Por Ana Carolina Quiñonez Salpietro*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Paracaídas /
(der.) La autora
3 poemas de Matacaballos (2018),
de Ana Carolina Quiñonez Salpietro
FRONTERA
Erasmo era un gran muchacho.
Era indomable
un terremoto
así nació.
Nosotros éramos débiles.
Exigíamos
éramos cinco
la vida no era justa
ni las oportunidades iguales.
Trotábamos con el estómago vacío
no tomábamos agua
no retrocedíamos.
Difícil ser un hombre como él.
Jalonear los caballos
morder la neblina
meter brazo
poner el cuerpo
hacer bulto.
En las caballerizas
algo siempre resoplaba
pero no lo podíamos ver.
los espacios abiertos
las grandes esperanzas
los grandes sentimientos.
Erasmo era duro
su fortaleza venía de adentro.
Se bañaba con los caballos
no tenía miedo
braceaba
esquivaba patas
y movimientos bruscos.
Nada podía aplastarlo.
Nadie agarra así
a sus hijos
ni les habla
como un preparador
en un trabajo intenso
antes de la carrera.
¡Aprieta más el paso!
¡No lo dejes respirar!
Y nosotros lo amábamos
como se ama
lo que no se deja acariciar.
PARA CORREGIR LA INSOLENCIA
Mi padre enderezó
patas torcidas.
Llevó a competir
en pruebas de resistencia
y velocidad
a animales subestimados
por vendedores y propietarios
y mirones en subastas.
Más que la masa muscular
le obsesionaban
las pezuñas
sobre la tierra
ver cómo las hundían
hasta arruinarla.
Lo suyo eran los fonderos.
Administrar su adrenalina.
Los olía
les tocaba las rodillas
se fijaba en los tendones
los tobillos tensos del entrenamiento
y calculaba las distancias.
Una vez
agarró un perdedor
le puso un jinete
con la espalda fuerte
y la cabeza hueca.
Alguien que confundiera
temeridad con valor.
Empezó corriendo por detrás
después
400 metros más cerca
y empezaba a sacar cuello
a apretar el paso
se destacaba de la masa
atropellaba
el resto se veía inútil
y remataba.
Era de mal gusto ganar así
pero era hermoso.
SEMENTAL
En el campo hablaban de los sementales
como de cosas importantes.
Creía haberlos visto
correr en las montañas
manadas perseguidas por hombres con lazo.
Los cuellos de los sementales
eran los más escurridizos
los hombres salían de la polvareda
con las rodillas chuecas y sangre.
Quería ver a uno de cerca
dormía mal y el resto del día estaba alerta
a cualquier diferencia.
La primera vez que lo vi
fue directo a la espalda de la yegua
que ondeaba la cola.
Me parecía que se retorcían
nunca había visto nada parecido
no pude
borrar el recuerdo
no quise.
Después
otra imagen lo tapó:
la misma yegua
tumbada
pujando algo que no terminaba
de salir
hasta que alguien metió sus brazos
para sacar
las patas atoradas
y el hocico
el resto
salió solo
en lo resbaladizo
no conseguía pararse
aún no abría los ojos
pero ya se estiraba y doblaba
bajo el cuello tenso
y la mirada de su madre.
Vi que era macho
pero no supe si era un semental.