Prólogo a «Me olvidé de fijar el grafito» (2015) de Luca Argel, por Aníbal Cristobo

 

 

Por: Aníbal Cristobo

Crédito de la foto: Izq. www.transtierros.blogspot.de

der. Youtube

 

 

Prólogo a Me olvidé de fijar el grafito (2015),

de Luca Argel*

 

 

La poesía de Luca Argel es rara. Parece que no (porque utiliza palabras fáciles), pero sí (porque las palabras nunca son fáciles). Juega con nosotros y nos gana: quiere nuestra desubicación −nuestra descontextualización−, y la consigue; sucumbimos por la vía de la desestabilización (de los objetos, de las situaciones que nos conforman, del mundo entero), y ya parece entonces que siempre estaremos perdidos. Pensemos en una mezcla de Marcel Duchamp, Felisberto Hernández y Charles Simic: algo así son estos versos, estupefacciones radicales (en versos de arte menor, mínimos, desnudos, troceados), tapizadas según los estándares de la más estricta cotidianidad. Disfrazado de banalidad, de nimiedad, de habitualidad, su discurso lírico destruye su propia representatividad referencial y nos deja a los lectores en la orilla destartalada de una oceanísima extrañeza. Porque siempre estaremos perdidos al “registrar lo obvio”: lo obvio es que lo obvio no es tal. Porque siempre estaremos perdidos al “mirar a lo alto”: lo alto está muy alto, por mucho que esté abajo. Porque siempre estaremos perdidos: no hay “tablas informativas”, la totalidad del universo es un jeroglífico…

 

[Tengo una pregunta: ¿cuánto pesa un tatuaje borrado?]

Sí, por supuesto que sucede lo que suele sucedemos: nos cortamos el dedo con un papelito, se nos acaban las grapas, se nos estropean los altavoces, nos da un ataque de risa en el metro, confundimos los lunes con los miércoles, googleamos, hacemos propósitos de enmienda, leemos a Borges, miramos a Rothko, compramos en el supermercado, nos metemos a tientas en la cama, echamos escupitajos que no sabemos qué tienen que ver con la libertad de expresión, nos convertimos en el payaso de la clase, acariciamos albornoces… Sí, por supuesto que todo eso sucede y sucede bien, pero ¿qué significa? El hiperrealismo minimalista de Argel es, en el fondo (no tanto en la superficie), una propuesta de antirrealismo extremo: cuando les damos un nombre a las cosas, erramos (no logramos sino, en todo caso, “apodos”); cuando le damos un nombre a las cosas que nos importan, tartamudeamos (por ejemplo al pronunciar el verbo “navegar”, navegar por la oceanísima extrañeza); cuando le damos un nombre a las cosas que unen y sujetan a las cosas, dichas cosas se rompen una y otra vez, sin remedio.

 

[“La caída es una gran posibilidad”, pero ¿de qué?]

Muchos de los poemas de este libro son poemas sobre sí mismos: metapoemas, diálogos entre poetas, falsos monólogos, poéticas… Y ese antirrealismo es, en ocasiones, explícito, como cuando Argel elabora el motivo de la fotografía: en “de la dificultad de crear una etiqueta demostrativa”, los seres humanos aparecemos fotografiándolo todo, pero sin querer volver; en “5 broken cameras”, un señor se obstina en el fracaso que es fotografiar y seguir fotografiando cómo sigue y sigue y sigue fotografiando. Es como si toda cámara fotográfica (no solo esas cinco que salen en el poema) estuviera eternamente estropeada. Es también como si toda cámara fotográfica (¿todo poema?) brillara y nos atrajera como estrellas o como imanes o como “pechos encendidos”, a pesar (muy a pesar) de su negligencia.

 

[¿Quién es Susie? ¿Cómo se deshace un agujero sin taparlo? ¿Cómo no te habías dado cuenta antes de que el látigo tiene dos extremidades?]

La negligencia está en el mirar y en el decir. Argel no confía en lo que no arde, y resulta que todo arde, hasta los propios ojos y la propia boca: “te diré lo que veo / desde aquí”, dice, y resulta que ese “aquí” es un lugar anti-lugar muy particular: el espacio aquel en el que alguien se pone en pie en una silla de ruedas. ¿Todos estamos en sillas de ruedas cuando queremos ponernos de pie? ¿Todos estamos, de alguna manera, lisiados, cuando se trata de poetizar nuestra vida? Sí: pensemos en un poeta brasileño que procede a “cerrar la puerta quemar la foto / de la llave”. Pensemos en un lugar anti-lugar de esos, de esos “a los que vas y siempre / te pierdes”. Siempre estaremos perdidos. No hay puerta. No hay llave. Solo hay fuego. El fuego, simplemente, arde.

 

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[¿Qué significa “cortarse las uñas en sentido inverso”?]

Ahondemos un poco más en esta colección de extrañamientos. Todo comienza con títulos que, aparentemente (¿solo aparentemente?), se desvinculan del cuerpo de los poemas en sí. Luego vienen las elipsis, los sobreentendidos (los subentendidos): un tú lírico elusivo, un yo lírico elusivo (con numerosísimas máscaras), altas dosis de fragmentación, y formidables estampas que basculan entre el costumbrismo light y la abstracción enigmática más fugitiva. No en vano la voz poética nos espeta lo siguiente: “si me buscan, diles que estaré justo en medio de los círculos”. ¿Qué hay en medio de los círculos? ¿Nada? ¿Todo? ¿Qué círculos? ¿Quién es el yo –y, por tanto, quién es el tú−? ¿Es un “cardumen de píxeles”? No hay objetividad, porque no hay una subjetividad lo suficientemente potente como para imponérsele a las cosas y tratar de entenderlas. Tampoco hay subjetividad: la primera persona del singular es una ausencia, una concatenación de ausencias, un rosario sucesivo y perpetuo de ausencias. Nunca hubo ni “dedos de mimbre” ni “melocotones desangrados”: si el haba es “un tipo oscuro / y pequeño de piedra”, ¿qué es el yo, qué es el tú? ¿Ángeles caídos sin blanca? ¿Desconocidos por las calles? ¿Colores azul-gris y ceniza?

 

[¿Qué quieres decir con eso de que “a veces el contorno de las cosas / es lo que se desplaza / en lugar de las cosas”? ¿Tiene algo que ver con Platón (lo digo por eso de que para ti “mirar / ya sería una especie de despedida”)? ¿O no querías decir nada?]

A pesar de todo, la subjetividad consigue aparecerse de vez en cuando, para mostrarse cómica y tierna y burlona y tímida. Argel se sabe dulce y se sabe subversivo: “mi propia suavidad / un arma que no perdona”. Pensemos en títulos tales como “el día ese en que abres la nevera te ves frente a una bolsita de col y sollozas” o “mi nuevo hobby es arreglarme y después no salir” o “arruinándolo todo desde 1987” o “perdí 7 amigos en 5 días pregúntame cómo”: Argel es muy gracioso y muy brillante y, además, muy empático. Como el yo y el tú están muy desdibujados y están (y son) muy confusos, a veces el ser humano reivindica su genealogía común con los otros animales (los atunes, los corales, los perros…) y se fusiona con ellos, con su sufrimiento y con su (tal vez) disminuida consciencia. Del mismo modo se acerca el poeta a la injusticia y a la crueldad, en la avidez de no juzgar al otro: así, hay mucha crítica social y política en varios poemas (como en “the act of killing” o “bab sebta”), y la razón en el fondo (y sí en la superficie) no es otra que una especie de identidad subyacente común. Si el yo y el tú no son entes fuertes y afirmativos y asertivos, quizás solo queda ser todos los mismos yoes y los mismos túes, en nuestras ridiculeces, miserias y desgracias: “podría haber estado yo en el patíbulo”… En todos nosotros se erigen, como montañas agrietadas, grietas entre lo que hacemos y lo que queremos hacer. En todos nosotros se da la duplicación (¿no somos en el fondo y en la superficie lo mismo, todo el rato?), pero siempre es distinto, y esto importa: “esos patrones repetidos / tienen siempre un ruido de fondo / diferente”. Hay muchas versiones de nosotros, de mí, de ti. En una de ellas, tú (yo) “eres mi amigo imaginario”. Esto importa, y es bueno, y es raro. Como la poesía de Argel.

 

[Tengo una última pregunta: ¿Crees en las anti-profecías sinestésicas (lo digo por eso de “te conocí en el baño de la cantina / cantando muy alto una marchita famosa / no era violeta todavía tu pelo / no era violeta todavía tu voz”)?]

Amistad imaginaria y real entre palabras fáciles y difíciles. Bosquejos de plantas suculentas y espinosas. Fotografías de ojos que miran y hacen fotografías y bocas que dicen “aquí hay fotografías de ojos que miran y hacen fotografías y bocas que dicen algunas cosas”. Cosas juntas sin cintas, sin lazos; carteles que dicen “no molestes a los átomos cuando están trabajando”; átomos que dicen “lo que yo quería realmente era escribir otro poema”. Otro poema, justo así:

 

mi dibujo parece un cactus cuando hice los primeros

puntos no sabía aún que tendrían vocación de espinos

lo que yo quería realmente era escribir otro poema cuando

hice los primeros puntos

en el que yo pudiera a cierta altura decir se acabó se acabó

(mira, mi dibujo parece verdaderamente un cactus)

 

Berta García Faet

 

 

 

 

*(Rio de Janeiro, Brasil-1988). Músico y poeta. Publicóesqueci de fixar o grafite (2012; 2015), Livro de Reclamações (2014) y Topadas no Escuro (2015).Actualmente reside, trabaja y estudia en Porto (Portugal), donde intenta conciliar proyectos literarios y musicales, relativizando las fronteras entre las dos áreas.

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