Reproducimos, en exclusiva, algunos poemas del reconocido poeta estadounidense Sam Hamill, en versión del poeta argentino Esteban Moore.
Sam Hamill es, además, cofundador de la editorial Copper Canyon Press, y es uno de los más activos iniciadores del Movimiento Poetas en Contra de la Guerra (2003), en contra de la Guerra en Irak.
Poemas de Sam Hamill
Primera nevada
Los momentos que nos compartieron
fueron aquellos que nos separaron,
y ya no están aquí;
nunca más los profundos prados
recordarán nuestros nombres
escritos en la lluvia.
Lo que ha quedado sin terminar
así ha de quedar,
el blanco silencio
desciende ahora a través de los prados
donde las vainas oscuras de los frutos
se abren inútilmente.
Las redes
En algún sitio alguien
a la orilla del mar
al calor de una pequeña hoguera
está desenredando
las pesadas redes del deseo.
Trabaja despacio, sus dedos sangran,
su mente a un tiempo y a medias,
piensa……. escucha……..
sabiendo que sólo el mar alimentará su sed.
Wyoming
El pasado nos alcanza.
Durante todo el día, el humo en los campos petrolíferos
empañó la luz del sol,
asfixió a los últimos gorriones
en la gran planicie polvorienta.
Filamentos pútridos blandos negros lacios
flotan en el aire
como espesas telarañas en la oscuridad, oscureciendo
esta tierra sangrante donde alguna vez
las manadas sudorosas bufaron en grandes estampidas,
estremeciendo la llanura.
El gran cielo
para Jim Welch
El paisaje está desgarrado:
minas y tierra empobrecida,
la delgada memoria de las manadas,
de la gran tribu.
Incluso nuestro sueño se vuelve más liviano.
Grandes nubes negras surcadas por las centellas
acampan sobre la llanura que zumba
como las moscas en las osamentas.
El temor
es más fuerte que el whiskey.
Nuestra búsqueda prosigue,
continúa.
Una carta a Han Shan-tzu
En estos días viejo maestro
te he recordado repetidamente,
en particular cuando algunas personas
dicen que mis poemas
no son, de modo alguno, poemas
sino meramente ocasiones
de provocación política,
y por supuesto quizás ellos tengan razón.
Como vos, tarde en la noche
a la luz de las velas
yo inscribo mis cantos en un muro
y bebo y me inclino brindándote mi reverencia
sólo para comenzar, como se pueda, una vez más.
Entre vos y yo
El hombre solitario –quién ha estado en prisión- regresa a ella/ cada vez que come un pedazo de pan.” Cesare Pavese
En todas partes existen muros.
Pero, ninguno de ellos tan grises, ninguno
tan despiadadamente grises, como estos.
Creés que otra vida vendrá,
el aroma del bar, las dentelladas
que da el viento que viene de la tundra.
Cada taza de café amargo
humea en soledad. ¿Está demasiado negro? la salida del sol
es el otro nombre de la memoria.
Sin embargo, vendrá el atardecer
en que tus manos desenreden los lentos
secretos del amor, re-
aprendiendo la antigua forma
de la oración. Detrás tuyo, los muros
temblarán con tus sombras
hasta que flotes a través de cabellos brumosos.
El pan que partes, la sopa
de la esperanza, animales con el atardecer
en su pelaje –estos también
regresan con el tiempo. Lo que el cuerpo
sabe, lo sabe.
¿Pero, los sustantivos? Los sustantivos
trituran a un hombre:
convicto – prisionero – recluso.
Yo también soy sólo un hombre.
Entiendo la dignidad de ello.
Nunca compré
esos nombres para el mal o el bien.
Reprimiré mi gusto
pero no mi apetito.
La seguridad en la patria
a partir de Borges
Nadie es la madre patria. Los mitos de la historia
no podrán vestir la desnudez del emperador, ningún
discurso podrá conferirle poder a los votos que no han sido registrados,
no se puede honrar a los que viven en la pobreza
con nuestros himnos para los muertos. Nadie
es la madre patria. No lo son los héroes de nuestros
viejos genocidios, las guerras indias, ni aquellos
que navegaron hacia el oeste con cargas de carne humana
en cadenas, ni aquellos en cadenas que fueron traídos
contra su voluntad para trabajar y procrearse y morir
al servicio de sus amos, amos
cuyos hijos serían los que hoy y aquí son nuestros amos.
No, no hay héroes, excepto aquellos
que despiertan para saludar al amanecer con las manos vacías
y el corazón agobiado en un tiempo brutal. Ningún juramento
o solemne promesa revela aquello que existe en el corazón o la mente.
No, nadie es la madre patria. O quizás todos lo son.
Pues, ¿quién puede vivir sin un país de los sentimientos?
Y sin embargo gritamos, «¡Nosotros!» Gritamos, » ¡Ellos!»
Yo rindo tributo a los corazones bondadosos.
Resisto entre los exiliados.
La verdadera democracia no será conquistada
a punta de una pistola cargada, ni el honor podrá fundarse
en himnos o paradigmas baratos
basados en la mentira social. Nadie es la madre patria.
Ésta no podrá ser hallada en la grandilocuencia
de los pomposos imbéciles del pueblo que aspiran a cargos públicos
sólo porque desean el poder. Ni en el brillo
de las medallas en el uniforme vestido por un hombre
cuyo pensamiento es uniforme y obediente
al tiempo que realiza su juramento de lealtad.
La madre patria es un estado de gracia, de paz,
un nuevo mundo que pacientemente nos aguarda.
La madre patria es un estado de la mente, una luz
inundando el jardín, un momento trascendental
una conciencia compasiva, algún verso extraordinario
en algún viejo poema que revela, ejemplifica
una posibilidad… en el tiempo… en el tiempo…
Arte poética
Aquiles, mucho tiempo después de Troya
se aventuró una vez más
y en este partir
retornó a su tierra, regresando a un hogar inexistente
Sí, y que podría conocer él, al igual que Odiseo
el golpe de las olas en la proa
y las historias que recuerdan
la apreciada danza de Tanatos y Eros
y los amores,
triunfos y traiciones del hombre común …
Odiseo sin hogar sobre el mar vinoso,
con el corazón dolorido
sueña a su Penélope
mientras navega hacia el infinito.
Héroes son aquellos
que avanzan en las sombras,
sostuvo Seferis moviéndose a tientas,
ni Thetis ni Circe lo seducirían,
pero el golpe de la ola en la playa,
el sol abrasador del mediterráneo
“remachado” a una rosa,
y las voces,
siempre todas esas voces en el oído del poeta,
rogándole que haga una pausa
durante la guerra
para observar el inevitable balanceo
de una alta palmera,
un somnoliento jardín árabe bajo la dura luz del sol
recordando la casa que una vez nos perteneció,
que fue, por un instante,
una especie de paraíso.
Pero… los sueños pueden agriarse. Y las guerras
simplemente, no surgen porque sí.
Paradis ne pas,
se halla en el interior
aguardando ser descubierto
más allá del dolor,
más allá del sufrimiento
al que no estamos confinados
sin embargo nos encadenamos a él con tenacidad.
El paraíso, le placía decir
al viejo Tom,
el revolucionario irlandés,
es un algo ocasional.
Y Elytis, ese gran marinero en tierra
de los sueños, nos recuerda: el Cielo y el Infierno
están hechos de la exacta y misma materia-
confirmando las palabras de Lao Tzu:
el éxito y el fracaso
se paren, se amamantan
el uno al otro.
Heráclito: el ascenso es el descenso.
El mar se retira; el mar se inflama.
Necesitamos esa historia que sólo
podrá ser contada
por esos nuestros pasos hacia el futuro.
Necesitamos ese relato
que hace girar el hechizo que nos brinda
ojos para ver.
De este modo nos movemos en las sombras,
hablando con nosotros mismos, incapaces de hallar
significados en la creciente oscuridad,
donde no te espera respuesta alguna.
El corazón ve más allá de los ojos.
Este no es un país para este hombre anciano.
No hallaré Bizancio.
Mi amigo Ransom, es un médico al que nadie
consideraría un pacifista,
no obstante es un humanista
que comprende las cosas con claridad:
la paz no es una acción ociosa, es
por el contrario
una actividad constante
y negociada-
en el hogar o entre las naciones.
Yo negocio este poema con mi musa.
¿Podría ser de otra manera?
Algunas personas construyen prisiones, algunos
escriben prisiones,
y se refieren a ellas como santuarios.
Entre Eros y Tanatos,
un instante de iluminación,
un momento de suprema felicidad
envuelto en los truenos redundantes del profano Ares.
Entonces los remeros cantan
acompañando el golpe de los remos en el agua,
las espaldas arqueándose a su ritmo,
al tiempo que las velas despliegan la canción.
En el poema de nuestras vidas,
hay muchos maestros,
muchas lenguas.
Los océanos son misteriosos, profundos,
anchos.
Oímos el ruido de las velas y los aparejos,
y navegamos hacia el horizonte,
hambrientos, sin hogar,
navegamos hacia el olvido,
hablando en soledad con nosotros mismos
como si esto tuviera importancia,
los ojos fijos, clavados
en el humo creciente de precisamente ¿qué
horizonte?
Aquiles las manos ensangrentadas y su dolorido talón,
Odiseo con sus orejas envueltas en llamas,
Dante emergiendo de las entrañas del Infierno…..
los ojos atentos
al cielo….
cada uno de ellos viviendo su heroico sueño de Justicia,
un sueño del Paraíso….
Es el sueño en sí mismo, el escuchar,
el avance, el continuo movimiento, el canto
lo que nos mantiene vivos.
Descendemos a la playa e izamos las velas
dirigiéndonos hacia un mundo más allá de la guerra,
sabiendo
que nunca lo hallaremos.
No somos héroes.
Navegamos la Justicia y la Compasión
pues estas naves necesitan de los remeros.
Y cuando nuestras naves se hundan-
como seguramente lo harán todas las naves –
no caminaremos
sobre las aguas
hacia los brazos abiertos de la eterna Madre/Amante.
Ella a quien idealizamos
en nuestros mantos de la necesidad
mientras la mente gira y el corazón sangra…
No. La salvación, no es para nosotros.
Sustentados por una pocas metáforas esenciales-
el relato, lo relatado,
la música de la mente, la visión del corazón….
Nos aventuramos en este periplo, en soledad, para descubrir
que el largo viaje es nuestro hogar.
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(versión original en inglés)
Poems by Sam Hamill
First Snow
The moments that shared us
have divided us
& departed;
no longer the deep fields
remembering our names
written in the rain.
What I have left undone
I leave undone,
a white silence
falling through the fields
where dark husks uselessly open.
The Nets
Somewhere someone is untangling
the heavy nets of desire
beside a small fire at the edge of the sea.
He works slowly, fingers bleeding,
half thinking, half listening, knowing
only that the sea makes him thirsty.
Wyoming
The past catches up.
All day, smoke in the oil fields
blurred the sun, choked out
the last sparrows across the dusty plain.
Putrid strands of lank black drift down
like heavy cobweb in the dark, darkening
the bleeding earth where once
the sweating beeves had stampt and steamed.
Big Sky
for Jim Welch
The landscape is torn:
mines and mere dirt,
the thin memory of herds,
the great tribe.
Even our sleep grows thinner.
Thunderheads
camp in the fields which hum
like flies above bones.
Fear
is stronger than whiskey.
The trail goes on, it
continues.
A Letter to Han Shan-tzu
I think of you often these days,
old master, when some people say
my poems aren’t poems at all,
but merely occasions
of political provocation,
and of course they may be right.
Like you, late at night,
I scratch my songs on a wall
by firelight, and drink, and bow,
only to begin again, somehow.
Between You and Me
The lonely man—who’s been in prison—goes back to prison
each time he eats a piece of bread.
—Cesare Pavese
Everywhere there are walls.
But none so gray, none quite
so remorselessly gray, as these.
You believe another life will come,
the smell of the saloon, the bite
wind takes coming over the tundra.
Each bitter cup of coffee steams
alone. Is it dark? Sunrise
is Memory’s other name.
Still, there will be an evening
when your hands unravel the slow
secrets of a love, relearning
that ancient form
of prayer. Behind you, the walls
will tremble with your shadows
till you glide through hazy air.
The bread you break, the soup
of hope, animals with nightfall
in their hair—these too
return in time. What the body
knows, it knows.
But the nouns, the nouns
grind down a man:
convict; prisoner; inmate.
I, too, am just a man.
I understand the dignity
of that. I never bought
those names for wrong
or right. I will curb
my taste, but
not my appetite
Ars Poetica
Achilles, long after Troy,
ventured forth again,
and in the going out,
returned home to homelessness.
And what could he know, but like Odysseus
slap of wave on bow
and the stories they tell
about the dear dance of Thanatos and Eros
and the loves,
triumphs and betrayals of ordinary men . . .
Odysseus, homeless on the wine-dark sea,
with aching heart
dreams of his Penelope
as he sails into infinity.
Heroes are the ones
move forward in the dark,
Seferis said as he groped on,
neither Thetis nor Circe enticing him,
but the slap of wave on shore,
scorching Mediterranean sun
“riveted” to a rose,
and the voices,
always all those many voices in a poet’s ear,
begging him to pause
during war
to observe the certain sway
of a tall palm tree,
a sleepy Arab garden in the harsh sunlight
recalling the house that once was ours,
that was, for a moment,
a kind of Paradise.
But dreams can sour. And wars
don’t simply arise.
Paradis ne pas,
but is within,
waiting to be found
beyond the pain,
the suffering
to which we are not bound,
but to which we tenaciously cling.
Paradise, Old Tom, the
Oirish revolutionary,
liked to say,
is a sometime thing.
And Elytis, that grand land-bound sailor
of dreams, reminds: Heaven and Hell
are made of the exact same things—
confirming Lao Tzu: Success and failure
each are mother of the other.
Heraclitus: The way up is the way down.
The sea retreats; the sea swells.
We need the story that only
the going-forth can tell.
We need the tale
that spins the spell that gives us
eyes to see.
Thus, we grope, talking to ourselves,
unable to find
meaning in a growing darkness
wherein no meaning lies.
The heart sees far beyond the eyes.
This is no country for this old man.
I’ll not find Byzantium.
My friend Ransom, no man’s
idea of a pacifist,
but a medic,
a humanist nonetheless, gets it
exactly right: Peace is not
idle inaction, but
a constantly negotiated
activity—
in the home or between nations.
I negotiate this poem with my Muse.
How could it be otherwise?
Some build prisons, some
write prisons,
and call them sanctuaries.
Between Eros and Thanatos,
a moment of enlightenment,
moment of bliss amidst the redundant thunder of
unholy Ares.
Thus the oarsmen sing
against the pull of oar in water,
back bent to the rhythm
as sails unfurl the song.
In the poem of our lives,
there are many masters,
many tongues.
The seas are mysterious, deep and wide.
We listen to the rattle of the riggings
sailing on, on,
hungry and homeless,
sailing toward oblivion,
talking to ourselves
as if it mattered,
eyes fixed
on the rising smoke of precisely what
horizon?
Achilles with his bloody hands and aching heel,
Odysseus with his ears on fire,
Dante emerging from the bowels of Hell . . .
eyes peeled
skyward . . .
each with his heroic dream of Justice,
a dream of Paradise . . .
It is the dream itself, the listening,
the going-forth, singing, that keeps us all alive.
We go down to the sea and set sail
for a world beyond war,
knowing we will never find it.
We are not heroes.
We sail the Justice and the Mercy
because these boats need rowing.
And when our boats go down—
as, surely, all boats must drown—
we will not
walk upon the water
into the open arms of the Eternal Mother/Lover,
she whom we idealize
in our robes of need
as the mind turns and the heart bleeds . . .
No. Not for us, salvation.
Sustained by a few essential metaphors—
the tale, the telling,
the mind’s music, the heart’s vision . . .
we venture out, each alone, to find
that the going-forth is home.