Por José Miguel Perera*
Crédito de la foto el autor
La poética imposible de Aventino Sarmiento
¿Existe, realmente, Aventino Sarmiento**? Con una cierta precisión y exactitud, ¿se podría saber quién es o fue Aventino M. Sarmiento Pérez? Y si la duda emerge entre el pasado y el momento presente, el dedo que señala al futuro nos deriva —sin remedio— hacia esta otra cuestión: ¿podrá ser acaso posible algún día Aventino Sarmiento?
Las preguntas anteriores nos son, para el caso, tan necesarias a la hora de poder entrar a hablar con pie adecuado de la poesía de un escritor desconocido no solo para la práctica totalidad de la crítica hispánica, sino también para la mayoría del mundillo poético y literario de las Islas Canarias, desde donde ha creado e inscribe sus letras quien hoy nos convoca. Para mí mismo Sarmiento se convirtió durante décadas en una figura de sumo interés lírico escindida entre la certeza y lo obtuso, tras haber descubierto en primer lugar, en mis años universitarios de la capital grancanaria, el que fue su segundo libro, Las sílabas del sol (1991); y tras haberme hecho, casi milagrosamente, con su primer cuadernillo de versos, Hemisferio (1984). Después de estos la aparición pública de sus textos se tornó casi nula, con apenas dos exiguas participaciones en las antologías Acantilado y silencio. Panorámica de la generación poética grancanaria de los 80 (2004) y Bitácoras… las cosas tras que andamos (2016).
De que existía como ente humano, de alguna manera, yo era consciente, pues así me lo certificaba un amigo común; y que incluso había estado fantasmalmente en la presentación de uno de mis poemarios, también lo conocía… Y así un día, casi como acción y presión vertical del tiempo y de las ganas, me encontré de frente con su rostro crédulo y sonriente para emplazarme en la presentación de lo que era ya un nuevo libro suyo autoeditado, tantísimos años después: Cimbras (2017). A partir de ahí supe por su boca que todos estos lustros no habían quedado en babia, y que Aventino Sarmiento seguía siendo un poeta, secreto e inédito, con muchos materiales reservados y en proceso, reacios por diversas raíces a la exposición y al auditorio; pero con la maravillosa disposición e inminencia celebrativa de ir sacándolos, poco a poco, hasta la orilla del mundo y los límites lectores.
Contestando en cierta forma a las preguntas iniciales, puedo entonces certificar con mi testimonio, de este modo (y a pesar de lo que impone la actual situación mediática que defiende que lo que no está en las redes sociales y en el escenario de la farándula no es), que Aventino Sarmiento existe y que además sostiene sus movimientos corporales —profundamente todavía— abrazados a sus diagonales y abocetadas líneas poéticas. Tal es así que en mayo de 2019 autoedita otro poemario, en edición no venal, Voz de balandro, y además advertimos que en unos meses saldrá a la luz otro libro más suyo.
Para nuestros entendimientos, este hálito etéreo, entresesgado de enigma definido y arcano certificante, anda sucesivamente presente en los versos de nuestro protagonista; lo que, por ende, nos parece que entrega al atento lector que nos otea un apto y pertinente cimiento antes de apuntar las principales ideas de este ensayo sobre su poética, del que en buena medida dimos cuenta oralmente el pasado 28 de marzo de 2019 en la Biblioteca Pública del Estado de Las Palmas de Gran Canaria, durante la presentación de Cimbras, junto al autor y al también poeta José Miguel Junco Ezquerra.
Los apartados que a continuación desandaremos no caminan al voleo ni a sus anchas, sino que se interconectan en variedad de pegatina constante. Por supuesto que el hilo conductor de todos ellos es el verbo, la palabra alzada sobre las páginas que en este poeta prorrumpe y se carnifica con prensados y dilucidadores escorzos.
Autores. Son numerosos los nombres propios de poetas que aparecen —aludidos o citados— en estas páginas, con lo que aquí solo alcanzamos algunos repuntes que creemos destacados en esta original propuesta de escritura. Como suele ser habitual, acercan en parte sus inclinaciones lectoras, sus apalabrados gustos sibaritos. A lo largo de esta obra leemos los nombres de Paul Eluard, de Rainer María Rilke, de Pere Gimferrer o —con especial incidencia en su primera época— de los insulares Eugenio Padorno y Andrés Sánchez Robayna. En Cimbras toman la delantera Blas de Otero, Kavafis o Fernando Pessoa, entre otros.
Sin embargo, acaso hay dos reforzados y reforzantes en su asombrado sendero lírico, y ellos son erectos el insular canario Alonso Quesada, más en los últimos poemas de Sarmiento, concretamente en todo lo tocante al escepticismo y la crítica implícita del mundo moderno y la urbanidad; y el insular cubano José Lezama Lima, por su espirálica verbalidad de enarbolada capacidad sorpresiva. En este sentido, sopesamos como foco iluminador de fondo para esta poética completa aquel lema platónico, por vía lezamiana, de lo difícil es estimulante…
Paisaje. La naturaleza hecha paisaje aquí es siempre verbo, explícitamente, sobre todo en Las sílabas del sol (SS). Por el estilo dimanado, por su escritura zigzagueante, lo que se observa parece ser y al compás no ser, con lo que las realidades indicadas se alteran y disuelven su univocidad, su cerrazón prieta. Así se revuelve, agita y conforma la existencia toda porque los motivos personales singulares se unen sin disociación a los aspectos plurales colectivos: La misma existencia está rodeada de otra isla. Desde esta perspectiva —digamos— ambigua que apalabra la extensión del universo, son claves los deícticos del aquí y del allí, donde el aquí de la mirada se hace allí en la revolución transformadora de las sílabas dispuestas. Por eso en SS se dice que brotan las veredas al poemario, esto es, las diversas posturas diferenciales del decir abren caminos desconocidos desde la vida neutra.
En la lectura concreta del mundo que se patenta, hecho literalmente verbo, es vertebral el mar, siempre el mar… que lo genera y regenera perpetuamente. Sigilosa pero abrumadoramente, como simbología de la existencia entera, tenemos la obligación de nombrar y denominar si queremos arrancar algo al conocimiento. Si no fuera así, la inmensa masa marina —la realidad— se volcaría vacío y nada para el humano personal-colectivo. El propio poeta define sus creaciones, en SS, como escritura de playa en la que mientras lleva el vacío / Palabra Mar: una suerte de poder ser dicho para poder llegar a ser –acaso– dicha.
En el determinado proceso de verbalización de las circunstancias del autor afloran numerosos elementos léxicos, reiterados y recurrentes, que contribuyen a dar trozos de esta silueta original de su propuesta, y que vienen asociados mayormente al paisaje insular canario: retamas, aulagas, juncos, diversos árboles frutales, laureles, álamos, olivos, higueras…; también el otro continente de las aves, como se bautiza en SS: palomas, cuervos, mirlos, cernícalos… Todo ello regado tensionalmente con el repetido ojo del sol, que siempre da una temperatura justa a las estrofas, y con las señales celestes de los cirros, emblema metafórico cuasiobsesivo del trazo escritural de Sarmiento.
Al unísono resuenan no pocos topónimos que tienen correspondencia con la geografía palpable, pero que simultáneamente detentan una lectura simbólica o segunda lectura, por lo que hemos ido diciendo más arriba de la diagonal trazada por estas palabras sin pretiles. Hablamos de los paisajes isleños del Sur (Arinaga, Guayadeque…), que recuerdan por momentos a algunos elementos de la poética de Juan Jiménez; del Centro (especialmente Tejeda, cuna del literato); o de las coordenadas del viaje, que en el desplazamiento a Grecia y Roma revierten, además, mundo histórico occidental clásico. En Cimbras notamos fundamentalmente una extensión de estas ideas anteriores, con algunas particularidades, como el desplazamiento mayor hacia el Norte, dentro de las connotadas posiciones insulares: cuesta de Silva, El Hormiguero, Bañaderos, Sardina, La Atalaya de Guía o —incluso— la propia capital grancanaria (los barrios de San José, Vegueta, El Risco…); puntos espaciales poetizados que se entremezclan elocuentemente con la temperatura biográfica personal y con la historia de la propia isla de Gran Canaria. No en vano, en Aventino Sarmiento notamos con frecuencia esta tendencia al señalamiento histórico de lo temporal sucedido que, mirado al través de las gafas retóricas de su pluma, regurgita en abanico de significancias amplias.
Erotismo. Lo erótico es barranquera continua en esta cobertura. El verbo-paisaje, con el mar por foco neurálgico y folio alegórico, está repleto de un ritmo y un vaivén que animan las vocales para que se hagan materia, palpabilidad, toque, fecundación. La piel-palabra hace aquella (otra) isla oculta, despierta el idioma hacia la profundización, desde el movimiento-amor manoseante. Contemplación que se torna grafía y que también se escora testimonio (personal y plural, singular y colectivo). Ritmo enérgico y ritmo calmo dialécticos y, sea como sea, el mar transfigura / a aquel que camina sentado / en el peñasco. El oído, la vista, el tacto… van metamorfoseándose, historizándose en los vocablos de la página humana, que se adelantan tantas veces declaradamente sexualizados (vulva, sexo…). Y aunque apenas se utilice la segunda persona, en conjunto se percibe un panorama extensivo hecho en este caso cuerpo de mujer, por eso es que en la marea se asoman blusas, faldas, muslos, melenas, espaldas y nalgas… Mas la parte sinuosa que define esta corporalidad, y que se muestra obsesiva y ofuscada en la presente obra, es la cintura, curvatura (nunca línea recta fría) de las esferas erotizadas, hechas carne y concreción (¿Qué ortografía sigue su cintura escrita del deseo?).
La celebración del amor erotizado es llamado, en Cimbras, dones: regalos de la vida que enraizan, que agarran a la tierra y que la celebran; pero sin olvidar el paso del tiempo y la huida, el zarpazo de la muerte y el dolor amachetado. De ello procede que se genere su particular carpe diem, silabeado en este contexto dones del solarium, los que intentan apuntalar el planeta de la vida percibido en descomposición al través del asueto de los viernes (es palabra suya), que decrecen esta destrucción de la actualidad inoperante, del paso rastrillado de las épocas. Placeres entre los que está, asimismo, el lenguaje como suerte de paladeo sutil en el que la sonoridad y los trazos se vuelven vino y burbuja espumosa entrelíneas, como diremos.
Escritura. Más arriba comentábamos la irreparabilidad de la aguda consciencia lingüística desbordada en la poética de Sarmiento Pérez, además de su gustificación narcotizante en las palabras. Tal es así que una de las marcas evidentes en este cauce interpretativo son sus juegos fónicos, que también enlazan con el gozo y el erotismo derramado. Hablamos del placer en los sonidos, su amor constante a la materialidad de lo oral y la música sonante, y ejemplo de lo que expresamos son construcciones como tiembla timbres, obsidiana obsesiva, de la crítica vocal de cal, tacto sintáctico… En Cimbras, además, leemos: perla plena plaza, barrios barridos, oí hoy ahí, ojos hojas… Ahondando en lo dicho, asimismo, añadimos a estos elementos las llamativas fracciones verbales que basculan entre el sonido y las letras, como los ver-(ver)sos, los send(a)eros o baña(d)eros…
La multiplicidad interpretativa procreada en la sugerencia fonética se une a singulares imágenes atrevidas y sorprendentes, especialmente en sus comienzos de los años ochenta. Hacemos referencia a trozos como estos: los ojos tristes / como redes de estrellas (SS), ojos pegados a la luna (SS), una calma de relojes azules / embriaga a los fantasmas (SS); o en Cimbras: lagartea el tiempo el hormiguero, para la migración de las aves de los versos de los astros… El resultado del móvil lírico son asociaciones complejas de raíz simbólica en las que todo anda señalando, suscitando, insinuando. A más sugerencia, más ambigüedad; lo que —desde nuestra perspectiva crítica— promueve una percepción de la realidad antiabsoluta y polidimensional, es decir, mayormente abierta y curvada —anotábamos—, tolerante y tolerable, repleta y enferma de posibilidades.
Los blancos de las páginas, desde su primer Hemisferio, son mallarmeanamente reveladores de latencias en lo espacial vacío, en el silencio figurado y desfigurado, en la estela que comentábamos de etapas previas en las proposiciones de Eugenio Padorno y Sánchez Robayna. Igualmente hablan los puntos suspensivos, aunque temprano la puntuación en estos poemas se esfuma prácticamente para siempre y por ahora. Se reducen en un similar tono los bloques de palabras en los comienzos, y en los ulteriores tiempos los versículos son confundidos con las prosas; siempre —eso sí— en una escritura que, por su conceptualidad y condensación, podría bautizarse de telegráfica.
En Aventino Sarmiento, como podemos reobservar, su concepción de la existencia y del paisaje desde estos amagos erótico-corporales no sería vehiculada (no sería) sin un trabajo plenamente esforzado y reiterado en y con la palabra. Por eso insistimos en que para él la realidad es verbo y se conoce en su propia enunciación, que nunca tendrá fin, por lo que tiende a infinito… Si caemos en la cuenta de este propósito entenderemos con más atino las relaciones contrariadas y las persistentes testarudeces con los textos: su escasa publicación, sus vacíos lingüísticos infértiles de años, sus variantes de poemas (incluso en los doblemente publicados), su tanta dicción inédita. La escritura, en él, es ministerio serio y de una gravedad que puede llegar a ser calificada como (casi) enfermiza. Por contra, a nosotros, para los tiempos que corren, de tanta exposición superflua, dicotómica, castrante y sedante, se nos muestra como un apreciado adalid de la dignidad poética.
Memoria. Si pudiéramos hablar de asuntos en esta jugosa poesía, sería entonces el principal el del tiempo: ¿y no es ese —acaso— el gran enganche humano? Se trata de un motivo que asalta de lleno su literatura hasta el presente, y desde SS lo certifica sugestivamente con dos vigorosas palabras claves: Neolítico y Milenio. Tal y como se aprecia, en estos amagos se oscila entre lo ancestral y el futuro (siempre engrasados de misterio, diferencia y cambadura) como arranque flexivo hacia el conocimiento de la identidad (personal-colectiva): Y surge otro enigma / en el mismo centro de la isla. Las coordenadas espaciales-paisajísticas, en Aventino Sarmiento, tienden a ser parte de una insularidad —además— temporal, donde lo inmemorial lejano (en muchas ocasiones apuntado en la palabra-eje obsidiana) intenta revertirse deseo futuro, donde lo inédito pareciera inspirado por los enigmas impenetrables del pasado: aunque nos acerquemos / al otro lado del Milenio / arrastrando la memoria del mar (SS). La memoria que leemos camina ligada al mar que —como la página limpia y seca— anda hueco si no se nombra, si no se desentraña girándolo testimonio, recuerdo de la fiesta y del pesar. Se navega con la necesidad de verbalizar en y a toda costa, a pesar de los pesares y del reiterado telón de fondo del silencio…: el silencio del primer verso / reposa en la hinchada redondez / de la noche… … … / la música / de la isla y del milenio (SS).
Y en ello nunca puede dejar de vibrar la ética, por eso el tiempo es el otro, el otro tiempo del agua, la no coincidencia consigo mismo que nos desencierra, para dejar puertas abiertas a la modificación y al meneo, a las superficies insólitas y a los abismos novedosos. Otra vez en esta deriva se inyecta una poción contra la unidad, contra lo absoluto, diría que incluso (y a pesar de sus referencias clásicas mediterráneas) contra el mito. El tiempo se hace y se reinicia en la palabra presente que mira el futuro contra toda limitación humana: horizontes y utopías desde la lengua insular que Sarmiento encarna con su ver-so / ver-bo. De ahí que escriba —para mí— una de las más llamativas afirmaciones (poéticas) de la literatura canaria de todos los tiempos, que necesitaría un comentario extenso pero que en este ensayo solo se acerca como invitación a cabalgar y a especular sobre ella: al noroeste de África el idioma es el recurso a la distancia, el fetiche que ahuyenta los fantasmas de las palabras en su origen (…) al noroeste de África el idioma ya no es cerco.
De estas maneras, entre espacios y tiempos silabeados desde sus circunstancias personales y comunitarias, a medida que pasan los años la perspectiva del poeta se va haciendo más explícitamente social. No obstante, nunca destierra la intensidad que dan las sombras, la inexactitud congénita de la ex-istencia en su lenguaje. Por ello debe entenderse, e intentando precisar, que el compromiso siempre ha estado, si bien sus últimas salidas tienden a una mayor inclinación hacia las cotidianidades, hacia las concreciones —digamos— mundanas: el mercado, el banco, los cajeros…
En Cimbras (término fonéticamente hermano de las aludidas sombras) se explicita con múltiples siluetas puesto que el poemario viene a ser una especie de crónica (lírica) de la destrucción del mundo humano, o de un universo más o menos cargado que se desgaja de determinados valores y soportes, las propias cimbras; nostalgia utópica —si se me permite así extenderlo— que puede hacerse evidencia y materia en una vivienda tradicional del núcleo rural de Temisas o del propio barrio periférico de San José, en Las Palmas de Gran Canaria (también clave en la biografía de nuestro protagonista). La ciudad se alza incólume en su tremenda deshumanización acosante, porque —nos dice— no solo puede ser urbe, sino civitates. Por eso necesita asientos para parar, para la paz y la escucha suave y atenta más allá de la bulla reiteradamente moderna, contra el progreso que arrasa la vida porque arrincona el sufrimiento y los silencios de los débiles y las víctimas, incluso de la propia naturaleza; porque es la vida al completo lo que anda en juego. El asueto de los dones de los viernes no olvida nunca esta insular rajadura planetaria y siente su anhelo en buscar lo bello solidario (tras el nubarrón).
Pero, sin lugar a dudas, el sostén que nunca podrá quedar relegado en toda po-ética-lítica, la acción siempre necesaria, la que nos tendrá que acompañar sin remedio, será la escritura diagonal como columna vertebral de la utopía, por ende, del futuro (posible) en la dignidad y lo más cerca de eso que se arropa con el cuño felicidad. No se plantea en estos versos solamente la trascendencia de la palabra por hacer pervivir a través de lo escrito, sino —y sobre todo— porque ante la descomposición del mundo nos quedará siempre el poema indescifrable, rostro inútil dentro de y para esta sociedad encanallada que se embasura. Hay, como consecuencia, necesidad de una academia de aprendizaje de utopías para aprender la geometría de la uve o de la urbe –dice Sarmiento–; y, más que nada, porque (y este debería ser un emblema colgado en todas las entradas a las capitales urbanas canarias y mundiales) la salud de la urbe también reside en los poemas imposibles.
*(Islas Canarias-España, 1978). Poeta, investigador y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica por la ULPGC (España). En la actualidad, es profesor de Enseñanza secundaria de Lengua y literatura, coordina la Biblioteca Sebastián Padrón Acosta y es coordinador de la revista electrónica BienMeSabe.org (www.bienmesabe.org). Ha publicado en poesía Trenístenla es venida (2003), Espíritu de campanario (2016), La boca de las alucinaciones (2018) y Que nada de esto es silencio (2019); en ensayo Literatura canaria con identidad (y más allá) (2017) y 10+-3. Poetas das Ilhas Canárias / 10+-3. Poetas de las Islas Canarias (2018, coedición con Oswaldo Guerra Sánchez y Miguel Pérez Alvarado).
**(Tejeda, Islas Canarias, 1956). Poeta. Ha publicado en poesía Hemisferio (1984), Las sílabas del sol (1992) y Cimbras (2017). Mantiene inéditos varios libros: Grija [2000-2004], Como tilde de buque [2010], La cera de Ícaro [2012-2014] y Estancias: Burano [2014]. Parte de su obra se incluye en la antología Acantilado y silencio. Panorámica de la generación poética grancanaria de los 80 (2004), así como en el libro compilatorio Bitácoras… las cosas tras que andamos (2016).