Escritor, crítico gastronómico, periodista, ensayista, empresario, publicista, astrólogo pero, esencialmente, poeta. Rodolfo Hinostroza, Premio Nacional de Cultura 2013, fue todo ello y más. Un forjador de la palabra, un poeta telúrico, una fuerza de la naturaleza con una potencia prodigiosa en cada palabra de sus versos. En mis ojos vivirá la imagen de un Hinostroza fraterno, alegre a carcajadas, confiado en que la poesía es lo único trascendental, y dándome esa confianza, en que los poetas son el pararrayos de Dios. Esta crónica fue originalmente publicada en la revista Prestigia (12), abril 2014.
Por Mario Pera
Crédito de la foto Ministerio de Cultura del Perú
R.H. en su última lectura en la Huaca Mateo Salado
Lima, 2016.
Poeta, pararrayos de Dios.
Rodolfo Hinostroza (i.m.)
Una gota de vino se desliza por la palma de su mano derecha. Su gesto transmite serenidad. De pronto eleva esa misma mano firme, como si en ella sostuviera un cáliz y no la sencilla copa de vidrio que, en apariencia, podría quebrarse en el aire antes de vaciar su contenido por completo. Casi como una lágrima deslizándose sobre una mejilla, la gota continúa su recorrido por aquella mano grande, pétrea. Se ramifica siguiendo un laberinto de pliegues que para algunos no son arrugas sino surcos que se entrecruzan y por los que discurrieron, décadas atrás, los cauces tempestuosos de los versos de un poeta singular.
La diestra de Rodolfo Hinostroza es, en ocasiones, el pararrayos de Dios que funge de cable conductor entre la inspiración y el mundo material. De aparato transformador que traduce la alta tensión del aliento divino para convertirlo en palabra y crear poemarios capitales para la lengua española, tales como Consejero del lobo y Contra Natura, ambos renovadores de la palabra. “Nunca me he guiado por las ideas, sino por las palabras. El primer verso me lo dicta Dios y viene con una estructura, un tono, y hay que seguir por ahí. Hay que saber reconocerlo”, asegura.
El humor lo caracteriza. Entre anécdotas, sus carcajadas resuenan potentes en cada rincón del ambiente, lo habitan, hacen que la sala decorada con cuadros de pintores amigos como Enrique Polanco o Herman Braun, retumben y casi hablen de la vida de este poeta hijo de poetas que, paradójicamente, durante su adolescencia se rehusó a escribir. “Tuve que aceptar que tengo un don […] me costó mucho trabajo porque mi padre era poeta, muy buen poeta, mi mamá era muy buena prosista y a mí me costaba ubicarme en esa familia. No quería competir contra mi padre ni mi madre, por eso me metí a estudiar medicina”, confiesa con una nostalgia que fluye entre sus labios.
Sin embargo, dos momentos claves refrendaron su vocación literaria. Uno con su amigo, el recordado poeta César Calvo, quien lo puso entre la espada y la pared en San Marcos en momentos en que Hinostroza dudaba entre estudiar medicina o pasarse a literatura. “¡No se puede ser poeta y médico al mismo tiempo! […] tienes que decidir ahora, porque la poesía es ponerse en manos del destino”, afirmó Calvo. Y, desde aquel día, se puso en manos del destino.
Igual de importante fue un encuentro con Mario Vargas Llosa. Hinostroza le comentó que no escribía por falta de tiempo, por cumplir un horario inflexible de trabajo, a lo que el Nobel le increpó: “¡Escribir es un trabajo! ¡Es trabajo, no es un hobby, no es algo que puedas dejar, tienes que defenderlo!”.
En la pared cuelga una pintura de Braun. En él se observa a un Hinostroza impasible pero en movimiento, con el rostro cubierto por un sol que lo ilumina en diversos tonos. Así, la metáfora del iluminado, del poeta irradiado por la inspiración, cobra sentido. “Los poetas tenemos esa característica de podernos conectar con otro tipo de pensamiento que está en el hombre, pero que el hombre no sabe usar y nosotros, los poetas, aprendemos. Podemos conectarnos inconscientemente, porque no puedo empujar a la inspiración para que venga, pero sí la acojo cuando viene. La sé reconocer y la acojo”, comenta.
El poeta y la polémica
Cuando recibió el Premio Nacional de Cultura, en 2013, por su trayectoria como escritor, un sector del medio literario mostró una incomodidad no producida por el galardón en sí, a todas luces merecido, sino porque un año antes el poeta publicó un artículo objetando los premios concedidos entonces y cuestionando, principalmente, la elección del jurado, asunto percibido como una reacción al no obtener el premio en 2012. Sin embargo, más allá de la polémica, el consenso fue que su obra merecía el reconocimiento.
Cuestionado sobre el tema el poeta señala: “Me he ganado mis títulos a pulso y no le he pedido nunca nada a nadie”. Y aclara: “La protesta fue contra la institución por cómo fue planteado el premio […] expliqué que se había atropellado a todo el mundo en su camino. Hablaba de todos, no solamente de mí. Fue un malentendido voluntario. Siempre he sentido el gremio por encima de todas las cosas. Me he criado entre poetas. Los respeto, los quiero y los protejo en lo que puedo, porque es un honor ser poeta”.
En sus palabras se siente vibrar la alta tensión de la poesía. Para Hinostroza, solo el poeta es capaz de renunciar a todo para crear, y esa renuncia se expresa en una palabra contundente que encierra una visión del mundo: “No”. Esa es la primera palabra que debe aprender todo poeta. No.