Vallejo & Co. presenta, en exclusiva, una selección de 7 poemas de Un reloj derramado en el desierto, poemario inédito del peruano Alejandro Susti con el que este obtuvo el reciente Premio Internacional de Poesía Rubén Darío (2020).
Por Alejandro Susti*
Crédito de la foto Gonzalo Cáceres Dancuart
7 poemas de Un reloj derramado en el desierto (inédito),
de Alejandro Susti
Venus de Urbino
(Tiziano Vecellio, 1538)
A la edad de veintiún años, Guidobaldo della Rovere, futuro duque de Urbino, contempló por primera vez aquella pintura de Tiziano Vecellio que su padre, Francesco María I, había adquirido hacía apenas unos días. Se trataba del retrato de una bella muchacha de nombre desconocido -pronto sabría que se trataba de una cortesana- vestida con un hermoso vestido y que posaba según las convenciones del género: de pie, en posición de tres cuartos y en contrapposto, con el brazo izquierdo recogido a la altura del torso.
Impresionado, el muchacho encomendó al maestro pintar nuevamente a la cortesana, pero esta vez para su solitario placer. Tiziano aceptó el encargo y decidió hacerlo no a la manera de Giorgione -cuya célebre pintura él mismo había retocado al morir este-, sino con la muchacha yaciente sobre un lecho, y tras ella, la sala de un lujoso palacio.
Semanas después, Tiziano mostró a su cliente el fruto de su trabajo. No resulta difícil imaginar el gesto de satisfacción del futuro duque una vez que contempló la pintura. Bastará con decir que, desde ese día, la mirada y el gesto de la cortesana lo persiguieron por el resto de su vida, a él y también a su joven esposa Giulia Varano, quien tuvo que soportar el gesto descarado de la muchacha hasta el día de su temprana muerte.
El pintor camino a su trabajo
(Vincent van Gogh, 1888)
Salía temprano por la mañana
a pie
camino a Tarascon
a tres horas de aquí
las telas bajo el brazo
en una mano la maleta con los óleos
en la otra el caballete
y a la espalda
la caja con pinceles
Pasaba silenciosamente
bajo el sol inclemente de junio
la cabeza cubierta por un viejo sombrero de paja
sudoroso
la barba enrojecida
la piel quemada por el fuego de las horas
camino a encontrarse con los campos de trigo
los huertos
y el gesto de los campesinos inclinados
sobre la tierra
Pintaba a la intemperie siempre contra el tiempo
y el mistral que amenazaba con llevarse el caballete
la llama en los ojos del que aferrado a la vida
se funde con ella
Un día alcancé a ver lo que hacía
pero no puedo decir si aquello era bello o feo
pues poco sé de esas cosas
pero por debajo de sus pinceladas
vi que se alzaban los colores
y se agitaban como las hojas de los cerezos
Algún tiempo después supe que murió lejos de aquí
y desde entonces juraría que por estos campos del sur
cambió el color del trigo y las estrellas
y que el graznido de los cuervos se calla
cada vez que un ciprés se agita
Desde ese día
he empezado a recordarlo con insistencia
temprano y camino a Tarascon
solo
siempre solo
los lienzos bajo el brazo
en una mano la maleta y en la otra
arrancado el corazón como un puño
Apollinaire y sus amigos
(Marie Laurencin, 1908)
Sans avoir aucun des défauts virils,
elle est douée du plus grand nombre possible
de qualités féminines.
Apollinaire
Yo de pie
a su derecha
Picasso abajo
de perfil dirigiendo la mirada
hacia Fernande
Por esos años los críticos hablaban de mí
como su musa y él a su vez
se asombraba de mis pinturas
y sus qualités féminines
El tiempo fue devorando el resto:
el regreso a París
el encuentro con Paul y la época de los retratos
las ilustraciones de libros
la decoración y los vestuarios
y la profesora de arte
Eso finalmente
es lo que les interesa a los biógrafos
a los maniáticos del orden y la limpieza
pero en el fondo nunca fui una mujer higiénica
dulce o memorable:
hice el amor con hombres y mujeres
y desde entonces escondieron mi nombre como quien
evita escuchar un sonido lúgubre u ocultan
una prenda íntima por debajo de un sillón
Fui la incómoda muchacha que eligió su propia vida
no la musa del poeta sino la que se hartó de su inocencia
y sus grandes palabras:
Guillaume el poeta
el cronista de arte
el amigo de Picasso
el padre del cubismo
pobre:
morirse de una gripe después de haber
sobrevivido a la guerra y de haberme conocido:
a mí
la peor de todas ellas
Girasoles con iglesia
(Gabriele Münter, 1910)
Niemand kann dich nichts lehren.
Du Kanst nur das tun, was du in dich hast.
Kandinsky
La iglesia del pueblo en Murnau
(tú la recordarás)
todos los días caminábamos hacia el pueblo
por las vías del ferrocarril y pasábamos
al lado de la torre en forma de cebolla
los árboles
los edificios rústicos
y en lo alto la cadena de los Alpes
Los dos la pintamos
pero a diferencia de la tuya
(flotante volátil rodeada de volúmenes aéreos)
la mía se adhería a la colina
a la misma altura de unos gigantescos girasoles
La gama de mis colores era más reducida
mi trazo
torpe ingenuo
inseguro
casi infantil
(aunque debo confesarte que tu paisaje
me pareció siempre el ejercicio de un músico
que se empecina en demostrar su virtuosismo
solo y en una habitación rodeada
por una ciudad fantasma)
Después de todo
a ninguno de los dos nos interesaba la iglesia
ni mucho menos el paisaje:
como todos esos pueblos de provincia
nos importaba poco si crecían girasoles
o los pájaros cantaban
Después de tu huida
(así he preferido llamarla después de todos estos años)
a ti te fue dada la fama y a mí el honor de haberte conocido
(y de paso conservado algunos de tus lienzos
y los de los otros miembros del Reiter
cuyos nombres debes recordar)
a ti la fanfarria los platillos y trompetas
a mí el silencio de estas montañas a las que regresé
en el 31 o el 32
No me quejo en realidad:
después de algunos años volví a mis pinceles
y sé bien que desde entonces comencé a hacerlo
como nunca antes
(y eso te incluye a ti obviamente)
La mayoría de los historiadores nunca se dieron cuenta de eso
y probablemente tampoco se detuvieron a contemplar
mi iglesia apuntalada sobre la colina
maciza como el volumen de una campesina que a lo largo
de su vida dio a luz a una decena de hijos
más humildes y humanos
que cualquiera de los habitantes de tu ciudad fantasma
querido Wassily
Estudio rojo
(Henry Matisse, 1911)
L’ensemble est rouge de Venise.
Matisse
Ni luz ni volúmenes:
solo la densa filigrana que traza los contornos
la plana superficie de las cosas:
una copa
un plato
una silla
una mujer desnuda dormida sobre una servilleta
Bañado en el viento rojo de la pintura
he dejado que mi blanca cabeza repose
para que los lienzos del pintor se mezan
bajo la ciclópea mirada del reloj
para que naufrague el florero en la osamenta de la silla
y revierta su curso la luz sembrada en el cristal
Taller vacío
paleta en que descansa el pigmento mineral
y su memoria ardiente de cocción
marco en que el pintor vacía la engastada luz de su mirada
y compacta entre sus manos la arcilla roja
la piedra en que el joyero damasquina el oro y amasa el metal
cámara hedonista
altar de exóticos aromas
carminado tapiz por el que los lienzos del pintor
metamorfosean su vuelo como un haz de mariposas
y discurren hacia el ojo del espectador
omitiendo el hiato que lo separa de la tela
y en su plana profundidad desdice el espacio
y traspasa con su proa al tiempo
El guitarrista
(Oswaldo Guayasamín, 1977)
Con los huesos
con la sangre
la cuerda rota en el nervio
el ojo turbio de la araña hacia el cielo
el arpa de costillas abriéndose
cediendo al aire que atraviesa el organismo
sentado animal el guitarrista
Que cante con sus plexos
-dicen unos-
con la caja de madera de su cuerpo
las clavijas de sus metatarsos
y el diapasón de la mirada
Que cante con las uñas de su espalda
el cuello firme plantado como un árbol
y que llueva por su boca el polvo de la aurora
que sangre en el filo del cuchillo
alce
curve
yerga
hacia la escalera infinita de la música
oscile entre las nubes y alargue su sombra
por las calles
por la boca de los ríos
y gire como el sol de un corazón humano
hasta que el silencio lo devuelva a la tierra
Paisaje infinito de la costa del Perú
(Jorge Eduardo Eielson, 1977)
Arena tersa
fundida en el desierto
tensada por el viento
por tu piel el barro acomodó sus brazos
y levantó la geométrica distancia
de la ciudadela
Paisaje infinito de la costa
mapa de la espuma que separa reinos
y el hondo cuarzo que florece
bajo el mar de la fosforescencia:
yo nací bajo tu signo
cubrí los restos de tu raza antigua
y dejé la huella que borró más tarde
el desierto
No soy sino el grano que el viento
arrastra hacia el olvido
una lagartija que se escurre
entre los huesos insepultos
de los que algún día llevaron puesto
el blando traje de la carne