Puto amor. Mateo Morrison: un pasajero del aire

 

Por Consuelo Oriol*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Amargord /

(der.) www.centroamericacuenta.com

 

 

Puto amor.

Mateo Morrison**: un pasajero del aire

 

 

Celebramos la salida del libro Mateo Morrison: Un pasajero del aire, de José María de la Quintana. Un ensayo poético a través de la vida y obra de este autor dominicano, en el que se da repaso a muchos de sus libros, su trayectoria vital y lo que otros autores han opinado sobre él, un libro ameno y complejo al estructurar la crítica de los poemas desde una poética peculiar que hay que leer con intensidad por su peculiar modo de enfrentarse a la poesía de Mateo Morrison, y con una introducción biológica al hecho de la poesía que se resalta. En palabras del autor, citando a otro autor dominicano, la poesía dominicana es una perla escondida que queda por descubrir.

Aniversario del dolor, Visiones del transeúnte, Nocturnidad del viento, Espasmos en la noche, El abrazo de las sombras, Dorothy Dandridge, Estático en la memoria, Espasmos en la noche, La Tempestad del silencio, Pasajero del aire y Terreno de Eros pasan por estas páginas como un ave cargada de poesía.

Esperemos que este ensayo recoja esas palabras y nos arroje luz dentro del mundo de la poesía dominicana actual.

 

El poeta Mateo Morrison

 

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Mateo Morrison es una figura central de la poesía dominicana actual. Su poesía, si se puede decir así es una poesía poética, una poesía para poetas y lectores que indagan el mundo del inconsciente y de lo que no hay. No es una poesía que se rija por las normas y el culturalismo dominante sino que atesora en su ritmo libre la fascinación de imágenes complejas, sugeridoras, que subyugan a quien lo lee. Su poesía es un cebo, con el que atrapa a los talentos poéticos incipientes y desarrollados también, y los conduce a su mundo particular, desde el cual está puesto el nombre de libertad, de aire, de lo que no hay. Mateo Morrison no teme adentrarse en esos mundos inconscientes porque sabe que la poesía nace de ellos, y sabe llamar a que ella diga lo que quiere no lo que el propio Mateo quiere; es decir que de algún modo alumbra en sí otro que habla por él, el cual es él, sin ser él, sino el resultado de su llamado. Una poesía que no es clasificable de forma ortodoxa porque lleva en sí un orden distinto. Y las palabras que utiliza para ello son palabras sencillas, no copia, no le hace falta, no cita ni adivina, no le es necesario, llama y cuenta lo que el otro, en este caso otra, dice, la poesía. No es un iluminado, es sencillo, pero tiene esa particularidad esencial de quien es diferente a otros poetas. No se confundan con su bonhomía, con su capacidad como gestor cultural tan contrastada, con su poder casi de hechicero para hacer que sus proyectos perduren, no, a Mateo Morrison hay que leerlo desde dentro, desentrañando sus imágenes como fogonazos en la niebla, como caricias en la batalla sus imágenes se construyen en el aire y sobre el blanco del papel para nuestro disfrute.

 

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Desde Vallejo & Co., damos a conocer a uno de los poetas y gestor cultural mas interesante de la República Dominicana. De él, se ha escrito mucho y bien, pero su poesía es difícil y controvertida cuando llega a otro país. Es necesario contextualizarla, pero cómo contextualizar lo que se desconoce. Creo que la poesía dominicana, necesita un estudio actual más allá de las antologías, un trabajo serio desde fuera que sitúe la poesía actual no solo en la propia isla, sino en la diáspora dominicana, tan importante. Dicho queda.

 

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Muchos artistas y poetas han escrito sobre él y su poesía, como Tony Raful, José Mármol, Rafael Lantigua, José Aníbal Perdomo, Ángela Hernández, etc. destacando su bonhomía y su poesía.

 

 

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Mostramos uno de sus poemas más importantes, “Pasajero del aire”:

 

Pasajero del aire

Ahora sí me voy, montado en tu silencio, atravesando las palmas que me sombrean el mundo. Ensillaré el caballo que derribó a mi abuelo, quien trató de escapar de los grilletes de la esclavitud. Ahora sí me voy, orillando los polos, el del norte y del sur, en un navío de árboles. Me iré en ese tren en el cual las miradas de quietos pasajeros te hacen sentir distinto. En una estrella nueva, prometo que me iré, adherido a su luz. En una embarcación iré, con su tanque de lastre librado de guardianes. En uno de los navíos que llegó a Troya. En el último espacio libre del arca de Noé. Me montaré en el primer asno que visitó el sagrado pesebre. En la botella que tiró al mar el poeta, pasearé por todos los océanos. Mitigaré mi hambre de sueños en las pampas y retomaré el aliento de vida en una incursión infinita a través del Amazonas. En la punta de un avión sin piloto me trasladaré. En el barco en que los patriotas se despidieron en el Ozama, acusados de traición. En el primer vuelo hacia un planeta recién descubierto, haré mi travesía. En cualquiera de las tres naos que nerviosas arribaron a estos lares, me mudaré hacia otras tierras florecidas de nieves. En el ojo del huracán me iré a descubrir las islas de un mar casi invisible. En uno de esos galeones donde mis ancestros desde el mar contemplaron alejarse sus tierras. En la goleta que desafió el tsunami y siguió navegando hacia una tranquila playa. En el claro estallido de un volcán, yo me iré, danzando entre sus ríos de lava incandescente. Subido en un camello, mojándome de sol. En una embarcación cargada con púrpura y cristales me iré con los fenicios. Cabalgando en el lomo de una ballena jorobada, navegaré las misteriosas ondas que aceleran y duplican el mundo desde la Internet. Colgado de una cuerda que oscile sobre el orbe, caeré en el río en cuyas raudas aguas Heráclito nadó una infinita vez. Montado en el sonido que emitió la Vía Láctea. Por el grito que anuncia el parto de una nueva criatura, yo juro que me iré. Entre aullidos, balidos, lentos mugidos, cruzaré los campos. Por el sonido que producen las raíces al expandirse en la tierra. A través de la Muralla China aprehenderé los misterios de oriente y su arte. En un deslizamiento por la Cordillera Central dormiré una siesta inolvidable. En una bicicleta adornada de flores recorreré el universo. En la gota de agua que define al rocío y lo puebla de enigmas. En el ataúd que pasa envuelto en la bandera. En un triciclo lleno de frutas. En el oleoducto, que como río subterráneo atraviesa las piedras poblándolas de vida. En un camión cruzando la frontera con indocumentados, una madrugada de diciembre. En una lancha rápida burlaré los asedios de la aurora. Me iré, aunque dure los veinticinco millones de años que necesitó el Homo habilis para hacerse Neandertal, y continuaré por las distancias que recorrió a través de vientos y superficies multicolores hasta que el ser humano arribara al Neolítico para poblar las diversas regiones de la tierra. Veré la extinción del mamut y los dinosaurios. Auscultaré en el Nilo, el Tigris y el Éufrates, la confección de los tejidos, el desarrollo de las artes y el despertar de las civilizaciones. Iré entre las hormigas, y cumpliré mi castigo por violentar las leyes del tiempo y del espacio. Desde África, Persia, Asia Menor y Turkistán observaré la caída del último vestigio de los sueños. Inventaré el calendario solar de los aztecas que regula el tiempo de la siembra y la cosecha del maizal divino. En el monte Sinaí presenciaré cuando Moisés recibe la tabla donde fueron escritos los diez mandamientos. Me recostaré rodeado de paz frente a la estatua de Buda y reinventaré con respeto la imagen invisible de Mahoma. Saltaré sobre los techos horizontales y las bóvedas semicirculares del arte medieval. Me detendré en la inauguración de las olimpíadas, y Fidias me guiará para admirar la Estatua de la Noche en el templo de Artemisa. Desde la sombra de Aquiles en Macedonia me iré a ver al hijo menor de Príamo haciendo el amor con la esposa de Menelao, y buscaré un asiento en la expedición organizada por los griegos; contemplaré la ligereza de Aquiles y los suspiros de amor de Helena, acariciada hasta iniciar la hermosa guerra. Entraré con Ulises a Ítaca a través de mares y litorales tras haber cultivado la paciencia, donde Penélope me espera después de veinte años. Veré a Prometeo encadenado y sobre su tragedia lloraré cual actor solitario frente a un coro en escena. Siguiendo las huellas de un canguro me iré a contemplar el nacimiento de los animales más extraños. A través de un murciélago cruzaré por las cuevas en una noche de mil años. En la última nave enviada al sol me iré rumbo a los rincones más lejanos de este vasto universo, divisaré la Tierra como un grano de arena, más allá de los astros que jamás percibimos. En las alas de las mariposas de san Juan arribaré a la Sabiduría, por las rutas trazadas por Platón y Aristóteles. Caminaré los versos de una oda de Horacio, conoceré a todos los que han hallado el laurel y la muerte. Tomado de la mano de las servidoras de misterios buscaré las cenizas amadas que custodia el barón del cementerio. Tomaré la vía conducente al lugar donde Dante, seguido de la silueta de Virgilio, arriba al infierno, al purgatorio y hasta el paraíso, donde la bella Beatriz Portinari le acompañará. Sacudiré códices en la Biblioteca de Alejandría. Descenderé por la senda de los faraones a contemplar la batalla entre Horus y Set y podré presenciar entre las hierbas el origen de los cereales. Me trasladaré con arco y flecha a cazar venados en montes neblinosos. Tomaré el asiento en el que Rosa Parks entró en la eternidad. Tocaré los barrotes en los que Nelson Mandela logró la libertad de todo un pueblo. Escucharé el silbido de la onza de plomo que atravesó la vida de Martín Luther King. Tocaré con mis manos incrédulas las amargas sustancias que hicieron perecer a Sócrates y a Marilyn Monroe. Con la última gota de sangre que derramó Mahatma Gandhi y la piel de los cristianos en el circo yo escribiré la historia. Recorreré como un fantasma a toda Europa. Marcharé a Wall Street a contemplar el surgimiento de la crisis mundial. Permaneceré en ayunas en la Basílica de San Pedro, y me iré en una góndola a conocer Venecia. Me detendré en París tras recorrer ciudades de cinco continentes. Montado en Rocinante llegaré hasta los campesinos que crean con sus brazos trigales y viñedos. Pasajero del aire sentiré la variación del clima y el deterioro del ecosistema. En el Mar Negro conversaré sin legiones romanas con el poeta Ovidio. Perdido en la magia de un Haiku, comprenderé que el arte reinventa la naturaleza. En un caligrama de Apollinaire captaré cómo la poesía reescribe la pintura. Emprenderé la ruta que inició el Granma en México, para encauzarse hacia la mayor de las Antillas. Recorreré la vía diseñada desde el Sputnik hasta que Neil Armstrong instaló la presencia humana en los anillos de la luna. Me enlistaré en el ejército que completó la hazaña de los diez mil kilómetros en la gran marcha. Me sentaré a llorar, desde una isla despoblada, los bombardeos a Hiroshima y Nagasaki. Miraré desde la Estatua de la Libertad y el Palacio de la Moneda a los caídos del 11 de septiembre. Abrazaré cada uno de los cadáveres de los niños y niñas bombardeados en la franja de Gaza y sentiré el pánico de las madres en la frontera con Israel. Atraído por los roncos sonidos me iré al centro de África para disfrutar la creación del tambor. Porque no puedo ser solamente una estatua que respira. Por eso, el silencio congelado me invita a recorrer nuevos caminos. Juro que me iré. En el sonido de una voz que reconozca la mía. Detrás de una sonrisa que interrumpa este sueño. Aseguro que me iré a través de todas las experiencias amatorias, desde el Kamasutra hasta El Arte de Amar, en esta mañana donde nuestros cuerpos inventaron una sola existencia. A pesar de todo, juro que me iré.

 

 

 

 

 

*(Alemania, 1989). Su familia se establece en Madrid. Estudia filología románica y medicina pero descubre su vocación poética a la que lleva dedicándose hace 23 años. Colabora como lectora de Amargord y pronto se editará su primer libro de ensayos titulado El vuelo de la nada

 

 

 

**(Santo Domingo-Rep. Dominicana, 1946). Poeta, narrador y ensayista. Abogado y magíster en Filosofía del Mundo Global por la Universidad del País Vasco (España). Fundó el Taller Literario César Vallejo (1970) y dirigió el Departamento de Cultura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (República Dominicana). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de República Dominicana (2010). Ha publicado en poesía Poesía (1969), Aniversario del dolor (1973), Visiones del transeúnte (1983), Si la casa se llena de sombras (1986), Visiones del amoroso ente (1991), Nocturnidad del viento / Voz que se desplaza (1996), Soliloquio desnudo y otros poemas (2007), Pasajero del aire (2010), El abrazo de las sombras (2014), Mateo Morrison Antología Poética (2015), Terreno de Eros (2017), entre otros; y en ensayo La transformación curricular en el área de animación sociocultural (1996), Política Cultural en República Dominicana: Reto inaplazable (1998), La cultura en los barrios I y II (1998), Hacia una radiografía de la cultura dominicana contemporánea (2002), De carabelas, descubrimiento y encuentro de culturas (2006), Viaje hacia el arúspice. Relectura de la obra de José Mármol (2015), Cultura y Literatura (2017), entre otros.

 

 

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