Por: José Antonio Santano*
Crédito de la foto: www.actualidadliteratura.com
Poesía completa (2014),
de Federico García Lorca
Ha sido objeto de atención recientemente, al cumplirse 80 años de su asesinato, la figura del poeta Federico García Lorca. Nunca el olvido habría que decir a viva voz, como si la sangre de su verbo corriera por sus venas, aún después de muerto. Tras este tiempo transcurrido sus huesos siguen ocultos bajo la tierra, al igual que los de miles de españoles, una injusticia y desvergüenza que no tiene razón de ser y de la que nuestros gobernantes, inexplicablemente, son los únicos responsables. Se han cumplido 80 años y nadie, a excepción de los poetas y escritores, ha querido mantener la llama viva de su recuerdo, de su poesía. La vida de Federico García Lorca fue corta pero intensísima (1898-1936) y su temprana muerte, recordando aquellos versos de Miguel Hernández “temprano madrugó la madrugada”, sin duda alguna, nos dejó un vacío inmenso, suplido solo por su inmensa obra. Pero de todos los homenajes que puedan dedicarse a Federico el más necesario será siempre leer sus textos, y en el caso que nos ocupa, esencialmente su poesía.
Sobre la poesía, precisamente, dijo Federico: «Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía», de “Carta abierta a G(Gerardo) D(Diego). Desde el comienzo Federico muestra una innegable condición de creador que, como se comprueba más tarde, no sólo abarca la poesía, sino otras disciplinas o manifestaciones estéticas como la música, el dibujo o el teatro, entre otras. Federico bebe de la rica tradición literaria española, tanto culta como popular, quizá esta última más visible en sus textos primeros (Libro de poemas, Canciones, Romancero gitano y Poema del cante jondo) y que rompe después con su obra más vanguardista y original, estremecedora incluso de “Poeta en Nueva York”. De “Romancero gitano” es este fragmento del romance “Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla” que muestra ya a las claras esa singularidad creadora, capaz de transformar metafóricamente el mundo que le rodea mediante el poder de la palabra, su palabra, que vislumbramos ya trágica: «El día se va despacio, / la tarde colgada de un hombro, / dando una larga torera / sombre el mar y los arroyos. / Las aceitunas aguardan / la noche de Capricornio, / y una corta brisa, ecuestre, / salta los montes de plomo. / Antonio Torres Heredia, / hijo y nieto de Camborios, / viene sin vara de mimbre / entre los cinco tricornios».
Será, no obstante, su viaje en 1929 a Nueva York, el que proporcionará a Federico nuevos elementos o recursos estilísticos que romperán con todo lo anteriormente escrito. La experiencia americana influirá en su nueva concepción de su poética, se hace más hermético como consecuencia de la nueva realidad, abandona la métrica y la rima para acomodarse al verso libre, en el que tiene cabida una nueva forma de expresión, directa y compulsiva, enloquecedora, onírica, transformadora de esa propia realidad vivida y sentida. Federico vive una experiencia desestabilizadora, la civilización deshumanizada que conoce es la base de su nuevo discurso poético, rupturista y desgarrador, un tiempo para la pura creación en el que las metáforas y las imágenes son perturbadoras, en el que su sentido trágico de la vida (¿premonición de su propio destino?) se hace más patente en sus versos, mucho más dolorosos y tristes, más agónicos. Para ilustrar lo dicho este fragmento del poema “Danza de la muerte”: «Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos, / que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas, / que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, / que ya vendrán lianas después de los fusiles / y muy pronto, muy pronto, muy pronto. / ¡Ay, Wall Street! / El mascarón. ¡Mirad el mascarón! / ¡Cómo escupe veneno de bosque / por la angustia imperfecta de Nueva York! Leer, leer y releer a Federico García Lorca será siempre nuestro más certero homenaje.