Por Gabriel Espinoza Suárez*
Crédito de la foto (izq.) Ed. PEISA /
(der.) Christian Ugarte –
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Preguntas a la novela La edad ligera (2023),
de Mariela Dreyfus
“Son locos, inteligentes, dulces y desconcertantes”, me decía mi padre sobre los poetas de Kloaka. Don Nilo Espinoza Haro les tenía harto cariño. Sea esta tarde, sea esta casi noche, ocasión de celebrar ese cariño.
Sea también propicia esta hora para acordarme de mi hermano Alejo, que también conoció a los poetas de Kloaka, los leyó y bebió con ellos cervezas azules. Fue Alejo quien me llevó a poguear al No Helden, a beber al Queirolo o Las Rejas y ahí los vi. Por eso, para mí, estos poetas son mis hermanos mayores.
Alejo me llevó y por él conocí la cartografía underground limeña de los ochentas, el territorio de los Kloaka, avenidas, jirones, quintas por donde pasó y se paseó el fantasma de la contracultura limeña.
Esos poetas eran marginales, eran subtes. No era difícil darse cuenta. Contra ellos, se habían unido todas las fuerzas de la vieja y horrible Lima: la tombería, los pip’s y los polizontes del servicio de inteligencia. Pero también tenían en contra a los sacos, los martacos, los búfalos, los cricos, los zorros y demás.
No solo eso, pues parecía que el orbe los había emboscado. La naturaleza incluso tuvo algo que ver. Dos meses después de la creación del Movimiento Kloaka, en 1982, se desató uno de los más demoledores Fenómenos del Niño, el llamado “Mega-Niño”.
El presidente Belaunde hizo un inventario: destrucción o deterioro de vías de comunicación (carreteras, puentes, vías férreas y aeropuertos); paralización de industrias; pérdidas en la producción agrícola y caída de la producción agroindustrial; sensible disminución de las especies marinas y de la producción pesquera; destrucción total o deterioro de viviendas, escuelas, postas médicas, oficinas públicas y servicios del Estado; destrucción de la infraestructura de riego (canales, drenes e instalaciones en áreas de cultivo), problemas de comercialización y abastecimiento en las zonas afectadas y graves efectos en los niveles de empleo. Algunos economistas calculan que los daños globales se estimaron en 2000 millones de dólares; sin embargo, los daños reales fueron mucho mayores. La costa norte inundada por un diluvio bíblico y la sierra sur con una sequía galopante.
En ese contexto, surgió Kloaka.
También, en ese entonces, los maoístas peruanos colgaban perros en los postes del centro de Lima; en ese entonces, los peruanos de clase alta empezaron a mudarse a Miami, mientras los de clase media veían Trampolín a la fama.
En ese entonces, un grupo de ocho periodistas fueron asesinados en las alturas de Uchuraccay y un afamado novelista hizo un informe que no informó nada.
En ese entonces, había escasez de alimentos, toques de queda, apagones, bombas, coches bomba, los cerros se encendían, para no hablar de la falta de empleo, la falta de dinero, la falta de oportunidades, la falta de alfalfa. Y lo de siempre: el racismo, la discriminación y el miedo, tan peruanos como el cebiche. El país estaba roto, desquiciado. No había futuro. No future. Dicho en otros términos: era el apogeo del neoliberalismo. En el Reino Unido gobernaba Margaret Thatcher (una señora que antes de ser primera ministra había sido ministra de Educación) y en Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan (un señor que antes había sido actor de medio pelo en Hollywood). Acá estaba el Arquitecto. Solo los amigos de Alfa y Omega y los Pentecostales lucían imperturbables. Era obvio que era el Fin de los Tiempos.
Pero a los poetas de Kloaka no se les veía desanimados. Todo lo contrario. La rabia recorría sus cuerpos, verdaderamente como otra sangre. La consigna era “Hay que romper con todo”.
Sin querer representar a nadie, ellos mostraban lo que todo adolescente de clase media percibía respecto a su pronto paso al mundo adulto: iban a tener que lidiar con la catástrofe de la vida peruana. Se dio entonces una afiebrada actividad. Casi una huida freudiana hacia adelante. En ese entonces alguien organizó el primer concurso de rock no profesional. Habían tocadas en la concha acústica del parque Salazar. También el Agustirock, la Carpa Grau; por aquí y por allá circulaban los huiros, los fanzines, las maquetas de Leuzemia, Narcosis, Zcuela Crrada, G-3, Sociedad de Mierda, Eutanasia, Voz Propia y varias, muchas más bandas.
Toda la parafernalia contracultural estaba vivita y pogueando.
Por eso, si ahora se hiciera un largometraje sobre Kloaka, ya tendríamos asegurada la banda sonora y los paisajes urbanos. Solo faltaría una buena historia y los protagonistas.
Y de eso se trata el libro de Mariela.
Pero antes señalemos algo más: los Kloaka eran anarcos, no tenían la mínima esperanza de que la situación en el Perú iba a mejorar. En eso se diferenciaron de los poetas de Hora Zero, que querían construir una nación y tenían un programa más democrático, inclusivo y nacionalista.
Los Kloaka no pensaban en la utilidad o conveniencia de alimentar la idea de construir una nación. De ahí el lema No hay futuro. Y ese consabido odio, frustración y un marcado pesimismo ante lo que les esperaba. Era un clima opresivo, más que un estado de ánimo. No es coincidencia que Roger Santiváñez escribiera en Homenaje para iniciados, el poema “La guerra con Chile”, en donde dice:
Envejezco. El enemigo ocupa nuestras calles/ preña con odiosa semilla a las mejores hembras/ ante la deserción de nuestros jefes/ ante sus gestos de aristócratas bambeados/ cerdos vendidos/ Yo me niego/ opto por el culo de mi amada/ limpiamente/ me encierro me entrego a mis delirios/ sólo mi cuerpo bendito mi cuerpo maldito/ opto por mi suave individualidad/ narciso/ Soy el loco de Lima el que más ama/ a sí mismo y al cuerpo de mi amada.
Es decir, describe un estado de desquiciamiento social, de profunda crisis, como la que se vivió en Lima con la ocupación del ejército chileno. El yo poético no encuentra salida alguna más que la evasión y el delirio. Me pregunto si Santiváñez quiso comparar el tiempo terrible que le tocó vivir a Lima a fines del siglo XIX en momentos de la ocupación chilena con el tiempo que a él le tocó vivir cien años después en la década de los ochentas del siglo XX.
Es posible que estemos ante una espiral, un eterno retorno de lo mismo. Entonces, Kloaka puede ser un atavismo.
Lo explico: es posible que el No future, el “No hay futuro” retorne una y otra vez, al Perú, con sus cambios y sus permanencias, cada cien años, o quizá en ciclos más cortos y rápidos.
Quizá tampoco es una coincidencia que Mariela Dreyfus haya escrito su libro precisamente durante el tiempo de la pandemia de Covid-19, donde acaso volvió a aparecer, bajo un ropaje distinto y globalmente el No future, el “No hay futuro”.
Lo que es claro y certero es que el Movimiento Kloaka se inserta en la historia cultural de nuestro país en momentos de crisis. Kloaka es un síntoma. Es una respuesta nihilista e individualista de un grupo de jóvenes artistas: poetas, narradores, pintores, cineastas, danzantes. Los Kloaka eran parias y estaban emparentados con la contracultura global. Especialmente con los rockeros anglosajones. Gritaban “No sé lo que quiero, pero sé cómo conseguirlo”. Eran como los punks, pero ojo este no es un detalle minúsculo: los Kloaka no eran clase obrera, como los Sex Pistols. Ellos eran —casi todos— buenos estudiantes universitarios de clase media limeña.
No se trata de idealizar a los punks. Pero hay que reconocer que el anarquismo siempre ha ofrecido alternativas para vivir de una manera distinta, empezando por la manera de producir de manera independiente. Los anarcos arman proyectos antiautoritarios y autogestionados. Son los anarco punks quienes enseñaron a liderar nuevas formas de protesta en muchas partes del mundo, se expresan artística y políticamente en performances que denuncian la realidad del sistema corrupto. El anarquismo punk es entonces una forma de resistencia.
[Pero también hay grupos nazi-punk que comparten ideas radicales de derecha, proclaman el racismo y se organizan en bandas para “luchar” contra los inmigrantes y los homosexuales. Estos punks son gente desesperada, marginales, hijos de la clase obrera europea que no ven futuro y que deliran, ya no solamente con el sexo y las drogas, sino que se dedican a perseguir al diferente. Pero esa es otra historia. Volvamos al Perú].
Dijimos que los Kloaka eran parias y eran esto y eran lo otro. He dicho muchas cosas sobre Kloaka, pero, en realidad, nadie sabe a ciencia cierta qué fue Kloaka. Quizá todo lo que he dicho en estos minutos sea rectificado por Carmen Ollé o por la misma Mariela. Quizá me he pasado de vueltas.
Por eso, en esta ocasión, yo no sé, sinceramente qué decir.
Qué fue Kloaka. Se lo voy a preguntar a Mariela apenas pueda.
(Pero que conste que incluso Roger Santiváñez, quien junto a ella fueran los fundadores de Kloaka, dijo en un cortometraje y está grabado: “nunca supimos qué fue Kloaka”).
Kloaka nació en 1982 y mancó en 1984. Es decir, duró aproximadamente dos años y, coincidentemente, es lo mismo que duró la ocupación de Lima en la Guerra del Pacífico.
“Desapareció por diferencias sentimentales”, dijo Roy, siempre en poesía.
Es decir, Kloaka terminó como lo hacían las bandas de punk.
Entonces, ¿Kloaka fue una banda de punk? Quizá sí. Por eso, quizá digo, este libro que se titula La edad ligera, bien podría subtitularse “Lima en rock”, como quiso marketeramente Manuel Scorza que se titule Los inocentes de Oswaldo Reinoso. Pues bien, este libro, tiene sobradas razones para llamarse también “Lima en rock”.
(…) la poesía brota de esta esquizofrenia/ social que nos circunda y somos estudiantes/ pero vagamos por el centro de Lima y no es/ nuestra la casa del saber sino del odio una/ sintaxis presta a deshilvanarse a crujir como/ el estómago vacío la cabeza vacía o en las/ nubes etílico estado del asombro/ con la ayuda de un cóctel abrimos las/ palabras como frutos las pelamos hasta/ llegar al centro nervioso de la lengua/ inflexiones inanes y quebradas media/ lengua medio kilo de carne para todos/ medio litro de ron para la sed. (28)
Desde ese lugar, ese lugar anarco, desde ese lugar escéptico, desde ese lugar adolescente, me pregunto y le pregunto al libro de Mariela cómo y cuál es la poesía de estas calles:
(…) la pax es esa/ yerba de los caminos que fumamos de cara al mar/ camino al mar y el poema que brota es pura/ tensión creciendo gran tensión/ y si en esa repetición nace la rima la abrazo/ te entrego mi canción. (45)
Desde ese lugar, ese lugar anarco, desde ese lugar escéptico, desde ese lugar adolescente, me pregunto y le pregunto al libro Mariela cómo sabe el amor:
Rasgué la ruta de regreso con mis/ botines hasta dejarlos rotos luego/ hice autostop y recorrí bosques y/ desiertos y al fondo de un desvío/ vi la llama mentida de los faros/ el motor encendido bajo el capot y he/ seguido millas enteras transitando por/ otros cuerpos otras latitudes pero nunca/ latió mi piel como en ese primer nudo/ contigo al desnudo/ y pensar que dimos tantas vueltas hasta/ ser el primer hombre la primera mujer/ entrelazados del talón a la hebra del cabello/ alguien nos junta en una melodía que a la vez/ nos libera y así danzamos/ como las olas antiguas siempre nuevas/ con ese cosquilleo de los besos ocultos/ en los pliegues que tú y yo sabemos/ hay un libro abierto en mi regazo/ y en tu frente un paisaje/ un revoloteo de hormonas/ de palomas roza tu entrepierna/ en la frescura del baño matinal/ con ese vaho tibio aún sin huella/ entre las ondas subo y bajo acelero/ y me detengo otra vez en el recodo/ sinuoso de tu cintura tersa como/ los yuyos y el arrullo de tu saliva/ helada al roce y así seguimos nadando/ en tumbos paralelos como el oleaje y/ las curvas las dunas y el mar. (47)
Desde ese lugar, ese lugar anarco, desde ese lugar escéptico, desde ese lugar adolescente, me pregunto y le pregunto al libro Mariela, cómo es la vida:
Sesiones de terapia David Cooper/ la vida una gramática violenta en medio/ de la plaza el carillón suena y resuena/ no tenían los muchachos recuerdos de/ la niñez dorada ni una nota armónica/ entrañable cualquier palabra esdrújula/ traía grabada algo sombrío catástrofe/ metástasis y el cáncer del tedio royendo/ el núcleo familiar entonces los muchachos/ encendían cerillos a fin de consumir ciertas/ sustancias a la luz de la vela declaraban/ la muerte del sistema y cuando la excitación/ hacía de las suyas repasaban pasajes de/ todo lo ya escrito los diarios de Anais Nin/ la habitación donde el padre la acariciaba/ con sus dóciles dedos de pianista o cuando/ Artaud sumido en el furor justificaba que/ Van Gogh se arrancase una oreja y todo se/ volvía oleaginoso en el trance quietos un/ tejido de voces se elevaba meteórico/ como la yerba o el mezcal. (18)
Como se nota, estos poemas bien pueden ser las canciones que forman una maqueta de rock ochentero.
Así puedo que creo, así creo que puedo, así puedo, así creo la lectura de La edad ligera. Leer puede ser como ir a poguear a un concierto de Narcosis o Sociedad de mierda.
Iba a decir otras cosas sobre el libro de Mariela. Iba a decir que es un poema novela, como La Casa de Cartón, como El cuerpo de Giulia No, como Las Tres Mitades de Ino Moxo.
Y por eso iba a sustentar que su diseño es fragmentario, que en conjunto los textos conforman una especie de ciclo narrativo, cuentístico, a la manera de Los inocentes de Oswaldo Reinoso. Iba a decir que su estética es joyceana, a lo Ulises, en donde no hay trama, solo epifanías interiores. Pero ya eso ustedes lo saben. O lo van a saber cuando lean este libro.
Esto es lo último que voy a decir. Para contar la vida de Kloaka, para representar esa edad, ese tiempo que se fue, Mariela ha dispuesto de siete personas, en el sentido original de la palabra, siete máscaras, siete personajes.
Siena, David, Gonzalo, Pomar, Alberto, Roy y la narradora (que no se nombra, pero está en todas partes, quizá retratando a los demás, colocando luces cenitales en las sesiones de ayahuasca o caminando al lado de uno, rumbo al Hotel Lima, específicamente a la habitación 283, que aloja al pintor Víctor Humareda).
A lo largo de los 63 poemas, estos personajes se mueven por la ciudad de Lima, como los personajes del Ulises de Joyce lo hacen en Dublín. Entran a bares, recorren la playa, toman ayahuasca, hacen el amor, poguean, están internados en hospitales, se desintoxican, leen en la Biblioteca Nacional, se suben a las mesas de los bares, se bajan, circulan por Lima, Lince, Rímac, Barrios Altos, La Unidad Vecinal. Aparecen de pronto a la hora del pai.
¿Cuál es la historia de esta novela en poesía? Es la historia de un amor de a siete. Un poliamor, digamos. Por eso La edad ligera comienza así: “hemos firmado un pacto nos amamos”. (7)
Y así termina:
Y de golpe se acabó el amor/ como el huido gas letal esa/ energía se te escapa y te clava/ puñales el amor se va extinguiendo/ en lentos tonos naranja y violeta/ entonces al desgaire yo pregunto/ cuál es el fondo musical para esta/ despedida y tú sugieres Kind of Blue/ porque la atmósfera es azul igual/ a la nostalgia un barco ebrio río abajo/ en el Rímac repleto no de latas sino/ de gallinazos sacudiéndose al sol/ alguna vez volaré lejos te decía después/ de rodar varias veces contigo lanzados de/ la mano al gran abismo/ rebotando en las rocas/ puntiagudas/ abandono la casa del amor. (54)
Finalmente, como su papá Rimbaud, Mariela Dreyfus puede decir del libro que hoy se presenta, titulado La edad ligera: “Ahora yo. La historia de una de mis locuras”.
Lima, 25 de setiembre de 2023
*(Callao-Perú, 1971). Poeta y terapeuta de artes expresivas. Literato por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y terapeuta en TAE (Perú). Se ha desempeñado como periodista en diferentes medios de comunicación escrita y ha desarrollado talleres de escritura creativa con público no convencional en centros penitenciarios de Lima, con el Programa La libertad de la palabra, del Ministerio de Cultura y con mujeres campesinas en el Programa Qapaq Ñan. Forma parte del colectivo Tribu de letras. En la actualidad, cursa la maestría de Escritura Creativa en la Universidad Mayor de San Marcos (Perú). Ha publicado en poesía ELLO (1988).
**(Lima-Perú). Reside en Nueva York (EE. UU.) desde 1989. Fundadora del colectivo artístico Kloaka (1982-1984). Actualmente se desempeña como profesora en la maestría de Escritura Creativa en español de New York University (EE. UU.). Ha publicado en poesía Memorias de Electra (1984); Placer Fantasma (1993); Ónix (2001); Pez (2005); Pez/Fish (2014); morir es un arte (2010; 2014), Cuaderno músico precedido de Morir es un arte (2015), Gravedad. Poemas reunidos (2017), Arúspice Rascacielos. Poesía Selecta (2021) y La Edad Ligera (2023); en ensayo Soberanía y transgresión: César Moro (2008) y tradujo entre otros los libros La Diosa de las Américas. Escritos sobre la Virgen De Guadalupe (2000) y An August Snow & Other Poems / Nieve de agosto y otros poemas (2014).