En primicia, algunos poemas del poemario inédito Nevermore, del poeta argentino Mario Arteca.
Por: Mario Arteca
Crédito de la foto: http://letras.s5.com/gar090113.html
Habíamos pensado toda la noche en un mar
embravecido, buscando un eje distintivo
en la neurosis del movimiento, algo que
se muestre uniforme y diera a ese espectáculo
un reflejo que estábamos necesitando.
Pero delante nuestro no había sino
una línea de aceite a mitad de la pared,
nuestra última inundación. Creías leer
lo que dicen las paredes ultrajadas
y sin embargo no hay alfabeto posible
en las marcas de una tragedia. Y así
todo nos tendimos en el piso, uno
mirándose al otro, las manos enlazadas
como si aguardáramos un hundimiento,
apenados por la espera, pero conociendo
que siempre que se contrae un dolor
hay un momento para confirmarlo,
antes que se haga un daño innecesario
y sigamos viviendo sin consecuencias.
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El poema donde un hombre sube a una terraza
y observa el movimiento del mar, a la espera
de una aparición. Cuando se tiene una casa
frente al mar cualquier presencia es el atisbo
de un ámbito. El poema donde un hombre
absorbe información del recorrido de las olas
y sus encajes clavados en la avara irradiación
de la luna. Se recomienda esperar señales
en un paisaje ajeno a la población, éstas
siempre llegan, dan solicitud adecuada
a la soledad que se administra desde
las alturas. El poema no habla de un
hombre cuya vivienda no enfrenta el mar,
sin prever terraza alguna, y por detrás
estén ausentes seres dormidos sin participar
de la espera. Una concluyente boca de lobo
en el suceso de poner en juego la idea nada
despreciable de soñar despierto, porque
habrá que decir que ese maridaje contrapuesto
entre el día y la noche, no existe más. A ver:
una mujer muy hermosa toma una ducha
en el baño de su trabajo. Ya lo saben.
Lo que no conocen es que esa dama sabía
que a esa hora, y en ese momento, quien
no querría que estuviese se agazapaba
como batracio delante de un insecto:
en cualquier santiamén soltaría la lengua
y se haría de ella. Lo que él no sabía era
que ella intuía, desde las primeras horas
del mediodía, que él no sería capaz de frenar
sus impulsos, y luego de su horario laboral
su presencia se haría inevitable. Le hubiese
gustado a ella cocinar un pastel para él, sólo
para estamparle la certeza de su insolencia.
Prevalece en el aire el fondo de una melancolía
de la cual es embarazoso sustraerse. “Tardaste
más que ayer. Voy por el segundo enjuague”,
dijo ella, dirigiendo su voz a la puerta
improvisada. “El transporte público está
cada vez peor, querida”, dijo él: “Mañana
seré puntual”. Los cambios de humor
eran más frecuentes, y así pudo filtrarse
por la puerta sin bisagra; de inmediato
descorrió la mampara biselada. La naturaleza
igual a un área estéril: nosotros la fecundamos
con nuestros sentimientos. Ahora podrá librarse
de las manchas de sol que ocupan su rostro.
También imaginarse a esa mujer desde la tutela
de un contorno, y conocer la faceta debilitada
de algunos personajes alrededor. Eso sucede
justo cuando un esfuerzo inútil sugería
descifrarla. Querías inhibir esas manchas
pero, sin presentirlo, concluyó un ciclo.
Dar por sentado que la época terminó
y el todo por la nada volviéndose nulidad.
¿Te acordás de esos animales salvajes,
a punto de devorarnos, ese día de sol
donde suponíamos que ninguna cosa
extraordinaria pudiera producirse?
Bueno, por eso él fijó proa a la cortina
biselada, y no supiste hacer resistencia
segura. La forma en que nos relacionan,
y el duelo de formar parte de la aceptación.
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Lo dicho: en un mundo de plástico,
pocos besos para tirar y usar al mismo
tiempo. Gargantillas y lentejuelas forman
parte de una melancolía brillante en un
mundo de espejo. Pero nada se refleja,
sólo somos refractarios al núcleo que
nos encandila. Es difícil viajar y no hacerlo
sin un Caronte de jade. El gesto del puño
en proceso levanta a un muerto. A un muerto
consciente, desde ya. Y no se diga más
de las sagas que preceden a las series,
porque se trata de la misma historia
narrada una y otra vez, ligada a la única
y severa manutención del tiempo, que son
las historias de las personas poco comunes.
Como en un poema de Strand, se tambalean
como borrachos, pero en verdad sólo ríen
con ganas, revelan sus dientes, dos famélicos
caballos alborotados de júbilo. Una forma
de notificación, o de asunto sostenible,
la única manera de que no termine aquello
ahora puesto en lupa, para que se muestre
a pleno el alcance de sentidos ya pulverizados.
Sabíamos lo difícil que sería esto, enfocarse
en el otro, y salir con la misma integridad;
conocíamos hasta dónde podemos dejar
de lado nuestras necesidades, pero ninguna
necesidad se compara con perfilar una línea
en la arena, traspasarla, y con la noción concreta
de que al hacerlo estaremos enfrentados, o bien
alejados por propia decisión, si así lo quisiéramos.
Aquella idea extraordinaria de justificar
la distancia a pesar de no desearla, habla mucho
de los seres que relatan una leyenda sin tener
un compromiso determinado con ella. Lo que
realmente palpamos es la certeza muy débil
de seguir conectados, a como fuere, una fusión
sutil, apenas visible y gradual, esas acciones
que parecen no suceder y de a poco, sin embargo,
van ocurriendo, un típico movimiento de placas
subterráneas nada perceptibles. Deben ser esos
cimbronazos, cada vez que nos vemos, los
ensambles a los que refiero, aunque hayan
instantes de calma, y una contrarreforma
de la indiferencia el motivo del desapego
al que no queremos acostumbrarnos. Esto
no invalida ni excluye figuras de contenido.
Hemos refinado los sistemas de enlace,
pero nada colma la aspiración de invertir
por nuestra cuenta en este piso neutro
en el que nos movemos. Te hablé sobre
otras cosas, una manera de salir del circuito
suspicaz de la convención epicúrea, porque
el aire se hacía irrespirable y no había manera
de retomar el sendero; mercamos información
ajena a nuestros intereses y siempre se irá
colando la referencia necesaria para suscitar
nuevos parlamentos. ¿Y cuál era la referencia
dada, el punto exacto donde intercambiar
y ofrecer se daban de la mano como ovillos
de lana religados en un mismo desaire,
debajo de alguna mesa de trabajo, y que
habrán de desmontarse para seguir tejiendo
aquello que trenzabas, como si no importase
que otros se reunieran en el vacío de las
incumbencias? Es menor el efecto de esa
respuesta, que la formulación de la pregunta.
Existen modos de decir idénticos postulados,
pero para eso será necesario voltear los cubos
de basura que contienen todo un mundo
accesorio rebelado porque sí. Y la mejor
posibilidad será seleccionar antes de quitarlo
todo, avanzar sobre aquello que creemos
un universo completo, cuando sólo
se exhiben parcialidades de un conjunto
desprendido de una sola entraña.
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“Sólo conéctese.” Esta exhortación fue el tema
de su década, más tarde. Cuando las cosas
se desmoronan, el centro no se puede sostener.
Conectar nada con nada, pero estas dislocaciones
probaron que algo se había tornado real, y una
vez más la vida imitó al arte con resultados
desastrosos. El mundo mismo fue una botella
sobre la mesa, ya convertida en una urna sin ceniza
pegada a los ojos. Frente a una realidad alterada,
la reacción será un estado de estupor. A pesar
de todo, hay el azar de una ruina, la continuación
de todo su significado, dando a entender que
ahora el sentido tendrá en cuenta la experiencia
moderna de definir el derrumbe. En efecto,
el significado no puede ser la verdad definida
como cualquier otra cosa. Debajo de su piel
hay deliberación, y sin embargo, el abismo
sigue bien abierto. Cualquier operación sobre
el realismo todavía tiene que tener en cuenta
el hecho de que a la realidad se le escapan leyes.
Como un tábano advirtiendo de los peligros
de un estancamiento inminente. Es el paso
necesario hacia la descripción de una mímica
que los objetos borrará, porque así debe suceder.
El momento extraño que está diciendo que vivimos,
y no es tanto extraño como lo que creemos.
Lo extraño será cualquier forma de apropiación
de las imágenes del pasado. Una especie de magma
o bocanadas de mal aliento de una época.
Caminos divergentes apresuran diferentes empleos,
donde viejos lobos de mar parecen ahogarse
en su propia personalidad. No decir, como Frost,
una “suspensión momentánea contra la confusión”,
aunque eso es lo que se quiere proponer. Se trata
de eso. En alguna parte, la poesía siempre
es la ansiedad de la influencia, diría Harold.
Y a veces, necesitamos ayudarnos en los inviernos
cuando la quiebra se organiza. O escribir
sobre una vaca muerta que sigue dando leche,
sin que el tema sea muy emocionante. De
todos modos, se trata de la falta de secreto
ante la conclusión del detalle. Cualquier cosa
puede ser un indicio de una parte del misterio,
aunque sólo dejemos rastros pegajosos
en la mesa del anfitrión. Serás un nuevo día,
y la luz de la tormenta tendrá otro sabor.