Por una grieta del muro: sobre la poesía reunida de Luis Luna

 

Reproducimos el prólogo que el poeta Benito del Pliego escribiera para Language rooms (Poesía reunida 2000-2012), libro que reúne la poesía de Luis Luna, el que fue publicado en  

 

Por: Benito del Pliego

Crédito de la foto: www.artishock.cl

 

Por una grieta del muro:

sobre la poesía reunida de Luis Luna

 

 

La obra poética de Luis Luna no facilita una interpretación unitaria, definitiva. El propio autor ha identificado la poesía con esa resistencia (“La poesía rechaza certezas, dogmas, cerrazones…” )  y se adelanta a cualquier intento de lectura monolítica al reconocer que “Lo que pienso del hecho poético está en constante mutación”[1]. Para una obra poética que parte de estos presupuestos, toda conclusión debería ser provisional y abierta. No nos queda por lo tanto resquicio para afirmar lo que el fruto de todos estos años de escritura es o no es. Mejor, nos ofrece solo un resquicio: reconocer que lo que es se transforma, recorrerla a partir de alguna de las grietas que cuestionan su unidad, advertidos de que esa no es la única hendidura que podría servirnos de entrada. El autor alienta esta tarea en cuanto deja expuestos unos cuantos cabos, unas cuantas imágenes destacadas contra una amplía superficie en la que han sido ignoradas muchas otras. Una de las imágenes a las que atiende, la de la grieta en el muro, nos sirve aquí para entrar en el espacio que abren sus poemas.

Una de las marcas formales más consistentes de los libros que Luis Luna reúne en este volumen es, precisamente, el despojamiento, la contención. Realmente no solo es un rasgo formal, sino también una poética que apuesta por la tensión entre lenguaje y silencio. Uno de los resultados más interesantes de esta contención es que lo que queda asume una importancia desmesurada (el aislamiento agiganta lo aislado), que reviste a lo que permanece de un poder icónico que imanta la atención. La reiteración transforma esos pocos elementos en la guía que dirige la exploración de esa inteligencia que José Gorostiza llamó un “páramo de espejos”. La escritura es aquí una superficie desabrigada en la que aparecen unas pocas figuras a los que no tenemos más remedio que agarrarnos ante la falta de anécdota que nos distraiga. Lo que resta, lo que sobrevive, se convierte en el clavo ardiente de la meditación: Muro, pájaros, piedra, nieve, luz o viento son signos misteriosos e irreductibles, alejados de sus referentes por la forma en que se muestran y, a la vez, se resisten a mostrarse por completo. El poema escatima, se endurece en una elipsis que concentra un exceso de sentido, como si proyectase una sombra o gesticulase para añadir un suplemento impronunciable de sentido.

 

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El poeta Luis Luna

 

La poesía de Luis Luna comparte la creencia de que lo que está a la vista no es (todo) lo que es, sino la ocultación de (parte de) lo que existe. Su poesía pretende dotar al lector de esa “mirada de ciego” donde el ver es ajeno a la apariencia que niega y transforma, dejándonos, además de su ausencia, la huella escrita en que la ausencia se entrevé. La mirada que se fija sobre otras artes (la pintura en Territorio en penumbra; la danza o la arquitectura en Al-Rihla) se convierte en lugar idóneo para este mirar y nos da la clave de la búsqueda que lleva a cabo. Aquí la visión se hace videncia, tiene que inventar lo que encuentra, tiene que aventurar un sentido. Este también puede ser el motivo por el que todo lo relativo a lo naciente, lo que está aún en gestación y, por tanto, lo aún indefinido, aparece y reaparece entre ese magro conjunto de imágenes que el autor salva del silencio. Ese ver lo que aún no, lo que apenas si, ese ver entre es la fuerza que Luna atribuye a la escritura poética. Nos encontramos ante un descubrimiento, una revelación, o mejor, ante “la expectativa de una revelación”, en cuanto esta —como el muro del que se hablará después— nunca termina de cerrarse; una revelación que también se afirma en el tránsito y como tránsito. Lo dice el viento en la canción central del primero de los libros: “Se procura más bien el movimiento/ iniciar una red que me permita/poner a salvo nudos”; o, como leemos en Al-Rihla, “la palabra esperada/ derrota/ la experiencia…”

Si, como decíamos, lo paradigmático de la poesía de Luna es la capacidad para dar por respuesta una oscilación, un movimiento que desplaza el sentido y la mirada, ese mismo tránsito se presenta como destrucción de cualquier parcelación definitiva, de toda identidad prefijada y se configura como apertura constante hacia lo otro. Lo que queda de la mención que hacen los poemas no es el espacio referencial al que apuntan, sino el modo en que lo desfiguran: “Dar forma a un paisaje/ donde hasta nosotros/ somos solo figuras/ que no nos representan…”. Ese camino aporético, camino del vaciamiento, da lugar a un lenguaje que se contradice y se niega: “Este despojamiento donde el canto comienza a ser vacío”, leemos en Al-Rihla; “Hay zonas vacías, sin embargo, adonde nadie acude// Territorios vacíos donde el signo pervive”, afirma Territorio en penumbra.

Aunque esta vía contiene un potencial político, es importante aclarar que nada tiene que ver con el encumbramiento de la derrota, aunque indudablemente poco hay en esta palabra de triunfal. La palabra que se asienta en la carencia es el primer paso de un tránsito que busca vías para escapar a unas lógicas que no responden a la visión que nutren las “oscuras raíces” poéticas de Luis Luna. El vaciamiento es también entrega y plenitud. El espacio de lo negado, es también el espacio de la utopía, el de la posibilidad y la semilla. Así, pese a entender la poesía como “eso que queda/ escrito de algún modo/ en la ceniza” o como “sílabas de la calcinación”, no hay complacencia en la destrucción sino búsqueda de lo que no a través de ella surge, de lo que no tiene cabida en lógicas más sólidas. En Almendra, libro escrito con su compañera, la poeta Lourdes de Abajo, la renovación germina a través de ese mismo gesto de extinción y quema: “Cesar palabra/ Dejar de ser/ en el silencio/ de la llama./ Allí darse a la luz// Reescribirse”.

Quizás la mejor manera de entrar en este universo en constante recomposición sea a través de la metáfora espacial que subraya el título de esta obra poética reunida. En este Language rooms se ubica el ideal de espacialización que cruza y conecta de forma particularmente gráfica buena parte de la tensión creativa que estamos subrayando. Lo espacial en la poesía de Luna se inserta en la tradición contemporánea que hace que el poema no solo mire con intensidad el paisaje, sino también que el poema mismo se entienda en términos espaciales y que la poética de la que surge sea una poética del espacio. Este aspecto es sin duda inseparable de las creaciones de artes plásticas y el land-art de que el propio Luis Luna es autor. También aquí nos encontramos, más que con una postura estática, con cierto movimiento conceptual que se hace espacio por distintos medios, desde distintas concepciones. La atención al espacio es constante. Incluso en títulos como Almendra o Umbilical, aparentemente alejados de él, ese interés resulta, como veremos a continuación, esencial. Almendra alude a ese óvalo formado por la intersección de dos círculos que, a su vez, se transforma en metáfora del espacio que se va abriendo en el cuerpo de la mujer gestante para dar lugar a otra (?) vida. En esa misma dirección parece apuntar el título del último de los libros incluidos en este volumen, Umbilical: la vía que conecta el cuerpo gestante con el naciente.

 

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Pero, como habíamos anunciado, de entre los elementos del paisaje de los que el poema se apropia y con los que construye su espacio, uno nos parece  particularmente significativo: el muro. La identificación entre el espacio de la escritura (la página o el texto) y el muro se produce de forma continuada en esta obra reunida y a veces se hace explícita al apoyarse en metáforas en que ambos términos quedan asociados por la lógica de su creador, como ocurre en una de las primeras series de Territorio en penumbra, donde puede leerse “Disemina en el muro/ los nombres del objeto” y “Blanco/ despojamiento/ de la voz sobre el muro”. No se trata solo de una imagen motivada por la asociación de dos superficies formadas por la reunión de una serie de unidades (palabra-piedra) también emparentables metafóricamente. Tal vez la clave simbólica de esta figura se encuentra en el hecho de que el muro, y sobre todo las grietas que se abren en él, define y a la vez desafía una de las más fuertes intuiciones asociadas con la imaginación espacial: la acotación del binomio interior/exterior. El tabique de estas habitaciones de lenguaje tiene dos caras: es lo que divide en dos un espacio previamente indiferenciado, pero también es lo que pone en contacto los lados que separó. El muro es conducto, no solo contención. Luna enfatiza (recurriendo a un recurso, el oxímoron, que abundan en su poesía) el carácter inestable de la pared. No su solidez, sino su apertura. O mejor, no solo su solidez, sino la posibilidad de convertir la división en vía (intersticial) que nos lleva al otro lado —al lado del otro. Así llegamos a otra identificación crucial en estos poemas: la que asocia texto y muro a través de un sorprendente aprovechamiento de la cercanía gráfica entre la figura de la línea de escritura y la grieta en la pared. Esta especie de close-up que concentra la atención en un detalle del muro —el que lo despoja, lo cuestiona y subvierte su lógica— ilumina tanto los motivos del interés de esta poesía en lo espacial, como ciertos detalles cruciales de su poética. La alusión a uno de los capítulos (“La dialéctica de lo de dentro y lo de fuera”) de uno de los referentes teóricos mejor conocidos sobre este tema, La poética del espacio de Gaston Bachelard, ofrece un buen punto de apoyo para abundar en el sentido de esta peculiar visión de la muralla[2].

Se descubre, en la manera en que Luna reconfigura las metáforas espaciales, una nueva muestra a esa oposición a todo lo dogmático y taxativo, ahora articulada en torno a rigidez con la que la geometría intenta acotar el mundo. Como nos recuerda Bachelard, la geometría se utiliza constantemente para simplificar la comprensión de los territorios propios de la identidad y la ontología. Mediante la proyección de nociones espaciales a estos ámbitos se construye la ficción de una separación neta entro lo íntimo y lo exterior, del mismo modo que “aquí” y “allí” dividen lingüísticamente el espacio en el que, sin embargo, no existe ninguna otra línea divisoria. Bachelard entiende que, frente a esa imaginación normativa que “da a esos adverbios de lugar poderes de determinación ontológica mal vigilados” y “tiene la claridad afilada de la dialéctica del sí y el no que lo decide todo”, la imaginación poética multiplica y diversifica en innumerables matices la experiencia de la intimidad, ofreciendo unos “movimientos de cierre y apertura tan numerosos, tan frecuentemente invertidos, tan cargados, también de vacilación, que podríamos concluir con esta fórmula: el hombre es el ser entreabierto”. En otras palabras: frente a la intención de acotar la percepción mediante opuestos conceptuales indiscutibles, tajantes, lo poético insiste en aperturas constantes e insospechadas. Frente al muro, su grieta.

 

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Luna leyendo en Casa de las Américas de Poesía Americana
Crédito: https://www.flickr.com/photos/casamerica/17114104000

 

La insistencia en la fisura contradice la apariencia de lo sólido y matiza la distinción de lo que cierta razón quiere percibir como separado. Se trata, por tanto de hacer surgir ese espacio otro que todavía ofrece la posibilidad de un encuentro entre lo propio y lo ajeno. De hecho el muro, en la visión poética de Luis Luna, se transforma en útero y esa línea-grieta en cordón umbilical. Lo que dividía y cerraba da lugar a la vida.  Se trata por tanto de la deconstrucción de esa lógica que impone la toma de partido entre un aquí-interior o un allí-externo; y, por extensión, rechaza cierta racionalidad que fortifica la razón de lo incontestable. Si la razón filosofía o la ciencia, como nos recordaba Octavio Paz en El arco y la lira, se fundamentan en la dualidad que estableció Parménides (“El ser no es el no ser”), la razón poética, la que subscribe y regenera este Language rooms, desborda la oposición; su grieta nos permite ver otros mundos. La rigidez se transforma en posibilidad de tránsito y da entrada a lo que nos transforma.

Por esa grieta se cuela el saber de la poesía. Por ella se filtran los cinco libros que reúne Luis Luna. El lector queda advertido: una vez abierto el volumen, no podrá volver a cerrarse del todo.

 


 

 
 

 
[1] V. Mónica de Pereira. “Entrevista a Luis Luna”. <http://testimoniosautorizados.blogspot.com/2011/05/luis-luna.html>

[2] V. La poética del espacio. Madrid: FCE, 2000. Pp. 250-270.

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