Comentario crítico por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto (Izq.) Ed. S Libros /
(Der.) Aleyda Quevedo Rojas
Poética de la enfermedad
o la mitad opuesta de Juan Secaira*
Si el cuerpo es siempre profundo pero es aún más profundo en la superficie. Si los
condicionales son de dos tipos, reales e hipotéticos. Si estás empujando,
empujando, empujando y luego comienza a arrastrarte.
Anne Carson
El ejercicio de escribir-vivir como respuesta al dolor. Esa es la estética que nos plantea el poeta ecuatoriano Juan Secaira Velástegui, (Quito, 1971), en su más reciente trabajo titulado La mitad opuesta, 2017.
Los versos reflexionan en torno a la enfermedad que destruye, muta, desgasta y gasta el cuerpo. Ir a la muerte desde la escritura, ese territorio inevitable, que pasa por la enfermedad, como un aprendizaje para aplacar-controlar ego y vanidad, para recuperar el umbral del amor, fortalecer los frágiles hilos de la familia y explorar al límite el dolor creando así una poética de la enfermedad, insertándose en la gran tradición inaugurada en el Ecuador por la gran poeta Ileana Espinel Cedeño.
Susan Sontag, escribió: “Pese al individuo, la enfermedad traiciona lo que éste no hubiera querido revelar”, y Secaira la persona y el poeta se transparentan, se nos muestran honestos, sin discursos lastimeros, valientes los dos, se nos revelan-develan: poeta y persona, quizá demasiado humanos para éste mundo que apesta y engaña.
El cuerpo es el que canta, el que grita afinadamente, habla y muta, el cuerpo que susurra los padecimientos graves de una sociedad en constante descomposición. Lo doloroso, lo degenerativo, lo atroz y ajeno se revelan en éste crucial libro de la lírica ecuatoriana contemporánea.
El mal llegó a la vida del poeta en 2010 y desde ahí su escritura y sus lecturas, así como sus noches y afectos se convierten en una constante pérdida, en puntos variables que van de diagnóstico en diagnóstico, de exámenes y medicinas nuevas y viejas, a laboratorios y acertijos de médicos raros, terapias de prometido alivio, resonancias de dudosa eficacia, sangre que se extrae y regresa en forma de alimentos de curación. Y en el caos de la enfermedad, el poeta canta con la mano que aún se conserva sana: “nadie sabe lo que me he demorado en escribir vida”. Y ese canto abre un nuevo y tengo mucha fe que luminoso camino.
Las visiones más enigmáticas y perturbadoras sobre el deterioro del cuerpo están en la poesía de Secaira. Éste es un gran libro de la enfermedad como escritura y destino.