Por Danielle Fournier*
Crédito de la foto (izq.) el autor/
(der. ed. Lustra)
Por montes y por valles,
la poesía de Francis Catalano
La escritura de Francis Catalano es sorprendente. Desconcertante sería más justo decir para referirse al que podría ser considerado como el Jack Kerouac de la poesía.
Como el novelista y poeta estadounidense, no extranjero sino una suerte de emigrante en su país y en su lengua, Francis es quebequés, habla y escribe en francés, su lengua materna, al tiempo que traduce del italiano al francés.
En efecto, nacido de padre italiano y madre quebequesa, el joven Francis Catalano aprende italiano en Italia, más precisamente en Roma, gracias a una beca de estudios. Allí se encontrará con miembros de su familia paterna y se casará con una romana. En general, la biografía de un escritor no revela la calidad ni la singularidad de su escritura. Este tampoco es el caso; sin embargo, aquí destaca una dimensión: la lengua en continuo desplazamiento. Y el cuerpo que se mueve, va y viene, regresa para volver a partir.
El poeta es un viajero: el tópico del lugar se ha hecho añicos, movedizo como es: desde las Américas a Europa, se entremezclan ciudades, rutas, calles, plazas y países; se pierde y se encuentra consigo mismo; regiones y vida cotidiana del poeta viajero: una comida, un ensueño, una bebida, un olor, una palabra… y se abre el poema.
Las referencias literarias y poéticas son numerosas. ¿Serán acaso su palimpsesto? Nelligan, Aquin, Plath, Bonnefoy, y aquí yo me permito reconectar el exergo de este último en un poema de qu’une lueur des lieux: “La imagen de una imagen de una imagen (…)”. ¿No hay en esta manera de ser también un segundo intertexto, un guiño a Marcel Duchamp?
Dualidad: la presencia y la ausencia, porque el lugar, en tanto tal, en sí mismo, está ausente en y de él mismo; solo está presente si es visto, mirado, reconocido como tal. Dicho de otro modo, él no existe sino para quien lo ve, el que ve. Con todo, el presente es también otra cosa. Es por cierto un tiempo de conjugación al que se lo encuentra en todos los modos; es el tiempo poético de Catalano, como si sus poemas fueran escritos en el momento en que sucede la acción, el suceso; el choque, se podría decir, el choque o el encuentro con el presente. Otra referencia -esta de carácter filosófico- sería Heidegger y sus pesquisas sobre el ser y el ente. Y, para imitarlo, diría que el poeta sobrepasa al lector en la medida en que debe escribir mucho para escribir algo…
El poema es, de alguna manera, una delectura del espacio, del tiempo. Se apropia de algo real en el instante mismo de lo real visible[1]. La escritura permite muy justamente re-conectar el espacio con el tiempo y la materia; hacer con ellos una lectura desligada. Acaso podría pensarse en el mito de la caverna de Platón, si bien para Catalano el mundo sensible no es la prisión del alma. Aunque se trate de una delectura, el poema vincula al hombre con el universo. Entre ellos se produce una suerte de búsqueda ontológica que va más allá de cualquier desplazamiento. Evidentemente, el lector percibe bien que no se trata de una escritura espontánea. Lejos de ello.
En su novela On achève parfois ses romans en Italie[2], el poeta, siempre viajero, cuenta la historia de su aprendizaje de la lengua italiana a través del aprendizaje amoroso. La geografía de la ciudad se mezcla con la del país, con las emociones que hacen posible este desplazamiento, y con las que le harán conocer “las delicias” de la vida. La lectura de esta novela, entre qu’une lueur des lieux y Au coeur des esquisses, produce una curiosa mezcla, una combinación de Dante, del saber, de la imitación, de la formación y de una vida cotidiana diferente de lo que el autor parece haber conocido. Aquí aún se verifica una curiosa amalgama del ser y del hombre. Pienso también en Sísifo, símbolo de la búsqueda de libertad, de la fidelidad a sí mismo, de la perseverancia y del eterno volver a empezar. ¿Qué va a hacer a Italia el narrador sino encontrarse, a reiniciar la vida de su padre, quien antes había abandonado su país? Hay que notar que el narrador debe partir para aprender italiano. No lo aprenderá de su padre. ¿Es que esta ausencia de lengua, esta ausencia en la lengua diría algo de sus dos poemarios? En esta carencia, en esta ausencia, ¿no desea él estar en otro lado para estar en la lengua?
Asimismo, hay que destacar el trabajo esbozado del poeta. En efecto, realiza esquemas o coloca puntos que dibujan una escritura la cual escucha el silencio, y que comienza y recomienza sin cesar. Ella desea nombrar al Index[3] lo que se oculta del sentido permaneciendo oculto en lo real de lo visible. Ahí aún se da una aparente contradicción; digo aparente solo porque el texto va más allá de lo que permite ver dejando abierto el lapsus oculi que haría posible ver regiones sin fronteras o, si se prefiere, vislumbrar lo invisible, lo ilegible.
La poesía de Catalano, en principio formalista, hace estallar tales formas para ir más lejos, hasta alcanzar lugares inexplorados de la memoria: abiertas a todas las metamorfosis, pero también a una metaforización de la lengua. “Estos poemas [qu’une lueur des lieux] del espacio y del lugar de paso se inscriben claramente en nuestra realidad actual. Entregan a la vez una cartografía y un recorrido por América, nombrándola y atravesándola sin jamás dejar caer en lo sombrío lo que nunca ha sido visto”. Esto es lo que subrayó el jurado del Gran Premio Quebecor del Festival Internacional de Poesía 2010 de Trois-Rivières de Quebec.
Ese carné de viaje que es Au coeur des esquisses forja imágenes fulgurantes en su realidad efímera. Siempre de unos lugares a otros, multiplicados al infinito, el poeta ve el mundo entre los dedos, lo ve como una mano desde ya abierta, con la palma vuelta al cielo. Se trata de un texto donde cabalgan pensamientos, poemas en verso y poemas en prosa; de un texto más marcadamente “formalizado”, lo que le impide ser portador de elocuentes estallidos. Si se habla aquí de capas, de estratos suspendidos en el azar de paisajes, esto se produce en fulgores interiores. Ni fuga, ni exitosa evasión, este libro, en el sentido básico del término, reúne visiones nocturnas a la luz del día.
Con una forma en apariencia no lograda, incluso inconexa, progresiva, la poesía, los versos de Catalano van y vienen, creando sin pausa una realidad en la que se apoyan los espacios. El poema, como un transportador, deja transparentar en su luz paisajes graduados donde la escritura queda como un lugar de paso.
¿Cuánto de precisión le corresponde a la espontaneidad? ¿Cuál es el aporte de la iluminación a lo innombrable? ¿Del esbozo a la composición? Creo que en este punto habría que volver a la noción de modalización.
Los textos de Catalano siguen un trayecto obligado, sin que por ello formatee la escritura. Ellos permanecen abiertos. Son como un excedente, sin ser un ejercicio. Acaso la mirada se pose espontáneamente en algo; en compensación, ya que esta mirada escribe, construye una ficción. No se puede pues leer esta poesía únicamente de conformidad a su estructura en vista de que ella nos “cuenta” un doble viaje: el de los lugares y el de esta visión de los lugares. Así, los campos lexicales, más allá de los lugares, del desplazamiento y / o de la luz, tocan lo que hacen humano al ser humano, la sensibilidad frente a lo que es y se siente.
La poesía de Catalano es casi una danza con las formas, una invitación a bosquejar gestos sin un objetivo preciso, a ir dando saltos por el mundo. Leerlo, sea a través de su poesía o de sus novelas, es entregarse al mundo, es entrar en el mundo.
*Directora literaria de Éditions L’Hexagone
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[1] Se podría decir que la poesía hace visible lo visible pese a que esté en lo invisible.
[2] Éditions de l’Hexagone, Montréal, 2012, 365 p.
[3] Otro título de Francis Catalano publicado por Éditions d’union, Montréal, 2001.