Poema “Yopo (Anadenanthera peregrina)”, de Juan Carlos Galeano

 

Por Juan Carlos Galeano*

Crédito de la foto (izq.) Wikipedia /

(der.) el autor

 

 

Poema “Yopo (Anadenanthera peregrina)”,

de Juan Carlos Galeano

 

a Serenella Iovino

 

“En las visiones que tuve esa noche

con las semillas de Anadenanthera

peregrina, esplendieron varios arcoíris.  

Sus colores se entretejían multiplicados

hasta convertirse en serpientes y ríos

que bajaban a la tierra”.

(Notas de trabajo de campo, jcg)

 

 

1 Dentro de la choza sentí palpitar las estrellas. El universo era la barriga de una anaconda gigante con más anacondas. Sus cabezas tenían el brillo de las estrellas y flotaban en la oscuridad. Las escamas de sus cuerpos caían relucientes al suelo. Cuando tocaban el agua, se volvían peces.

 

 

2 Había tres anacondas. Una decapitada por el cielo corría por las selvas buscando su cabeza. Otra anaconda era un río; en sus orillas hablaban árboles, animales y gentes. La tercera era un río menor llorando porque las nubes no le daban agua. En su barriga, unos peces con hambre le gritaban al cielo.

 

 

3 En Temendawí vivían los Máwaris. Hijos de los delfines rosados ​​y la gente, tenían ciudades en el fondo de los ríos. Como el agua y el aire eran uno, se paseaban tranquilos en sus calles color Coca-Cola; llevaban chalecos de lentejuelas y unas boas arcoíris delgadas les servían de cinturones. Frente a sus casas, jugaban voleibol sus hijos de piel blanca y sin ombligo.

 

 

4 En los morichales, las palmeras se quejaban a las boas madres por los ruidos de los aviones que dañaban sus hojas. Corriendo con los racimos de frutas, parecían mujeres indígenas cargando a sus bebés. Se cambiaban de lugar día y noche en los lagos para escapar de las motosierras. Unas boas con cara de cañón disparaban balas de agua para ahuyentar a los intrusos.

 

 

5 Había una boa que sabía convertirse en muchacho para tener hijos con las jovencitas. Los familiares la quemaron viva. Del cuerpo de la boa nació un árbol tan grande que sus ramas tocaban el cielo. Unos hombres lo cortaron para quedarse con todos sus frutos. Después, de su tronco y de las ramas nacieron los ríos. Las hojas se volvieron gente y poblaron las selvas.

 

 

6 La anaconda con animales y árboles que podían hablar se había transformado en un barco de lujo. Iluminaba el río como una ciudad con plazas y multitudes que se embriagaban en la cubierta. Los árboles no dormían y el río gemía por los cortes de sus hélices en la barriga. Cada vez que alguien vomitaba su bilis, el río se tornaba de un azul pálido.

 

 

7 De las anacondas, que se enamoraban de las nubes, nacieron más ríos y cuerpos de agua. Había quebradas de ojos verdes y aguas que hablaban. Bajaron entre las rocas. Pasaban cerca de las casas y por las noches tenían la costumbre de imitar a los bosquesinos. Contaban historias y se reían de las anacondas y las personas. Así encantaban. La gente permanecía despierta queriendo entender lo que decían.

 

 

 

 

 

*(Amazonía-Colombia, 1958). Poeta y traductor. Reside en Tallahassee (EE.UU.). Se desempeña como profesor de Literatura y culturas amazónicas en Florida State University (EE.UU.). Su trabajo de campo sobre narrativas simbólicas de pueblos ribereños en la cuenca del Amazonas resultó en la producción de Folktales of the Amazon y los documentales Los árboles tienen madre y El Río, Premio Gaia (USA 2019). Su poesía está inspirada en las cosmologías indígenas y el mundo moderno. Ha publicado Amazonia, Historias del viento y Yakumama and other Mythical Beings).

 

 

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