimiento, desenfoques, fade a negro sobre Ella para cerrar escenas, el cuidado del audio en exteriores o que no necesitara utilizar música incidental para hacer énfasis gratuito en las emociones y así obligar al espectador a sentir pena, nostalgia o rabia, por citar rápidos ejemplos. En general, técnicas que no habíamos apreciado en anteriores trabajos del director. Y aunque en Ella & Él cuida mucho la continuidad (como la escena en el malecón, en la que cantan “Puerto Montt”, donde el tamaño de los cigarros se consume coherentemente y la dirección y cantidad del humo se mantiene a pesar del plano-contraplano) es curioso notar un error obvio en el vestuario de Ella tras terminar de hacer compras en el supermercado ―interiores― para luego subirse a su bicicleta con otro polo ―exteriores―.
Ya que hablamos de esa escena, resaltamos la canción que Ella escucha en sus audífonos, la cual se aleja del sonido Mar de Copas que ya nos hastía pero que se ha vuelto una constante en sus películas. Y aunque Manolo Barrios nuevamente se encarga del score original, logró pasar desapercibido hasta la toma final, donde los personajes pierden protagonismo para remarcarnos sonoramente la letra de la canción con la que se cierra este inconforme testimonio amoroso.
Técnicamente Pérez-Garland ha logrado un punto intermedio entre sus dos largometrajes, que es el reflejo de lo que consiguió con su serie televisiva Mi problema con las mujeres (2007). Si algo rescatamos de Un día sin sexo (2005) es que se trató de una historia que, aunque le faltó trabajo de texto, fue capaz de narrar cuatro episodios de una misma temática desde diferentes aristas sin caer en estereotipos (aunque rayando con ellos en el caso de algunos personajes) y con una estructura narrativa poco convencional pero que le faltó dominar. Lamentablemente dicha película tiene nulo mérito visual, punto sobre el cual indagó mejor en el cortometraje que abre Cu4tro (2009) pero sin propuestas sobresalientes. En La cara del diablo (2014) se apresuró a entrar en el terreno en boga de ese momento, el terror, y luchó sin gloria. No obstante, con ella alcanzó un mejor dominio técnico.
Está claro que parte del éxito de Ella & Él radica en la comodidad y libertad con la que trabajó su propio proyecto (su ópera prima surge desde la inexperiencia y en un momento de carencias para el cine peruano, mientras que la penúltima puede entenderse como una película de encargo). Ahora se encuentra encallado entre el cine “comercial” y “de autor”, nomenclaturas de las cuales no gustamos pero que definen la eterna dicotomía del artista. Y aunque todos aseguramos poder navegar por ambas orillas sin riesgo a zozobrar, su próximo trabajo determinará el devenir de sus búsquedas estéticas y temáticas. En un país donde hacer cine (profesar cultura) es una labor homérica conviene ir estableciendo hojas de ruta como creadores.