Por Pedro Casusol
Crédito de la foto ©Robert Frank
¿Qué le pasó a Kerouac? Homenaje a 100 años de su nacimiento
El autor de una de las más memorables novelas escritas en el siglo XX, On the Road (1957), habría cumplido un siglo de vida este 12 de marzo si es que su fama como “rey de los beatniks” no hubiera exacerbado su alcoholismo. Aquí, un breve homenaje al lastimero Jack Kerouac*.
En What Happened to Kerouac, el documental de 1986 de Richard Lerner y Lewis MacAdams, una vasta galería de amigos y conocidos de Jack Kerouac comentan la decadencia a la que llegó el autor de una de las novelas que más habría influenciado a la juventud estadounidense de mediados del siglo XX. El “padre de los hippies” acabó sus días recluido en una ciudad de Florida llamada San Petersburgo, bajo la protección de su madre y de su tercera esposa, suicidándose lentamente con alcohol mientras contemplaba la televisión. Un hombre envejecido a los 47 que odiaba el Rock’n roll, que estaba a favor de la guerra de Vietnam, que rehuía a aquellos jóvenes melenudos que portaban flores y que acudían constantemente a su puerta, buscándolo.
Había nacido en Lowell, Massachusetts. Hijo de inmigrantes francocanadienses de arraigada fe católica, tenía solo 13 años cuando inició una fugaz carrera en el fútbol americano, que le valdría una beca deportiva para estudiar en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Y fue en esa ciudad, en 1944, donde conoció a William Burroughs y Allen Ginsberg, los dos escritores con los que formó ese cenáculo transgresor que fue la llamada “generación beat”, un triunvirato cuyas obras capitales terminaron por transformar la literatura. De hecho, el mismo Kerouac fue quien definió lo beat para referirse al estado de ánimo de su generación. Además de significar “ritmo”, la palabra se usaba en la jerga lumpen de su época para designar a aquello que está “golpeado” o “abatido”. Y la llamó así pensando en sus amigos, seres iluminados y marginales.
Es más, resulta imposible escribir sobre Jack Kerouac y su segunda novela, la mítica On the Road, sin hablar también de Neal Cassady, el “Adonis de Denver”, el amigo eléctrico, trashumante, ladrón de automóviles al que vio totalmente desnudo al abrir la puerta del departamento donde se hospedaba, en Nueva York. Era la primera vez que Kerouac y sus amigos lo visitaban, y lo encontraron teniendo sexo con su jovencísima primera esposa. Este les pidió que lo esperaran un rato a que terminara y el episodio, narrado en las primeras páginas de la novela, da cuenta de alguna manera de la naturaleza de aquella amistad.
Porque fue Neal Cassady, en términos prácticos, la musa de Kerouac. Y el inicio de su “vida en la carretera”, como lo cuenta en su novela, se dio tras conocer a “Dean Moriarty” −el nombre bajo el que se esconde la identidad de Neal− y fue con él con quien recorrió las grandes llanuras de Norteamérica, las carreteras asfaltadas a toda velocidad en automóviles robados, buscando al padre de Dean o el Gran Sueño Americano, en la vasta noche estrellada del continente, hasta terminar cosechando algodón, arrestado por posesión de marihuana o enfermo en México. Neal Cassady no solo sería el arquitecto temático de la novela de Kerouac, sino también el teórico de lo que el escritor beat llamaría luego la “prosa espontánea”.
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A finales de la década de 1950, Kerouac se encontraba escribiendo la ficción de sus años por la carretera. De hecho, llevaba años escribiéndola, pero el estilo de oraciones largas heredado de Thomas Wolfe, con el que había escrito su primera novela, The Town and the City, no estaba dando resultados. La intención de Kerouac era recrear la velocidad de la carretera y la mente de su amigo; no obstante, sentía que estaba fracasando. Tenía 28 años, un matrimonio fallido, una primera novela que había pasado desapercibida, sin trabajo, viviendo en la casa de su madre, la sobreprotectora Gabrielle. Quería escribir su novela de carretera, pero no encontraba una voz. En otras palabras, andaba necesitado de un satori, una iluminación.
Hizo un viaje fugaz a México y de regreso a Nueva York, se enteró de que su amigo Bill Cannastra había muerto decapitado en un espantoso accidente en el Metro. Y en esa extraña circunstancia de duelo y frustración, Kerouac terminó viviendo en el departamento de su fallecido amigo y conociendo a la novia del difunto, Joan Haverty, una guapa modista de 20 años con quien inició un romance bajo la sombra de su amigo muerto, cuyo fantasma todavía debía deambular por el departamento. Y a las tres semanas de conocer a la chica, Kerouac anunciaba a sus amigos, ebrio en los bares, que se casaba.
Pero la performance de Kerouac, como esposo y hombre del hogar, fue más que lamentable. Y no pasaría mucho para convertirse en un padre ausente que nunca se preocupó por su el destino de su hija. Nada hacía para llevar el pan a la mesa. Lo único que le interesaba por aquellos días era beber y escribir su novela de carretera. Por la falta de dinero terminaron mudándose a la casa de Gabrielle, en Queens, y mientras su esposa trabajaba, Kerouac se dedicaba a escribir cartas a Neal, quien se había vuelto a casar y vivía en California. En diciembre de 1950, recibió el correo mientras salía con dirección a Manhattan y en el tren leyó una carta que le enviaba su amigo. Luego volvió a leerla, con más detenimiento, en una cafetería. En la misiva de dieciocho páginas, Neal Cassady narraba el encuentro que había tenido años atrás con una mujer llamada Joan Anderson. Para Kerouac, aquella era la confirmación de que Neal, su querido amigo Neal, era en realidad el mejor escritor de su generación.
La “Joan Anderson letter”, como se le conoció después a la mítica carta, fue escrita en tres días y noches colmadas de bencedrina. Neal siempre había tenido problemas para convertir sus pensamientos en un ordenado corpus narrativo. Sentía envidia de sus amigos escritores de Nueva York, quienes sí podían construir personajes, elaborar historias por capítulos. En cambio, él habitaba en el discurso oral. Era ahí donde podía narrar sus hazañas de manera espontánea, a una velocidad con la que podría recorrer las carreteras. Ese era precisamente el gran desafío de Kerouac, quien intuía en su amigo Neal el futuro de la literatura americana.
La carta terminaría siendo la semilla de lo que conoceremos como “prosa espontánea” o “prosa jazzística”, término acuñado por Kerouac tras la composición de On the Road. Porque aquel sería el efecto de la “Joan Anderson letter”: Kerouac llevó su silla a la mesa de la cocina, en un pequeño departamento al que se mudó por presión de su esposa, para reescribir la historia de su vida en la carretera, intentando replicar esta vez el estilo que su amigo había utilizado en su carta. Como quería escribir sin pausas ni interrupciones, pegó tira de papel tras tira de papel para formar un enorme rollo que alimentaba continuamente la máquina de escribir. La compuso con oraciones cortas y con un estilo ágil, buscando capturar el ritmo de la vida en carretera.
Desechó lo que había escrito anteriormente y se dejó llevar por el espíritu del bebop, el jazz que había escuchado interpretar a Charlie Parker y a Max Roach en los cafés y bares de Manhattan. Buscando descubrir un método espontáneo, aprendió a evitar las ideas preconcebidas y procuró llevar su mente a una especie de trance. El secreto era escribir como si se estuviera hablando, como había hecho Neal Cassady en su carta. Terminó On the Road en tres semanas y la leyenda cuenta que le llevó el enorme rollo a la oficina de su editor, ante la atónita mirada de los demás. Publicar su novela le tomaría años y doloras correcciones que no siempre estaba dispuesto a aceptar. Después pasaría largas temporadas convertido en un vagabundo del Dharma o en un viejo ermitaño alejado de los reflectores y de los hippies que emulaban a Sal Paradise, el entrañable narrador de su novela.
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Vuelvo a la pregunta que se formula en What Happened to Kerouac: tal vez el alcoholismo y los periodos de depresión por los que atravesaba tengan una explicación más sencilla. Según Joyce Johnson, escritora y pareja de Kerouac por la época en que se publicó On the Road, es probable que Kerouac haya sufrido una condición cerebral: encefalopatía traumática crónica, algo visto en exjugadores de fútbol. A lo que Johnson agrega, además, cierto episodio de 1957 en el que el autor llamó a la puerta de su departamento con la cabeza cubierta de sangre a causa de una reyerta. Debido a los golpes, sus borracheras se habrían hecho más beligerantes y más comunes los episodios de delirium tremens. Un claro ejemplo fue precisamente lo narrado por Kerouac en Big Sur, una de sus más logradas novelas, en donde su alter ego, Jack Duluoz, intenta huir de su repentina fama de escritor para buscar la paz en una cabaña frente al océano Pacífico, pero solo consigue emborracharse hasta sufrir “diablos azules”.
“Soy católico y no puedo cometer suicidio, no le haría eso a mi familia, pero planeo beber hasta morir”, dijo a su amiga Fran Landesman. Ella lo cuenta en el documental y esa sería la explicación más sencilla de lo que le pasó a Jack Kerouac. Aquel espíritu lastimero y profundamente católico, que coqueteó con el budismo y el principio de “la vida es sufrimiento”, junto a su inclinación por la contradicción, terminó siendo para el autor un cocktail explosivo que acabó con todo lo que hubiera podido salvarlo. Fue en ese estado calamitoso, gordo y obnubilado por el alcohol, como se enteró de la muerte de su amigo, Neal Cassady, quien falleció de hipotermia junto a las vías de un tren en Guanajuato, México, luego de haber asistido a una boda. Y un año después, con tan solo 47 años, Kerouac empezó a vomitar sangre mientras transmitían un programa de cocina por televisión, alejado de aquella revolución que sus libros habían ayudado a ocasionar.
*(Massachusetts, EE.UU., 1922 – Florida, EE.UU., 1969). Novelista y poeta. Pionero de la Generación Beat estadounidense, junto con sus amigos William S. Burroughs y Allen Ginsberg. En su obra literaria retrató a los marginados y desplazados de una sociedad aborregada en sus convenciones, lo que produjo un quiebre en la literatura estadounidense. Su obra fue incomprendida y rechazada por las editoriales por largas décadas, incluso por los intelectuales y críticos literarios. Publicó en novela En la carretera (1957), Los vagabundos del Dharma (1958), Los subterráneos (1958), Maggie Cassidy (1959), Doctor Sax (1959), Gran Sur (1962) y Ángeles de la desolación (1965); y en poesía Mexico City Blues (1959) o El libro de los sueños (1961).