Poemas de «Heredar la tierra» de, Adalber Salas

Presentamos en Vallejo & Co. algunos poemas de Heredar la tierra, poemario del venezolano Adalber Salas Hernández, libro publicado en Bogotá, Colombia en 2013. El autor actualmente reside en Nueva York, EE. UU. Es poeta, ensayista y traductor. Licenciado en Letras por la UCAB.

 

 

Por: Adalber Salas Hernández

Crédito de la foto: Izq. http://www.subverso.es/?p=2485

Der. http://coleccionlosconjurados.blogspot.com

 

 

 

Selección de poemas

 

Heredar la tierra - Adalber-salas-hernandez
Poemario «Heredar la tierra» (2013) de Adalber Salas Hernández

 
 

III

 

Frente a mí,

tu cuerpo

aturdido por su propio fulgor,

 

inapelable,

 

tan repleto

de no tener ayer.

 

Miro su único minuto

cabizbajo, arrodillado,

 

observo cómo su desnudez

aún no puede ser cubierta

por ninguna de las lenguas

del hombre.

 

Bajo tu piel

hay un pulso que trabaja,

una duración inflexible,

 

un latido, un caudal

que te transita

como una desgarradura:

 

algo que traes

desde aquella sed

que nos precede, remota,

y que todo lo sostiene,

 

sístole y diástole

de una vastedad

sin retorno.

 

 

X

  

Velo tu sueño,

 

la mansedumbre lejana

de tus rasgos.

 

Estás recogida sobre ti misma,

replegada,

con tu respiración caminando poco a poco,

como un canto agotado.

 

Afuera hay una claridad tan espesa,

que no deja pasar los sonidos de la gente:

es la miel sorda de la tarde

empapando la ciudad,

 

el sosiego de un mar que nadie conoce.

 

Te observo y escribo

sobre la fuente dormida de la página.

Escribo con cuidado, sin prisa,

temiendo el ruido frío de las letras,

su manera de chirriar,

de crujir.

 

Mientras, a mi lado,

tu cuerpo inmóvil recuerda

en qué punto exacto de su carne

fueron separadas las tierras de las aguas.

 

 

 

XV

  

Duermes,

duermes muy abajo,

casi con rabia,

hasta que tus sueños

ya no te pertenecen,

 

hasta que es otra la que sueña.

 

Bajo tus párpados queda

un agua quieta, lejana,

parecida a la renuncia,

 

una edad no advenida

porque ha perdido todos sus pasos.

 

Sé que vendrán palabras a robar tu aliento.

 

Llegarán de madrugada,

trayendo un hambre vieja,

 

la misma de todos

los que han padecido de insomnio

y necesitado algo de pan

al pronunciarlas.

 

Se llevarán tu aliento, las palabras,

y dejarán a cambio

un poco de su carencia,

migajas pesadas, gramos

de su noche inasible:

 

el único tributo

que pueden dar

a tu reino.

 

 

XVIII

 

 

La casa tiene cuatro paredes.

O cinco, o seis, o siete, no lo sé.

La memoria se pega a ellas,

las recorre como un sudor,

una sustancia imprecisa y blanda.

 

La casa tiene ventanas, ojos melancólicos

que de vez en cuando nos permiten

ser sus pupilas.

 

Tiene baños, cocina, muebles,

huesos para no

desplomarse sobre sí misma.

 

Y una puerta, claro:

una puerta para el olvido.

 

Por allí entraste.

Viniste de una profundidad que no entiendo,

que nada en mí recorre ya.

 

Y sobre el techo,

el paladar mudo, espacioso,

grabaste un alfabeto de temblores,

 

una lengua nómada,

de fríos, de destellos, de quiebres,

de viento cansado y sin sombra.

 

Ahí arriba dibujaste

el cielo inacabado que traías

entre las manos.

 

XX

 

 

La luz no puede perdonarnos

el que hayamos venido

a inventar la sombra.

 

Ella, que no conocía

sino la cal de su propia piel,

la blancura irreversible de su paso.

 

Ella, la gran lectora

de todo lo que no había sido escrito

aún.

 

Ella, sí, la médula secreta

de este mundo,

ella no nos perdona

estas oscuridades con las que poblamos

su andar, con las que

le contagiamos nuestra ceguera.

 

Ella, que nunca hubiera sabido

qué cosa era la muerte

si no se la hubiéramos entregado,

 

obligándola al tiempo,

 

a esta pasión sin resurrección.

 

 

XXVI

 

 

Las lámparas son

los únicos contrabandistas de la luz.

 

Pulcras, concentradas,

viajan de noche a noche,

fingiendo para nosotros una inmovilidad

parecida a la meditación

o a la tristeza.

 

Y todas las lámparas

están un poco tristes, sí,

y todas meditan:

pasan su vida consagradas a la nitidez.

 

Llegan con su mercancía callada,

con su tráfico de insomnios,

 

abren surcos

en la piel unánime de la madrugada,

breves fugas de lucidez,

rendijas por donde entra

algo de una claridad que nadie ha visto

frente a frente.

 

Todas las lámparas

se entregan a su oficio

con la misma devoción atea,

confiando en resistir

el aullido pastoso de los perros

que amenaza con apagarlas.

 

No olvides mantenerlas encendidas

para que se dediquen

a hacer profunda tu noche,

 

a llenarla con la escritura deshilachada

de la sombra,

 

esa misma que practica

la posibilidad.

 

 

XXVII

 

 

Escucha las tuberías:

cada mañana se cuelan por ellas

los desechos, los excedentes, los grumos de sueño,

el testamento de la noche.

 

Son ellas las que oran por nosotros

luego de la ducha,

las que llevan a cuestas

nuestros restos,

las que soportan nuestra confesión.

Sólo las tuberías creen en la eternidad,

en una duración que fluye sin fin.

 

Oye cómo crecen las uñas,

los cabellos,

con una paciencia lisa, sin resquicios,

como si llevaran a cabo

una tarea antiquísima:

testimoniar

por algo que no les pertenece.

 

Atiende a las fracturas, las grietas,

las líneas indecisas

que recorren las paredes.

 

En ellas hay una meditación

que se prolonga en nuestras arrugas,

nuestros pliegues, en el asma

que nos erosiona la voz.

 

Presta atención.

Hay tanto que nos recoge

en este mundo,

 

pronunciándonos

en un mismo idioma

sin penitencias.

 

 

 

 

 

Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Licenciado en Letras por la UCAB. Es autor de los poemarios La arena, el vidrio (Caracas, Editorial Equinoccio, 2008), Extranjero (Caracas, bid&co. editor, 2010; Bogotá, Común Presencia, 2012), Suturas (Caracas, bid&co. editor, 2011) y Heredar la tierra (Bogotá, Común Presencia, 2013). Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (Caracas, bid&co. editor, 2013). También es coautor del libro Los días pasan y las formas regresan en torno a la obra del escultor Harry Abend. Recientemente han sido publicadas sus traducciones de El hombre atlántico, Agatha y Savannah Bay, libros de Marguerite Duras, Artaudlogía, selección de textos de Antonin Artaud, y Elogio de la creolidad de Bernabé, Chamoiseau y Confiant (Caracas, bid&co. editor, 2013 y 2014), Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza, es responsable de la antología Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes (Bogotá, Común Presencia, 2014). Actualmente se desempeña como Co-Director de bid&co. editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la Revista POESIA de la Universidad de Carabobo y cursa como becario Santander el MFA en Escritura Creativa en Español de la New York University.

 

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