Por: Lorand Gaspar
La poesía de Lorand Gaspar
El nomadismo es uno de los rasgos determinantes de la biografía de Lorand Gaspar. Nació en Transilvania —actual Rumanía— en 1925 y adoptó el francés como su lengua de comunicación literaria. Homo viator, como es, Lorand Gaspar se forma en la ruta como escritor errante: inicia estudios en Budapest para posteriormente refugiarse en París durante la Segunda Guerra Mundial, donde se forja como médico y desde donde parte —ya como ciudadano francés— a Jerusalén, y quince años más tarde a Palestina y a Túnez. Funda y dirige en los años setenta la revista Alif, junto a Jacqueline Daoud y Salah Garmadi, sobre literatura árabe y francesa. En su faceta como traductor, Gaspar exploró las escrituras de autores como D.H. Lawrence, Rainer Maria Rilke, Georges Séféris y Janos Pilinszky, entre otros.
Un código de austeridad atraviesa las moléculas de la poesía gaspariana bajo los signos del desierto, el mar, la luz y el cuerpo. Se trata de una escritura del hombre en el espacio, una geopoética, en la que lo literario y lo científico se erigen como dos formas de acceso al conocimiento dotando a la metáfora de un potente contenido epistemológico. Y es que la noción de aprendizaje es telón de toda su obra: el pensamiento de Gaspar se construye en la intersección entre lo científico y lo poético, donde acontece lo corporal, lo fenomenológico. Se trata de un escritor forjado en la pluralidad de lenguajes, en la comprensión de los procesos neurológicos, en la traducción, la fotografía y la curiosidad. Así se revelan las costuras de una escritura humanista de la mano de un genuino aprendiz de la luz.
El jardín de piedras
Vivimos en la frescura de ir
portadores de imágenes al jardín de piedras
el vasto imperio expandido, airado.
Lo que permanece a lo largo de los años,
suspiros azulados, violencias calcáreas
enorme región de vidas enmudecidas
crujidos verdes en los dedos de tiza
poco a poco aprendimos a escuchar
en algún lado la caída del jazmín –
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todas esas noches en las piedras
duermes los ojos los pulmones empapados
de ruidos de un viento inagotable.
La crudeza límpida de una fuga de los cuerpos
adosada a las horas que atormentan la cama
del campamento agitado por la luz –
callar los nombres con suficiente gozo
para que las líneas de fuerza
se muestren en los blancos.
Ve si puedes sentir la arteria
de tanto peso –
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Hubo noches de acero frágil
Engarzados de gestos inclinados sobre el fuego
el peso de la arena y las penas olvidadas.
Tragaluz paciente en la espesura de la sombra
cada alba en el granito del corazón
tú vuelves a aprender a agitar la luz –
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Ese ruido de palabras
que viniste a secar
sobre esas pistas donde el viento
se prepara con los cuidados la minucia
de un entomólogo inclinado sobre los coleópteros –
lo que yo amaba por encima de todo
claridad de hierbas de frágil felicidad
era en suma la invención del tallo
brotado temerario, vulnerable
ocupado solamente en crecer.
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Que en una tersa sílaba yo pueda
diluir toda violencia y todo oro
ese puro trigo de mí mismo enmudecido.
El desmoronamiento está en mis dedos –
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Te siento como una flexión en mi voz
donde los polvos de la tarde vienen a asentarse.
La travesía será larga decía el ángel
en la espesura de la piedra
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que no quede más que el ojo indiviso de nuestra carga.
Volvemos siempre más pesados a la tierra
agujereados de espacio clavados de luz
las manos apacibles en el descenso –
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tus brazos caen
en bajo bosque violáceo
tus ojos caen
y las escamas de la voz
y yo me escucho mil siglos más lejos
recompuesto sonido por sonido.
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Sostengo mi vida
una migaja de pan
muy fuerte los cien gramos
del prisionero de guerra
y a menudo tengo tanta hambre
que apenas quedan
y las cosas se colorean
de temores maravillosos –
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Noche todavía.
Ráfaga de ventana en los cuerpos
abruptos y callados.
La llama pintada del día voluble
sus maquillajes encima del ícono de carne
y cada grado de la noche para comprender
la memoria obsoleta, ¿hasta dónde nos dilataremos?
Esta plenitud casi y el desgarre de los faros
las aguas de dentro sacuden las ventanas
inmóvil yo escucho escucharme en algún lado
un hambre desbordante de nacer –
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(versión original en francés)
Le jardin de pierres
Nous vivions dans la fraîcheur d’aller
porteurs d’images au jardin des pierres
le vaste empire répandu, éventé.
Ce qui reste au large d’années
souffles bleuis, violences calcaires
énorme pays de vies muettes
craquements verts dans les doigts de craie
peu à peu nous apprîmes à écouter
quelque part la chute du jasmin –
(QEM, 77)
toutes ces nuits dans les pierres
tu dors les yeux les poumons trempés
de bruits d’un vent à jamais.
La crue limpide d’une fugue des corps
adossée aux heures qui harcèlent le lit
du campement hâtif dans la lumière –
taire les noms avec assez de joie
pour que les lignes de force
se montrent dans les blancs.
Vois si tu peux sentir l’artère
de tant de pesanteur –
(QEM, 78)
Il y a eut des nuits d’acier froissable
serties de gestes courbés dans le feu
poids des sables et peines oubliées.
Lucarne patiente dans l’épaisseur de l’ombre
a chaque aube dans le granit du cœur
tu rapprends à bouger la lumière –
(QEM, 79)
Ce bruit de mots
que tu es venu sécher
sur ces pistes où le vent
se prépare avec les soins la minutie
d’un entomologiste penché sur les coléoptères –
ce que j’aimais par-dessus tout
clarté d’herbes du bonheur fragile
c´était en somme l’invention de la tige
poussé téméraire, vulnérable
occupée seulement à croître.
(QEM, 80)
Que dans une très douce syllabe
je puisse diluer toute violence et tout or
ce pur froment de moi-même tu.
L’effritement est à mes doigts –
(QEM, 81)
Je te sens comme une flexion dans ma voix
où les poudres du soir viennent se poser.
La traversée sera longue disait l’ange
dans l’épaisseur de la pierre
(QEM, 82)
qu’il ne reste plus que l’œil indivis de nos poids.
Nous revenions toujours plus lourds à la terre
troués d’espace cloués de lumière
les mains apaisées dans la chute –
(QEM, 83)
tes bras tombent
en forêt basse violacée
tes yeux tombent
et les écailles de la voix
et je m’écoute mille siècles plus loin
recomposé son après son.
(QEM, 84)
Je tiens ma vie
un morceau de pain
très fort les cent grammes
du prisonnier de guerre
et souvent j’ai si faim
qu’à peine il en reste
et les choses se colorent
de peurs merveilleuses –
(QEM, 85)
Nuit encore.
Rafale de fenêtre dans les corps
abrupts et muets.
La flamme peinte du jour volubile
ses fards posés sur l’icône de chair
et chaque degré du soir à comprendre
la mémoire périmée jusqu’où nous dilaterons-nous ?
Cette plénitude presque et la déchirure des phares
les eaux du dedans se cognent aux vitres
immobile j’écoute m’écouter quelque part
une faim intarissable de naître –
(QEM, 86)